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Yanacocha: Hay que pagarle al cerro

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El presidente Humala parece haber decidido renegar de sus promesas electorales concernientes a la consulta previa a que iban a estar sujetos los grandes proyectos mineros en el país. La declaración del estado de emergencia en Cajamarca así lo revela.

Esto no es algo que debe llamarnos la atención. Ya tuvimos dos casos de “cambio de opinión” de candidatos, con Fujimori en 1990 y con García en el 2006. La clase propietaria peruana no necesita sacudirse de su indolencia política para tener el gobierno que más apetece. Solo tiene que “palabrear” al candidato ya elegido.

Tampoco nos debe llamar la atención la insistencia de Yanacocha en llevar adelante un proyecto que enfrenta la férrea oposición de la población. El aumento del precio del oro hace que la rentabilidad del proyecto haya subido de manera extraordinaria.

Tampoco nos debe llamar la atención la actitud general de la prensa peruana, que usa el término “antiminero” para referirse a la población opuesta a la actividad minera, en contraste -por ejemplo- con el uso de la expresión “nuclear activists” empleado por la prensa europea para referirse a los movimientos opuestos a la expansión de la red de plantas nucleares. Si para la clase propietaria no es muy difícil convencer a un presidente, ganar la simpatía de los medios de comunicación debe ser algo muy sencillo.

Lo que sí podría llamarnos la atención es la antipatía general de los pueblos de la sierra hacia las grandes empresas mineras. Sin embargo, las razones también son aparentes.

Una de ellas son los costos ambientales de la minería, sobre todo en perjuicio de la agricultura. Y comparado con los costos ambientales, el valor agregado que las empresas mineras dejan es muy pequeño. La población es consciente de los grandes beneficios obtenidos por las mineras y siente que no está recibiendo la parte que le corresponde. Este asunto gana importancia como consecuencia del aumento de las expectativas del público como resultado de la elección de Humala. Fenómenos de este tipo son muy temidos por las clases propietarias de todo el mundo.

Existe una antigua tradición entre los pequeños mineros en el Perú de “pagarle” al cerro del que van a extraer el mineral, con el fin de ganar su simpatía y poder llevar adelante sus labores provechosamente. Se suele, por ejemplo, enterrar en el cerro algún animal preparado que sirva de alimento al cerro. Es posible que la tradición haya sido originalmente sugerida por los pobladores de la zona –ansiosos por también beneficiarse de la extracción de recursos que consideraban suyos–, los cuales durante la noche desenterraban el regalo para su propio consumo. Las empresas mineras deberían seguir ese ejemplo, pagando mayores salarios, construyendo infraestructura, colegios, hospitales, etc., en las zonas donde desarrollan sus actividades.

El país debe tomar en cuenta que ni siquiera necesita que el oro sea extraído para aumentar su riqueza. Dejando al oro en sus yacimientos el país ya está ganando dinero, pues el valor de nuestras reservas va subiendo con el aumento del precio real del oro en los mercados internacionales.

También debemos ser conscientes que la amenaza de las mineras de llevarse su dinero del país no puede tomarse en serio, pues simplemente no tendrían adónde llevarlo. Si hay algo que sobra en todo el mundo en estos momentos son fondos de inversión. Lo que falta, más bien, son oportunidades de inversión rentables.
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Un cuarto de kilo de Viagra, por favor

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¿Han escuchado alguna vez de algún individuo que se acerque a una farmacia y pida ¼ de kilo de Viagra? Probablemente no. Ningún hombre necesita una dosis tan elevada del producto para llevar adelante su actividad sexual satisfactoriamente. Existe, sin embargo, la posibilidad de que el individuo exista. Podría, por ejemplo, querer dar la impresión que tiene una profusa actividad sexual. Lo más probable, sin embargo, es que piense que requiere una dosis muy alta para poder cumplir a plenitud con su mujer; e incluso la idea podría haber sido originalmente de ella. Pero, obviamente, tal dosis podría ser peligrosa para él (no digamos para ella también).

La acumulación de $50,000 millones de reservas internacionales por el Banco Central de Reserva del Perú (BCR), un nivel nunca antes alcanzado por el Perú, sea en términos absolutos o relativos, refleja una actitud similar a la del tipo que quiere comprar ¼ de kilo de Viagra en la farmacia. Efectivamente, aunque el BCR esgrime varios argumentos buscando justificar la acumulación desmedida de reservas –como veremos–, ninguno de ellos es válido, ni compensa al país por los costos y riesgos que dicha acumulación implica.

El principal argumento a favor de dicha acumulación es que ésta es necesaria para “blindar” la economía peruana frente a las vicisitudes de la economía mundial, esto es, de la posibilidad de que caigan los precios de nuestras exportaciones –básicamente minerales–, o de que se origine una repentina y masiva fuga de capitales del país. Sin embargo, no es razonable pensar que dichas eventualidades vayan a presentarse.

En primer lugar, la probabilidad de una caída significativa de los precios de los minerales en un futuro cercano (y lejano) es muy baja, dada la tendencia al alza de dichos precios en los mercados internacionales; también del hecho de que no se ha dado una burbuja de precios luego de la caída del 2008; y también porque el rol de Asia –y de China en particular– como importadores de minerales durante la última década ha estado creciendo a costa de Estados Unidos y Europa, que son las dos regiones más afectadas por la crisis mundial.

En segundo lugar, la probabilidad de que ocurra una fuga de capitales como resultado de trastornos de la economía doméstica, es también exigua. De hecho, las bajas tasas de retorno y los altos niveles de riesgo en los mercados financieros de Estados Unidos y Europa, provocarán más bien un influjo de capitales hacia nuestros países en un futuro no muy lejano. O sea, aun cuando tuvieran muchas razones para abandonar el país, los capitales no saldrían porque no tienen adónde ir.

En todo caso, con políticas mucho menos costosas –alternativas a la acumulación de reservas– se pueden evitar los flujos súbitos de capitales –y no solamente sus consecuencias. Una de ellas es la introducción de un impuesto a las transacciones financieras, tal como fue sugerido originalmente por James Tobin, Premio Nobel de Economía, con el fin de restringir los flujos de fondos especulativos de corto plazo. Este tipo de impuesto, tal como nos hacía notar Paul Krugman recientemente, es aplicado incluso por dos países que son considerados como los de mayor libertad económica en el mundo, como son Hong Kong y Singapur. De manera similar, existen otros instrumentos alternativos que se pueden usar con el propósito de atenuar la volatilidad excesiva de los flujos de capital. Entre ellos podemos mencionar la tasa de interés de referencia del BCR; el límite máximo de fondos a ser invertidos en el extranjero por las Administradoras de Fondos de Pensiones; el requerimiento de reservas por depósitos bancarios en moneda extranjera; etc.

Otro argumento con que el BCR justifica un elevado monto de reservas es que eventualmente necesitará usarlas para atenuar la volatilidad del tipo de cambio mediante su intervención en el mercado cambiario. Sin embargo, es discutible que se necesite un monto tan elevado de reservas para cumplir con tal propósito, pues –por ejemplo– los Bancos Centrales de Chile y Colombia, países que tienen sectores externos mucho más grandes que el Perú tienen un menor volumen de reservas. En efecto, mientras que las reservas internacionales del Perú representan actualmente un 80% del valor total de su comercio exterior –valor de las exportaciones + importaciones anuales de bienes y servicios–, en el caso de Chile equivalen a solo 25%, mientras que en el caso de Colombia equivalen al 48%.

En todo caso, la acumulación de reservas que ha resultado de la intervención del BCR en el mercado cambiario no puede ser presentada como el resultado de una política de reducción de la volatilidad del tipo de cambio, pues en dicho caso el nivel de reservas pudo haberse mantenido básicamente constante. Es obvio que la intención ha sido más bien evitar la revaluación del sol, esto es, la devaluación del dólar.

Otro argumento usado para justificar el elevado nivel de reservas es que la dolarización de la economía así lo requiere. Sin embargo, la dolarización es precisamente una de las razones por las cuales el país requeriría de un menor nivel de reservas para enfrentar una eventual fuga de capitales. Efectivamente, una fuga de capitales debe generar una menor demanda por moneda extranjera si parte de los fondos ya están inicialmente denominados en dólares. Debe entenderse, pues, que la dolarización de la economía no necesariamente implica una mayor demanda, pero sí una mayor oferta de moneda extranjera.

Pero la obsesión por acumular reservas –que recuerda las políticas mercantilistas de las potencias coloniales europeas a lo largo de tres siglos– no solamente es injustificable, sino que tiene importantes costos para el país. ¿Cuáles son esos costos?

Un primer costo, resulta del hecho que gran parte de que esos $50,000 millones son invertidos por el BCR en el extranjero en activos líquidos que ganan intereses muy bajos, y negativos en términos reales. Además, en gran medida tales activos están denominados en dólares o en euros, lo cual es muy riesgoso por la tendencia a la baja de dichas monedas. En el caso del dólar, el principal interesado en devaluar dicha moneda es el mismo gobierno norteamericano, pues ésta podría ser la única forma que encuentre para cerrar su déficit en cuenta corriente y pagar su deuda pública. En el caso del euro la situación es más complicada, pero similar.

Además, los valores que conforman nuestras reservas internacionales son, a final de cuentas, dinero que nuestro país presta a los países ricos. Y ha sido el mismo presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, quien ha mostrado su preocupación por la gran disposición que mantienen nuestros países para prestar dinero a los países ricos, que ahora no tienen con qué pagar sus deudas. Y a ese problema ha contribuido del BCR con su granito de arena.

Un segundo costo resulta del dólar sobrevaluado con respecto a su valor de libre mercado –producto de la acumulación de reservas por el BCR–, y es que contribuye a aumentar las sobreganancias de las corporaciones mineras (y de las mafias de narcotraficantes), a las cuales el Estado luego se niega a cobrar los impuestos que les corresponde pagar por rentas que resultan de la extracción de productos mineros que mantienen altos precios en los mercados internacionales. Y ello expensas del agotamiento de nuestros recursos naturales.

Un tercer costo concierne los elevados costos de administración de dichos fondos; y la depreciación del dólar y de las monedas de los demás países ricos, monedas en las cuales están denominados los valores incluidos en dichos fondos.

Pero el costo más importante del mantenimiento de las reservas es el costo de oportunidad. Efectivamente, invertir por lo menos parte de ese dinero en infraestructura, salud y educación en nuestro país sería no solamente mucho menos riesgoso sino también mucho más rentable. La situación actual es solo una manera de mantener nuestros recursos ociosos (¿recuerdan al “perro del hortelano”?).

Se podría objetar nuestra propuesta argumentando que los dólares que conforman las reservas en realidad no pertenecen al BCR, por lo que no podrían ser gastados. Pero del total de reservas, más de $30,000 millones conforman la posición de cambio del BCR, que excluye sus obligaciones en moneda extranjera con los bancos locales y otros agentes domésticos.

Otra objeción sería que gastar (invertir) parte de las reservas podría causar inflación. Pues, para empezar, cualquier tipo de inversión, incluyendo la inversión extranjera, al aumentar la demanda agregada, es potencialmente inflacionaria, por lo que el riesgo inflacionario no puede ser una razón para oponerse al aumento de la inversión. Lo importante es cuál es el gasto que se realiza y cómo es éste financiado. Además, si se deja de comprar dólares y de acumular reservas, el efecto depresivo sobre el tipo de cambio contribuiría a contener las presiones inflacionarias.

No hay, pues, razones válidas para mantener un nivel tan alto de reservas, no solo porque dicha política es costosa y riesgosa, sino también porque implica mantener ociosos nuestros propios recursos.

Ante argumentos que apelan a nuestro sentido común, ¿cómo explicar, entonces, la política obstinada del BCR de acumular más y más reservas? Ya hemos indicado que dicha acumulación tiene que ver –en parte– con la intervención del BCR en el mercado de cambios con el propósito de prevenir la revaluación del sol. Otro propósito, aún más importante, es ganar la simpatía y la confianza de los grandes bancos y corporaciones internacionales, así como de organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a quienes les interesa sobre todo nuestra capacidad para cumplir con nuestros acreedores.

De esta manera, el rol de estos bancos internacionales y organismos multilaterales es similar al de la mujer que sugiere al individuo comprar ¼ de kilo de Viagra.
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