Sólo los limpios dan fruto

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P. Gustavo Gutiérrez
Abril de 1991
V de Pascua
He. 9,26-31; 1Jn. 3,18-24; Jn.15,1-8

El tiempo pascual nos recuerda que ser testigo de la Resurrección es dar vida.

Solidaridad y fruto
La viña en la Biblia es una imagen para hablar del pueblo de Israel. Ella correspondía a una experiencia diaria, la vid y el vino son una referencia inmediata y clara para los compatriotas de Jesús. Se trata del verdadero pueblo de Dios (cf. Jn.15,1). La solidaridad con Jesús es condición para dar fruto (cf. V..2), esa vinculación define al pueblo de Dios. Sin la vid la rama, el sarmiento, se seca (cf. vv.4 y 6). La vida sólo circula en un cuerpo en el que cada uno cumple una función. Todos conocemos este tema en Pablo.

Dos capítulos antes, Juan nos relató el lavatorio de pies que recordamos en Jueves Santo (cf. cap.13). Su sentido no es purificar exteriormente, quitar el polvo de los pies de los discípulos. La actitud de Jesús significa humildad, servicio, amor. Ese mensaje, el agua no es sino el signo, limpia a los discípulos. Los hace pasar a la esfera de la luz y del amor, lo que significa dejar la obscuridad y la ausencia de fraternidad. Limpio es aquel que encuentra su identidad en su vinculación al Señor y en el servicio a los demás. Por ello la Palabra nos limpia (cf.v.3), nos transforma desde dentro, nos hace distintos. Creer en la Palabra es dar fruto; si separamos esos dos aspectos caeremos en lo que la epístola de Santiago llama “doble alma” (1,8 y 4,8). Los discípulos están limpios en la medida en que han acogido el mensaje y el testimonio de Jesús.

Con obras y palabras
La limpieza es un proceso, por ello el Padre nos limpia para que de¬mos más fruto (cf.v..2). En eso consiste su gloria (cf.v.8), su voluntad es que demos el fruto del amor. Hacerlo es amar con obras y no sólo con palabras. Esa es la verdad de las enseñanzas de Jesús (1 Jn. 3,18). El limpio es aquel que habla como actúa y obra como habla. En ese caso permaneceremos en Dios (cf. v.24).

El texto de los Hechos nos cuenta que el recién convertido Pablo inspiró miedo a los discípulos más antiguos (10,26) Es una consecuen¬cia, sin duda, del recuerdo que se tenía de él como perseguidor de los cristianos. Pero tal vez había más. Pablo manifestaba una fuerza y una amplitud de mirar que sorprendió y atemorizó a cristianos que ya habían hecho sus vidas sin el soplo misionero que traía el neoconverso. Este predicaba con valentía y no temía enfrascarse en discusiones con judíos (y quizá cristianos, también) de origen griego. Su mensaje y su vehemencia le traían dificultades (cf. vv.28-29).

Pablo tomaba en serio aquello que tanto nos cuesta: amar al próji¬mo en su situación concreta. No se refugiaba en un pretendido amor a Dios que al colocarse por encima de la historia rompe su vinculación con la viña que tiene sus raíces en tierra. Amar a Dios significa entrar sin temores en la vida concreta de nuestros hermanos, sea cuales fueran las dificultades que eso acarree.

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