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La Crisis Económica Europea

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La manera como se viene presentando en los medios el problema de la crisis económica europea es muy confusa y enredada, y para muchos es muy difícil entender qué es verdaderamente lo que está pasando (y lo que puede pasar). Por un lado, se da a entender que hay un problema monetario (la “crisis del euro”), que conlleva el riesgo de que la moneda común europea desaparezca, sin quedar claro por qué esto podría ocurrir o constituir un problema económico serio.

Por otro lado, queda claro que el problema tiene que ver con deudas (de hasta 100% o más del valor del producto), déficits externos (de hasta 50% del valor de las exportaciones) y públicos (entre 5% y 10% del producto nacional), recesiones (4 años sin crecer) y desempleo (de más del 10% de la población en edad de trabajar), sin quedar claro cuál ha sido su origen o qué tienen que ver con la “crisis del euro”. Trataremos a continuación de hacer una exposición, en lo posible sencilla y comprensible de estos problemas.

Para empezar, debemos tomar en cuenta que hay varios países europeos (incluyendo no solamente España y Grecia, sino también Italia y Francia) agobiados por las deudas de sus sectores público (gobierno) y privado (empresas y familias), tanto con bancos domésticos como extranjeros. Esta carga de la deuda agrava los déficits y restringe el gasto, tanto público como privado, lo cual afecta negativamente la demanda agregada y, por tanto, la producción y el empleo.

La explicación más general que se puede dar del excesivo endeudamiento es que esos países (sus gobiernos, empresas y familias) se endeudaron porque los bancos les prestaron dinero, y estos les prestaron dinero porque tenían un exceso de fondos. Esos fondos fueron el resultado de una gran expansión de la liquidez internacional durante los últimos 20 o 30 años. A ello hay que agregar los desbalances externos que obligaron a muchos países a endeudarse, y permitieron a otros países como China y los exportadores de petróleo, acumular enormes fondos de dinero que terminaron en las manos de grandes bancos. Estos bancos luego se vieron en la necesidad de colocar dichos fondos, otorgando créditos muy riesgosos. Todo esto fue alentado por el crecimiento de la actividad financiera a nivel mundial, que fue hecha posible –a su vez- por la desregulación y la creciente sofisticación financiera, pero también por las bajas tasas de inflación a nivel mundial.

Pero junto con el gran endeudamiento, también hubo una pérdida de competitividad de los países europeos frente a la competencia extranjera, lo cual les impide no solo revertir sus déficits externos, sino también combatir el desempleo aumentando sus exportaciones y sustituyendo importaciones por producción doméstica. Se puede decir que la causa más importante de esta pérdida de competitividad ha sido la incorporación de China, así como la mayor integración de otros países emergentes, a la economía mundial durante los últimos 20 años (la globalización).

El modelo económico chino pone énfasis en el crecimiento de sus exportaciones, lo cual se hace necesario, y a la vez posible, por el bajo nivel de gasto (o alta propensión al ahorro) de las familias chinas. La competencia china y de otros países emergentes tales como India y Brasil permitió mantener bajas tasas de inflación a nivel mundial, pero ello a costa de perjudicar los sectores manufactureros de los países ricos, los cuales no han sido capaces de competir con los productos de bajo costo provenientes de los países emergentes (un trabajador europeo o norteamericano puede ganar hasta 20 veces lo que gana un trabajador chino).

Debemos finalmente agregar que estos problemas de deuda y de falta de competitividad de los países europeos se vieron agravados por sequías (atribuidas al cambio climático) y los altos precios del petróleo (atribuidos al agotamiento progresivo de los recursos naturales no renovables).

En una situación de este tipo, países que son miembros de la Comunidad Europea no pueden aliviar sus problemas de deuda –ni siquiera temporalmente- porque no tienen un prestamista de última instancia (un banco central) propio. De la misma manera, tampoco pueden tratar de recuperar su competitividad devaluando sus monedas, porque no tienen moneda propia. Entonces, gran parte del problema de no poder pagar deudas y de no poder competir tiene que ver con la moneda común (el euro), la cual es administrada por el Banco Central Europeo (BCE).

Una opción de los países europeos altamente endeudados es abandonar el euro, de tal manera de recuperar el control de sus políticas monetarias, y tener un banco central propio que pueda financiar, por lo menos temporalmente, los déficits del sector público y reducir sus tasas de interés, contribuyendo de esa manera a reducir el costo de pagar las deudas y a aumentar el nivel de gasto (y producción). De la misma manera, pareciera ser posible que -si se tiene moneda propia- se puede recurrir a una devaluación para recuperar la competitividad abaratando la producción doméstica en relación a productos extranjeros (con respecto a cuyas monedas se ha devaluado).

Pero el problema es que es un poco difícil llevar adelante ambas tareas simultáneamente. En efecto, una cuestión axiomática en la teoría económica es que los países no pueden manejar independientemente su política monetaria (su oferta de dinero) y su tipo de cambio. La razón es relativamente sencilla: el manejo a voluntad de la oferta de dinero por el banco central debe afectar necesariamente la demanda de moneda extranjera, y por tanto el tipo de cambio. No se puede, pues, manejar a voluntad (de manera arbitraria) ambas variables al mismo tiempo. Una opción en este caso es el control de cambios, pero ningún país puede mantener controles de este tipo sin causar serios problemas económicos.

Aunque deberíamos esperar que las políticas monetarias expansivas también provoquen una devaluación de la moneda, lo más probable es que también haya un aumento en el nivel de precios que impida una devaluación en términos reales. En todo caso, si países como España y Grecia deciden abandonar el euro para tener su propia moneda (y política monetaria), pueden aliviar en alguna medida la carga de la deuda, pero sin poder al mismo tiempo solucionar el problema de la falta de competitividad. Esa es una de las razones por las cuales (todavía) no han tomado dicha decisión. Deben hacer, entonces, un análisis de costo/beneficio. El costo de no abandonar el euro es someterse a las condiciones del BCE (Alemania, básicamente) para recibir ayuda financiera que les permita pagar sus deudas y financiar sus déficits.

Esto último resulta muy costoso para los países deudores porque las condiciones requerirán básicamente –tal como lo hacía el Fondo Monetario Internacional (FMI) con las cartas de intención que firmaban nuestros gobiernos- reducir el gasto público y aumentar los impuestos, agravando con ello los problemas de la recesión y el desempleo. Lo que hay detrás de esto, es que los fondos a ser prestados por el BCE (que recientemente ha creado un fondo de rescate de 100,000 millones de euros) serían utilizados por los países endeudados no para invertirlos sino básicamente para pagar las deudas que tienen con la banca privada. En una situación de este tipo los bancos pierden mucho poder de negociación, porque para los países no es muy atractivo someterse a severas condiciones para recibir dinero que solo les va a servir para pagar sus deudas. Esto explica por qué países endeudados se niegan a recibir “ayuda” o a ser “rescatados” por el BCE. Lo que debe quedar claro, en todo caso, es que los verdaderos beneficiarios de la ayuda serían los bancos acreedores.

Otra razón que tendrían los países deudores para abandonar el euro es que no hacerlo les impediría usar la devaluación para recuperar su competitividad. Pero tampoco nos podemos engañar y ver la devaluación como una solución segura de este problema: a final de cuentas lo que se busca con una devaluación es reducir los costos, y sobre todo los salarios reales. Una manera de recuperar competitividad sin reducir salarios es aumentar la productividad de la mano de obra, mediante el progreso técnico y la mayor calificación, pero esas son opciones disponibles solo en el mediano o largo plazo. Otra opción –esta vez para evitar una mayor caída de los salarios reales- es la migración, fenómeno que al parecer ya está ganando fuerza.

Finalmente, debemos tener muy claro que con la crisis ya se ha perdido mucho dinero, y que el problema ahora es quién paga por ello. Debe ser claro también que la culpa es tanto de los bancos acreedores (por prestar dinero sin evaluar riesgos) como de los países deudores (por malgastar el dinero que les prestaron). Ello implica, pues, que el costo debe ser compartido por deudores y acreedores. El costo que estos últimos tendrían que asumir se daría en la forma de una condonación parcial de las deudas en la forma de reducción de las tasas de interés y refinanciación de los créditos, algo a lo que los bancos privados se oponen tajantemente, afectando de manera negativa la opción de los países deudores por permanecer en la zona del euro.

Esto último en parte explica la posición de Alemania en el manejo de la crisis: gran parte de los bancos acreedores son bancos alemanes. Algún ejecutivo bancario alemán acusaba hace unos meses a los griegos de ser flojos y corruptos. Lo más probable es que él no haya descubierto eso recién en el momento que los griegos dijeron que no podían pagar, y que su opinión de los griegos haya sido siempre la misma. En ese caso, la pregunta sería ¿y por qué les prestaron dinero?

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