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El problema del transporte urbano en Lima Metropolitana

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El tamaño del parque automotor de Lima Metropolitana es actualmente de más de 1.5 millones de vehículos, y está creciendo a una tasa anual de 15%, la cual –de mantenerse- hará que dentro de 5 años el número de unidades se duplique a 3 millones.

En gran medida como resultado de este crecimiento del parque automotor, han surgido una serie de problemas que hoy parecen imposibles de resolver; problemas tales como la lentitud del tráfico, el agravamiento de la contaminación ambiental, y el aumento del número de accidentes provocados básicamente por los conductores (la gran cantidad de “rompemuelles” en la ciudad nos dice de la poca disposición de los conductores para respetar voluntariamente las reglas de tránsito).

Esta situación resulta en parte del hecho que, por mucho tiempo, se ha incentivado el uso de vehículos motorizados mediante las normas de tránsito, la provisión de infraestructura (puentes peatonales), y otras reglas de juego (importación de vehículos usados; pasajes escolares y universitarios).

La gravedad de los problemas asociados a la circulación de un elevado número de vehículos motorizados ha llevado a muchas ciudades en el mundo a tomar una serie de medidas, tales como prohibir la circulación de vehículos por cierto número de días a la semana, o por su antigüedad, buscando de esta manera reducir el tráfico de vehículos.

Sería más eficiente, sin embargo, reducir el tráfico de vehículos motorizados aumentando el precio del combustible, instalando parquímetros, castigando con más rigor las infracciones de tránsito, haciendo más rigurosas las revisiones técnicas, etc.

Pero más eficiente aún sería promover el uso de medios alternativos, no motorizados, de transporte urbano, tales como la bicicleta. De hecho, en grandes urbes alrededor del mundo (sobre todo en Estados Unidos y en Europa), no solamente se ha levantado infraestructura sino también se han implementado programas especiales, tales como el alquiler compartido de bicicletas como una manera de facilitar su uso.

Si bien proveer la infraestructura apropiada –ciclovías, barras de aseguramiento de bicicletas, etc.– y tomar otro tipo de medidas puede ser muy útil, la mejor manera de promover el uso de la bicicleta es hacer que los niños y jóvenes descubran la magia del ciclismo, y eso no debería ser difícil en una ciudad como Lima, pues –por sus características naturales– Lima es un paraíso para el ciclismo: la ciudad es básicamente plana, no llueve, no corre viento, no hace ni el frío ni el calor que hace en casi cualquier otro lugar del mundo, y no existen cambios abruptos en el estado del tiempo.

En estas circunstancias, puede ser muy fácil lograr que muchos jóvenes sueñen con volverse ciclistas profesionales, simplemente haciéndoles montar una bicicleta de buena calidad, bien preparada y con ruedas de alta presión para que descubran que pueden pedalear, en una superficie plana y con la ropa adecuada, a una velocidad de 25km/h, sin mayor esfuerzo y sin cansarse. Y esas pruebas deberían ofrecérseles en los colegios.

El problema es que los colegios no tienen ni una sola bicicleta, ni proveen a los jóvenes de ningún tipo de educación ciclística, en que se
les enseñe a dar importancia al buen mantenimiento de sus bicicletas en cuestiones tales como el balanceo y la presión de las llantas, la altura correcta del asiento, la distancia apropiada entre el timón y el asiento, o la geometría y rigidez del cuadro o chasís de sus bicicletas en general. Ni siquiera se les enseña sobre el uso correcto de sus bicicletas, particularmente de los cambios de velocidad. De esta manera, los jóvenes en Lima no solo montan bicicletas de mala calidad y pésimo mantenimiento, sino que ni siquiera las usan bien.

Tenemos también el tremendo problema de que el ciclismo ha desaparecido como deporte en el Perú, y ya no se realizan las competencias que había en el Campo de Marte de Jesús María, y en el velódromo de San Martín de Porres. Es más, el ciclismo prácticamente no existe en los programas deportivos de la televisión.

Otro gran problema es la seguridad de los ciclistas, pues a los conductores no se les enseña a respetar a los ciclistas, y su reacción frente a un accidente que lastime a un ciclista es simplemente darse a la fuga. Es más, en el proceso de emisión de licencias de conducir por el Touring Club ni siquiera se advierte a los conductores sobre las precauciones que deben tomar en relación a los ciclistas.

Por último, debemos tener en cuenta que la bicicleta es el medio de transporte que le corresponde al 80% de la población limeña por su nivel de ingreso, la cual podría llegar de sus hogares a sus centros de estudio o de trabajo más rápidamente que usando el transporte público –y, de paso, entreteniéndose y ejercitando para mantener un buen estado físico.

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El Exceso Mundial de Liquidez y la Carga de la Deuda

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La presidente de Brasil, Dilma Rousseff, acusó hace unos días a los países ricos de estar desarrollando un “tsunami monetario”, y expresó su preocupación por las políticas monetarias expansivas de esos países, sus bajas tasas de interés, y su afán por devaluar sus monedas. Ello es confirmado por el aumento récord de 20% de la oferta de dinero (M1) por la Reserva Federal el año pasado, el reciente incremento por un total de $1.43 billones (millones de millones) de fondos de rescate por el Banco Central Europeo y el FMI, y la resistencia de los gobiernos europeos a equilibrar sus cuentas fiscales.

¿Qué exactamente buscan con ello, y por qué puede ser esto un problema para otros países? Las respuestas pueden no ser muy sencillas, dado lo complicado de los problemas que están detrás. Podemos decir, sin embargo, que son dos los objetivos básicos que se persiguen o se deben perseguir: ordenar los mercados financieros y cerrar algunos desequilibrios fundamentales.

Para ordenar los mercados financieros es necesario primero repartir entre los bancos y los deudores las pérdidas económicas causantes de –y causadas por– la crisis. Y el reciente caso de Grecia es un ejemplo muy claro de ello: los bancos han tenido que negociar con Grecia qué porcentaje de la deuda debían condonar para evitar que el país se declare en quiebra (dejase de pagar).

El monto gastado hasta ahora para rescatar la economía mundial es estimado en $14 billones (unas 80 veces el PBI peruano), y nos da una idea de la magnitud de esas pérdidas, provocadas en gran medida por la desregulación, la financiarización y la globalización de los últimos 30 años, fenómenos que facilitaron un enorme crecimiento y mayor sofisticación de los mercados financieros, pero también dificultaron tremendamente su administración.

Actualmente, el problema básico detrás del desorden financiero es la carga de deuda que agobia a los sectores públicos y privados en muchos países ricos, sobre todo Estados Unidos y los países de Europa Occidental con la excepción de Alemania, deuda que está en manos de China, los Tigres Asiáticos y los países exportadores de petróleo.

Un problema con los mercados financieros es que lo que es un activo para unos es un pasivo para otros, por lo que su crecimiento puede agilizar el funcionamiento del sector real de la economía, pero no constituye por sí solo un aumento de la riqueza neta de un país. De esta manera, estos mercados deben sufrir graves problemas si esos activos (y pasivos) terminan por estar distribuidos de una manera totalmente dispareja. Y eso es lo que ha terminado por ocurrir durante los últimos 30 años.

Tomando en cuenta que la deuda pública –que no es (o tiene que ser) igual a la deuda externa de un país– de muchos países ricos sobrepasa el 100% de su PBI, y dado que las tasas nominales de interés ya no pueden caer más, se requiere ahora aumentar los niveles de precios para reducir tanto el valor real de la deuda como el costo de su servicio. Economistas tan destacados como Paul Krugman y Kenneth Rogoff han coincidido hace poco en reconocer que puede ser necesario un poco de inflación. Y aumentar la oferta de dinero es una manera de lograrlo. Esta salida es una manera de hacer que los acreedores (o ahorristas) a nivel mundial paguen una parte del costo de la crisis.

Pero tanto o más necesario que ordenar los mercados financieros es corregir algunas distorsiones de precios, con el fin de eliminar algunos desequilibrios fundamentales que afectan actualmente la economía mundial, el más importante de los cuales son los déficits en Cuenta Corriente que los Estados Unidos ha mantenido por tres décadas. Devaluar el dólar en términos reales es una forma de lograr ese objetivo, pero eso va a ser muy difícil de lograr dado que requiere que la tasa de devaluación sea mayor que la de inflación, lo que a su vez requiere una menor demanda mundial por dólares.

Otro desequilibrio fundamental es el que en la literatura económica se denomina “exceso global de liquidez”, y que se refiere al crecimiento desproporcionado de la liquidez mundial con relación al valor nominal del producto mundial, y que se refleja en la caída de las tasas de interés, lo cual a su vez induce un manejo muy relajado de los fondos financieros. Este es un problema que se va a complicar si Estados Unidos sigue aumentando su oferta de dinero sin producir una devaluación del dólar; o sea, sin lograr que baje la demanda por su moneda.

Debemos notar que este exceso global de liquidez fue alimentado en gran medida por el creciente endeudamiento (déficits en Cuenta Corriente) de Estados Unidos, a su vez hecho posible por un sistema monetario internacional asimétrico, donde la creciente demanda mundial por liquidez se traduce en una mayor demanda por dólares y valores norteamericanos (en lo cual el Banco Central peruano ha puesto su granito de arena acumulando más de $50,000 millones en reservas internacionales durante los últimos 20 años). Esto sugiere la necesidad de reformar el sistema monetario internacional, de tal forma que la liquidez global sea administrada por consenso internacional.

Pero también debemos tomar en cuenta que la caída en las tasas de interés asociada al exceso global de liquidez refleja al mismo tiempo el hecho que los sectores reales de las economías no encuentran la manera de hacer un uso productivo de los fondos de inversión. Ello obviamente tiene que ver con la caída en la competitividad de los países ricos con relación a las economías emergentes. Es necesario, entonces, que los países ricos aceleren su progreso tecnológico, bajen sus salarios reales y reduzcan el poder monopólico de las grandes corporaciones. Obviamente, eso no es nada fácil.

Finalmente, debemos hacer notar que aun cuando se tomen las “medidas correctas”, el proceso de recuperación no va a ser fácil. Hay mucho dinero que ya se ha perdido, y ahora hay que pagar por ello (y encontrar quién lo va a hacer). Debe también estar claro que si no se toman las medidas correctas, ello no debe implicar necesariamente una gran hecatombe, pero sí un crecimiento vegetativo de la economía mundial por mucho tiempo.
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Yanacocha: Hay que pagarle al cerro

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El presidente Humala parece haber decidido renegar de sus promesas electorales concernientes a la consulta previa a que iban a estar sujetos los grandes proyectos mineros en el país. La declaración del estado de emergencia en Cajamarca así lo revela.

Esto no es algo que debe llamarnos la atención. Ya tuvimos dos casos de “cambio de opinión” de candidatos, con Fujimori en 1990 y con García en el 2006. La clase propietaria peruana no necesita sacudirse de su indolencia política para tener el gobierno que más apetece. Solo tiene que “palabrear” al candidato ya elegido.

Tampoco nos debe llamar la atención la insistencia de Yanacocha en llevar adelante un proyecto que enfrenta la férrea oposición de la población. El aumento del precio del oro hace que la rentabilidad del proyecto haya subido de manera extraordinaria.

Tampoco nos debe llamar la atención la actitud general de la prensa peruana, que usa el término “antiminero” para referirse a la población opuesta a la actividad minera, en contraste -por ejemplo- con el uso de la expresión “nuclear activists” empleado por la prensa europea para referirse a los movimientos opuestos a la expansión de la red de plantas nucleares. Si para la clase propietaria no es muy difícil convencer a un presidente, ganar la simpatía de los medios de comunicación debe ser algo muy sencillo.

Lo que sí podría llamarnos la atención es la antipatía general de los pueblos de la sierra hacia las grandes empresas mineras. Sin embargo, las razones también son aparentes.

Una de ellas son los costos ambientales de la minería, sobre todo en perjuicio de la agricultura. Y comparado con los costos ambientales, el valor agregado que las empresas mineras dejan es muy pequeño. La población es consciente de los grandes beneficios obtenidos por las mineras y siente que no está recibiendo la parte que le corresponde. Este asunto gana importancia como consecuencia del aumento de las expectativas del público como resultado de la elección de Humala. Fenómenos de este tipo son muy temidos por las clases propietarias de todo el mundo.

Existe una antigua tradición entre los pequeños mineros en el Perú de “pagarle” al cerro del que van a extraer el mineral, con el fin de ganar su simpatía y poder llevar adelante sus labores provechosamente. Se suele, por ejemplo, enterrar en el cerro algún animal preparado que sirva de alimento al cerro. Es posible que la tradición haya sido originalmente sugerida por los pobladores de la zona –ansiosos por también beneficiarse de la extracción de recursos que consideraban suyos–, los cuales durante la noche desenterraban el regalo para su propio consumo. Las empresas mineras deberían seguir ese ejemplo, pagando mayores salarios, construyendo infraestructura, colegios, hospitales, etc., en las zonas donde desarrollan sus actividades.

El país debe tomar en cuenta que ni siquiera necesita que el oro sea extraído para aumentar su riqueza. Dejando al oro en sus yacimientos el país ya está ganando dinero, pues el valor de nuestras reservas va subiendo con el aumento del precio real del oro en los mercados internacionales.

También debemos ser conscientes que la amenaza de las mineras de llevarse su dinero del país no puede tomarse en serio, pues simplemente no tendrían adónde llevarlo. Si hay algo que sobra en todo el mundo en estos momentos son fondos de inversión. Lo que falta, más bien, son oportunidades de inversión rentables.
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Un cuarto de kilo de Viagra, por favor

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¿Han escuchado alguna vez de algún individuo que se acerque a una farmacia y pida ¼ de kilo de Viagra? Probablemente no. Ningún hombre necesita una dosis tan elevada del producto para llevar adelante su actividad sexual satisfactoriamente. Existe, sin embargo, la posibilidad de que el individuo exista. Podría, por ejemplo, querer dar la impresión que tiene una profusa actividad sexual. Lo más probable, sin embargo, es que piense que requiere una dosis muy alta para poder cumplir a plenitud con su mujer; e incluso la idea podría haber sido originalmente de ella. Pero, obviamente, tal dosis podría ser peligrosa para él (no digamos para ella también).

La acumulación de $50,000 millones de reservas internacionales por el Banco Central de Reserva del Perú (BCR), un nivel nunca antes alcanzado por el Perú, sea en términos absolutos o relativos, refleja una actitud similar a la del tipo que quiere comprar ¼ de kilo de Viagra en la farmacia. Efectivamente, aunque el BCR esgrime varios argumentos buscando justificar la acumulación desmedida de reservas –como veremos–, ninguno de ellos es válido, ni compensa al país por los costos y riesgos que dicha acumulación implica.

El principal argumento a favor de dicha acumulación es que ésta es necesaria para “blindar” la economía peruana frente a las vicisitudes de la economía mundial, esto es, de la posibilidad de que caigan los precios de nuestras exportaciones –básicamente minerales–, o de que se origine una repentina y masiva fuga de capitales del país. Sin embargo, no es razonable pensar que dichas eventualidades vayan a presentarse.

En primer lugar, la probabilidad de una caída significativa de los precios de los minerales en un futuro cercano (y lejano) es muy baja, dada la tendencia al alza de dichos precios en los mercados internacionales; también del hecho de que no se ha dado una burbuja de precios luego de la caída del 2008; y también porque el rol de Asia –y de China en particular– como importadores de minerales durante la última década ha estado creciendo a costa de Estados Unidos y Europa, que son las dos regiones más afectadas por la crisis mundial.

En segundo lugar, la probabilidad de que ocurra una fuga de capitales como resultado de trastornos de la economía doméstica, es también exigua. De hecho, las bajas tasas de retorno y los altos niveles de riesgo en los mercados financieros de Estados Unidos y Europa, provocarán más bien un influjo de capitales hacia nuestros países en un futuro no muy lejano. O sea, aun cuando tuvieran muchas razones para abandonar el país, los capitales no saldrían porque no tienen adónde ir.

En todo caso, con políticas mucho menos costosas –alternativas a la acumulación de reservas– se pueden evitar los flujos súbitos de capitales –y no solamente sus consecuencias. Una de ellas es la introducción de un impuesto a las transacciones financieras, tal como fue sugerido originalmente por James Tobin, Premio Nobel de Economía, con el fin de restringir los flujos de fondos especulativos de corto plazo. Este tipo de impuesto, tal como nos hacía notar Paul Krugman recientemente, es aplicado incluso por dos países que son considerados como los de mayor libertad económica en el mundo, como son Hong Kong y Singapur. De manera similar, existen otros instrumentos alternativos que se pueden usar con el propósito de atenuar la volatilidad excesiva de los flujos de capital. Entre ellos podemos mencionar la tasa de interés de referencia del BCR; el límite máximo de fondos a ser invertidos en el extranjero por las Administradoras de Fondos de Pensiones; el requerimiento de reservas por depósitos bancarios en moneda extranjera; etc.

Otro argumento con que el BCR justifica un elevado monto de reservas es que eventualmente necesitará usarlas para atenuar la volatilidad del tipo de cambio mediante su intervención en el mercado cambiario. Sin embargo, es discutible que se necesite un monto tan elevado de reservas para cumplir con tal propósito, pues –por ejemplo– los Bancos Centrales de Chile y Colombia, países que tienen sectores externos mucho más grandes que el Perú tienen un menor volumen de reservas. En efecto, mientras que las reservas internacionales del Perú representan actualmente un 80% del valor total de su comercio exterior –valor de las exportaciones + importaciones anuales de bienes y servicios–, en el caso de Chile equivalen a solo 25%, mientras que en el caso de Colombia equivalen al 48%.

En todo caso, la acumulación de reservas que ha resultado de la intervención del BCR en el mercado cambiario no puede ser presentada como el resultado de una política de reducción de la volatilidad del tipo de cambio, pues en dicho caso el nivel de reservas pudo haberse mantenido básicamente constante. Es obvio que la intención ha sido más bien evitar la revaluación del sol, esto es, la devaluación del dólar.

Otro argumento usado para justificar el elevado nivel de reservas es que la dolarización de la economía así lo requiere. Sin embargo, la dolarización es precisamente una de las razones por las cuales el país requeriría de un menor nivel de reservas para enfrentar una eventual fuga de capitales. Efectivamente, una fuga de capitales debe generar una menor demanda por moneda extranjera si parte de los fondos ya están inicialmente denominados en dólares. Debe entenderse, pues, que la dolarización de la economía no necesariamente implica una mayor demanda, pero sí una mayor oferta de moneda extranjera.

Pero la obsesión por acumular reservas –que recuerda las políticas mercantilistas de las potencias coloniales europeas a lo largo de tres siglos– no solamente es injustificable, sino que tiene importantes costos para el país. ¿Cuáles son esos costos?

Un primer costo, resulta del hecho que gran parte de que esos $50,000 millones son invertidos por el BCR en el extranjero en activos líquidos que ganan intereses muy bajos, y negativos en términos reales. Además, en gran medida tales activos están denominados en dólares o en euros, lo cual es muy riesgoso por la tendencia a la baja de dichas monedas. En el caso del dólar, el principal interesado en devaluar dicha moneda es el mismo gobierno norteamericano, pues ésta podría ser la única forma que encuentre para cerrar su déficit en cuenta corriente y pagar su deuda pública. En el caso del euro la situación es más complicada, pero similar.

Además, los valores que conforman nuestras reservas internacionales son, a final de cuentas, dinero que nuestro país presta a los países ricos. Y ha sido el mismo presidente de la Reserva Federal de EE.UU., Ben Bernanke, quien ha mostrado su preocupación por la gran disposición que mantienen nuestros países para prestar dinero a los países ricos, que ahora no tienen con qué pagar sus deudas. Y a ese problema ha contribuido del BCR con su granito de arena.

Un segundo costo resulta del dólar sobrevaluado con respecto a su valor de libre mercado –producto de la acumulación de reservas por el BCR–, y es que contribuye a aumentar las sobreganancias de las corporaciones mineras (y de las mafias de narcotraficantes), a las cuales el Estado luego se niega a cobrar los impuestos que les corresponde pagar por rentas que resultan de la extracción de productos mineros que mantienen altos precios en los mercados internacionales. Y ello expensas del agotamiento de nuestros recursos naturales.

Un tercer costo concierne los elevados costos de administración de dichos fondos; y la depreciación del dólar y de las monedas de los demás países ricos, monedas en las cuales están denominados los valores incluidos en dichos fondos.

Pero el costo más importante del mantenimiento de las reservas es el costo de oportunidad. Efectivamente, invertir por lo menos parte de ese dinero en infraestructura, salud y educación en nuestro país sería no solamente mucho menos riesgoso sino también mucho más rentable. La situación actual es solo una manera de mantener nuestros recursos ociosos (¿recuerdan al “perro del hortelano”?).

Se podría objetar nuestra propuesta argumentando que los dólares que conforman las reservas en realidad no pertenecen al BCR, por lo que no podrían ser gastados. Pero del total de reservas, más de $30,000 millones conforman la posición de cambio del BCR, que excluye sus obligaciones en moneda extranjera con los bancos locales y otros agentes domésticos.

Otra objeción sería que gastar (invertir) parte de las reservas podría causar inflación. Pues, para empezar, cualquier tipo de inversión, incluyendo la inversión extranjera, al aumentar la demanda agregada, es potencialmente inflacionaria, por lo que el riesgo inflacionario no puede ser una razón para oponerse al aumento de la inversión. Lo importante es cuál es el gasto que se realiza y cómo es éste financiado. Además, si se deja de comprar dólares y de acumular reservas, el efecto depresivo sobre el tipo de cambio contribuiría a contener las presiones inflacionarias.

No hay, pues, razones válidas para mantener un nivel tan alto de reservas, no solo porque dicha política es costosa y riesgosa, sino también porque implica mantener ociosos nuestros propios recursos.

Ante argumentos que apelan a nuestro sentido común, ¿cómo explicar, entonces, la política obstinada del BCR de acumular más y más reservas? Ya hemos indicado que dicha acumulación tiene que ver –en parte– con la intervención del BCR en el mercado de cambios con el propósito de prevenir la revaluación del sol. Otro propósito, aún más importante, es ganar la simpatía y la confianza de los grandes bancos y corporaciones internacionales, así como de organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, a quienes les interesa sobre todo nuestra capacidad para cumplir con nuestros acreedores.

De esta manera, el rol de estos bancos internacionales y organismos multilaterales es similar al de la mujer que sugiere al individuo comprar ¼ de kilo de Viagra.
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The Windfall Taxes on Extractive Industries in Peru

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It has been announced that the new Peruvian government has begun negotiating with mining corporations concerning windfall taxes on extractive industries, currently profiting from the continuous increase of mineral prices in global markets, but that –anyway– remain unwilling to accept any tax increases.

When studying production, international trade and general equilibrium, neoclassical economic theory does not generally distinguish between renewable and non-renewable resources and, apparently, we should not be able to find solid arguments in favor of higher taxes –or a different tributary regime, in general– to be applied to corporations exploiting non-renewable resources.

However, I will try to suggest here some arguments in that sense. A first question to be considered is that the difference between exploiting renewable and non-renewable resources is analogous to the difference between renting and selling a property: when renting a property we remain the owners of the property at the end of the renting contract, which is not the case when we sell it. In effect, although the business press typically uses the term “production” when referring to the extraction of non-renewable resources, it is clear that such resources cannot be produced, and are depleted by their exploitation.

A second question to be considered is that the extraction of non-renewable resources is a case of intergenerational trade: if we consume our non-renewable resources now, future generations will not be able to do the same. Obviously, it can always be argued that we can presently invest the revenue acquired by extracting those resources, thus allowing future generations to enjoy at least part of the benefits. However, there is not only the problem that we will not necessarily invest those resources in a productive way, but also the fact that it would be impossible to find a sensible way to distribute those benefits among different generations.

Going to the point, it is important to understand that a concession to a foreign company for exploiting renewable resources is equivalent to renting a property for which we receive periodical payments, and regain control of the resource at the end of the contract. We can be certain that such operation will have a positive return as the discounted value of the periodical payments will necessarily be larger than zero for any positive discount rate (we are assuming here that the resource does not suffer any deterioration during the concession period).

On the other hand, a concession to a foreign company for exploiting non-renewable resources is equivalent to selling a property for a given price (payment). In order to make the comparison easier, we can assume that the payment is made through a period of time. In this way, we can say that the operation will have a positive return only if the discounted value of those payments is larger than the current value of the resources being sold, and this cannot occur for any positive discount rate.

As we can see, even if we cannot directly compare the rates of return of both operations – to begin with, we do not have the current value of the non-renewable resources being sold, although we are assuming it is positive– we can be certain that the rate of return of the concession of non-renewable resources will not necessarily be positive. Thus, higher taxes on these operations can be seen as a way of increasing the probability we will obtain a positive return.

But we can find even additional reasons for higher taxes to be charged on corporations operating in the extraction of non-renewable resources. One of them is the low domestic value added they generate because of their use of capital-intensive technology –that reduces the demand for labor and, thus, the amount of wages they pay– and the fact that they are usually foreign-owned –which lowers the amount of profits that remain in the country.

Another reason has to do with the environmental damages caused by extractive industries, which imply that the final domestic value added is actually lower, as it is necessary to subtract the cost of fixing such damages. This fact is behind the numerous uprisings of Andean communities in Southern Peru rejecting the entry of mining corporations into their lands.

One more reason is that taxes are usually charged on the corporations’ profits, which can be easily undervalued by the manipulation of transfer prices. Besides, although an exchange rate revaluation is usually brought about by higher export revenues (the “Dutch disease”), which can have a negative effect on their profits –and those of other businesses in the tradable sector of the economy–,central banks’ intervention in foreign-exchange markets usually seek to revert such effect.

One final reason is given by the fact that the prices of minerals and other natural resources will most likely keep on going up because of the larger demand that results from the growth of emerging economies and their closer integration to the global economy; and the higher taxes would be a way for developing countries to receive a fair share of the earnings.

Transnational corporations operating in this business have their own counterarguments. The stability-of-the-rules argument is fallacious and used by them because they currently enjoy favorable tributary conditions, and would not be used otherwise. In any case, rich countries have found in the signing of free trade agreements –negotiated bilaterally– an effective way of protecting the interests of their corporations by including this issue among the clauses of those agreements.

The country-risk argument –or the threat of capitals moving out of the country if taxes are increased– is simply nonsense. First, because exporting developing countries can reach agreements concerning similar tributary regimes on extractive industries. Second, because it would be very difficult for those corporations to find alternative activities in which they would be able to obtain the same -or higher- profit rates, as a global depression of such rates is currently being observed.

Because of the support foreign corporations receive from the domestic private sector and corrupt politicians –something that increases their negotiating power– it usually results cheaper for them to defend their interests spending in propaganda, instead of agreeing to pay more taxes or investing in the protection of the environment.

The fact that during the recent presidential campaign in Peru all main candidates expressed their support –some of them perhaps unwillingly– to the introduction of windfall taxes, reveals an increasing public awareness of the problem that politicians will not be able to ignore.
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The Recent Growth of Mortgage Credit in Peru

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The Association of Banks –Asbanc– recently announced in its website that in May of this year private-banks’ mortgage credits amounted to a total of more than 17 billion soles, which represents an increment of 27% with respect to May of 2010. According to Asbanc, this rapid increase is the result of “a strong housing demand, given the high deficit of housing”, and that the banks have limited themselves of satisfy such demand “increasing their credit supply”.

Although Asbanc appears to give more importance to the effect of demand, it is obvious that, as in every market, both the price (the interest rate) and the quantity (the amount of credits) are simultaneously determined by supply and demand, and that an increase in the amount of credits can be brought about by an increase in any of them. However, there a very important difference: increases in demand should cause, ceteris paribus, a rise in the interest rate, while increases in supply should result in lower interest rates.

What appears to be happening in this case is that the most important effect is that of an increase in the supply of credit, and that, as a result, we may now have real interest rates that are excessively low to be maintained much longer. In fact, given that the current nominal interest rate charged for mortgage credits is 8.4%, while the value of the dollar with respect to the sol has fallen in seven of the last eight years at an average annual rate of 2.9%, simple arithmetic tells us that the nominal interest rate in soles is only 5.5%, which appears to be low in the case of a nominal, long-term rate.

But the relevant variable in this case is the real interest rate, which can be calculated in two different ways. A first way is subtracting the Central Bank’s “underlying inflation” (3%) from the nominal interest rate (5.5%), which gives a real interest rate of only 2.5%. A second way is subtracting not the “underlying inflation” but the inflation rate of housing prices. In this case –and taking into consideration that, according to the Peruvian Chamber of Construction, Capeco, and the BBVA-Banco Continental, the dollar price of a square meter currently grows at about 15% a year in some districts of Lima– we find that the corresponding inflation rate in soles is 12.1%, which in time gives us a real interest rate in soles equal to -6.6% (i.e., 5.5% minus 12.1%).

Thus, it is apparent that in this case the effect of the increase in supply outweighs that of the increase in demand; and the longer terms at which loans are being granted only corroborates our assertion. As a result, the current real cost of credit may be excessively low, and even negative. Although there has been an increase in demand –caused by the rise in households´ income; and by the de-dollarization process that has led to the substitution of the dollar for real state as a means of saving; and even by the existence of a contained demand–, on the other hand, several factors contributing to an increase in the supply of funds can be identified, the most important one being the low rate of return on financial funds in international markets, caused by a world excess of dollar liquidity.

Although there are several ways of objecting the accuracy and relevance of the figures involved, it appears to be obvious that the behavior of the variables involved –i.e., the rates of interest, inflation and devaluation– cannot be sustained in the medium-, much less long term, and that an abrupt reversion in their evolution may bring about serious problems, and not only to the banks. The aphorism attributed to Milton Friedman “there’s no such thing as a free lunch” should make us understand that if someone is getting credit for free, there must be others that are paying, or will end up paying, for it.

A similar situation (rising housing prices, increasing mortgage credit and low interest rates) took place during the unrestrained growth of financial markets in the U.S. during the years previous to the blowing of the real estate bubble in 2008. However, such growth was made possible by the constant inflows of foreign capital, and this does not appear to be the case in Peru, something that may help us to feel relieved or less worried.
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Proponen Reformas en el Sistema Privado de Pensiones

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Ha sido rechazada recientemente por el Congreso una propuesta del Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) que busca introducir un cambio importante en la modalidad de captación de nuevos afiliados por las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP). Bajo la nueva modalidad, dicha captación sería licitada, resultando ganadora la AFP que ofrezca cobrar la comisión más baja.

Dos importantes rasgos del régimen propuesto son la retención por tres años de los nuevos afiliados por la AFP ganadora, y el hecho de que ésta deberá cobrar a sus afiliados antiguos la misma comisión –en principio más baja– que estará cobrando a los nuevos. Una manera de generalizar la reducción de comisiones a todo el Sistema Privado de Pensiones (SPP) sería extender esta regla y hacer que todas la AFP participantes en la licitación bajaran sus comisiones al nivel ofrecido en la licitación, pero no está claro si la propuesta del MEF contempla esto.

La propuesta del MEF busca estimular la competencia entre las AFP con el propósito de lograr una reducción en las comisiones, las cuales resultan muy elevadas en comparación a las cobradas por administradoras similares que operan en otros países de la región, y que permitieron a las AFP colocarse durante varios años entre las empresas más rentables listadas en la Bolsa de Valores de Lima (BVL), aunque esta situación cambió a partir del 2006, tras la entrada de una nueva AFP en el mercado.

El rechazo de esta reforma por el Congreso constituye un gran triunfo para las AFP, las cuales tienen una propuesta propia, pero en el sentido de cobrar la comisión como un porcentaje del valor del fondo acumulado por los afiliados, y ya no como un porcentaje de su ingreso salarial. Este cambio busca –como veremos luego– aumentar significativamente los ingresos totales de las AFP, resultado de un incremento de las comisiones cobradas a los afiliados que tienen más años en el SPP, a pesar de las menores comisiones que pagarían los afiliados con menos tiempo de permanencia.

El rechazo por el Congreso de la propuesta del MEF ha sido bastante apresurado, y parece ser el resultado de la influencia política de los bancos dueños de las AFP. Para poder hacer una evaluación de ambas propuestas, es importante identificar en más detalle algunos de los efectos de la reforma promovida por las AFP, tanto para el SPP en su conjunto, como para un afiliado individual típico.

En el caso del SPP en su conjunto, dicho cambio de régimen resultaría en ganancias significativas para las AFP. Según información de la Superintendencia de Banca y Seguros (SBS), el año 2010 el valor promedio del fondo de pensiones fue de 74,399 millones de soles, el monto de aportaciones 5,149 millones, y el total de comisiones cobradas 847 millones. Si asumimos ahora que, de adoptarse la propuesta de las AFP, la comisión anual a cobrarse sería igual a 2% del valor del fondo –que es la tasa habitual de los fondos de inversión–, el monto de las comisiones que cobran subiría en 76% a un total de 1,488 millones. Igualmente, como porcentaje del valor del fondo, el monto de las comisiones subiría de 1.1% a –obviamente– 2%, y de 14.1% a 22.4% como porcentaje del total de los pagos hechos por los afiliados (Aportaciones + Comisiones).

Hay que advertir, sin embargo, que esta comparación a nivel agregado no toma en cuenta la existencia de afiliados no cotizantes –alrededor del 50% del total– que actualmente no pagan comisiones, pero que tendrían que hacerlo si se cambia el régimen. Esto implica que el total de comisiones pagadas por un afiliado activo promedio subiría en menos de 76%.

En el caso de un afiliado individual, bajo las nuevas reglas de juego propuestas por las AFP, el monto de comisiones a pagar aumentaría en el caso que el valor de su fondo (que denotaremos F) sea mayor que su ingreso salarial anual (W), o sea, si F > W. ¿Cuál es la probabilidad de que esto ocurra? Eso depende –obviamente– de los valores de W y de F, los cuales –a su vez– dependen de una serie de variables. El valor del fondo de un afiliado depende de su salario (W), de la tasa de aportación, del número de periodos que ha aportado (n), y de la tasa de rentabilidad del fondo (r). Igualmente, dado un salario inicial, el valor de W depende de la tasa de variación del salario (w).

Partiendo de eso, es muy sencillo mostrar luego que la probabilidad de observar F > W deberá subir si aumenta el número de periodos de aportación (n), y/o la tasa de aportación (a), y/o la tasa de rentabilidad del fondo (r); pero que deberá bajar si aumenta la tasa de variación del ingreso salarial (w).

De hecho, es también muy sencillo hacer los cálculos y determinar –para valores dados de a, de r, y de w– cuántos años de aportación continua (n) se necesitan para que F sobrepase a W y, por tanto, aumente el monto de las comisiones a pagar. Efectivamente, de acuerdo con la SBS, la rentabilidad real anual de un fondo tipo 2 entre 1994 y 2009 fue de 9%. Por otro lado, según el Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la tasa de variación de sueldos y salarios reales urbanos a nivel nacional fue básicamente nula durante el periodo 1996-2007. Además, un cálculo sencillo –hecho en base al número de cotizantes activos al final de cada año durante el periodo 1993-2009– nos indica que el número de años de cotización de un afiliado activo promedio es 10 años.

De esta manera, podemos decir que un afiliado activo típico del SPP mantuvo su salario real constante (w = 0), obtuvo una rentabilidad real anual r = 9% y ha realizado aportaciones de 10% de su salario (a = 10%) durante n = 10 años. Realizando los cálculos apropiados usando dichos valores, se puede encontrar que al octavo año tal afiliado típico ya debe tener un fondo acumulado cuyo valor F es mayor que su ingreso anual W, por lo que deberá pagar mayores comisiones si se adopta la regla propuesta por las AFP, resultado que es consistente con el que se obtiene a nivel agregado.

Usando esta información –y si consideramos “correcta” la propuesta de las AFP–, podemos decir que el afiliado típico pagó comisiones excesivas durante los primeros siete años de su incorporación al SPP, y comisiones muy bajas (o por debajo de las que habría fijado el mercado) durante los tres últimos años de su permanencia. Otra manera de ver este resultado es señalando que mientras bajo el esquema actual los afiliados antiguos resultan favorecidos y los afiliados nuevos desfavorecidos, con el sistema propuesto por las AFP, la situación sería al revés. De cualquier manera, es muy claro que las AFP serían los principales favorecidos de adoptarse el cambio que proponen.

Pasando ahora a la cuestión de la evaluación de las propuestas, es importante señalar que la modalidad de comisión que las AFP consideran correcta es –efectivamente– la más apropiada para este tipo de esquemas financieros, en el sentido de que, bajo dicha modalidad, los ingresos de las AFP dependerían también de su performance y capacidad para administrar los fondos, lo cual permitiría una mayor convergencia de intereses entre los afiliados y las AFP.

Pero, si esa es la regla correcta, ¿por qué no fue adoptada al crearse el SPP en 1993? La razón principal fue porque el valor de los fondos era aún muy pequeño para generar ingresos suficientes para permitir a las AFP la obtención de utilidades. Usualmente, la forma como los fondos de inversión superan este problema es fijando una inversión o valor inicial de entrada en el fondo por los afiliados. En el caso del SPP, la solución fue obligar a los trabajadores a subsidiar a las AFP mediante el pago de comisiones excesivas.

En todo caso, la manera cómo se debió resolver dicho problema al crearse el SPP en 1993 –al menos en el caso de los trabajadores que pasaban del SNP al Sistema Nacional de Pensiones (SNP)– era compensando a los trabajadores por sus aportes al SNP. Esa compensación pudo haber sido usada luego por los trabajadores para hacer su inversión inicial en el SPP. El gobierno de entonces decidió, en vez, compensar a los trabajadores otorgándoles Bonos de Reconocimiento, los cuales no solamente no pagan ningún interés en términos reales, sino que son redimibles solo al momento de la jubilación del afiliado. Esta decisión se entiende si tomamos en cuenta que la creación del SPP también fue una manera del gobierno de sacarse de encima una deuda con los trabajadores afiliados al SNP. De esta manera, podemos decir que los trabajadores también han subsidiado al Estado.

Por tanto, si bien la propuesta de las AFP busca, de alguna manera, corregir las reglas de juego, el propósito final de las AFP podría no ser tan noble, sino simplemente aumentar sus ingresos y, al mismo tiempo, sabotear el ingreso de nuevas AFP en el mercado, pues es importante remarcar que con el cambio que proponen se impediría –en la práctica– el ingreso de nuevas AFP al mercado, dado que ellas tendrían que iniciar sus operaciones con fondos muy pequeños –o tendrían que arrebatar afiliados a las AFP ya existentes, para lo cual tendrían que bajar sus comisiones de manera significativa– lo cual limitaría fuertemente el nivel de sus ingresos.

Además, existen otras formas de lograr una convergencia entre los intereses de un afiliado (el principal) y su AFP (el agente). Una sería la inclusión en los fondos de inversión de acciones de las AFP, lo cual es algo que las reglas de juego actuales ni siquiera contemplan como posibilidad. En todo caso, si finalmente se adopta la propuesta de las AFP, sería pertinente obligarlas a devolver el subsidio que han recibido de sus afiliados más antiguos. Una forma de hacerlo sería permitiendo a dichos afiliados continuar bajo el régimen presente por un número adicional de años que garantice la devolución del subsidio por las AFP.

Finalmente, es preciso entender que el problema de fondo es que el SPP es un mecanismo financiero que no ha sido creado por el libre mercado, sino que se trata de un sistema obligatorio en el cual se fija a los afiliados tanto el precio a pagar (la comisión) como la cantidad a comprar (el monto aportado), algo que no se podría dar en un mercado libre.

La manera usual como se justifica la necesidad de establecer un sistema obligatorio es por la existencia de cierta “miopía” de los trabajadores, quienes manejan un horizonte temporal limitado al momento de tomar sus decisiones de gasto y ahorro, lo que constituye una suerte de “falla del mercado”. Una solución radical sería, simplemente, refutar dicha “miopía” y eliminar el SPP. Otra solución, menos radical, sería otorgar beneficios tributarios a la porción del ingreso ahorrada por los asalariados, dándoles total libertad para escoger los activos que desean adquirir con sus ahorros.
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Central Bank Foreign Reserves Reach Record Level

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(This is an English version of Nivel Récord de Reservas del Banco Central, with two new paragraphs at the end).

During the last few weeks, a couple of important reports –one in the domestic financial ambit, the other in the international sphere–, both clearly linked and of great interest to assess our economic perspectives have not yet received the attention they deserve.

In the local ambit, it was announced that the Banco Central de Reserva del Perú (BCR) was holding a record $46 billion of foreign reserves. In the international ambit, the president of the US Federal Reserve, Ben Bernanke, declared that an excessive demand for American securities by Developing Countries accumulating dollar reserves contributed to generate the current financial crisis.

Bernanke´s argument is very simple: as developing countries hold most of their reserves in financial assets issued by the US Treasury and American corporations, an excessive increase in their foreign reserves involves an excessive increase in the supply of credit to the US, funds that subsequently American banks cannot intermediate in an efficient way. This can be seen as a global economic cost of the accumulation of foreign reserves by developing countries. However, there can be costs derived from the accumulation of reserves by the BCR that directly affect our economy.

An apparent cost that we should ignore is the one concerning the inflationary effect that would result from the increase in the supply of soles brought about by the buying of dollars (and the selling of soles) by the BCR. We can disregard this possibility because the BCR sterilizes the effect of its interventions in the foreign exchange market selling bonds (certificados de depósito) to reduce the amount of soles in circulation. In this way, when it exchanges soles for dollars, the BCR is simply changing the composition of total liquidity in favor of the domestic currency. In effect, the dollar participation in total liquidity has fallen by one half in the last 6 or 7 years.

A first real cost of importance results from the fact that most of those $46 billion are invested by the BCR in dollar-denominated foreign assets that do not only pay very low rates of return, but also face the risk of a depreciation of the dollar, a tangible possibility because it is the American government the first interested in bringing about such depreciation, as it may be the only way it will find to close the current account deficits the US has been running for three decades now, and also of making possible the payment of a (dollar-denominated) public debt that now amounts to more than 100% of its GDP.

A second actual cost of the policy of accumulating foreign reserves results from the overvaluation of the dollar it induces. There is a cost because this contributes to increase –or to keep from falling– the profits of the mining corporations (and also of the drug-trafficking bands), to which the government refuses to apply the taxes they should be paying on the extraordinary profits they obtain from the extraction –and depletion– of our mineral resources.

Then, we should ask ourselves: Wouldn’t it be more reasonable to invest at least a portion of those reserves in infrastructure, public health and education in our country? At this time, this would be a less risky and more profitable form of investment, as the current configuration of the BCR’s portfolio is only a way to keep our scarce resources idle (something that may not please the author of the article on the “síndrome del perro del hortelano”).

Under these circumstances, it is surprising the indifference shown by purported defenders of the “invisible hand” of free markets, who do not appear to be bothered by the persistent intervention of the BCR in the foreign currency market. They can allege that high levels of foreign reserves are required to allow the BCR to intervene in the market in order to prevent abrupt variations of the exchange rate, and also as a way to earn the investors’ approval by providing an atmosphere of confidence.

However, this argument brings to mind the question of whether it is necessary to keep such a high level of foreign reserves. In effect, while the amount of the BCR reserves is equivalent to 160% of annual Peruvian imports, in the case of Colombia the corresponding figure is 67%, and in the case of Chile it is only 56%. It could be argued that, of the total amount of reserves, about $13 billion are basically obligations with domestic banks resulting from the reserve requirements on foreign-currency bank deposits, in such a way that the net amount of foreign reserves –the posición de cambio– is “only” $33 billion. But, even if we used this figure, Peru would still maintain its first place among the three countries. Besides, even the amount of foreign reserves held by Colombia and Chile may already be too high; and, if we make the comparison with rich countries, the Peruvian position is even more extravagant: the United Kingdom, France and Germany currently hold $50 billion in foreign reserves each.

Another objection –apparently a more reasonable one– would be that to spend (i.e., invest) a portion of the BCR reserves may cause inflation at a time when the economy is “overheated”. Well, to begin with, given that any type of investment is potentially inflationary because it increases the aggregate demand, the validity of this objection is relative. In any case, what is important is the type of investment we make and the way it is financed. For example, we could be in trouble if we needed to borrow or print money in order to finance it, but none of these is the case in the policy we are proposing. Besides, if the BCR refrains from buying dollars and accumulating reserves, the negative effect on the exchange rate would contribute to suppress any inflationary pressure.

Another objection –apparently also more reasonable– would be that, given the dollarization of the Peruvian economy, the BCR needs to maintain a rather high amount of foreign reserves. However, it would be very simple to show that such a need arises not as a result of a higher level of dollarization, but of (larger) increases in such level, which –as it has been pointed out– has been falling for several years now. We must also remark that the dollarization of the economy implies not only a larger demand but also a larger supply of foreign currency, since –besides the central bank– private banks also hold stocks of foreign currency. In any case, as it has also been pointed out, even the posición de cambio of the BCR seems to be excessively large.

Furthermore, in order to prevent abrupt variations of the exchange rate, there is a number of alternative instruments –less expensive than maintaining a high level of foreign reserves– that can be considered. One of them is a tax on foreign exchange transactions –as it has been suggested by James Tobin, a Nobel Prize in Economics– which would restrict the flowing of short-term, speculative funds. We can also consider the use of the BCR’s reference rate (tasa de interés de referencia) as an instrument that can help to keep the flow of funds under control. Another option is an appropriate handling of the ceiling on foreign investments by the private pension fund system, which is currently 30% and about to be increased to 50%. Still another option –pertinent if we accept that the level of dollarization plays a role– is the managing of the reserve requirement rate on dollar deposits in domestic banks.

Although the BCR’s obsession for buying dollars and accumulate foreign reserves may also be seen, up to a point, as a symptom or manifestation of the existence of a global excess liquidity –the European Central Bank has some publications concerning this issue–, it is also apparent that this policy does not make much sense, both because it is costly –as it entails keeping our scarce resources unemployed– and very risky –since it is very likely that the value of the dollar in the international markets will keep falling for some time.
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Humillación de la Democracia – Comentario Político

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Uno de los más grandes triunfos de la democracia en nuestro país desde su independencia ha sido sacar del poder a un par de rufianes como Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, juzgarlos, condenarlos y llevarlos a la cárcel. Sin embargo ahora, la hija de uno de esos malhechores podría ser elegida Presidente. ¿Cómo explicar esta paradoja? Queremos sugerir aquí algunas explicaciones.

Por un lado, la clase adinerada ha sido incapaz de encontrar un candidato digno y competente que represente sus intereses. Su apoyo a la Sra. Fujimori no solamente refleja su conservadurismo y su poca vocación democrática, sino también su pasión por la estabilidad y su aversión al riesgo, lo cual no se condice con el postulado de la teoría económica que justifica las ganancias como una retribución a aquéllos que están dispuestos a asumir riesgos.

Por otro lado, muchos en la clase trabajadora asignan equivocadamente a la dupla de rufianes dos triunfos que no les pertenecen: terminar con la inflación de precios y derrotar al terrorismo. En el primer caso, el mérito fue de los trabajadores, quienes, con una reducción del 70% de su capacidad adquisitiva, hicieron posible la contracción de la demanda agregada que permitió reducir la inflación. En el segundo caso, el triunfo fue de las Fuerzas Armadas, quienes con su valor y con su sangre hicieron posible la derrota del senderismo.

Pero no es solamente esa percepción equivocada: la masa trabajadora dispuesta a votar por la Sra. Fujimori también actúa de esa manera por temor y timidez. Desde hace 30 años hemos estado eligiendo al candidato que menos perturbaciones y más seguridad nos ofrecía, y fueron los candidatos más atrevidos, de la derecha o de la izquierda, los que resultaron derrotados.

La clase trabajadora debe entender que mientras no actúe con la valentía del pueblo francés que derrocó la monarquía en 1789, o del pueblo chileno que eligió a Salvador Allende en 1970, o del pueblo egipcio que derribó al dictador Hosni Mubarak hace unos meses, no podrá elegir al gobierno que cree merecer.

Muchos en la clase adinerada ya deben estar desempolvando los kimonos que con tan poca elegancia vistieron durante 10 años. Pero deberían entender que el gobierno que pretenden llevar al poder no tendrá ninguna legitimidad, y que terminará quebrantando la estabilidad política que tanto valoran.

La Sra. Fujimori –cuyo único mérito es ser la hija de un malhechor como Alberto Fujimori, y cuyo único propósito es sacarlo de la cárcel– todavía no ha sido elegida Presidente –y tal vez nunca lo sea–, pero esa simple posibilidad ya nos debería hacer sentir a la vez pena y vergüenza por el Perú. Elegirla sería una inconcebible humillación de la democracia por parte de nuestro pueblo.
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Nivel Récord de Reservas del Banco Central

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En el transcurso de las últimas semanas, un par de importantes noticias –una en el ámbito financiero local y otra en el internacional–, claramente vinculadas entre sí, y de interés para evaluar nuestras perspectivas económicas no han recibido la atención que se merecen.

En el ámbito local, se anunció que las reservas internacionales del Banco Central de Reserva (BCR) han alcanzado un nivel récord de US$46,000 millones. En el ámbito internacional, se supo que el presidente de la Reserva Federal norteamericana, Ben Bernanke, ha señalado que la demanda excesiva de deuda norteamericana por países en desarrollo que acumulan reservas en dólares contribuyó a causar la actual crisis financiera.

El argumento de Bernanke es sencillo: como los países en desarrollo mantienen gran parte de sus reservas en valores emitidos en Estados Unidos, un aumento excesivo del nivel de sus reservas implica un aumento excesivo en la oferta de fondos prestables en ese país, que sus bancos luego no pueden intermediar eficientemente. Esto podría ser visto como un costo –aunque no directamente para nuestro país– de la acumulación de reservas por el BCR. Puede haber, sin embargo, costos que afectan directamente a nuestro país.

Un costo que es solo aparente y que debemos descartar es el que concierne al efecto inflacionario que resultaría del aumento de la liquidez en soles producto de la compra de dólares (y venta de soles) por parte del BCR. Eso, sin embargo no tiene importancia porque el BCR “esteriliza” su intervención en el mercado cambiario colocando bonos para retirar soles de circulación. De esta manera, al intercambiar soles por dólares el BCR está simplemente cambiando la composición de la liquidez total a favor de la moneda doméstica. Efectivamente, la participación del dólar en la liquidez total se ha reducido a la mitad en los últimos 6 o 7 años.

Un primer costo real muy importante resulta del hecho de que esos $46,000 millones de reservas son invertidos por el BCR en el extranjero en activos que no solamente ganan intereses muy bajos sino que están denominados básicamente en dólares, cuando el principal interesado en devaluar dicha moneda es el mismo gobierno norteamericano, ya que ésta podría ser la única forma que encuentre no solo para cerrar un déficit en cuenta corriente que ya lleva 30 años seguidos, sino también para pagar una deuda pública de US$12.3 billones.

Otro costo real de la política de acumular reservas y mantener el dólar sobrevaluado, es que tal política contribuye a aumentar (o evitar que disminuyan) las sobre-ganancias de las corporaciones mineras (y también de las mafias narcotraficantes), a las cuales luego el Estado se niega a cobrar los impuestos que les corresponde pagar por rentas que resultan de la extracción –y agotamiento– de nuestros recursos minerales, los cuales mantienen (y seguirán manteniendo) altos precios en los mercados internacionales.

Debemos, entonces, preguntarnos, ¿no sería más razonable invertir por lo menos parte de las reservas en infraestructura, salud y educación en nuestro país? En estos momentos ésa sería una inversión no solo menos riesgosa sino también mucho más rentable. La situación actual es solo una manera de mantener nuestros recursos ociosos (algo que no debería gustarle mucho al autor del artículo sobre el “síndrome del perro del hortelano”).

En este contexto, llama la atención la indiferencia de supuestos defensores de la “mano invisible” del libre mercado, a quienes no parece molestar la constante intervención del BCR en un mercado tan importante como es el de moneda extranjera. Podrían justificar un alto nivel de reservas como necesario para permitir al BCR intervenir en el mercado para evitar variaciones bruscas del tipo de cambio y otorgar más confianza a los inversionistas.

Ante esta justificación, la pregunta pertinente es si es necesario mantener un nivel tan alto de reservas. Efectivamente, mientras el monto de nuestras reservas equivale al 160% del valor de nuestras importaciones anuales, en el caso de Colombia el porcentaje correspondiente es de 67%, y en el caso de Chile solo 56%. Se podría objetar que del total de reservas, unos $13,000 millones son básicamente obligaciones con la banca doméstica (el encaje por depósitos en dólares), y que “solo” $33,000 millones conforman el saldo neto o posición de cambio del BCR. Pero aun si usáramos la posición de cambio, el Perú mantendría su primera posición entre los tres países en nivel de reservas. Es más, los niveles de reservas de Chile y Colombia ya podrían ser excesivos. Y si hacemos la comparación con los países desarrollados, la posición del Perú es aún más extravagante: actualmente, el nivel de reservas de el Reino Unido, Francia y Alemania es de solamente $50,000 millones cada uno.

Otra objeción –aparentemente más sensata– sería que gastar (invertir) parte de las reservas podría causar inflación en un momento en que la economía está “sobrecalentada”. Pues, para empezar, cualquier tipo de inversión, al aumentar la demanda agregada, es potencialmente inflacionaria, por lo que la validez de ésta objeción es relativa. Lo importante es cuál es el gasto que se realiza y cómo es éste financiado, por lo que podría haber un problema en el caso que esa inversión sea financiada con dinero prestado o con emisión monetaria, pero ninguno de esos es el caso en la política que proponemos. Además, si el BCR dejase de comprar dólares y de acumular reservas, el efecto depresivo sobre el tipo de cambio contribuiría a contener las presiones inflacionarias.

Otra objeción –también aparentemente más sensata– sería que, dado el nivel de dolarización de nuestra economía, el BCR necesita mantener un nivel más alto de reservas. Sin embargo, es muy sencillo demostrar que tal necesidad surge no ante un mayor nivel de dolarización, sino ante aumentos en dicho nivel, el cual –como hemos señalado– ha estado cayendo en nuestro país en los últimos años. Debemos también notar que la dolarización de la economía –y del sistema bancario en particular–implica que no solo la demanda sino también la oferta de dólares es más alta que en una economía que no presenta ese fenómeno, pues no solamente el banco central sino también la banca privada mantiene stocks de moneda extranjera. Por último, como ya hemos señalado, aun la posición de cambio del BCR resulta excesivamente elevada.

Es claro, entonces, que la obsesión del BCR por comprar dólares y acumular reservas no tiene sentido, no solo porque es costosa sino también riesgosa, ya que implica mantener ociosos los escasos recursos de nuestro país, y porque es muy poco probable que el dólar mantenga su valor en los mercados internacionales en el mediano o largo plazo.

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