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73 de 95 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: San Esteban

73 DE 95 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: SAN ESTEBAN

AUDIENCIA GENERAL DEL 2 DE MAYO DE 2012

San Esteban

Queridos hermanos y hermanas:

En las últimas catequesis hemos visto cómo, en la oración personal y comunitaria, la lectura y la meditación de la Sagrada Escritura abren a la escucha de Dios que nos habla e infunden luz para comprender el presente. Hoy quiero hablar del testimonio y de la oración del primer mártir de la Iglesia, san Esteban, uno de los siete elegidos para el servicio de la caridad con los necesitados. En el momento de su martirio, narrado por los Hechos de los Apóstoles, se manifiesta, una vez más, la fecunda relación entre la Palabra de Dios y la oración.

Esteban es llevado al tribunal, ante el Sanedrín, donde se le acusa de haber declarado que «Jesús… destruirá este lugar, [el templo], y cambiará las tradiciones que nos dio Moisés» (Hch 6, 14). Durante su vida pública, Jesús efectivamente anunció la destrucción del templo de Jerusalén: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré» (Jn 2, 19). Sin embargo, como anota el evangelista san Juan, «él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron en la Escritura y en la Palabra que había dicho Jesús» (Jn 2, 21-22).

El discurso de Esteban ante el tribunal, el más largo de los Hechos de los Apóstoles, se desarrolla precisamente sobre esta profecía de Jesús, el cual es el nuevo templo, inaugura el nuevo culto y sustituye, con la ofrenda que hace de sí mismo en la cruz, lo sacrificios antiguos. Esteban quiere demostrar que es infundada la acusación que se le hace de cambiar la ley de Moisés e ilustra su visión de la historia de la salvación, de la alianza entre Dios y el hombre. Así, relee toda la narración bíblica, itinerario contenido en la Sagrada Escritura, para mostrar que conduce al «lugar» de la presencia definitiva de Dios, que es Jesucristo, en particular su pasión, muerte y resurrección. En esta perspectiva Esteban lee también el hecho de que es discípulo de Jesús, siguiéndolo hasta el martirio. La meditación sobre la Sagrada Escritura le permite de este modo comprender su misión, su vida, su presente. En esto lo guía la luz del Espíritu Santo, su relación íntima con el Señor, hasta el punto de que los miembros del Sanedrín vieron su rostro «como el de un ángel» (Hch 6, 15). Ese signo de asistencia divina remite al rostro resplandeciente de Moisés cuando bajó el monte Sinaí después de haberse encontrado con Dios (cf. Ex 34, 29-35; 2 Co 3, 7-8).

En su discurso, Esteban parte de la llamada de Abrahán, peregrino hacia la tierra indicada por Dios y que tuvo en posesión sólo a nivel de promesa; pasa luego a José, vendido por sus hermanos, pero asistido y liberado por Dios, para llegar a Moisés, que se transforma en instrumento de Dios para liberar a su pueblo, pero también encuentra en varias ocasiones el rechazo de su propia gente. En estos acontecimientos narrados por la Sagrada Escritura, de la que Esteban muestra que está en religiosa escucha, emerge siempre Dios, que no se cansa de salir al encuentro del hombre a pesar de hallar a menudo una oposición obstinada. Y esto en el pasado, en el presente y en el futuro. Por consiguiente, en todo el Antiguo Testamento él ve la prefiguración de la vida de Jesús mismo, el Hijo de Dios hecho carne, que —como los antiguos Padres— afronta obstáculos, rechazo, muerte. Esteban se refiere luego a Josué, a David y a Salomón, puestos en relación con la construcción del templo de Jerusalén, y concluye con las palabras del profeta Isaías (66, 1-2): «Mi trono es el cielo; la tierra, el estrado de mis pies. ¿Qué casa me vais a construir o qué lugar para que descanse? ¿No ha hecho mi mano todo esto?» (Hch 7, 49-50). En su meditación sobre la acción de Dios en la historia de la salvación, evidenciando la perenne tentación de rechazar a Dios y su acción, afirma que Jesús es el Justo anunciado por los profetas; en él Dios mismo se hizo presente de modo único y definitivo: Jesús es el «lugar» del verdadero culto. Esteban no niega la importancia del templo durante cierto tiempo, pero subraya que «Dios no habita en edificios construidos por manos humanas» (Hch 7, 48). El nuevo verdadero templo, en el que Dios habita, es su Hijo, que asumió la carne humana; es la humanidad de Cristo, el Resucitado que congrega a los pueblos y los une en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. La expresión sobre el templo «no construido por manos humanas» se encuentra también en la teología de san Pablo y de la Carta a los Hebreos: el cuerpo de Jesús, que él asumió para ofrecerse a sí mismo como víctima sacrificial a fin de expiar los pecados, es el nuevo templo de Dios, el lugar de la presencia del Dios vivo; en él Dios y el hombre, Dios y el mundo están realmente en contacto: Jesús toma sobre sí todo el pecado de la humanidad para llevarlo en el amor de Dios y para «quemarlo» en este amor. Acercarse a la cruz, entrar en comunión con Cristo, quiere decir entrar en esta transformación. Y esto es entrar en contacto con Dios, entrar en el verdadero templo.

La vida y el discurso de Esteban improvisamente se interrumpen con la lapidación, pero precisamente su martirio es la realización de su vida y de su mensaje: llega a ser uno con Cristo. Así su meditación sobre la acción de Dios en la historia, sobre la Palabra divina que en Jesús encontró su plena realización, se transforma en una participación en la oración misma de la cruz. En efecto, antes de morir exclama: «Señor Jesús, recibe mi espíritu» (Hch 7, 59), apropiándose las palabras del Salmo 31 (v. 6) y recalcando la última expresión de Jesús en el Calvario: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46); y, por último, como Jesús, exclama con fuerte voz ante los que lo estaban apedreando: «Señor, no les tengas en cuenta este pecado» (Hch 7, 60). Notemos que, aunque por una parte la oración de Esteban recoge la de Jesús, el destinatario es distinto, porque la invocación se dirige al Señor mismo, es decir, a Jesús, a quien contempla glorificado a la derecha del Padre: «Veo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (v. 56).

San Esteban Martirio Pieter Pauwel Rubens krouillong comunion en la mano sacrilegio

Queridos hermanos y hermanas, el testimonio de san Esteban nos ofrece algunas indicaciones para nuestra oración y para nuestra vida. Podemos preguntarnos: ¿De dónde sacó este primer mártir cristiano la fortaleza para afrontar a sus perseguidores y llegar hasta el don de sí mismo? La respuesta es sencilla: de su relación con Dios, de su comunión con Cristo, de su meditación sobre la historia de la salvación, de ver la acción de Dios, que en Jesucristo llegó al culmen. También nuestra oración debe alimentarse de la escucha de la Palabra de Dios, en la comunión con Jesús y su Iglesia.

Un segundo elemento: san Esteban ve anunciada, en la historia de la relación de amor entre Dios y el hombre, la figura y la misión de Jesús. Él —el Hijo de Dios— es el templo «no construido con manos humanas» en el que la presencia de Dios Padre se ha hecho tan cercana que ha entrado en nuestra carne humana para llevarnos a Dios, para abrirnos las puertas del cielo. Nuestra oración, por consiguiente, debe ser contemplación de Jesús a la derecha de Dios, de Jesús como Señor de nuestra existencia diaria, de mi existencia diaria. En él, bajo la guía del Espíritu Santo, también nosotros podemos dirigirnos a Dios, tomar contacto real con Dios, con la confianza y el abandono de los hijos que se dirigen a un Padre que los ama de modo infinito. Gracias.

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120 de 121 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: San Esteban, protomártir

120 DE 121 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: SAN ESTEBAN, PROTOMÁRTIR

AUDIENCIA GENERAL DEL 10 DE ENERO DE 2007

San Esteban, protomártir

Queridos hermanos y hermanas:

Después de las fiestas, volvemos a nuestras catequesis. Había meditado con vosotros en las figuras de los doce apóstoles y de san Pablo. Después habíamos comenzado a reflexionar en otras figuras de la Iglesia primitiva. Hoy reflexionaremos en la persona de san Esteban, que la Iglesia festeja al día siguiente de Navidad. San Esteban es el más representativo de un grupo de siete compañeros.

La tradición ve en este grupo el germen del futuro ministerio de los “diáconos”, aunque es preciso constatar que esta denominación no se encuentra en el libro de los Hechos de los Apóstoles. En cualquier caso, la importancia de san Esteban se manifiesta por el hecho de que san Lucas, en este importante libro, le dedica dos capítulos enteros.

La narración de san Lucas comienza constatando una subdivisión que existía dentro de la Iglesia primitiva de Jerusalén: estaba compuesta totalmente de cristianos de origen judío, pero algunos de estos eran originarios de la tierra de Israel —se les llamaba “hebreos”—, mientras que otros, de fe judía veterostestamentaria, procedían de la diáspora de lengua griega —se les llamaba “helenistas”—. Por eso comenzaba a perfilarse un problema: se corría el riesgo de descuidar a las personas más necesitadas entre los helenistas, especialmente a las viudas desprovistas de todo apoyo social, en la asistencia para su sustento diario.

Para salir al paso de estas dificultades, los Apóstoles, reservándose para sí mismos la oración y el ministerio de la Palabra como su tarea central, decidieron encargar a “siete hombres de buena fama, llenos de Espíritu y de sabiduría” que llevaran a cabo el oficio de la asistencia (cf.Hch 6,2-4), es decir, del servicio social caritativo. Con este objetivo, como escribe san Lucas, por invitación de los Apóstoles los discípulos eligieron siete hombres. Conocemos sus nombres: “Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, Felipe, Prócoro, Nicanor, Timón, Pármenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles y, habiendo hecho oración, les impusieron las manos” (Hch 6, 5-6).

El gesto de la imposición de las manos puede tener varios significados. En el Antiguo Testamento, ese gesto tiene sobre todo el significado de transmitir un encargo importante, como hizo Moisés con Josué (cf. Nm 27, 18-23), designando así a su sucesor. En esta línea, también la Iglesia de Antioquía utilizará este gesto para enviar a Pablo y Bernabé en misión a los pueblos del mundo (cf. Hch 13, 3). A una análoga imposición de las manos sobre Timoteo, para transmitirle un encargo oficial, hacen referencia las dos cartas que san Pablo le dirigió (cf. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6).

Que se trataba de una acción importante, que era preciso realizar después de un discernimiento, se deduce de lo que se lee en la primera carta a Timoteo: “No te precipites en imponer a nadie las manos; no te hagas partícipe de los pecados ajenos” (1 Tm 5, 22). Por tanto, vemos que el gesto de la imposición de las manos se desarrolla en la línea de un signo sacramental. En el caso de Esteban y sus compañeros se trata, ciertamente, de la transmisión oficial, por parte de los Apóstoles, de un encargo y al mismo tiempo de la imploración de una gracia para cumplirlo.

Conviene advertir que lo más importante es que, además de los servicios caritativos, san Esteban desempeña también una tarea de evangelización entre sus compatriotas, los así llamados “helenistas”. En efecto, san Lucas insiste en que, “lleno de gracia y de poder” (Hch 6, 8), presenta en el nombre de Jesús una nueva interpretación de Moisés y de la misma Ley de Dios, relee el Antiguo Testamento a la luz del anuncio de la muerte y la resurrección de Jesús. Esta relectura del Antiguo Testamento, una relectura cristológica, provoca las reacciones de los judíos, que interpretan sus palabras como una blasfemia (cf. Hch 6, 11-14). Por este motivo es condenado a la lapidación. Y san Lucas nos transmite el último discurso del santo, una síntesis de su predicación.

Del mismo modo que Jesús había explicado a los discípulos de Emaús que todo el Antiguo Testamento habla de él, de su cruz y de su resurrección, también san Esteban, siguiendo la enseñanza de Jesús, lee todo el Antiguo Testamento en clave cristológica. Demuestra que el misterio de la cruz se encuentra en el centro de la historia de la salvación narrada en el Antiguo Testamento; muestra que realmente Jesús, el crucificado y resucitado, es el punto de llegada de toda esta historia. Y demuestra, por tanto, también que el culto del templo ha concluido y que Jesús, el resucitado, es el nuevo y auténtico “templo”.

San Esteban Martirio krouillong comunion en la mano sacrilegio

Precisamente este “no” al templo y a su culto provoca la condena de san Esteban, el cual, en ese momento, como nos dice san Lucas, mirando al cielo vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba a su derecha. Y viendo en el cielo a Dios y a Jesús, san Esteban dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre que está en pie a la diestra de Dios” (Hch 7, 56). Siguió su martirio, que de hecho se asemejó a la pasión de Jesús mismo, pues entregó al “Señor Jesús” su espíritu y oró para que el pecado de sus asesinos no les fuera tenido en cuenta (cf. Hch 7, 59-60).

El lugar del martirio de san Esteban, en Jerusalén, se sitúa tradicionalmente fuera de la puerta de Damasco, al norte, donde ahora se encuentra precisamente la iglesia de San Esteban, junto a la conocida École Biblique de los dominicos. Tras el asesinato de san Esteban, primer mártir de Cristo, se desencadenó una persecución local contra los discípulos de Jesús (cf. Hch 8, 1), la primera de la historia de la Iglesia. Constituyó la ocasión concreta que impulsó al grupo de los cristianos judío-helenistas a huir de Jerusalén y a dispersarse. Expulsados de Jerusalén, se transformaron en misioneros itinerantes: “Los que se habían dispersado iban por todas partes anunciando la buena nueva de la Palabra” (Hch 8, 4). La persecución y la consiguiente dispersión se convirtieron en misión. Así el Evangelio se propagó en Samaría, en Fenicia y en Siria, hasta llegar a la gran ciudad de Antioquía, donde, según san Lucas, fue anunciado por primera vez también a los paganos (cf. Hch 11, 19-20) y donde resonó por primera vez el nombre de “cristianos” (cf. Hch 11, 26).

En particular, san Lucas especifica que los que lapidaron a Esteban “pusieron sus vestidos a los pies de un joven llamado Saulo” (Hch 7, 58), el mismo que de perseguidor se convertiría en apóstol insigne del Evangelio. Eso significa que el joven Saulo seguramente escuchó la predicación de san Esteban y conoció sus contenidos principales. Y probablemente san Pablo se encontraba entre quienes, siguiendo y escuchando este discurso, “tenían los corazones consumidos de rabia y rechinaban sus dientes contra él” (Hch7,54).

Así podemos ver las maravillas de la Providencia divina: Saulo, adversario empedernido de la visión de Esteban, después del encuentro con Cristo resucitado en el camino de Damasco, retoma la interpretación cristológica del Antiguo Testamento hecha por el protomártir, la profundiza y la completa, y de este modo se convierte en el “Apóstol de los gentiles”. Enseña que la Ley se cumple en la cruz de Cristo. Y la fe en Cristo, la comunión con el amor de Cristo, es el verdadero cumplimiento de toda la Ley. Este es el contenido de la predicación de san Pablo. Así demuestra que el Dios de Abraham se convierte en el Dios de todos. Y todos los creyentes en Cristo Jesús, como hijos de Abraham, se hacen partícipes de las promesas. En la misión de san Pablo se realiza la visión de san Esteban.

La historia de san Esteban nos da varias lecciones. Por ejemplo, nos enseña que el compromiso social de la caridad no se debe separar nunca del anuncio valiente de la fe. Era uno de los siete que se encargaban sobre todo de la caridad. Pero la caridad no se podía separar del anuncio. De este modo, con la caridad, anuncia a Cristo crucificado, hasta el punto de aceptar incluso el martirio.
Esta es la primera lección que podemos aprender de san Esteban: la caridad y el anuncio van siempre juntos.

San Esteban sobre todo nos habla de Cristo, de Cristo crucificado y resucitado como centro de la historia y de nuestra vida. Podemos comprender que la cruz ocupa siempre un lugar central en la vida de la Iglesia y también en nuestra vida personal. En la historia de la Iglesia no faltará nunca la pasión, la persecución. Y precisamente la persecución se convierte, según la famosa frase de Tertuliano, en fuente de misión para los nuevos cristianos. Cito sus palabras: “Nosotros nos multiplicamos cada vez que somos segados por vosotros: la sangre de los cristianos es una semilla” (Apologético 50, 13: “Plures efficimur quoties metimur a vobis: semen est sanguis christianorum“). Pero también en nuestra vida la cruz, que no faltará nunca, se convierte en bendición. Y aceptando la cruz, sabiendo que se convierte en bendición y es bendición, aprendemos la alegría del cristiano incluso en los momentos de dificultad. El valor del testimonio es insustituible, pues el Evangelio lleva a él y de él se alimenta la Iglesia.

Que san Esteban nos enseñe a aprender estas lecciones; que nos enseñe a amar la cruz, puesto que es el camino por el que Cristo se hace siempre presente entre nosotros.

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