Por Ernesto Ráez Luna
El 26 de marzo por la noche, apagué la luz, sumándome a la “Hora del Planeta”. En días previos, mantuve una irónica distancia de la convocatoria. Los temas ambientales son mi pan de cada día, y sé demasiado bien que una hora anual con las luces apagadas es una gota en el mar de nuestro consumo y ofrece un alivio insignificante a la Madre Tierra. Es posible engañarnos y creer que porque apagamos una hora al año las luces, ya hicimos diferencia. Pero la demanda energética peruana, a la par de la economía y la urbanización, está en franco crecimiento. Al ritmo actual, en pocas décadas necesitaremos desarrollar todas nuestras fuentes energéticas (fósiles, hidroeléctricas, eólicas) para cubrir la demanda nacional. Pero, incoherentemente, además del gas de Camisea, ya se habla de exportar hidroenergía a Brasil y Chile.
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