De plano, debo decir que el texto leído es no solo fascinante y revelador, sino que también, dolorosamente, certero. Lo sé porque me reconozco en él; lo sé porque soy un hombre; porque me han hecho hombre. Como dice bien Juan Carlos Callirgos, el hombre no nace, se hace (y a la fuerza) por un proceso social. Y este proceso de construcción (¿homosocializacion?) es un camino asfaltado de incertidumbre, ansiedad y pena (muchas penas).
La primera situación es el de la identificación. Mientras las mujeres pueden identificarse plenamente con ese ser que aman que es la madre; a nosotros los hombres se nos impone que nos diferenciemos de su modelo y que nos identifiquemos con ese ser extraño que llamamos papá. En la lógica básica del niño una madre posee sentido (se encarga de cuidar y alimentar); el padre, no. Pero debemos acercarnos a este hombre (o a cualquier que cumpla un papel similar) y debemos rechazar a nuestra madre por ser mujer. Este rechazo será una constante en nuestra existencia porque nos la pasaremos probando a diestra y siniestra que no somos mujeres. Los hombres siempre estamos bajo sospecha (de no ser hombres, precisamente).
La adolescencia constituirá uno de los momentos más importantes respecto a la identidad masculina; son los cambios corporales los que llevan a la necesidad de la afirmación y redefinición de la misma. En este sentido, los hombres, a diferencia de las mujeres, no tenemos un hito fundamental que marque el paso de la niñez a la adultez (primera menstruación, la menarquía); por eso las sociedades imponen ritos que, por lo general, son crueles y perversos. Salimos de un espacio domestico y somos, literalmente, arrojados a la calle. Callirgos dice: “La función de esta fase es hacer morir el hijo femenino para que pueda nacer el hijo masculino” (44). Es el tiempo que exige el olvido (o el ocultamiento, por lo menos) de los saberes aprendidos en casa y dados por nuestra madre; esta herencia se hace inservible, peligrosa, sospechosa ante los ojos de nuestros pares, en la calle no funcionan, más bien obstaculizan, nos estigmatizan. Este hecho no es nada fácil, por supuesto, pero debe hacerse si se quiere sobrevivir en la jungla de los hombres adolescentes. Nos percatamos que el entrenamiento que se nos ha dado en el hogar, sirve poco o casi nada en nuestra vida de hombre adulto. Badinter, citado por Callirgos, sintetiza lo dicho anteriormente: “Nacido de una mujer, mecido en un vientre femenino, el niño macho, al contrario de lo que sucede a la hembra, se ve condenado a marca diferencias durante la mayor parte de su vida. Solo puede oponerse oponiéndose a su madre, a su feminidad, a su condición de bebé pasivo. Para hacer valer su identidad masculina deberá convencerse y convencer a los demás de tres cosas: que no es una mujer, que no es un bebé y que no es homosexual.” (42)
En la adolescencia (y en la juventud) se da una afirmación de la masculinidad; esta se realizará, según Kaufman, teniendo en cuenta la clase social. Los de clase media o alta o alta, con un futuro profesional, expresarán su poder personal y social a través de un dominio directo sobe el mundo; sus fantasías de poder estarán ligadas a la fama y el éxito. En cambio, para la clase obrera, a quienes el poder les está cerrado, se manifestará de forma directa. Callirgos añade bien que los jóvenes de clases medias, o altas, en muchos casos, también cultivan sus cuerpos y buscan ser diestros en los deportes.
Importante es que Callirgos problematiza la propuesta de Kaufman respecto a las diferencias de clase. No solo existe una única masculinidad, sino diversas. Los hombres ocupamos distintas posiciones en el entramado social; contamos con diferentes capacidades de acceso a la propiedad, el poder y el prestigio social. Punto importante, también, es que nota que la masculinidad está equiparada socialmente con el poder, lo que incluye el poder sobre las mujeres, por lo menos del mismo grupo social. Pero no todos los hombres tienen acceso al poder frente al mundo, acceso al éxito y la fama, entonces estos hombres deben ejercerlo sobre sus mujeres, a través del maltrato y la violencia. Es una especie de compensación a la frustración de no poder ser hombres en todo el sentido cabal de la palabra. Puede ser este fenómeno social la explicación del porqué en nuestras sociedades (las latinoamericanas) persiste el machismo.
Los hombres deben probar que son hombres, pero esta situación estará regida por los mandatos que imponga la sociedad a los hombres. Cuando adolescentes y jóvenes son la virilidad, la violencia, el arrojo, la hipersexualidad; cuando adultos, es el éxito profesional, el ser proveedores, el otorgar seguridad. Pero la constante que se sigue es la imposición de mandatos que incluso pueden poner en riesgo su vida (estrés, paros cardiacos, etc.). A las mujeres no se les solicita algo similar; no deben ostentar las insignias de la feminidad.
Una última situación que me llama la atención es que si bien el hombre, para convertirse en tal, debe negar a su madre, a lo largo de su vida, buscará una mujer que ocupe el lugar de ella. Una santa, Los hombres buscamos una madre que nos resuelva la vida, incondicionales y que carguen con nosotros y nuestros problemas. Insistimos en no escucharlas cuando somos jóvenes, pero después, cuando adultos, los que nos dijeron siempre resonará en nuestros oídos.
Callirgos, Juan Carlos.”Sobre Heroes y Batallas. Los Caminos de la identidad masculina”. Escuela para el Desarrollo. 1era. Edición. Lima, diciembre de 1996 Leer más