La presidente de Brasil, Dilma Rousseff, acusó hace unos días a los países ricos de estar desarrollando un “tsunami monetario”, y expresó su preocupación por las políticas monetarias expansivas de esos países, sus bajas tasas de interés, y su afán por devaluar sus monedas. Ello es confirmado por el aumento récord de 20% de la oferta de dinero (M1) por la Reserva Federal el año pasado, el reciente incremento por un total de $1.43 billones (millones de millones) de fondos de rescate por el Banco Central Europeo y el FMI, y la resistencia de los gobiernos europeos a equilibrar sus cuentas fiscales.
¿Qué exactamente buscan con ello, y por qué puede ser esto un problema para otros países? Las respuestas pueden no ser muy sencillas, dado lo complicado de los problemas que están detrás. Podemos decir, sin embargo, que son dos los objetivos básicos que se persiguen o se deben perseguir: ordenar los mercados financieros y cerrar algunos desequilibrios fundamentales.
Para ordenar los mercados financieros es necesario primero repartir entre los bancos y los deudores las pérdidas económicas causantes de –y causadas por– la crisis. Y el reciente caso de Grecia es un ejemplo muy claro de ello: los bancos han tenido que negociar con Grecia qué porcentaje de la deuda debían condonar para evitar que el país se declare en quiebra (dejase de pagar).
El monto gastado hasta ahora para rescatar la economía mundial es estimado en $14 billones (unas 80 veces el PBI peruano), y nos da una idea de la magnitud de esas pérdidas, provocadas en gran medida por la desregulación, la financiarización y la globalización de los últimos 30 años, fenómenos que facilitaron un enorme crecimiento y mayor sofisticación de los mercados financieros, pero también dificultaron tremendamente su administración.
Actualmente, el problema básico detrás del desorden financiero es la carga de deuda que agobia a los sectores públicos y privados en muchos países ricos, sobre todo Estados Unidos y los países de Europa Occidental con la excepción de Alemania, deuda que está en manos de China, los Tigres Asiáticos y los países exportadores de petróleo.
Un problema con los mercados financieros es que lo que es un activo para unos es un pasivo para otros, por lo que su crecimiento puede agilizar el funcionamiento del sector real de la economía, pero no constituye por sí solo un aumento de la riqueza neta de un país. De esta manera, estos mercados deben sufrir graves problemas si esos activos (y pasivos) terminan por estar distribuidos de una manera totalmente dispareja. Y eso es lo que ha terminado por ocurrir durante los últimos 30 años.
Tomando en cuenta que la deuda pública –que no es (o tiene que ser) igual a la deuda externa de un país– de muchos países ricos sobrepasa el 100% de su PBI, y dado que las tasas nominales de interés ya no pueden caer más, se requiere ahora aumentar los niveles de precios para reducir tanto el valor real de la deuda como el costo de su servicio. Economistas tan destacados como Paul Krugman y Kenneth Rogoff han coincidido hace poco en reconocer que puede ser necesario un poco de inflación. Y aumentar la oferta de dinero es una manera de lograrlo. Esta salida es una manera de hacer que los acreedores (o ahorristas) a nivel mundial paguen una parte del costo de la crisis.
Pero tanto o más necesario que ordenar los mercados financieros es corregir algunas distorsiones de precios, con el fin de eliminar algunos desequilibrios fundamentales que afectan actualmente la economía mundial, el más importante de los cuales son los déficits en Cuenta Corriente que los Estados Unidos ha mantenido por tres décadas. Devaluar el dólar en términos reales es una forma de lograr ese objetivo, pero eso va a ser muy difícil de lograr dado que requiere que la tasa de devaluación sea mayor que la de inflación, lo que a su vez requiere una menor demanda mundial por dólares.
Otro desequilibrio fundamental es el que en la literatura económica se denomina “exceso global de liquidez”, y que se refiere al crecimiento desproporcionado de la liquidez mundial con relación al valor nominal del producto mundial, y que se refleja en la caída de las tasas de interés, lo cual a su vez induce un manejo muy relajado de los fondos financieros. Este es un problema que se va a complicar si Estados Unidos sigue aumentando su oferta de dinero sin producir una devaluación del dólar; o sea, sin lograr que baje la demanda por su moneda.
Debemos notar que este exceso global de liquidez fue alimentado en gran medida por el creciente endeudamiento (déficits en Cuenta Corriente) de Estados Unidos, a su vez hecho posible por un sistema monetario internacional asimétrico, donde la creciente demanda mundial por liquidez se traduce en una mayor demanda por dólares y valores norteamericanos (en lo cual el Banco Central peruano ha puesto su granito de arena acumulando más de $50,000 millones en reservas internacionales durante los últimos 20 años). Esto sugiere la necesidad de reformar el sistema monetario internacional, de tal forma que la liquidez global sea administrada por consenso internacional.
Pero también debemos tomar en cuenta que la caída en las tasas de interés asociada al exceso global de liquidez refleja al mismo tiempo el hecho que los sectores reales de las economías no encuentran la manera de hacer un uso productivo de los fondos de inversión. Ello obviamente tiene que ver con la caída en la competitividad de los países ricos con relación a las economías emergentes. Es necesario, entonces, que los países ricos aceleren su progreso tecnológico, bajen sus salarios reales y reduzcan el poder monopólico de las grandes corporaciones. Obviamente, eso no es nada fácil.
Finalmente, debemos hacer notar que aun cuando se tomen las “medidas correctas”, el proceso de recuperación no va a ser fácil. Hay mucho dinero que ya se ha perdido, y ahora hay que pagar por ello (y encontrar quién lo va a hacer). Debe también estar claro que si no se toman las medidas correctas, ello no debe implicar necesariamente una gran hecatombe, pero sí un crecimiento vegetativo de la economía mundial por mucho tiempo.
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