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Donald Trump: cómo entenderlo y qué esperar

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En menos de diez días luego de asumir el cargo, el presidente Donald Trump causó mucho revuelo alrededor del mundo disponiendo con una serie de decretos el retiro de EE.UU. del TPP, la construcción de un muro fronterizo con México, la cancelación del Obamacare, la prohibición temporal de entrada al país de inmigrantes –o simple pasajeros– provenientes de siete países musulmanes. Aunque los dos últimos decretos son medidas políticas, los dos primeros son de carácter básicamente económico, y reflejan la posición proteccionista y anti-globalización de Trump, quien también ha anunciado que renegociará el NAFTA y ha elogiado el Brexit.

Si bien Trump simplemente trata de cumplir las promesas con las que fue elegido, no deja de causar sorpresa el que en efecto trate de llevarlas adelante. Y debo admitir que yo fui el primer sorprendido, pues la idea que yo tenía era muy simple: la clase política y la élite económica norteamericana no le iban a permitir a Trump dar pie atrás en la “revolución capitalista” iniciada hace casi 40 años por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, la cual exige una total dependencia de los mercados, los cuales no admiten nacionalismos ni fronteras nacionales (y mucho menos que se levanten muros en esas fronteras).

Y es que si Trump quiere capitalismo, eso es lo que va a tener, porque el capitalismo, por su propia naturaleza –basado en la producción mercantil y el intercambio–, está orientado a la globalización económica, la cual requiere no solamente del libre comercio entre los países, sino también la libre movilidad del capital, la expansión de las corporaciones multinacionales, la libre migración de la mano de obra, la generalización de las reglas de juego de acuerdo al paradigma neoliberal, etc. Pero mi sorpresa no es que Mr. Trump no entienda eso; lo que me sorprende es la debilidad de la clase política y la élite económica de ese país, que no han sido capaces –al menos hasta el momento– de hacerlo entrar en razón y convencerlo de dejar de lado la demagogia y sus maneras vulgares.

Ante esta situación, queremos aquí plantear dos preguntas. Primero, ¿cómo explicar el descontento de gran parte del electorado norteamericano que lo ha llevado a elegir a Trump por su imagen de outsider y anti-establishment? Ese descontento no es fácil de explicar, sobre todo si tomamos en cuenta que en los últimos años EE.UU. ha sido el país que más rápido ha crecido entre los países del G8, que su tasa de desempleo está por debajo de 5%, y la de inflación por debajo de 2%, para no mencionar que las tasas de interés están por los suelos, facilitando a las familias la compra de sus autos y sus casas.

Aunque una posible explicación de la contradicción entre el estado de ánimo del electorado y la aparente bonanza económica de EE.UU. es el encarecimiento de los servicios de salud, la educación y las viviendas en ese país, una explicación más completa debe llevarnos más allá del corto plazo. En efecto, si vamos al mediano plazo, encontramos que, mientras en los últimos 20 años (1997-2016) los países en desarrollo casi triplicaron su tamaño, la producción de los países ricos aumentó en solo 45% (cifras del World Economic Outlook del FMI). Ha habido, pues, una pérdida de dinamismo económico de los países ricos, que tiene que ver en parte con la pérdida de competitividad de esos países tras el inicio del actual proceso de globalización económica en 1973 con la eliminación de los tipos de cambio fijos y de los controles de capital, proceso que se acelera con la emergencia de los Tigres Asiáticos y la entrada de China en la OMC en 1991. En el caso de los Estados Unidos, el deterioro de sus cuentas externas precedió a la apertura de la economía, y tuvo el último superávit comercial de su historia en 1973. Dicho fenómeno, sin embargo, en parte se explica por el llamado Dilema de Triffin, que señala la necesidad de déficits externos por parte del país emisor de la moneda reserva a fin de satisfacer la demanda de liquidez por los países del resto del mundo

En todo caso, lo que debemos resaltar aquí es que el proceso de apertura económica asociada a la globalización tuvo particular importancia en el caso de EE.UU, país que era una economía básicamente cerrada hace 50 años, con importaciones que representaban apenas el 4% de su producto, pero que se han multiplicado por cuatro desde entonces, siendo actualmente 16%. Este es un fenómeno muy importante porque, de acuerdo con la teoría económica (Teorema de Stolper-Samuelson), la apertura de una economía es de carácter conflictivo, pues debe llevar a un aumento del precio del factor de producción relativamente abundante y a una disminución del precio del factor relativamente escaso. En el caso de EE.UU., esto implica que la mayor apertura económica ha favorecido a los capitalistas y perjudicado a los trabajadores, lo cual se expresa en el retraso de los salarios reales, la disminución del empleo manufacturero y el descontento de los trabajadores en los países ricos en general.

Sin embargo, la pérdida de competitividad que resulta de la globalización no termina de explicar pérdida del dinamismo económico de los países ricos, pues dicho fenómeno precede a la apertura de sus economías. Por ejemplo, si miramos el caso de EE.UU. durante los últimos 50 años encontramos que sus periodos de auge han sido cada vez más cortos y menos expansivos, mientras que sus periodos de recesión se han hecho cada vez más largos y depresivos, de tal manera que la tasa de crecimiento promedio de ese país ha bajado de 5% a 2%, aproximadamente (cifras del Economic Report of the President). Esta situación ha dado lugar a que en la literatura económica se haya empezado a hablar de una condición de “secular stagnation” en EE.UU. y en los países ricos en general. Esta condición sería el resultado de la caída de la rentabilidad del capital productivo, que tendría como causa básica el retraso del progreso tecnológico en esos países: a pesar de la revolución digital en curso, los principales medios de generar energía mecánica siguen siendo el motor de combustión interna, diseñado hace más de 150 años, y el motor eléctrico, introducido hace más de 100 años, lo cual restringe el aumento de la eficiencia de las actividades productivas en general.

La pieza de evidencia más contundente de la pérdida de rentabilidad del capital productivo es la caída persistente a nivel global de la tasa de interés real, que lleva ya más de 30 años (desde mediados de los 80s). En efecto, si consideramos la tasa de interés de los Bonos del Tesoro a 10 años y la tasa de inflación de EE.UU. encontramos que luego de unos 20 años de volatilidad (mediados de los 60s a mediados de los 80s), la tasa de interés real sufre una caída persistente que la lleva de 7% a 0% (cifras del Federal Reserve Bank of St. Louis). Este es un fenómeno muy importante, que compete básicamente al sector productivo, real de las economías, y tiene poco que ver con las políticas monetarias expansivas de los países ricos. Y la razón es sencilla: para poder afectar variables reales más allá del corto plazo en una economía de libre mercado, las autoridades monetarias tendrían que disponer del Santo Grial, pues con ello serían capaces de solucionar todos los problemas económicos.

Así las cosas, nuestra segunda pregunta sería ¿qué podemos esperar en el futuro? Admitimos que una primera posibilidad es que la clase política y la élite económica norteamericanas puedan poco a poco hacer entrar en razón a Donald Trump. Lo más probable, sin embargo, es que el movimiento anti-globalización siga adelante en los países ricos antes de que pueda ser revertido. Al menos eso es lo que nos sugiere el fortalecimiento del populismo de derecha –expresión política del movimiento anti-globalización en esos países. Pero si cada uno de los países ricos cierra su economía, los países en desarrollo tendrían la oportunidad de fortalecer sus economías integrándose más entre ellos, disminuyendo su oferta de exportaciones hacia los países ricos, y reduciendo al mismo tiempo su demanda de importaciones provenientes de esos países, lo cual conllevaría no solo una mejora de sus términos de intercambio y un menor interés por firmar TLCs bilaterales con los países ricos, sino también –y sobre todo– la posibilidad de que desarrollen sus sectores manufactureros con el fin de depender menos de la exportación de sus recursos primarios.

Otra consecuencia muy importante del proteccionismo de Trump sería debilitar el rol del dólar como moneda reserva. Esto llevaría a las demás potencias económicas a presionar por el desmantelamiento del actual Patrón Dólar, de tal manera de lograr la administración multilateral del nivel global de liquidez –cuánto dinero hay en el mundo. Esto es muy importante porque el dólar es tanto o más importante para la economía norteamericana que sus grandes bancos y sus empresas líderes en tecnología.

Obviamente, las consecuencias podrían ser aún más graves por cuanto, además de levantar barreras proteccionistas, Mr. Trump tiene también en mente desmantelar las medidas de regulación financiera (Dodd-Frank 2010), que buscan evitar carnavales especulativos como los que llevaron a la crisis financiera de 2008. Tiene también en mente paralizar las medidas de prevención del cambio climático. Medidas de este tipo perjudicarían no solo a EE.UU., sino a todos los países.

En resumen, en los últimos 50 años ha habido un deterioro de la performance económica de EE.UU. y de los países ricos en general, deterioro que no ha sido causado, pero sí agudizado por la globalización y la pérdida de competitividad de esos países, provocando la emergencia del populismo de derecha y del proteccionismo, lo cual abre la posibilidad para que los países en desarrollo se integren, reforzando su poder de negociación y promoviendo su industrialización.

Finalmente, es evidente que estamos observando un reacomodo de la economía mundial, y que la globalización ha generado una mayor interdependencia entre los países, restringiendo la autonomía de sus políticas económicas, de tal manera que cada país no puede hacer lo que mejor le parece sin afectar –ni ser afectado– por los demás. Es evidente también que EE.UU. no ha sabido jugar el rol que le correspondía como única superpotencia, cual es el de mediador de conflictos, sino que –por el contrario– ha tomado partido en cada conflicto que se ha presentado. Y la incapacidad de Trump no hará sino empeorar las cosas para ese país.