Archivo de la etiqueta: santo padre benedicto XVI

Oración ante la Mariensäule (Columna de la Virgen) en la Marienplatz

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL RENOVAR EL ACTO DE CONSAGRACIÓN DE BAVIERA A LA VIRGEN MARÍA

EN SU VIAJE APOSTÓLICO A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA

9 DE SEPTIEMBRE DE 2006

Santa Madre del Señor,
nuestros antepasados,
en un tiempo de tribulación,
erigieron tu imagen aquí,
en el centro de la ciudad de Munich,
para encomendarte la ciudad y el país.

Querían encontrarse continuamente contigo
en su vida diaria,
y aprender de ti
cómo vivir correctamente su existencia humana;
aprender de ti cómo encontrar a Dios
y así hallar el acuerdo entre ellos.

Te regalaron la corona y el cetro,
que entonces eran los símbolos
del dominio sobre el país,
porque sabían que así el poder y el dominio
estarían en las mejores manos,
en las manos de la Madre.

Tu Hijo,
poco antes de llegar la hora de la despedida
dijo a sus discípulos:
“El que quiera llegar a ser grande entre vosotros
será vuestro servidor,
y el que quiera ser el primero entre vosotros
será esclavo de todos” (Mc 10, 43).

Tú, en la hora decisiva de tu vida,
dijiste:  “He aquí la esclava del Señor” (Lc 1, 38)
y viviste toda tu existencia como servicio.
Y lo sigues haciendo
a lo largo de los siglos de la historia.

Como en cierta ocasión, en Caná,
intercediste silenciosamente y con discreción
en favor de los esposos,
así lo haces siempre:
cargas con todas las preocupaciones de los hombres
y las llevas ante el Señor,
ante tu Hijo.

Tu poder es la bondad.
Tu poder es el servicio.
Enséñanos a nosotros,
grandes y pequeños,
dominadores y servidores,
a vivir así nuestra responsabilidad.

Ayúdanos a encontrar la fuerza
para la reconciliación y el perdón.
Ayúdanos a ser pacientes y humildes,
pero también libres y valientes,
como lo fuiste tú en la hora de la cruz.

Tú llevas en tus brazos a Jesús,
el Niño que bendice,
el Niño que es el Señor del mundo.
De este modo,
llevando a Aquel que bendice,
te has convertido tú misma en una bendición.

Bendícenos;
bendice a esta ciudad y a este país.
Muéstranos a Jesús,
el fruto bendito de tu vientre.

Ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén.

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Mariensäule (Columna de María) en Munich

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI a la Virgen María ante la estatua de la Inmaculada de plaza de España

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

8 DE DICIEMBRE DE 2006

Oh María, Virgen Inmaculada:

También este año nos volvemos a encontrar
con amor filial al pie de tu imagen
para renovarte el homenaje
de la comunidad cristiana y de la ciudad de Roma. Hemos venido a orar,
siguiendo la tradición iniciada
por los Papas anteriores,
en el día solemne en el que la liturgia
celebra tu Inmaculada Concepción,
misterio que es fuente
de alegría y de esperanza
para todos los redimidos.

Te saludamos y te invocamos
con las palabras del ángel:
“Llena de gracia” (Lc 1, 28),
el nombre más bello, con el que Dios mismo
te llamó desde la eternidad.
“Llena de gracia” eres tú, María,
colmada del amor divino
desde el primer instante de tu existencia,
providencialmente predestinada
a ser la Madre del Redentor
e íntimamente asociada a él
en el misterio de la salvación.

En tu Inmaculada Concepción
resplandece la vocación
de los discípulos de Cristo,
llamados a ser, con su gracia,
santos e inmaculados en el amor (cf. Ef 1, 4).
En ti brilla la dignidad de todo ser humano,
que siempre es precioso
a los ojos del Creador.

Quien fija en ti su mirada, Madre toda santa,
no pierde la serenidad,
por más duras que sean las pruebas de la vida.
Aunque es triste la experiencia del pecado,
que desfigura la dignidad de los hijos de Dios,
quien recurre a ti redescubre
la belleza de la verdad y del amor,
y vuelve a encontrar el camino
que lleva a la casa del Padre.

“Llena de gracia” eres tú, María,
que al acoger con tu “sí”
los proyectos del Creador,
nos abriste el camino de la salvación.
Enséñanos a pronunciar también nosotros,
siguiendo tu ejemplo,
nuestro “sí” a la voluntad del Señor.

Un “sí” que se une a tu “sí”
sin reservas y sin sombras,
que el Padre quiso necesitar
para engendrar al Hombre nuevo,
Cristo, único Salvador del mundo y de la historia.

Danos la valentía para decir “no”
a los engaños del poder, del dinero y del placer;
a las ganancias ilícitas,
a la corrupción y a la hipocresía,
al egoísmo y a la violencia.

“No” al Maligno,
príncipe engañador de este mundo.
“Sí” a Cristo, que destruye el poder del mal
con la omnipotencia del amor.
Sabemos que sólo los corazones
convertidos al Amor, que es Dios,
pueden construir un futuro mejor para todos.

“Llena de gracia” eres tú, María.
Tu nombre es para todas las generaciones
prenda de esperanza segura.
Sí, porque, como escribe el sumo poeta Dante,
para nosotros, los mortales,
tú “eres fuente viva de esperanza”
(Paraíso, XXXIII, 12).

Como peregrinos confiados, acudimos una vez más
a esta fuente,
al manantial de tu Corazón inmaculado,
para encontrar en ella fe y consuelo,
alegría y amor, seguridad y paz.

Virgen “llena de gracia”,
muéstrate Madre tierna y solícita
con los habitantes de esta ciudad tuya,
para que el auténtico espíritu evangélico
anime y oriente su comportamiento;
muéstrate Madre y guardiana vigilante
de Italia y Europa,
para que de las antiguas raíces cristianas
los pueblos sepan tomar nueva linfa
para construir su presente y su futuro;
muéstrate Madre providente y misericordiosa
con el mundo entero,
para que, respetando la dignidad humana
y rechazando toda forma
de violencia y de explotación,
se pongan bases firmes para la civilización del amor.

Muéstrate Madre
especialmente de los más necesitados:
de los indefensos, de los marginados y los excluidos, de las víctimas de una sociedad
que con demasiada frecuencia sacrifica
al hombre por otros fines e intereses.
Muéstrate Madre de todos, oh María,
y danos a Cristo, esperanza del mundo.

“Monstra te esse Matrem”,
oh Virgen Inmaculada,
llena de gracia. Amén.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI para la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe

ORACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI PARA LA V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

ABRIL DE 2007

Señor Jesucristo,
camino, verdad y vida,
rostro humano de Dios
y rostro divino del hombre,
enciende en nuestros corazones
el amor al Padre
que está en el cielo
y la alegría de ser cristianos.

Ven a nuestro encuentro
y guía nuestros pasos
para seguirte y amarte
en la comunión de tu Iglesia,
celebrando y viviendo
el don de la Eucaristía,
cargando con nuestra cruz,
y urgidos por tu envío.

Danos siempre el fuego
de tu Santo Espíritu,
que ilumine nuestras mentes
y despierte entre nosotros
el deseo de contemplarte,
el amor a los hermanos,
sobre todo a los afligidos,
y el ardor por anunciarte
al inicio de este siglo.

Discípulos y misioneros tuyos,
queremos remar mar adentro,
para que nuestros pueblos
tengan en ti vida abundante,
y con solidaridad construyan
la fraternidad y la paz.

Señor Jesús, ¡Ven y envíanos!

María, Madre de la Iglesia,
ruega por nosotros.

Amén.

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Oración del Santo Padre a la Virgen de Aparecida

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA APARECIDA

VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE

12 DE MAYO DE 2007

Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado; amados religiosos y todos vosotros que, impulsados por la voz de Jesucristo, lo habéis seguido por amor; estimados seminaristas, que os estáis preparando para el ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimientos eclesiales, y todos vosotros, laicos que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo del trabajo y de la cultura, en el seno de las familias, así como a vuestras parroquias:

1. Como los Apóstoles, juntamente con María, “subieron a la estancia superior” y allí “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” (Hch 1, 13-14), así también nos reunimos hoy aquí, en el santuario de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que en este momento es para nosotros “la estancia superior”, donde María, la Madre del Señor, se encuentra en medio de nosotros. Hoy es ella quien orienta nuestra meditación; ella nos enseña a rezar. Es ella quien nos muestra el modo de abrir nuestra mente y nuestro corazón a la fuerza del Espíritu Santo, que viene para ser comunicado al mundo entero.

Acabamos de rezar el rosario. A través de sus ciclos de meditación, el divino Consolador quiere introducirnos en el conocimiento de Cristo, que brota de la fuente límpida del texto evangélico. Por su parte, la Iglesia del tercer milenio se propone dar a los cristianos la capacidad de “conocer el misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 2-3). María santísima, la Virgen pura y sin mancha, es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa ha venido a Aparecida con gran alegría para deciros en primer lugar: “Permaneced en la escuela de María”. Inspiraos en sus enseñanzas. Procurad acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, os envía desde lo alto.

¡Qué hermoso es estar aquí reunidos en nombre de Cristo, en la fe, en la fraternidad, en la alegría, en la paz, “en la oración con María, la Madre de Jesús”! (cf. Hch 1, 14). ¡Qué hermoso es, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y familias cristianas, estar aquí en el santuario nacional de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es morada de Dios, casa de María y casa de los hermanos, y que en estos días se transforma también en sede de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe! ¡Qué hermoso es estar aquí, en esta basílica mariana hacia la que, en este tiempo, convergen las miradas y las esperanzas del mundo cristiano, de modo especial las de América Latina y del Caribe!

2. Me siento muy feliz de estar aquí con vosotros, en medio de vosotros. El Papa os ama. El Papa os saluda afectuosamente. Reza por vosotros. Y suplica al Señor las más valiosas bendiciones para los Movimientos, las asociaciones y las nuevas realidades eclesiales, expresión viva de la perenne juventud de la Iglesia. Que Dios os bendiga en abundancia. Os saludo con afecto a vosotras, familias aquí congregadas, que representáis a todas las amadísimas familias cristianas presentes en el mundo entero. Me alegro de modo especialísimo con vosotros y os doy mi abrazo de paz.

Agradezco la acogida y la hospitalidad del pueblo brasileño. Desde que llegué he sido recibido con mucho cariño. Las diversas manifestaciones de aprecio y los saludos demuestran lo mucho que queréis, estimáis y respetáis al Sucesor del apóstol san Pedro. Mi predecesor el siervo de Dios Papa Juan Pablo II se refirió varias veces a vuestra simpatía y espíritu de acogida fraterna. Tenía toda la razón.

3. Saludo a los estimados presbíteros aquí presentes; pienso y oro por todos los sacerdotes diseminados por el mundo entero, de modo particular por los de América Latina y del Caribe, incluyendo a los sacerdotes fidei donum. ¡Cuántos desafíos, cuántas situaciones difíciles afrontáis! ¡Cuánta generosidad, cuánta donación, sacrificios y renuncias! La fidelidad en el ejercicio del ministerio y en la vida de oración, la búsqueda de la santidad, la entrega total a Dios al servicio de los hermanos y hermanas, gastando vuestra vida y vuestras energías, promoviendo la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el compartir: todo eso habla fuertemente a mi corazón de pastor. El testimonio de un sacerdocio bien vivido ennoblece a la Iglesia, suscita admiración en los fieles, es fuente de bendición para la Comunidad, es la mejor promoción vocacional, es la más auténtica invitación para que también otros jóvenes respondan positivamente a la llamada del Señor. Es la verdadera colaboración para la construcción del reino de Dios.

Os doy las gracias sinceramente y os exhorto a que continuéis viviendo de modo digno la vocación que habéis recibido. Que el fervor misionero, el entusiasmo por una evangelización cada vez más actualizada, el espíritu apostólico auténtico y el celo por las almas estén siempre presentes en vuestra vida. Mi afecto, mis oraciones y mi agradecimiento se dirigen también a los sacerdotes ancianos y enfermos. Vuestra configuración con Cristo doliente y resucitado es el apostolado más fecundo. ¡Muchas gracias!

4. Queridos diáconos y seminaristas, también a vosotros, que ocupáis un lugar especial en el corazón del Papa, va un saludo muy fraterno y cordial. La jovialidad, el entusiasmo, el idealismo, el ánimo para afrontar con audacia los nuevos desafíos, renuevan la disponibilidad del pueblo de Dios, hacen a los fieles más dinámicos y ayudan a la comunidad cristiana a crecer, a progresar, a ser más confiada, feliz y optimista. Os agradezco el testimonio que dais, colaborando con vuestros obispos en las actividades pastorales de las diócesis. Tened siempre ante los ojos la figura de Jesús, el buen Pastor, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Sed como los primeros diáconos de la Iglesia: hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo, de sabiduría y de fe (cf. Hch 6, 3-5).

Y vosotros, seminaristas, dad gracias a Dios por la llamada que os dirige. Recordad que el seminario es la “cuna de vuestra vocación y el gimnasio de la primera experiencia de comunión” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 32). Rezo para que, con la ayuda de Dios, seáis sacerdotes santos, fieles y felices de servir a la Iglesia.

5. Me dirijo ahora a vosotros, estimados consagrados y consagradas, reunidos aquí, en el santuario de la Madre, reina y patrona del pueblo brasileño, y también diseminados por todas las partes del mundo.

Vosotros, religiosos y religiosas, sois un regalo, una dádiva, un don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor. Agradezco a Dios vuestra vida y el testimonio que dais al mundo de un amor fiel a Dios y a los hermanos. Este amor sin reservas, total, definitivo, incondicional y apasionado se manifiesta en el silencio, en la contemplación, en la oración y en las múltiples actividades que realizáis, en vuestras familias religiosas, en favor de la humanidad y principalmente de los más pobres y abandonados. Todo esto suscita en el corazón de los jóvenes el deseo de seguir más de cerca y radicalmente a Cristo, el Señor, y entregar la vida para testimoniar ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo que Dios es Amor y que vale la pena dejarse conquistar y fascinar para dedicarse exclusivamente a él (cf. Vita consecrata, 15).

La vida religiosa en Brasil siempre ha sido significativa y ha desempeñado un papel destacado en la obra de la evangelización, desde los inicios de la colonización. Ayer mismo tuve la gran alegría de presidir la concelebración eucarística en la que fue canonizado san Antonio de Santa Ana Galvão, presbítero y religioso franciscano, primer santo nacido en Brasil. A su lado, otro testimonio admirable de persona consagrada es santa Paulina, fundadora de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción. Podría citar otros muchos ejemplos. Que todos ellos os sirvan de estímulo para vivir una consagración total. ¡Dios os bendiga!

6. Hoy, en vísperas de la apertura de la V Conferencia general de los obispos de América Latina y del Caribe, que tendré el gusto de presidir, siento el deseo de deciros a todos vosotros cuán importante es el sentido de nuestra pertenencia a la Iglesia, que hace a los cristianos crecer y madurar como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Queridos hombres y mujeres de América Latina sé que tenéis una gran sed de Dios. Sé que seguís a aquel Jesús, que dijo: “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Por eso el Papa quiere deciros a todos: La Iglesia es nuestra casa. Esta es nuestra casa. En la Iglesia católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo. Quien acepta a Cristo, “camino, verdad y vida”, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida. Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros: vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe. Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana. El Catecismo de la Iglesia católica, incluso en su versión más reducida, publicada con el título de Compendio, ayudará a tener nociones claras sobre nuestra fe. Vamos a pedir, ya desde ahora, que la venida del Espíritu Santo sea para todos como un nuevo Pentecostés, a fin de iluminar con la luz de lo alto nuestros corazones y nuestra fe.

7. Con gran esperanza me dirijo a vosotros que os encontráis dentro de esta majestuosa basílica o habéis participado en el santo rosario desde fuera, para invitaros a ser profundamente misioneros y a llevar la buena nueva del Evangelio a todos los puntos cardinales de América Latina y del mundo.

Pidamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial:

Madre nuestra, protege la familia
brasileña y latinoamericana.
Ampara bajo tu manto protector
a los hijos de esta patria querida
que nos acoge.

Tú que eres la Abogada
ante tu Hijo Jesús,
da al pueblo brasileño paz constante
y prosperidad completa.

Concede a nuestros hermanos
de toda la geografía latinoamericana
un verdadero celo misionero
irradiador de fe y de esperanza.

Haz que tu llamada desde Fátima
para la conversión de los pecadores
se haga realidad
y transforme la vida
de nuestra sociedad.

Y tú,
que desde el santuario de Guadalupe
intercedes por el pueblo
del continente de la esperanza,
bendice sus tierras y sus hogares.

Amén.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI a la Virgen de Loreto

ORACIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI A LA VIRGEN DE LORETO

DURANTE SU VISITA PASTORAL DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI A LORETO CON OCASIÓN DEL ÁGORA DE LOS JÓVENES ITALIANOS

1 DE SEPTIEMBRE DE 2007

María, Madre del sí, tú escuchaste a Jesús
y conoces el timbre de su voz
y el latido de su corazón.

Estrella de la mañana, háblanos de él
y descríbenos tu camino
para seguirlo por la senda de la fe.

María, que en Nazaret habitaste con Jesús,
imprime en nuestra vida tus sentimientos,
tu docilidad, tu silencio que escucha y hace florecer
la Palabra en opciones de auténtica libertad.

María, háblanos de Jesús, para que el frescor
de nuestra fe brille en nuestros ojos
y caliente el corazón de aquellos
con quienes nos encontremos,
como tú hiciste al visitar a Isabel,
que en su vejez se alegró contigo
por el don de la vida.

María, Virgen del Magníficat
ayúdanos a llevar la alegría al mundo
y, como en Caná, impulsa a todos los jóvenes
comprometidos en el servicio a los hermanos
a hacer sólo lo que Jesús les diga.

María, dirige tu mirada al ágora de los jóvenes,
para que sea el terreno fecundo de la Iglesia italiana.
Ora para que Jesús, muerto y resucitado,
renazca en nosotros
y nos transforme en una noche llena de luz,
llena de él.

María, Virgen de Loreto, puerta del cielo,
ayúdanos a elevar nuestra mirada a las alturas.
Queremos ver a Jesús, hablar con él
y anunciar a todos su amor.

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Oración a la Virgen del Santo Padre Benedicto XVI ante la Mariensäule en Austria

ORACIÓN A LA VIRGEN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI ANTE LA MARIENSÄULE

EN SU VIAJE APOSTÓLICO A AUSTRIA CON OCASIÓN DEL 850 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DEL SANTUARIO DE MARIAZELL

7 DE SEPTIEMBRE DE 2007

Venerado y querido señor cardenal;
ilustre señor alcalde;
Queridos hermanos y hermanas:

Como primera etapa de mi peregrinación hacia Mariazell he elegido la Mariensäule (“Columna de María”) para reflexionar un momento con vosotros sobre el significado de la Madre de Dios para la Austria del pasado y del presente, así como sobre su significado para cada uno de nosotros.

Saludo cordialmente a todos los que os habéis reunido aquí para la oración ante la “Columna de María”. Le agradezco, querido señor cardenal, las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido al inicio de la celebración. Saludo al señor alcalde de la capital y a todas las autoridades presentes.

Dirijo un saludo particular a los jóvenes y a los representantes de las comunidades de lenguas extranjeras de la archidiócesis de Viena, que después de esta liturgia de la Palabra se congregarán en la iglesia, donde permanecerán hasta mañana en adoración ante el Santísimo. Me han dicho que están aquí ya desde hace tres horas. Los admiro y les digo: “Vergelt’s Gott!”. Con esta adoración realizáis, de modo muy concreto, lo que en estos días queremos hacer todos: contemplar a Cristo juntamente con María.

Ya desde los primeros tiempos, a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, está unida una veneración particular a su Madre, la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana, compartiendo incluso el latido de su corazón, la Mujer que lo acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta su muerte en cruz, y a cuyo amor materno él, al final, encomendó al discípulo predilecto y con él a toda la humanidad.

Con su sentimiento materno, María acoge también hoy bajo su protección a personas de todas las lenguas y culturas, para llevarlas a Cristo juntas, en una multiforme unidad. A ella podemos recurrir en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero también debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el mismo amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en su singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la familia universal de Dios, en la que cada persona tiene reservado un puesto, cada uno debe desarrollar sus dones para el bien de todos.

La “Columna de María”, erigida por el emperador Fernando III en acción de gracias por la liberación de Viena de un gran peligro y por él inaugurada hace exactamente 360 años, debe ser también para nosotros hoy un signo de esperanza. ¡Cuántas personas, desde entonces, se han detenido ante esta columna y, orando, han elevado los ojos hacia María! ¡Cuántos han experimentado en las dificultades personales la fuerza de su intercesión! Pero nuestra esperanza cristiana va mucho más allá de la realización de nuestros deseos pequeños y grandes. Nosotros elevamos los ojos hacia María, que nos muestra a qué esperanza estamos llamados (cf. Ef 1, 18), pues ella personifica lo que el hombre es de verdad.

Como hemos escuchado en la lectura bíblica, ya antes de la creación del mundo Dios nos había elegido en Cristo. Él nos conoce y ama a cada uno desde la eternidad. Y ¿para qué nos ha elegido? Para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor. Y eso no es una tarea imposible de cumplir, ya que Dios nos ha concedido, en Cristo, su realización. Hemos sido redimidos. En virtud de nuestra comunión con Cristo resucitado, Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales.

Abramos nuestro corazón; acojamos esa herencia tan valiosa. Entonces podremos entonar, juntamente con María, el himno de alabanza de su gracia. Y si seguimos poniendo nuestras preocupaciones diarias ante la Madre inmaculada de Cristo, ella nos ayudará a abrir siempre nuestras pequeñas esperanzas hacia la esperanza grande y verdadera, que da sentido a nuestra vida y puede colmarnos de una alegría profunda e indestructible.

En este sentido, quisiera ahora, juntamente con vosotros, elevar los ojos hacia la Inmaculada, para encomendarle a ella las oraciones que acabáis de rezar y pedirle su protección maternal para este país y para sus habitantes:

Santa María, Madre inmaculada de nuestro Señor Jesucristo, en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia y el modo mejor de realizar nuestra humanidad.

A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes: ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios.

Haz que, contemplando a Cristo, lleguemos a ser cada vez más semejantes a él, verdaderos hijos de Dios. Entonces también nosotros, llenos de toda clase de bendiciones espirituales, podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad y ser así instrumentos de paz para Austria, para Europa y para el mundo.

Amén.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI en Ground Zero, New York

ORACIÓN DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI DURANTE SU VISITA A GROUND ZERO, NEW YORK

EN SU VIAJE APOSTÓLICO A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Y SU VISITA A LA SEDE DE LA ORGANIZACIÓN DE LA NACIONES UNIDAS

20 DE ABRIL DE 2008

¡Oh Dios de amor, compasión y salvación!
¡Míranos, gente de diferentes creencias y tradiciones,
reunidos hoy en este lugar,
escenario de violencia y dolor increíbles.

Te pedimos que por tu bondad
concedas la luz y la paz eternas
a todos los que murieron aquí—
a los que heroicamente acudieron los primeros,
nuestros bomberos, policías,
servicios de emergencia y las autoridades del puerto,
y a todos los hombres y mujeres inocentes
que fueron víctimas de esta tragedia
simplemente porque vinieron aquí para cumplir con su deber
el 11 de septiembre de 2001.

Te pedimos que tengas compasión
y alivies las penas de aquellos que,
por estar presentes aquí ese día,
hoy están heridos o enfermos.
Alivia también el dolor de las familias que todavía sufren
y de todos los que han perdido a sus seres queridos en esta tragedia.
Dales fortaleza para seguir viviendo con valentía y esperanza.

También tenemos presentes
a cuantos murieron, resultaron heridos o sufrieron pérdidas
ese mismo día en el Pentágono y en Shanskville, Pennsylvania.
Nuestros corazones se unen a los suyos,
mientras nuestras oraciones abrazan su dolor y sufrimiento.

Dios de la paz, concede tu paz a nuestro violento mundo:
paz en los corazones de todos los hombres y mujeres
y paz entre las naciones de la tierra.
Lleva por tu senda del amor
a aquellos cuyas mentes y corazones
están nublados por el odio.

Dios de comprensión,
abrumados por la magnitud de esta tragedia,
buscamos tu luz y tu guía
cuando nos enfrentamos con hechos tan terribles como éste.
Haz que aquellos cuyas vidas fueron salvadas
vivan de manera que las vidas perdidas aquí
no lo hayan sido en vano.

Confórtanos y consuélanos,
fortalécenos en la esperanza,
y danos la sabiduría y el coraje
para trabajar incansablemente por un mundo
en el que la verdadera paz y el amor
reinen entre las naciones y en los corazones de todos.

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Oracion a Nuestra Señora de Seshan del Santo Padre Benedicto XVI

ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE SESHAN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Virgen Santísima, Madre del Verbo Encarnado y Madre nuestra,
venerada con el título de “Auxilio de los cristianos” en el Santuario de Sheshan,
a la que se dirige con devoción toda la Iglesia en China,
hoy venimos ante ti para implorar tu protección.
Mira al Pueblo de Dios y guíalo con solicitud maternal
por los caminos de la verdad y el amor, para que sea siempre
fermento de convivencia armónica entre todos los ciudadanos.

Con el dócil “sí” pronunciado en Nazaret tú aceptaste que
el Hijo eterno de Dios se encarnara en tu seno virginal
iniciando así en la historia la obra de la Redención,
en la que cooperaste después con solícita dedicación,
dejando que la espada del dolor traspasase tu alma,
hasta la hora suprema de la Cruz, cuando en el Calvario permaneciste
erguida junto a tu Hijo, que moría para que el hombre viviese.

Desde entonces llegaste a ser, de manera nueva, Madre
de todos los que acogen a tu Hijo Jesús en la fe
y lo siguen tomando su Cruz.
Madre de la esperanza, que en la oscuridad del Sábado Santo saliste
al encuentro de la mañana de Pascua con confianza inquebrantable,
concede a tus hijos la capacidad de discernir en cualquier situación,
incluso en las más tenebrosas, los signos de la presencia amorosa de Dios.

Señora nuestra de Sheshan, alienta el compromiso de quienes en China,
en medio de las fatigas cotidianas, siguen creyendo, esperando y amando,
para que nunca teman hablar de Jesús al mundo y del mundo a Jesús.
En la estatua que corona el Santuario tú muestras a tu Hijo
al mundo con los brazos abiertos en un gesto de amor.
Ayuda a los católicos a ser siempre testigos creíbles de este amor,
manteniéndose unidos a la roca de Pedro sobre la que está edificada la Iglesia.
Madre de China y de Asia, ruega por nosotros ahora y siempre. Amén.

nuestra señora de sheshan krouillong sacrilega comunion en la manoEstampa de Nuestra Señora de She Shan
en Songjiang (Shanghái, China)

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Discurso y Oración del Santo Padre Benedicto XVI en Homenaje a la Inmaculada Concepción de María

DISCURSO Y ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI EN HOMENAJE A LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

8 DE DICIEMBRE DE 2008

Solemnidad de la Inmaculada Concepción Virgen María

Queridos hermanos y hermanas:

Hace casi tres meses, tuve la alegría de ir en peregrinación a Lourdes, con ocasión del 150° aniversario de la histórica aparición de la Virgen María a santa Bernardita. Las celebraciones de este singular aniversario se concluyen precisamente hoy, solemnidad de la Inmaculada Concepción, porque la “hermosa Señora” —como la llamaba Bernardita—, mostrándose a ella por última vez en la gruta de Massabielle, reveló su nombre diciendo:  “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Lo dijo en el idioma local, y la pequeña vidente refirió a su párroco esa expresión, para ella desconocida e incomprensible.

“Inmaculada Concepción”:  también nosotros repetimos hoy con conmoción ese nombre misterioso. Lo repetimos aquí, al pie de este monumento en el corazón de Roma; e innumerables hermanos y hermanas nuestros hacen lo mismo en otros muchos lugares del mundo, santuarios y capillas, así como en las casas de familias cristianas. Donde hay una comunidad católica, allí se venera hoy a la Virgen con este nombre estupendo y maravilloso:  Inmaculada Concepción.

Ciertamente, la convicción sobre la inmaculada concepción de María existía ya muchos siglos antes de las apariciones de Lourdes, pero estas llegaron como un sello celestial después de que mi venerado predecesor el beato Pío ix definiera el dogma, el 8 de diciembre de 1854. En la fiesta de hoy, tan arraigada en el pueblo cristiano, esta expresión brota del corazón y aflora a los labios como el nombre de nuestra Madre celestial. Como un hijo alza los ojos al rostro de su mamá y, viéndolo sonriente, olvida todo miedo y todo dolor, así nosotros, volviendo la mirada a María, reconocemos en ella la “sonrisa de Dios”, el reflejo inmaculado de la luz divina; encontramos en ella nueva esperanza incluso en medio de los problemas y los dramas del mundo.

Es tradición que el Papa se una al homenaje que rinde la ciudad trayendo a María una cesta de rosas. Estas flores indican nuestro amor y nuestra devoción:  el amor y la devoción del Papa, de la Iglesia de Roma y de los habitantes de esta ciudad, que se sienten espiritualmente hijos de la Virgen María. Simbólicamente, las rosas pueden expresar cuanto de bello y de bueno hemos realizado durante el año, porque en esta cita ya tradicional quisiéramos ofrecerlo todo a nuestra Madre, convencidos de que nada podríamos haber hecho sin su protección y sin las gracias que diariamente nos obtiene de Dios. Pero —como suele decirse— no hay rosa sin espinas, y en los tallos de estas estupendas rosas blancas tampoco faltan las espinas, que para nosotros representan las dificultades, los sufrimientos, los males que han marcado y marcan también la vida de las personas y de nuestras comunidades. A la Madre se presentan las alegrías, pero se le confían también las preocupaciones, seguros de encontrar en ella fortaleza para no abatirse y apoyo para seguir adelante.

¡Oh Virgen Inmaculada, en este momento quisiera confiarte especialmente a los “pequeños” de nuestra ciudad:  ante todo a los niños, y especialmente a los que están gravemente enfermos; a los muchachos pobres y a los que sufren las consecuencias de situaciones familiares duras! Vela sobre ellos y haz que sientan, en el afecto y la ayuda de quienes están a su lado, el calor del amor de Dios.

Te encomiendo, oh María, a los ancianos solos, a los enfermos, a los inmigrantes que encuentran dificultad para integrarse, a las familias que luchan por cuadrar sus cuentas y a las personas que no encuentran trabajo o que han perdido un puesto de trabajo indispensable para seguir adelante.

Enséñanos, María, a ser solidarios con quienes pasan dificultades, a colmar las desigualdades sociales cada vez más grandes; ayúdanos a cultivar un sentido más vivo del bien común, del respeto a lo que es público; impúlsanos a sentir la ciudad —y de modo especial nuestra ciudad de Roma— como patrimonio de todos, y a hacer cada uno, con conciencia y empeño, nuestra parte para construir una sociedad más justa y solidaria.

¡Oh Madre Inmaculada, que eres para todos signo de segura esperanza y de consuelo, haz que nos dejemos atraer por tu pureza inmaculada! Tu belleza —Tota pulchra, cantamos hoy— nos garantiza que es posible la victoria del amor; más aún, que es cierta; nos asegura que la gracia es más fuerte que el pecado y que, por tanto, es posible el rescate de cualquier esclavitud.

Sí, ¡oh María!, tu nos ayudas a creer con más confianza en el bien, a apostar por la gratuidad, por el servicio, por la no violencia, por la fuerza de la verdad; nos estimulas a permanecer despiertos, a no caer en la tentación de evasiones fáciles, a afrontar con valor y responsabilidad la realidad, con sus problemas. Así lo hiciste tú, joven llamada a arriesgarlo todo por la Palabra del Señor.

Sé madre amorosa para nuestros jóvenes, para que tengan el valor de ser “centinelas de la mañana”, y da esta virtud a todos los cristianos para que sean alma del mundo en esta época no fácil de la historia.

Virgen Inmaculada, Madre de Dios y Madre nuestra, Salus Populi Romani, ruega por nosotros.

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Discurso y Oración del Santo Padre Benedicto XVI en Yaundé, Camerún

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI EN YAUNDÉ, CAMERÚN

VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A CAMERÚN Y ANGOLA

19 DE MARZO DE 2009

Señores Cardenales,

Queridos Hermanos en el Episcopado:

Con profunda alegría os saludo a todos, en esta tierra de África. En 1994, mi amado predecesor, el Siervo de Dios Juan Pablo II, convocó para ella la Primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos, como muestra de solicitud pastoral por este Continente tan rico tanto en promesas como en urgentes necesidades humanas, culturales y espirituales. Esta mañana lo he llamado «el continente de la esperanza». Recuerdo con gratitud la firma de la Exhortación Apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, que tuvo lugar hace 14 años en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, el 14 de septiembre de 1995.

Expreso mi agradecimiento a Mons. Nikola Eterović, Secretario General del Sínodo de los Obispos, por las palabras que me ha dirigido en vuestro nombre al comienzo de este encuentro con vosotros en tierra africana, y estoy muy reconocido por cuanto me habéis dicho; eso me da una idea más realista de la situación sobre la que hemos de hablar y orar, sobre todo durante este Sínodo queridos miembros del Consejo Especial para África. Toda la Iglesia mira con atención a este encuentro con vistas a la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, que, si Dios quiere, se celebrará el próximo octubre. El tema es: «La Iglesia en África al servicio de la reconciliación, la justicia y la paz. “Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo” (Mt 5,13.14)».

Agradezco vivamente a los Cardenales, a los Arzobispos y a los Obispos, miembros del Consejo Especial para África, por su colaboración cualificada en la redacción de los Lineamenta y del Instrumentum laboris. Os estoy muy reconocido, queridos Hermanos en el Episcopado, por haber presentado también en vuestras aportaciones aspectos importantes de la situación eclesial y social actual de vuestros países de origen y de la región. De este modo, habéis destacado el gran dinamismo de la Iglesia en África, pero también habéis evocado los desafíos, los grandes problemas de África que el Sínodo tendrá que examinar, para que el crecimiento de la Iglesia en África no sea solamente cuantitativo sino también cualitativo.

Queridos Hermanos, al comienzo de mi reflexión, me parece importante subrayar que vuestro Continente ha sido santificado por Jesús mismo, Nuestro Señor. En los albores de su vida terrestre, tristes circunstancias hicieron que pisara el suelo africano. Dios escogió vuestro Continente como morada de su Hijo. A través de Jesús, Dios ha salido ciertamente al encuentro de cada hombre, pero de una manera particular del hombre africano. África ofreció al Hijo de Dios una tierra que lo ha alimentado y una protección eficaz. Por Jesús, hace dos mil años, Dios ha traído en persona la luz y la sal a África. Desde entonces, la semilla de su presencia es en el fondo de los corazones de este querido Continente y germina poco a poco más allá y a través de los avatares de la historia humana de vuestra tierra. África marcó una etapa importante en la Encarnación, el primer momento de la kénosis, porque acogió el abajamiento y el despojo del Hijo de Dios antes de volver a la Tierra Prometida. Gracias a la venida de Cristo, que la ha santificado con su presencia física, África recibió una llamada especial para conocer a Cristo. Que los africanos se sientan orgullosos. Meditando y ahondando espiritual y teológicamente en esta primera etapa, el africano podrá encontrar fuerzas suficientes para afrontar su diario caminar, a veces duro, y descubrir así inmensos espacios de fe y de esperanza que le ayuden a crecer en Dios.

Algunos momentos significativos de la historia cristiana de este Continente pueden recordarnos los lazos profundos que existen desde sus orígenes entre África y el cristianismo. Según una venerable tradición patrística, el evangelista san Marcos, que «transmitió por escrito lo que Pedro predicó» (Ireneo, Adversus Haereses III, I,1), vino a Alejandría a avivar la semilla plantada por el Señor. Este evangelista dio testimonio en África de la muerte en cruz del Hijo de Dios –último momento de la kénosis– y de su exaltación, para que «toda lengua proclame: “Jesucristo es el Señor” para gloria de Dios Padre» (Flp 2,11). La Buena Nueva de la venida del Reino de Dios se extendió rápidamente por el norte de vuestro Continente, donde hubo ilustres mártires y santos, y engendró insignes teólogos.

Tras haber sido probado por vicisitudes históricas, el cristianismo sólo permaneció, durante casi un milenio, en la parte nororiental del Continente. Con la llegada de los europeos, que buscaban la ruta de las Indias, en los siglos XV y XVI, las poblaciones subsaharianas encontraron a Cristo. Fueron las poblaciones litorales las primeras que recibieron el bautismo. En los siglos XIX y XX, el África subsahariana vio llegar misioneros, hombres y mujeres que provenían de todo el Occidente, de Latinoamérica y también de Asia. Quiero rendirles un homenaje por la generosidad de su respuesta incondicional a la llamada del Señor y por su ardiente celo apostólico. Y siguiendo adelante, quisiera hablar de los catequistas africanos, compañeros inseparables de los misioneros en la evangelización. Dios había preparado el corazón de algunos laicos africanos, hombres y mujeres, jóvenes y mayores, para recibir sus dones y para llevar la luz de su Palabra a sus hermanos. Laicos con laicos, supieron encontrar en la lengua de sus padres las palabras de Dios que tocaron el corazón de sus hermanos. Supieron compartir el sabor de la sal de la Palabra y dar esplendor a la luz de los Sacramentos que anunciaban. Acompañaron a las familias en su crecimiento espiritual, alentaron las vocaciones sacerdotales y religiosas, y sirvieron de enlace entre sus comunidades y los sacerdotes y los obispos. Con toda naturalidad, llevaron a cabo una inculturación eficaz, que produjo excelentes frutos (cf. Mc 4,20). Fueron los catequistas quienes consiguieron que la «luz brille ante los hombres» (Mt 5,16), porque, viendo el bien que hacían, poblaciones enteras pudieron dar gloria a Nuestro Padre que está en los cielos. Africanos que evangelizaron a africanos. Evocando su gloriosa memoria, saludo y animo a sus dignos sucesores que trabajan hoy con la misma abnegación, el mismo ímpetu apostólico y la misma fe que sus predecesores. Que Dios les bendiga con abundancia. Durante este período, la tierra africana se ha ennoblecido con numerosos santos. Me limito a citar a los gloriosos mártires de Uganda, los grandes misioneros Anne-Marie Javouhey y Daniel Comboni, así como a Sor Anuarite Nengapeta y al catequista Isidoro Bakanja, sin olvidar a la humilde Josefina Bakhita.

Estamos actualmente en un momento histórico que, desde el punto de vista civil, coincide con la independencia reencontrada, y desde el punto de vista eclesial, con el Concilio Vaticano II. La Iglesia en África ha preparado y acompañado durante este período la construcción de nuevas identidades nacionales y, paralelamente, ha intentado traducir la identidad de Cristo siguiendo sus propios caminos. Desde que la Jerarquía se fue poco a poco africanizando, a partir de la ordenación por el Papa Pío XII de obispos de vuestro Continente, la reflexión teológica comenzó a desarrollarse. Sería bueno que vuestros teólogos siguieran hoy explorando la hondura del misterio trinitario y su significado para el día a día africano. Tal vez este siglo permita, con la gracia de Dios, un renacer en vuestro Continente, aunque ciertamente de una forma nueva, de la prestigiosa Escuela de Alejandría. ¿Por qué no esperar que, de este modo, se pueda ofrecer a los Africanos de hoy, y a la Iglesia universal, grandes teólogos y maestros espirituales que contribuyan a la santificación de los habitantes de este Continente y de toda la Iglesia? La Primera Asamblea Especial del Sínodo de Obispos permitió señalar las líneas a seguir y puso de relieve, entre otras, la necesidad de ahondar y encarnar el misterio de una Iglesia-Familia.

Quisiera sugerir ahora algunas reflexiones sobre el tema específico de la Segunda Asamblea Especial para África del Sínodo de los Obispos, sobre la reconciliación, la justicia y la paz.

Según el Concilio Ecuménico Vaticano II, «la Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium, 1). Para llevar a cabo adecuadamente su misión, la Iglesia debe ser una comunidad de personas reconciliadas con Dios y entre ellas. Así, puede anunciar la Buena Nueva de la reconciliación a la sociedad actual, que lamentablemente padece en muchos sitios conflictos, violencias, guerras y odio. Vuestro Continente no se ha librado, y ha sido triste escenario de graves tragedias que reclaman una verdadera reconciliación entre los pueblos, las etnias y los hombres. Para nosotros los cristianos, esta reconciliación radica en el amor misericordioso de Dios Padre y se realiza a través de la persona de Jesucristo, que, en el Espíritu Santo, ha ofrecido a todos la gracia de la reconciliación. Las consecuencias se manifestarán a través de la justicia y la paz, indispensables para construir un mundo mejor.

En realidad, en el contexto sociopolítico y económico actual del continente africano, ¿qué puede haber más dramático que las luchas, frecuentemente sangrientas, entre grupos étnicos o pueblos hermanos? Y, puesto que el Sínodo de 1994 insistió en la Iglesia-Familia de Dios, ¿cuál puede ser la aportación del de este año para la construcción de África, sedienta de reconciliación y en busca de justicia y paz? Las guerras locales o regionales, las masacres y los genocidios que tienen lugar en el Continente han de interpelarnos de manera muy especial: si es verdad que en Jesucristo formamos parte de la misma familia y compartimos la misma vida, puesto que por nuestras venas circula la misma Sangre de Cristo, que nos convierte en hijos de Dios, miembros de la Familia de Dios, no deberían existir más odios, injusticias y guerras entre hermanos.

Al constatar el aumento de la violencia y el auge del egoísmo en África, el Cardenal Bernardin Gantin, de venerada memoria, proponía en 1988 una teología de la Fraternidad, como respuesta al clamor apremiante de los pobres y de los más pequeños (L’Osservatore Romano, ed. francesa, 12 abril 1988, pp. 4-5). Quizá pensaba en lo que escribió el africano Lactancio a comienzos del siglo IV: «El primer deber de la justicia es reconocer al hombre como hermano. En efecto, si el mismo Dios nos ha hecho y nos ha engendrado a todos de la misma condición, con vistas a la justicia y a la vida eterna, estamos unidos ciertamente por vínculos de fraternidad: quien no los reconozca es injusto» (Epitome, 54,4-5). La Iglesia-Familia de Dios que vive en África, ha hecho una opción preferencial por los pobres desde la Primera Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos. Manifiesta así que la situación de deshumanización y de opresión que aflige a los pueblos africanos no es irreversible; por el contrario, pone a cada uno ante a un desafío, el de la conversión, la santidad y la integridad.

El Hijo, por el que Dios nos habla, es Él mismo Palabra encarnada. Esto ha sido objeto de las reflexiones de la reciente XII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. Hecha carne, esta Palabra está al origen de lo que somos y hacemos; es el fundamento de toda vida. Así pues, se han de valorar las tradiciones africanas a partir de esa Palabra, corrigiendo y perfeccionando su concepto de la vida, del hombre y de la familia. Jesucristo, Palabra de vida, es fuente y plenitud de todas nuestras vidas, porque el Señor Jesús es el único mediador y redentor.

Es urgente que las comunidades cristianas sean, cada vez más, lugares de escucha profunda de la Palabra de Dios y de lectura meditativa de la Sagrada Escritura. Por medio de esa lectura meditativa y comunitaria en la Iglesia, el cristiano encuentra a Cristo resucitado que le habla y le devuelve la esperanza en la plenitud de vida que Él da al mundo.

Por lo que se refiere a la Eucaristía, ésta hace realmente presente en la historia al Señor. Por su Cuerpo y su Sangre, Cristo entero se hace sustancialmente presente en nuestras vidas. Está con nosotros todos los días hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28,20) y nos envía de nuevo a las realidades cotidianas, para que podamos llenarlas con su presencia. En la Eucaristía se manifiesta claramente que la vida es una relación de comunión con Dios, con nuestros hermanos y nuestras hermanas, y con toda la creación. La Eucaristía es fuente de unidad reconciliada en la paz.

La Palabra y el Pan de vida ofrecen luz y alimento, como antídoto y viático en la fidelidad al Maestro y Pastor de nuestras almas, para que la Iglesia en África cumpla el servicio de reconciliación, de justicia y de paz, según el programa de vida dado por el Señor mismo: «Vosotros sois la sal de la tierra… Vosotros sois la luz del mundo» (Mt 5,13.14). Para serlo de verdad, los fieles han de convertirse y seguir a Jesucristo, ser sus discípulos, para ser testigos de su poder salvador. Durante su vida terrena, Jesús era «poderoso en obras y palabras» (Lc 24,19). Por su resurrección, ha sometido a principados y potestades (cf. Col 2,15), a todo poder del mal, para liberar a los que han sido bautizados en su nombre. «Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado» (Ga 5,1). La vocación cristiana consiste en dejarse liberar por Jesucristo. Él ha vencido el pecado y la muerte y ofrece a todos la plenitud de la vida. En el Señor Jesús, ya no hay judíos ni gentiles, ni hombres y mujeres (cf. Ga 3,28). En su carne, ha reconciliado a todos los pueblos. Con la fuerza del Espíritu Santo, dirijo a todos este llamamiento: «Dejaos reconciliar» (2 Co 5,20). Ninguna diferencia étnica o cultural, de raza, sexo o religión, ha de ser para vosotros motivo de enfrentamiento. Todos sois hijos del único Dios, nuestro Padre, que está en los cielos. Con esta convicción será posible construir una África más justa y pacífica, a la altura de las esperanzas legítimas de todos sus hijos.

Finalmente, os invito a fomentar la preparación del Sínodo, recitando también con los fieles la oración conclusiva del Instrumentum laboris, que he entregado esta mañana, para el buen éxito de la Asamblea Sinodal. Oremos juntos ahora, queridos hermanos:

«Santa María, Madre de Dios, Protectora de África, tú has dado al mundo la luz verdadera, Jesucristo. Por tu obediencia al Padre y por la gracia del Espíritu Santo, nos has dado la fuente de nuestra reconciliación y nuestra justicia, Jesucristo, nuestra paz y nuestro gozo.

Madre de ternura y sabiduría, muéstranos a Jesús, tu Hijo e Hijo de Dios, ayúdanos en nuestro camino de conversión, para que Jesús haga brillar su Gloria sobre nosotros en todos los aspectos de nuestra vida personal, familiar y social.

Madre llena de misericordia y de justicia, por tu docilidad al Espíritu Consolador alcánzanos la gracia de ser testigos del Señor Resucitado, para que seamos cada vez más la sal de la tierra y la luz del mundo.

Madre del Perpetuo Socorro, confiamos a tu maternal intercesión la preparación y los frutos del Segundo Sínodo para África. Reina de la Paz, ruega por nosotros. Nuestra Señora de África, ruega por nosotros».

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI en el Muro Occidental de Jerusalén

ORACIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI EN EL MURO OCCIDENTAL DE JERUSALÉN

DURANTE SU PEREGRINACIÓN TIERRA SANTA 

12 DE MAYO DE 2009

Dios de todos los tiempos,
en mi visita a Jerusalén,
la “ciudad de la paz”,
casa espiritual para judíos,
cristianos y musulmanes,
te presento las alegrías,
las esperanzas y las aspiraciones,
las pruebas, los sufrimientos
y las penas de tu pueblo
esparcido por el mundo.

Dios de Abraham,
de Isaac y de Jacob,
escucha el grito de los afligidos,
los atemorizados
y los despojados;
derrama tu paz
sobre esta Tierra Santa,
sobre Oriente Medio,
sobre toda la familia humana;
despierta el corazón
de todos los que invocan
tu nombre,
para caminar humildemente
por la senda de la justicia
y la compasión.

“Bueno es el Señor
con el que en Él espera,
con el alma que lo busca”
(Lam 3, 25).

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Oración para el Año Sacerdotal del Santo Padre Benedicto XVI

ORACIÓN PARA EL AÑO SACERDOTAL DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

19 DE JUNIO DE 2009

Señor Jesús, que en san Juan María Vianney quisiste donar a tu Iglesia una conmovedora imagen de tu caridad pastoral, haz que, en su compañía y sustentados por su ejemplo, vivamos en plenitud este Año Sacerdotal.

Haz que, permaneciendo como Él delante de la Eucaristía, podamos aprender cuán sencilla y cotidiana es tu palabra que nos enseña; tierno el amor con el que acoges a los pecadores arrepentidos; consolador el abandono confiado a tu Madre Inmaculada.

Haz, Oh Señor, que, por intercesión del Santo Cura de Ars, las familias cristianas se conviertan en “pequeñas iglesias”, donde todas las vocaciones y todos los carismas, donados por tu Espíritu Santo, puedan ser acogidos y valorizados. Concédenos, Señor Jesús, poder repetir con el mismo ardor del Santo Cura de Ars las palabras con las que él solía dirigirse a Ti:

«Te amo, oh mi Dios.
Mi único deseo es amarte
hasta el último suspiro de mi vida.

Te amo, oh infinitamente amoroso Dios,
y prefiero morir amándote que vivir un instante sin amarte.

Te amo, Señor, y la única gracia que te pido es la de amarte eternamente.

Oh mi Dios, si mi lengua no puede decir cada instante que te amo,
quiero que mi corazón lo repita cada vez que respiro.

Te amo, oh mi Dios Salvador,
porque has sido crucificado por mí,
y me tienes aquí crucificado contigo.
Dios mío, dame la gracia de morir amándote
y sabiendo que te amo». Amén.

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Oración a la Virgen de la Encina por el Santo Padre Benedicto XVI

ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA ENCINA

DURANTE LA VISITA PASTORAL DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI A VITERBO Y BAGNOREGIO

6 DE SEPTIEMBRE DE 2009

Queridas hermanas:

Es para mí una verdadera alegría poderme encontrar con vosotras en este lugar querido para la piedad popular. Vosotras, monjas de vida contemplativa, tenéis en la Iglesia la misión de ser antorchas que, en el silencio de los monasterios, arden de oración y de amor a Dios. A vosotras encomiendo mis intenciones, las intenciones del Pastor de esta diócesis y las necesidades de cuantos viven en esta tierra. A vosotras encomiendo, en este Año sacerdotal, sobre todo a los sacerdotes, a los seminaristas y las vocaciones. Sed con vuestro silencio orante su apoyo “a distancia” y ejerced con respecto a ellos vuestra maternidad espiritual, ofreciendo al Señor el sacrificio de vuestra vida por su santificación y por el bien de las almas. Os agradezco vuestra presencia y os bendigo de corazón; llevad el saludo y la bendición del Papa también a vuestras hermanas que no han podido venir. Os pido ahora que os unáis a mí al invocar la protección materna de María sobre esta comunidad diocesana y sobre los habitantes de esta tierra, rica en tradiciones religiosas y culturales.

Virgen Santa, Virgen de la Encina,
patrona de la diócesis de Viterbo,
reunidos en este santuario a ti consagrado,
te dirigimos una oración ferviente y confiada:
vela por el Sucesor de Pedro
y por la Iglesia encomendada a su solicitud;
vela por esta comunidad diocesana y por sus pastores,
por Italia, por Europa y por los demás continentes.
Reina de la paz, alcánzanos el don
de la concordia y de la paz
para los pueblos y para toda la humanidad.

Virgen obediente, Madre de Cristo,
que con tu dócil “sí” al anuncio del ángel
te convertiste en Madre del Omnipotente,
ayuda a tus hijos a seguir
los planes que el Padre celestial tiene para cada uno,
a fin de cooperar al proyecto universal de redención,
que Cristo realizó muriendo en la cruz.

Virgen de Nazaret, Reina de la familia,
haz de nuestras familias cristianas fraguas de vida evangélica,
enriquecidas por el don de muchas vocaciones
al sacerdocio y a la vida consagrada.
Mantén firme la unidad de nuestras familias,
hoy tan amenazada por todas partes,
y haz de ellas hogares de serenidad y concordia,
donde el diálogo paciente disipe las dificultades y los contrastes.
Vela sobre todo por las que están divididas y en crisis,
Madre de perdón y de reconciliación.

Virgen Inmaculada, Madre de la Iglesia,
alimenta el entusiasmo de todos los componentes
de nuestra diócesis: de las parroquias y de los grupos eclesiales,
de las asociaciones y de las nuevas formas de compromiso apostólico
que el Señor va suscitando con su Santo Espíritu;
haz que sea firme y decidida la voluntad de cuantos
el Dueño de la mies sigue llamando
como obreros a su viña, a fin de que,
resistiendo a toda adulación e insidia mundana,
perseveren generosamente
en el seguimiento del camino emprendido,
y, con tu ayuda materna, sean testigos de Cristo
atraídos por el fulgor de su amor, fuente de alegría.

Virgen Clemente, Madre de la humanidad,
dirige tu mirada a los hombres y las mujeres de nuestro tiempo,
a los pueblos y sus gobernantes, a las naciones y los continentes;
consuela a quien llora, a quien sufre,
a quien padece a causa de la injusticia humana,
sostén a quien vacila bajo el peso de la fatiga
y contempla el futuro sin esperanza;
alienta a quien trabaja para construir un mundo mejor
donde triunfe la justicia y reine la fraternidad,
donde cesen el egoísmo y el odio, y la violencia.
Que toda forma y manifestación de violencia
sea vencida por la fuerza pacificadora de Cristo.

Virgen de la escucha, Estrella de la esperanza,
Madre de la Misericordia,
fuente por la cual vino al mundo Jesús,
nuestra vida y nuestro gozo,
te damos gracias y te renovamos la ofrenda de la vida,
seguros de que jamás nos abandonas,
especialmente en los momentos oscuros y difíciles de la existencia.
Acompáñanos siempre: ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén.

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Oración a la Virgen por el Santo Padre Benedicto XVI, Fátima

ORACIÓN A LA VIRGEN

DURANTE SU VISITA A LA CAPILLA DE LAS APARICIONES EN FÁTIMA EN SU VIAJE APOSTÓLICO A PORTUGAL EN EL 10° ANIVERSARIO DE LA BEATIFICACIÓN DE JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA

12 DE MAYO DE 2010

Santo Padre:

Señora Nuestra
y Madre de todos los hombres y mujeres,
aquí estoy como un hijo
que viene a visitar a su Madre
y lo hace en compañía
de una multitud de hermanos y hermanas.
Como Sucesor de Pedro,
al que se le confió la misión
de presidir el servicio
de la caridad en la Iglesia de Cristo
y de confirmar a todos en la fe
y en la esperanza,
quiero presentar a tu Corazón Inmaculado
las alegrías y las esperanzas,
así como los problemas y los sufrimientos
de cada uno de estos hijos e hijas tuyos,
que se encuentran en Cova de Iria
o que nos acompañan desde la distancia.

Madre amabilísima,
tú conoces a cada uno por su nombre,
con su rostro y con su historia,
y quieres a todos
con amor materno,
que fluye del mismo corazón de Dios Amor.
Te confío a todos y los consagro a ti,
María Santísima,
Madre de Dios y Madre nuestra.

Cantores y asamblea:

Nosotros te cantamos y aclamamos, María (v.1)

Santo Padre:

El Venerable Papa Juan Pablo II,
que te visitó tres veces, aquí en Fátima,
y te agradeció aquella “mano invisible”
que lo libró de la muerte,
en el atentado del trece de mayo,
en la Plaza de San Pedro, hace casi treinta años,
quiso ofrecer al Santuario de Fátima
la bala que lo hirió gravemente
y que fue colocada en tu corona de Reina de la Paz.
Nos consuela profundamente
saber que estás coronada
no sólo con la plata
y el oro de nuestras alegrías y esperanzas,
sino también con la “bala”
de nuestras preocupaciones y sufrimientos.

Te agradezco, Madre querida,
las oraciones y sacrificios
que los Pastorcillos
de Fátima realizaron por el Papa,
animados por los sentimientos
que tú les habías infundido en las apariciones.
Agradezco igualmente a todos aquellos que,
cada día,
rezan por el Sucesor de Pedro
y sus intenciones,
para que el Papa sea fuerte en la fe,
audaz en la esperanza y ferviente en el amor.

Cantores y asamblea:

Nosotros te cantamos y aclamamos, María (v.2)

Santo Padre:

Madre querida por todos nosotros,
te entrego aquí en tu Santuario de Fátima,
la Rosa de Oro
que he traído desde Roma,
como regalo de gratitud del Papa,
por las maravillas que el Omnipotente
ha realizado por tu mediación
en los corazones de tantos peregrinos
que vienen a esta tu casa materna.

Estoy seguro de que los Pastorcillos de Fátima,
los Beatos Francisco y Jacinta
y la Sierva de Dios Lucía de Jesús,
nos acompañan en este momento de súplica y júbilo.

Cantores y asamblea:

Nosotros te cantamos y aclamamos, María (v.5)

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Acto de Consagración de los Sacerdotes al Corazón Inmaculado de María por el Santo Padre Benedicto XVI

ACTO DE CONSAGRACIÓN DE LOS SACERDOTES AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI DURANTE EL VIAJE APOSTÓLICO A PORTUGAL
EN EL 10° ANIVERSARIO DE LA BEATIFICACIÓN DE JACINTA Y FRANCISCO, PASTORCILLOS DE FÁTIMA EN LA IGLESIA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

12 DE MAYO DE 2010

Madre Inmaculada,
en este lugar de gracia,
convocados por el amor de tu Hijo Jesús,
Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,
hijos en el Hijo y sacerdotes suyos,
nos consagramos a tu Corazón materno,
para cumplir fielmente la voluntad del Padre.

Somos conscientes de que, sin Jesús,
no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5)
y de que, sólo por Él, con Él y en Él,
seremos instrumentos de salvación para el mundo.

Esposa del Espíritu Santo,
alcánzanos el don inestimable
de la transformación en Cristo.
Por la misma potencia del Espíritu que,
extendiendo su sombra sobre Ti,
te hizo Madre del Salvador,
ayúdanos para que Cristo, tu Hijo,
nazca también en nosotros.
Y, de este modo, la Iglesia pueda
ser renovada por santos sacerdotes,
transfigurados por la gracia de Aquel
que hace nuevas todas las cosas.

Madre de Misericordia,
ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado
a ser como Él:
luz del mundo y sal de la tierra
(cfr. Mt 5,13-14).

Ayúdanos,
con tu poderosa intercesión,
a no desmerecer esta vocación sublime,
a no ceder a nuestros egoísmos,
ni a las lisonjas del mundo,
ni a las tentaciones del Maligno.

Presérvanos con tu pureza,
custódianos con tu humildad
y rodéanos con tu amor maternal,
que se refleja en tantas almas
consagradas a ti
y que son para nosotros
auténticas madres espirituales.

Madre de la Iglesia,
nosotros, sacerdotes,
queremos ser pastores
que no se apacientan a sí mismos,
sino que se entregan a Dios por los hermanos,
encontrando la felicidad en esto.
Queremos cada día repetir humildemente
no sólo de palabra sino con la vida,
nuestro “aquí estoy”.

Guiados por ti,
queremos ser Apóstoles
de la Divina Misericordia,
llenos de gozo por poder celebrar diariamente
el Santo Sacrificio del Altar
y ofrecer a todos los que nos lo pidan
el sacramento de la Reconciliación.

Abogada y Mediadora de la gracia,
tu que estas unida
a la única mediación universal de Cristo,
pide a Dios, para nosotros,
un corazón completamente renovado,
que ame a Dios con todas sus fuerzas
y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.

Repite al Señor
esa eficaz palabra tuya:“no les queda vino” (Jn 2,3),
para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros,
como una nueva efusión,
el Espíritu Santo.

Lleno de admiración y de gratitud
por tu presencia continua entre nosotros,
en nombre de todos los sacerdotes,
también yo quiero exclamar:
“¿quién soy yo para que me visite
la Madre de mi Señor? (Lc 1,43)

Madre nuestra desde siempre,
no te canses de “visitarnos”,
consolarnos, sostenernos.
Ven en nuestra ayuda
y líbranos de todos los peligros
que nos acechan.
Con este acto de ofrecimiento y consagración,
queremos acogerte de un modo
más profundo y radical,
para siempre y totalmente,
en nuestra existencia humana y sacerdotal.

Que tu presencia haga reverdecer el desierto
de nuestras soledades y brillar el sol
en nuestras tinieblas,
haga que torne la calma después de la tempestad,
para que todo hombre vea la salvación
del Señor,
que tiene el nombre y el rostro de Jesús,
reflejado en nuestros corazones,
unidos para siempre al tuyo.

Así sea.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI durante la Vigilia de Oración por la Vida Naciente

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI DURANTE LA VIGILIA DE ORACIÓN POR LA VIDA NACIENTE EN LA BASÍLICA VATICANA

27 DE NOVIEMBRE DE 2010

Señor Jesús,
que con fidelidad visitas y colmas con tu Presencia
la Iglesia y la historia de los hombres;
que en el admirable Sacramento
de tu Cuerpo y tu Sangre
nos haces partícipes de la vida divina
y nos concedes saborear anticipadamente
la alegría de la vida eterna;
te adoramos y te bendecimos.

Postrados delante de ti, fuente y amante de la vida,
realmente presente y vivo en medio de nosotros,
te suplicamos:

Aviva en nosotros el respeto
por toda vida humana naciente,
haz que veamos en el fruto del seno materno
la admirable obra del Creador;
abre nuestro corazón a la generosa acogida
de cada niño que se asoma a la vida.

Bendice a las familias,
santifica la unión de los esposos,
haz que su amor sea fecundo.

Acompaña con la luz de tu Espíritu
las decisiones de las asambleas legislativas,
a fin de que los pueblos y las naciones
reconozcan y respeten
el carácter sagrado de la vida,
de toda vida humana.

Guía la labor de los científicos y de los médicos,
para que el progreso contribuya
al bien integral de la persona
y nadie sufra supresión e injusticia.

Concede caridad creativa a los administradores
y a los economistas,
para que sepan intuir y promover
condiciones suficientes
a fin de que las familias jóvenes puedan abrirse
serenamente al nacimiento de nuevos hijos.

Consuela a las parejas de esposos que sufren
a causa de la imposibilidad de tener hijos,
y en tu bondad provee.

Educa a todos a hacerse cargo
de los niños huérfanos o abandonados,
para que experimenten el calor de tu caridad,
el consuelo de tu Corazón divino.

Con María tu Madre, la gran creyente,
en cuyo seno asumiste nuestra naturaleza humana,
esperamos de ti,
nuestro único verdadero Bien y Salvador,
la fuerza de amar y servir a la vida,
a la espera de vivir siempre en ti,
en la comunión de la santísima Trinidad.

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Oración del Santo Padre Benedicto XVI en el Mausoleo de las Fosas Ardeatinas, Roma

ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI DURANTE SU VISITA AL MAUSOLEO DE LAS FOSAS ARDEATINAS, ROMA

27 DE MARZO DE 2011

Salmo 23- Oración

El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar;
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas;
me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo,
porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan.
Preparas una mesa ante mí
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa.
Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por años sin término.

Oh Dios, Padre misericordioso,
te damos gracias por habernos dado a tu Hijo Jesús,
Buen Pastor, que dio su vida por nosotros.
Con su muerte y resurrección
él nos libró de la esclavitud del pecado
y nos abrió el paso a la vida eterna.
Te pedimos por nuestros hermanos
que fueron asesinados sin piedad en este lugar:
concédeles gozar para siempre
de la luz y la paz de tu reino.
Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor.
Amén.

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Exhortaciones Apostólicas del Santo Padre Benedicto XVI

EXHORTACIONES APOSTÓLICAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

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34 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: San León Magno

34 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: SAN LEON MAGNO

AUDIENCIA GENERAL DEL 05 DE MARZO DE 2008

SAN LEÓN MAGNO

Queridos hermanos y hermanas:

Continuando nuestro camino entre los Padres de la Iglesia, auténticos astros que brillan desde lejos, en el encuentro de hoy vamos a considerar la figura de un Papa que en 1754 fue proclamado por Benedicto XIV doctor de la Iglesia: se trata de san León Magno. Como indica el apelativo que pronto le atribuyó la tradición, fue verdaderamente uno de los más grandes Pontífices que han honrado la Sede de Roma, contribuyendo en gran medida a reforzar su autoridad y prestigio. Primer Obispo de Roma que llevó el nombre de León, adoptado después por otros doce Sumos Pontífices, es también el primer Papa cuya predicación, dirigida al pueblo que le rodeaba durante las celebraciones, ha llegado hasta nosotros. Viene espontáneamente a la mente su recuerdo en el contexto de las actuales audiencias generales del miércoles, citas que en los últimos decenios se han convertido para el Obispo de Roma en una forma habitual de encuentro con los fieles y con numerosos visitantes procedentes de todas las partes del mundo.

San León era originario de la Tuscia. Fue diácono de la Iglesia de Roma en torno al año 430, y con el tiempo alcanzó en ella una posición de gran importancia. Este papel destacado impulsó en el año 440 a Gala Placidia, que entonces gobernaba el Imperio de Occidente, a enviarlo a la Galia para resolver una situación difícil. Pero en el verano de aquel año, el Papa Sixto III, cuyo nombre está ligado a los magníficos mosaicos de la basílica de Santa María la Mayor, falleció; y como su sucesor fue elegido precisamente san León, que recibió la noticia mientras desempeñaba su misión de paz en la Galia.

Tras regresar a Roma, el nuevo Papa fue consagrado el 29 de septiembre del año 440. Así inició su pontificado, que duró más de 21 años y que ha sido sin duda uno de los más importantes en la historia de la Iglesia. Al morir, el 10 de noviembre del año 461, el Papa fue sepultado junto a la tumba de san Pedro. Sus reliquias se conservan todavía hoy en uno de los altares de la basílica vaticana.

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El Papa san León vivió en tiempos sumamente difíciles: las repetidas invasiones bárbaras, el progresivo debilitamiento de la autoridad imperial en Occidente y una larga crisis social habían obligado al Obispo de Roma —como sucedería con mayor evidencia aún un siglo y medio después, durante el pontificado de san Gregorio Magno— a asumir un papel destacado incluso en las vicisitudes civiles y políticas. Esto no impidió que aumentara la importancia y el prestigio de la Sede romana.

Es famoso un episodio de la vida de san León. Se remonta al año 452, cuando el Papa en Mantua, junto a una delegación romana, salió al encuentro de Atila, el jefe de los hunos, y lo convenció de que no continuara la guerra de invasión con la que ya había devastado las regiones del nordeste de Italia. De este modo salvó al resto de la península. Este importante acontecimiento pronto se hizo memorable y permanece como un signo emblemático de la acción de paz llevada a cabo por el Pontífice.

No fue tan positivo, por desgracia, tres años después, el resultado de otra iniciativa del Papa, que de todos modos manifestó una valentía que todavía hoy nos sorprende: en la primavera del año 455, san León no logró impedir que los vándalos de Genserico, tras llegar a las puertas de Roma, invadieran la ciudad indefensa, que fue saqueada durante dos semanas. Sin embargo, el gesto del Papa que, inerme y rodeado de su clero, salió al encuentro del invasor para pedirle que se detuviera, impidió al menos que Roma fuera incendiada y logró que no fueran saqueadas las basílicas de San Pedro, San Pablo y San Juan, en las que se refugió parte de la población aterrorizada.

Conocemos bien la acción del Papa san León gracias a sus hermosísimos sermones —se han conservado casi cien en un latín espléndido y claro— y gracias a sus cartas, unas ciento cincuenta. En estos textos, el Pontífice se muestra en toda su grandeza, dedicado al servicio de la verdad en la caridad, a través de un ejercicio asiduo de la palabra, que lo muestra a la vez como teólogo y pastor. San León Magno, constantemente solícito por sus fieles y por el pueblo de Roma, así como por la comunión entre las diferentes Iglesias y por sus necesidades, apoyó y promovió incansablemente el primado romano, presentándose como auténtico heredero del apóstol san Pedro: los numerosos obispos, en gran parte orientales, reunidos en el concilio de Calcedonia, fueron plenamente conscientes de esto.

Este concilio, que tuvo lugar en el año 451, con 350 obispos participantes, fue la asamblea más importante celebrada hasta entonces en la historia de la Iglesia. Calcedonia representa la meta segura de la cristología de los tres concilios ecuménicos anteriores: el de Nicea, del año 325; el de Constantinopla, del año 381; y el de Éfeso, del año 431. Ya en el siglo VI estos cuatro concilios, que resumen la fe de la Iglesia antigua, fueron comparados a los cuatro Evangelios: lo afirma san Gregorio Magno en una famosa carta (I, 24), en la que declara que «acoge y venera los cuatro concilios como los cuatro libros del santo Evangelio», porque sobre ellos —sigue explicando san Gregorio— «se eleva la estructura de la santa fe, como sobre una piedra cuadrada». El concilio de Calcedonia, al rechazar la herejía de Eutiques, que negaba la verdadera naturaleza humana del Hijo de Dios, afirmó la unión en su única Persona, sin confusión ni separación, de las dos naturalezas humana y divina.

Esta fe en Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, fue afirmada por el Papa en un importante texto doctrinal dirigido al obispo de Constantinopla, el así llamado «Tomo a Flaviano», que al ser leído en Calcedonia, fue acogido por los obispos presentes con una aclamación elocuente, registrada en las actas del Concilio: «Pedro ha hablado por la boca de León», exclamaron al unísono los padres conciliares. Sobre todo a partir de esa intervención, y de otras realizadas durante la controversia cristológica de aquellos años, resulta evidente que el Papa sentía con particular urgencia la responsabilidad del Sucesor de Pedro, cuyo papel es único en la Iglesia, pues «a un solo apóstol se le confía lo que a todos los apóstoles se comunica», como afirma san León en uno de sus sermones con motivo de la fiesta de San Pedro y San Pablo (83, 2). Y el Pontífice supo ejercer esta responsabilidad tanto en Occidente como en Oriente, interviniendo en diferentes circunstancias con prudencia, firmeza y lucidez, a través de sus escritos y mediante sus legados. Así mostraba cómo el ejercicio del primado romano era necesario entonces, como lo es hoy, para servir eficazmente a la comunión, característica de la única Iglesia de Cristo.

Consciente del momento histórico en el que vivía y de la transición que estaba produciéndose de la Roma pagana a la cristiana —en un período de profunda crisis—, san León Magno supo estar cerca del pueblo y de los fieles con la acción pastoral y la predicación. Impulsó la caridad en una Roma afectada por las carestías, por la llegada de refugiados, por las injusticias y por la pobreza. Se enfrentó a las supersticiones paganas y a la acción de los grupos maniqueos. Vinculó la liturgia a la vida diaria de los cristianos: por ejemplo, uniendo la práctica del ayuno con la caridad y la limosna, sobre todo con motivo de las Cuatro témporas, que marcan en el transcurso del año el cambio de las estaciones.

En particular, san León Magno enseñó a sus fieles —y sus palabras siguen siendo válidas para nosotros— que la liturgia cristiana no es el recuerdo de acontecimientos pasados, sino la actualización de realidades invisibles que actúan en la vida de cada uno. Lo subraya en un sermón (64, 1-2) a propósito de la Pascua, que debe celebrarse en todo tiempo del año, «no como algo del pasado, sino más bien como un acontecimiento del presente». Todo esto se enmarca en un proyecto preciso, insiste el santo Pontífice: así como el Creador animó con el soplo de la vida racional al hombre modelado con el barro de la tierra, del mismo modo, tras el pecado original, envió a su Hijo al mundo para restituir al hombre la dignidad perdida y destruir el dominio del diablo mediante la nueva vida de la gracia.

Este es el misterio cristológico al que san León Magno, con su carta al concilio de Éfeso, dio una contribución eficaz y esencial, confirmando para todos los tiempos, a través de ese concilio, lo que dijo san Pedro en Cesarea de Filipo. Con Pedro y como Pedro confesó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo». Por este motivo, al ser a la vez Dios y hombre, «no es ajeno al género humano, pero es ajeno al pecado» (cf. Serm. 64). Con la fuerza de esta fe cristológica, fue un gran mensajero de paz y de amor. Así nos muestra el camino: en la fe aprendemos la caridad. Por tanto, con san León Magno, aprendamos a creer en Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y a vivir esta fe cada día en la acción por la paz y en el amor al prójimo.