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Huaycán: La Responsabilidad de los Medios y de la Policía

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El jueves diciembre 1, pobladores de Huaycán atacaron la comisaría de la zona y realizaron actos de vandalismo luego de que circularan rumores sobre “traficantes de órganos” que habrían estado matando niños con ese propósito. Hay varias cosas que deberíamos explicar, siendo la más importante el hecho de que rumores tan grotescos puedan entrar en la cabeza de la gente y provocar una reacción tan violenta e irracional.

La explicación más difundida gira alrededor de supersticiones populares que son aprovechadas por agitadores –o simples desquiciados– para realizar campañas “psicosociales” a través de las redes sociales. Sería interesante, en este caso, examinar el mito andino de los “pishtacos”, que en su versión actual son los “traficantes de órganos”, mito que al parecer se origina con la llegada de los europeos hace 500 años. Para ello debemos ser comprensivos y entender que la experiencia de la población andina tiene que haber sido espeluznante, incluso aterradora, pues, para empezar, tienen que haber dudado de que se tratara de seres humanos: eran colorados, de narices puntiagudas, ojos que brillaban con el sol, muchos con pelos en la cara y sin pelos en la cabeza, sumamente agresivos, etc.

En todo caso, discutir si es correcto acusar a la gente de ignorante y supersticiosa resulta insuficiente y poco útil. Es más, podríamos discutir por mucho rato sin terminar de ponernos de acuerdo. Es posible, sin embargo, ponernos de acuerdo en por lo menos dos lecciones muy sencillas.

La primera lección es que los medios –diarios, estaciones de radio y TV– casi no tienen credibilidad frente a la gente. Y la evidencia es muy clara: si la gente confiara en los medios, entonces buscaría informarse en dichos medios para saber si ese tipo de rumores son ciertos. Pero no buscan información en los medios, no solo porque no creen que esa información sea objetiva, sino también porque no esperan que los medios se preocupen por sus problemas. La prensa amarilla (“diarios chicha” como El Trome y El Popular) no es tomada en serio ni siquiera por sus propios lectores. La banalidad y procacidad de los medios suele ser justificada con el argumento de es eso lo que “le gusta a la gente”. Pero si no ofrecemos temas más dignos y relevantes a la gente, es difícil que cambien sus preferencias.

La segunda lección es que la gente desconfía de la policía y no espera que esta los proteja de los malhechores, por lo que trata de tomarse la justicia en sus propias manos. Esa desconfianza es endémica en nuestro país, y es obviamente más marcada en las zonas más pobres, marginales. La policía no es vista como un servicio público –y haber visto por mucho tiempo a policías trabajando como “guachimanes” de bancos contribuyó a reforzar esa idea– sino como un cuerpo corrupto y abusivo. Esto último tiene un efecto muy perverso, cual es que los jóvenes que buscan ingresar a la policía no lo hagan pensando en el servicio que van a prestar a la comunidad y el buen sueldo que van a ganar, sino más bien en las fechorías que van a poder cometer.

Dado el impacto que sucesos como los de Huaycán tienen sobre el ambiente político-económico, los gremios empresariales deberían dejar un poco de lado el estribillo de que el Perú no progresa porque no los dejan invertir, y preocuparse un poquito por los problemas de la educación, la inseguridad y la corrupción en nuestro país. Ellos tienen la capacidad para mejorar la calidad de los medios y la integridad de la policía. Si no lo hacen es porque son una clase indolente y sin espíritu cívico.