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Invocación al Patriarca San José de S.S. Juan XXIII

INVOCACIÓN AL PATRIARCA A SAN JOSE DE S.S. JUAN XXIII

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“San José, guardián de Jesús y casto esposo de María,
tu empleaste toda tu vida en el perfecto cumplimiento de tu deber,
tu mantuviste a la Sagrada Familia de Nazaret con el trabajo de tus manos.
Protege bondadosamente a los que recurren confiadamente a ti.
Tu conoces sus aspiraciones y sus esperanzas.
Se dirigen a ti porque saben que tu los comprendes y proteges.
Tu también conociste pruebas, cansancio y trabajos.
Pero, aun dentro de las preocupaciones materiales de la vida,
tu alma estaba llena de profunda paz y cantó llena de verdadera alegría
por el íntimo trato que goza con el Hijo de Dios,
el cual te fue confiado a ti a la vez que a María, su tierna Madre.
Amén.” – S.S. Juan XXIII

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Consagración al Santo Patriarca San José

ORACIÓN DE CONSAGRACIÓN AL SANTO PATRIARCA SAN JOSÉ

Cada día 19 de mes… recordemos Consagrarnos al Santo Patriarca San José.

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Oh San José, Padre amantísimo de mi alma y dueño de mi corazón, en este día 19 consagrado a contemplar tu grandeza y tu poder, te miro con los ojos de la fe en el sitial de gloria en que quiso colocarte la Trinidad Beatísima.

Al verte tan lleno de luz y resplandor, me animo a sobrellevar con resignación mis sufrimientos, ya que veo que los tuyos te dieron tal recompensa. Hazme comprender, Santo mío, que tu exhaltación sobre los ángeles y querubines se debió a tu profunda humildad y anonadamiento, a fin de que no busque ni las glorias ni las vanidades del mundo.
Si te veo coronado como un Rey en el Palacio de la gloria, no sólo me admiro de tu poder, sino que también abro mi corazón a la confianza; porque sé que eres bueno y comprensivo con todos tus devotos.
Dirige, oh Padre mío, una mirada de predilección a mi pobre alma, alcánzame del cielo tus santas virtudes, especialmente la humildad, la sencillez, la pureza y la caridad, a fin de que un día como amartelado devoto tuyo, pueda participar de tu gloria y bienaventuranza en el cielo. Así sea.

– Haz, oh San José, que nuestra vida se vea libre del pecado y que siempre esté bajo tu patrocinio.

Padrenuestro, Ave María y Gloria.

Que Dios les conceda, por la intercesión del Santo Patriarca San José, las Gracias que necesiten.

Karla Rouillon Gallangos

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Oración al Patriarca San José

Glorioso San José, protector,

modelo y guía de las familias cristianas:

Te ruego protejas a la mía.

Haz reinar en ella el espíritu de fe y de religión,

la fidelidad a los mandamientos de Dios y de la Iglesia,

la paz y la unión de los hijos,

el desprendimiento de los bienes temporales

y el amor a los asuntos del cielo.

postal patriarca san jose escuela cuzqueña siglos XVII XVIII

Dígnate velar sobre todos nuestros intereses.

Ruega al Señor que bendiga nuestra casa.

Otorga la paz a la familia,

acierto a los hijos en la elección de estado.

Concede a todos los miembros de nuestra familia

y de todas las familias de la tierra,

la gracia de vivir y morir

en el amor de Jesús y de María.

Amén.

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Novena en honor a San José

NOVENA EN HONOR A SAN JOSÉ

La novena en honor a San José se inicia el día 10 de marzo y termina el día 18 de marzo, un día antes de su fiesta, el 19 de marzo.

Esta es la fecha principal para rezar a San José, pero, por tratarse de una Novena, puedes iniciarla en cualquier momento del año para pedir al Santo Patriarca una Gracia que necesites. Incluso, puedes rezar la Novena varias veces al año.

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Por la Señal de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos Señor Dios Nuestro.

Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en Ti espero, adoro y Os amo.

Señor y Dios Nuestro ilumina nuestro camino para ser dignos hijos y muéstranos en Tu Santo hijo José, el dulce y puro camino hacia Ti. Amén.

Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María, Patriarca a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, como fieles a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia.

ORACIÓN PREPARATORIA

Oh gloriosísimo Padre de Jesús, Esposo de María. Patriarca y Protector de la Santa Iglesia, a quien el Padre Eterno confió el cuidado de gobernar, regir y defender en la tierra la Sagrada Familia; protégenos también a nosotros, que pertenecemos, como fieles católicos. a la santa familia de tu Hijo que es la Iglesia, y alcánzanos los bienes necesarios de esta vida, y sobre todo los auxilios espirituales para la vida eterna. Alcánzanos especialmente estas tres gracias, la de no cometer jamás ningún pecado mortal, principalmente contra la castidad; la de un sincero amor y devoción a Jesús y María, y la de una buena muerte, recibiendo bien los últimos Sacramentos. Concédenos además la gracia especial que te pedimos cada uno en esta novena.

Pídase con fervor y confianza la gracia que se desea obtener.

ORACIONES PARA CADA DÍA

A continuación rezar la oración del día que corresponda:

DÍA 1
Oh benignísimo Jesús así como consolaste a tu padre amado en las perplejidades e incertidumbres que tuvo, dudando si abandonar a tu Santísima Madre su esposa, así te suplicamos humildemente por intercesión de San José nos concedas mucha prudencia y acierto en todos los casos dudosos y angustias de nuestra vida, para que siempre acertemos con tu santísima voluntad.

DÍA 2
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu padre amado en la pobreza y desamparo de Belén, con tu nacimiento, y con los cánticos de los Ángeles y visitas de los pastores, así también te suplicamos humildemente por intercesión de San José, que nos concedas llevar con paciencia nuestra pobreza y desamparo en esta vida, y que alegres nuestro espíritu con tu presencia y tu gracia, y la esperanza de la gloria.
Terminar con la oración final para todos los días.

DÍA 3
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu amado padre en el doloroso misterio de la Circuncisión, recibiendo de él el dulce nombre de Jesús, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, nos concedas pronunciar siempre con amor y respeto tu santísimo nombre, llevarlo en el corazón, honrarlo en la vida, y profesar con obras y palabras que tú fuiste nuestro Salvador y Jesús.

DÍA 4
Oh benignísimo Jesús, así como consolaste a tu padre amado de la pena que le causó la profecía de Simeón, mostrándole el innumerable coro de los Santos, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José que nos concedas la gracia de ser de aquellos para quienes tu sirves, no de ruina, sino de resurrección, y que correspondamos fielmente a tu gracia para que vayamos a tu gloria.

DÍA 5
Oh benignísimo Jesús, así como tu amado padre te condujo de Belén a Egipto para librarte del tirano Herodes, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que nos libres de los que quieren dañar nuestras almas o nuestros cuerpos, nos des fortaleza y salvación en nuestras persecuciones, y en medio del destierro de esta vida nos protejas hasta que volemos a la patria celestial.

DÍA 6
Oh benignísimo Jesús así como tu padre amado te sustentó en Nazaret, y en cambio tú le premiaste en tu santísima compañía tantos años, con tu doctrina y tu dulce conversación, así te rogamos humildemente, por intercesión de San José nos concedas el sustento espiritual de tu gracia, y de tu santa comunión, y que vivamos santa y modestamente, como tú en Nazaret.

DÍA 7
Oh benignísimo Jesús, así como por seguir la voluntad de tu padre celestial permitiste que tu amado padre en la tierra padeciese el vehementísimo dolor de perderte por tres días, así te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que antes queramos perder todas las cosas y disgustar a cualquier amigo, que dejar de hacer tu voluntad; que jamás te perdamos a ti por el pecado mortal, o que si por desgracia te perdiésemos te hallemos mediante una buena confesión.

DÍA 8
Oh benignísimo Jesús, que en la hora de su muerte consolaste a tu glorioso padre, asistiendo juntamente con tu Madre su esposa a su última agonía, te suplicamos humildemente, por intercesión de San José, que nos concedas una muerte semejante a la suya asistido de tu bondad, de tu Santísima Madre y del mismo glorioso Patriarca protector de los moribundos, pronunciando al morir vuestros santísimos nombres, Jesús, María y José.

DÍA 9
Oh benignísimo Jesús, así como has elegido por medio de tu Vicario en la tierra a tu amado padre para protector de tu Santa Iglesia Católica, así te suplicamos humildemente por intercesión de San José, nos concedas el que seamos verdaderos y sinceros católicos, que profesemos sin error la fe católica, que vivamos sin miedo una vida digna de la fe que profesamos, y que jamás puedan los enemigos ni aterrarnos con persecuciones, ni con engaños seducirnos y apartamos de la única y verdadera religión que es la Católica.

ORACIÓN FINAL

Oh custodio y padre de Vírgenes San José a cuya fiel custodia fueron encomendadas la misma inocencia de Cristo Jesús y la Virgen de las vírgenes María; por estas dos queridísimas prendas Jesús y María, te ruego y suplico me alcances, que preservado yo de toda impureza, sirva siempre castísimamente con alma limpia, corazón puro y cuerpo casto a Jesús y a María. Amén.

Jesús, José y María, os doy mi corazón y el alma mía

Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.

Jesús, José y María, con Vos descanse en paz el alma mía.

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

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Antífona. Tenía el mismo Jesús, al empezar su vida pública, cerca de treinta años, hijo, según se pensaba de José.

V. San José, ruega por nosotros
R. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Jesucristo.

Oración. Oh Dios que con inefable providencia te dignaste escoger al bienaventurado José por Esposo de tu Madre Santísima; concédenos que, pues le veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerle como protector en los cielos. Oh Dios que vives y reinas en los siglos de los siglos. Amén.

–/–

Te invitamos a rezar las FLORECILLAS A SAN JOSÉ, una florecilla para cada día del mes de marzo, mes que la Iglesia encomienda al Patriarca San José.

Que Dios les conceda a todos, por la Intercesión del Santo Patriarca San José, las Gracias que necesiten.

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La Purificación de la Santísima Virgen y la Presentación de su divino Hijo en el Templo

La Purificación de la Santísima Virgen y la Presentación de su divino Hijo en el Templo.

La Purificación de Nuestra Señora y la Presentación de su divino Hijo en el templo nos la refiere el sagrado Evangelio por estas palabras: “Cumplidos los cuarenta días (del nacimiento de Cristo) y llegado el día de la purificación de la madre, según la Ley de Moisés, José y María llevaron el Niño a Jerusalén para presentarle el Señor, conforme está escrito en la ley del Señor: Todo varón que nazca el primogénito, será consagrado al Señor, y para ofrecer un par de tórtolas, o dos palominos. Vivía a la sazón en Jerusalén un hombre justo y temeroso de Dios, llamado Simeón, el cual esperaba de día en día la consolación de Israel y la venida del Mesías prometido. Y el Espíritu Santo estaba en él con gracia de profecía, y le había revelado que no había de morir antes de ver al templo, y al entrar con el Niño Jesús sus padres José y María, para cumplir lo prescrito por la ley, Simeón tomó al Niño con grande gozo en sus brazos, diciendo: Ahora, Señor, dejas a tu siervo en paz, según la promesa de tu palabra; porque ya han visto mis ojos al Salvador que has enviado para que, manifiesto a la vista de todos los pueblos, sea la lumbre de las naciones y la gloria de tu pueblo de Israel. Escuchaban admirados y gozosos José y María las cosas que decía del Niño, y Simeón bendijo a entrambos, y dijo a la Madre: Mira que este Niño está destinado para caída y para levantamiento de muchos en Israel y para señal a la que se hará contradicción, lo cual se será para ti una espada que atravesará tu alma, a fin de que se descubran los pensamientos de muchos corazones. Hallábase asimismo en Jerusalén una profetisa llamada Ana, hija de Fanuel de la tribu de Asser, la cual era ya de edad muy avanzada. Habíase casado en su juventud y vivido con su marido siete años; pero después se había conservado en su viudez hasta los ochenta y cuatro años, no saliendo del templo y sirviendo en él a Dios día y noche con ayunos y oraciones. Esta, pues, llegándose en aquella hora, prorrumpió en .alabanzas de Dios, y en hablar maravillas de aquel Niño a todos los que esperaban la Redención de Israel. (S. Luc. II)”

 Reflexión: Represéntanos cada año la santa Iglesia el misterio de este día en la procesión que hace hoy con las candelas encendidas, que es ceremonia antiquísima y de grande devoción, instituida por instinto del Espíritu Santo para enseñarnos a tomar a Cristo y llevarle en nuestras manos como luz del mundo y hacha encendida; suplicándole que alumbre e inflame con su divino amor nuestros corazones. Recibamos, pues, con sencillez de niños, la luz de su santa doctrina, y practiquémosla con buena voluntad porque contradecirla y despreciarla es señal de reprobación; creerla humildemente y practicarla es prenda de eterna vida. En este misterio es muy digna de ponderarse aquella profecía del venerable anciano Simeón, el cual, teniendo en los brazos al divino Infante, dijo que aquel Niño sería para unos salud, y para otros piedra de tropiezo y escándalo. Estas dos cosas se han visto cumplidas en todos los siglos, y se verán hasta el fin del mundo. ¡Tremendos juicios de Dios!

Oración: Todopoderoso y sempiterno Dios, rogamos humildemente a vuestra Majestad, que así como vuestro unigénito Hijo fué presentado hoy en el templo, vestido de nuestra carne, así nos concedáis la gracia de presentarnos a Vos con la pureza que debemos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

“FLOS SANCTORVM”

De la Familia Cristiana

Fuente: SAN MIGUEL ARCÁNGEL BLOGSPOT

 

 

 

 

La Estupenda Santidad de San José

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«Vemos, pues, la admirable fecundidad de una vida que todas las circunstancias naturales tendían a volver estéril. Vemos la prodigiosa capacidad de acción de la santidad, que en el recogimiento y en la humildad, colaboró directamente en acontecimientos mucho más importantes, y tuvo una participación incalculablemente más notable en toda la Historia de la humanidad que Alejandro con sus ejércitos, Kant con su saber arrogante, o Maquiavelo con su diplomacia astuta y amoral».

LA ESTUPENDA SANTIDAD DE SAN JOSÉ

San José es doblemente Patrono del Perú: así fue oficialmente declarado por el Congreso Nacional en 1828, y solemnemente confirmado más de un siglo después por el Papa Pío XII, en 1954, por pedido unánime del Episcopado nacional. Al aproximarse su fiesta, presentamos este luminoso texto sobre su admirable vida interior.

La ignorancia religiosa en que vivimos ha producido, entre otros efectos nocivos, el de desvirtuar por completo el significado real de algunas determinaciones de la Iglesia que, cuando son mal interpretadas son enteramente estériles de frutos espirituales, pero cuando son bien comprendidas, son fértiles en gracias y provechos de todo orden. Es lo que se da, por ejemplo, con relación al culto a San José. Propuesto por la Iglesia como modelo de los jefes de familia y de los obreros, y también por el inmenso acervo de virtudes con que fue enriquecido por la gracia, fue modelo ideal de todas las grandes virtudes católicas.

La falsa humildad, una cobardía espiritual

La mayoría de los católicos, sin embargo, no piensa seriamente en escoger a San José como su modelo. De un lado, la inmensa santidad del padre legal de Jesús, a quien la Iglesia rinde el culto de suprema dulía [1], les parece un ideal absolutamente inalcanzable.

De otro lado, la debilidad humana de la que nos sentimos repletos, solicitada por toda especie de inclinaciones, nos aparta de tal manera de cualquier ideal espiritual, que juzgamos haber hecho ya mucho cuando nos liberamos del yugo del pecado mortal y venial, y vivimos una vida espiritual estacionaria relativamente suave, pues ésta se limita a la conservación del terreno conquistado, pero enteramente estéril para la Iglesia y para la mayor gloria de Dios.

La Iglesia ciertamente no pretende que sus hijos igualen en gloria y en virtud a aquel que, después de María Santísima, fue el más elevado exponente de virtudes de la humanidad.

Por otro lado, sin embargo, ella no quiere de ningún modo que limitemos nuestros horizontes espirituales a una vida piadosa banal, mezquinada por la errónea ilusión de que sería falta de humildad aspirar a la santidad que brilló en el genio de Santo Tomás, en la combatividad de San Ignacio, en el recogimiento de Santa Teresa y en la caridad de San Francisco.

La Iglesia desenmascara esa falsa humildad, señalando en ella, ya sea un pretexto artificioso de la cobardía espiritual, o una concepción orgullosa de la virtud, considerada más como un fruto del esfuerzo humano que de la misericordia de Dios. Y, al mismo tiempo, ella se sirve del ejemplo de sus grandes santos para “levantar en alto” nuestros corazones, indicándonos que la única preocupación real de esta vida, el único problema verdaderamente importante de nuestra existencia, es la adquisición de aquella perfección espiritual que será el único patrimonio que conservaremos —a despecho de las crisis financieras, de las conmociones sociales, y de la fragilidad de las cosas humanas—, para finalmente transponer con él los propios umbrales de la eternidad.

Una admirable espiritualidad

De ello es ejemplo cabal el gran San José.

Nacido de una familia ilustre, él arrastra, no obstante, una existencia oscura que, contrastando con el brillo de su nombre, lo colocó en la capa más baja de la sociedad de su tiempo.

Le faltan las dotes naturales con que los hombres se hacen grandes. No dispone de ejércitos ni de súbditos que lleven lejos la gloria de su nombre. No dispone del dinero con el cual pueda escalar las altas posiciones. Vive humilde y despreciado, a la sombra del Templo majestuoso que edificara su antepasado David, y en el mismo país en que había reinado la sabiduría de su antepasado Salomón.

Empero, brilla en él la llama de la caridad. Un intenso amor de Dios, una espiritualidad y una vida interior admirables hacen de su alma objeto de la complacencia de la Santísima Trinidad, y ese hombre humilde es llamado a coparticipar de modo directo en acontecimientos de los cuales derivarían los más notables hechos de la Historia del mundo.

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La colaboración de San José en el plan divino

La Redención de la humanidad, que es el hecho central de toda nuestra Historia, determinó la caída del paganismo, el surgimiento y el triunfo de la Iglesia Católica, la implantación de una civilización basada en concepciones completamente nuevas de la familia, del Estado, del individuo y de la Religión, que fueron los hechos iniciales y la causa del gran progreso que hoy admiramos.

La familia pagana, transformada y sobrenaturalizada por el contacto con los Sacramentos de la Iglesia, se transformó en foco admirable de perfección espiritual, y en escuela austera de disciplina de los instintos inferiores.

El Estado pagano, transformado desde sus fundamentos por el Catolicismo, dejó de ser privilegio de plutócratas o demagogos, para ser antes que nada un admirable medio de distribución equitativa de la justicia y protección a todos los individuos.

El individuo, que en el paganismo era presa de sus pasiones, vio abrirse delante de sí el admirable ideal de perfección espiritual predicado por el Hombre-Dios; y el hombre medieval, descendiente de los sibaritas de la Antigüedad, se transformó en el cruzado, en el asceta o en el filósofo cristiano.

La Religión, en fin, consiguió traer al mundo, con sus Sacramentos, con la gracia de que es vehículo, y con el admirable apostolado jerárquico de la Iglesia, una continuidad de acción santificadora que ha sido la columna de la civilización, y que es aún hoy el único obstáculo contra la acción invasora del comunismo, como lo fue contra las invasiones bárbaras o musulmanas.

Todos estos acontecimientos gloriosos tuvieron su origen en la Redención. San José, por la admirable correspondencia a la gracia con que se distinguió, colaboró de modo eminente en el plan divino de la Redención. Y, como tal, es merecedor de una gran parte de la gloria que, legítimamente, le cabe al Divino Salvador por la inmensidad de beneficios con que nos colmó.

¡Vida interior intensa, constante, ambiciosa!

Vemos, pues, la admirable fecundidad de una vida que todas las circunstancias naturales tendían a volver estéril. Vemos la prodigiosa capacidad de acción de la santidad, que en el recogimiento y en la humildad, colaboró directamente en acontecimientos mucho más importantes, y tuvo una participación incalculablemente más notable en toda la Historia de la humanidad que Alejandro con sus ejércitos, Kant con su saber arrogante, o Maquiavelo con su diplomacia astuta y amoral.

Vida interior, por lo tanto. Vida interior intensa, constante, ilimitadamente ambiciosa, en el sentido espiritual de la palabra, es la gran lección que la fiesta de San José nos deja.

Íntimamente unidos a Nuestra Señora como lo fue San José, la grandeza de la lección no debe desanimar la escasez de nuestras fuerzas, pues debemos exclamar como aliento: Omnia possum in eo qui me confortat — “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Filp. 4, 13).

(*) Título y subtítulos del traductor. Publicado bajo el título Ideal Mariano en “O Legionario”, São Paulo, Nº 116, 26-3-1933.

[1] Entre los santos, el culto a San José viene en primer lugar; por eso es llamado por los teólogos protodulía (proto=primero), para distinguirlo de la simple dulía (dependencia, veneración) prestada a los demás santos. Sobre él está únicamente el culto a Nuestra Señora, que por eso mismo recibe el nombre de hiperdulía, sólo inferior al culto debido a Dios, que es el de latría.

Fuente: Tradición y Acción por un Perú mayor

Autor: Plinio Corrêa de Oliveira (*)

Devoción de los Siete Domingos a San José

DEVOCIÓN DE LOS SIETE DOMINGOS A SAN JOSÉ

La Iglesia dedica los siete domingos anteriores al 19 de Marzo, día de la Fiesta de San José, para recordar los principales dolores y gozos de la vida de San José. Esta es una tradición muy antigua que se conserva hasta el día de hoy y si bien se practica los siete domingos anteriores al 19 de marzo, se puede practicar esta devoción en cualquier otra época del año.

Queremos aprovechar esta devoción para compartir con ustedes que Santa Teresa de Jesús, en un momento de dificultad, se encomendó a san José y toda su vida fue gran devota de este Santo. Ella nos dice de su Santo protector:

1.- Y tomé por abogado y señor al glorioso san José y me encomendé mucho a él. Vi claro que, tanto de esta necesidad como de otras mayores, de perder la fama y el alma, este padre y señor mío me libró mejor de lo que yo lo sabía pedir. No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido (V 6,6).

Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, y de los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; pero a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, pues como tenía nombre de padre, siendo custodio, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide.

2.- Y esto lo han comprobado algunas personas, a quienes yo decía que se encomendasen a él, también por experiencia; y aun hay muchas que han comenzado a tenerle devoción, habiendo experimentado esta verdad (V 6, 6)

3.- Procuraba yo celebrar su fiesta con toda la solemnidad que podía, más llena de vanidad que de espíritu, queriendo que se hiciese bien y con muchos detalles, aunque con buena intención (V 6, 7).

4.- Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido a nadie que le tenga verdadera devoción y le haga particulares servicios, que no lo vea más aprovechado en la virtud; pues ayuda mucho a las almas que a él se encomiendan (V 6, 7).

5.- Creo que ya hace algunos años que el día de su fiesta le pido una cosa y siempre la veo cumplida; si la petición va algo torcida, él la endereza para más bien mío (V 6, 7).

6.- Quien no hallare maestro que le enseñe a orar, tome a este glorioso Santo por maestro y no errará el camino. No quiera el Señor que haya yo errado atreviéndome a hablar de él; porque aunque publico que soy devota suya, en servirle y en imitarle siempre he fallado. Pues él hizo, como quien es, que yo pudiera levantarme y no estar tullida; y yo, como quien soy, usando mal de esta merced (V 6, 8).

6.- No me hartaba de dar gracias a Dios y al glorioso Padre mío san José, que me pareció que él lo había traído, porque fray Pedro era Comisario General de la Custodia de san José, a quien me encomendaba mucho, y a nuestra Señora (V 3, 7).

7.- Un día, después de comulgar, Su Majestad me mandó con mucha insistencia que lo intentara con todas mis fuerzas, y me hizo grandes promesas de que se haría el monasterio, y que Dios se glorificaría mucho en él, y que su título fuese de san José, que él nos ampararía en una puerta y nuestra Señora en la otra (V 32, 11).

8.- Una vez estaba en un apuro del que no sabía cómo salir, pues no tenía dinero para pagar a unos albañiles, y se me apareció san José, mi verdadero padre y señor, y me dijo que no faltaría dinero y que los contratara; y así lo hice, sin un céntimo. Y el Señor de modo maravilloso que asombraba a los que lo oían, me proveyó (V 33, 12).

9.- Al glorioso san José no vi con tanta claridad, aunque vi muy bien que estaba allí, como en las visiones que he dicho que no se ven (V 33, 15).

10.- Mas ¡ay, hijas!, encomiéndenme a Dios y sean devotas de san José, que puede mucho (Cc 28ª).

11.- Ya entonces yo oraba mucho a nuestro Señor, suplicándole que no me fuese sin dejarles casa (en Sevilla), y hacía que las hermanas se lo pidiesen y al glorioso san José, y hacíamos muchas procesiones (F 25, 3).

12.- Las hermanas habían pedido mucho a san José que para su día tuviese casa (en Burgos), y sin pensar que la tendrían tan pronto, se lo cumplió (F 31, 36).

13.- Los días primeros de pascua, u otros días de solemnidad, podrán cantar Laudes, en especial el día del glorioso de san José (Const 1, 3).

14.- Aunque tenga muchos santos por abogados, tengan particularmente a san José, que alcanza mucho de Dios (Av 65).

SIETE DOMINGOS A SAN JOSÉ – ORACIONES PARA CADA DOMINGO

Aprende las oraciones de los Siete Domingos a San José. Lee, medita lo que lees y reza despacio.

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PRIMER DOMINGO

El dolor: cuando estaba dispuesto a repudiar a su inmaculada esposa.

La alegría: cuando el Arcángel le reveló el sublime misterio de la encarnación.

Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad en que estabais sin saber si debíais abandonar o no a vuestra esposa sin mancilla! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría cuando el ángel os reveló el gran misterio de la Encarnación!

Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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 SEGUNDO DOMINGO

El dolor: al ver nacer el niño Jesús en la pobreza.

La alegría: al escuchar la armonía del coro de los ángeles y observar la gloria de esa noche.

Oh bienaventurado patriarca, glorioso San José, escogido para ser padre adoptivo del Hijo de Dios hecho hombre: el dolor que sentisteis viendo nacer al niño Jesús en tan gran pobreza se cambió de pronto en alegría celestial al oír el armonioso concierto de los ángeles y al contemplar las maravillas de aquella noche tan resplandeciente.

Por este dolor y gozo alcanzadnos que después del camino de esta vida vayamos a escuchar las alabanzas de los ángeles y a gozar de los resplandores de la gloria celestial.

Padrenuestro, Ave y Gloria

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TERCER DOMINGO

El dolor: cuando la sangre del niño Salvador fue derramada en su circuncisión.

La alegría: dada con el nombre de Jesús.

Oh ejecutor obedientísimo de las leyes divinas, glorioso San José: la sangre preciosísima que el Redentor Niño derramó en su circuncisión os traspasó el corazón; pero el nombre de Jesús que entonces se le impuso, os confortó y llenó de alegría.

Por este dolor y este gozo alcanzadnos el vivir alejados de todo pecado, a fin de expirar gozosos, con el santísimo nombre de Jesús en el corazón y en los labios.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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CUARTO DOMINGO

El dolor: la profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María.

La alegría: la predicción de la salvación y gloriosa resurrección de innumerables almas.

Oh Santo fidelísimo, que tuvisteis parte en los misterios de nuestra redención, glorioso San José; aunque la profecía de Simeón acerca de los sufrimientos que debían pasar Jesús y María os causó dolor mortal, sin embargo os llenó también de alegría, anunciándoos al mismo tiempo la salvación y resurrección gloriosa que de ahí se seguiría para un gran número de almas.

Por este dolor y por este gozo conseguidnos ser del número de los que, por los méritos de Jesús y la intercesión de la bienaventurada Virgen María, han de resucitar gloriosamente.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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QUINTO DOMINGO

El dolor: en su afán de educar y servir al Hijo del Altísimo, especialmente en el viaje a Egipto.

La alegría: al tener siempre con él a Dios mismo, y viendo la caída de los ídolos de Egipto.

Oh custodio vigilante, familiar íntimo del Hijo de Dios hecho hombre, glorioso San José, ¡cuánto sufristeis teniendo que alimentar y servir al Hijo del Altísimo, particularmente en vuestra huida a Egipto!, pero cuán grande fue también vuestra alegría teniendo siempre con Vos al mismo Dios y viendo derribados los ídolos de Egipto.

Por este dolor y este gozo, alcanzadnos alejar para siempre de nosotros al tirano infernal, sobre todo huyendo de las ocasiones peligrosas, y derribar de nuestro corazón todo ídolo de afecto terreno, para que, ocupados en servir a Jesús y María, vivamos tan sólo para ellos y muramos gozosos en su amor.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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SEXTO DOMINGO

El dolor: a regresar a su Nazaret por el miedo a Arquelao.

La alegría: al regresar con Jesús de Egipto a Nazaret y la confianza establecida por el Ángel.

Oh ángel de la tierra, glorioso San José, que pudisteis . admirar al Rey de los cielos, sometido a vuestros más mínimos mandatos; aunque la alegría al traerle de Egipto se turbó por temor a Arquelao, sin embargo, tranquilizado luego por el ángel, vivisteis dichoso en Nazaret con Jesús y María.

Por este dolor y este gozo, alcanzadnos la gracia de desterrar de nuestro corazón todo temor nocivo, poseer la paz de conciencia, vivir seguros con Jesús y María y morir también asistidos por ellos.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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SÉPTIMO DOMINGO

El dolor: cuando sin culpa pierde a Jesús, y lo busca con angustia por tres días.

La alegría: al encontrarlo en medio de los doctores en el Templo.

Oh modelo de toda santidad, glorioso San José, que habiendo perdido sin culpa vuestra al Niño Jesús, le buscasteis durante tres días con profundo dolor, hasta que, lleno de gozo, le hallasteis en el templo, en medio de los doctores.

Por este dolor y este gozo, os suplicamos con palabras salidas del corazón, intercedáis en nuestro favor para que jamás nos suceda perder a Jesús por algún pecado grave. Mas, si por desgracia le perdiéramos, haced que le busquemos con tal dolor que no hallemos sosiego hasta encontrarle benigno sobre todo en nuestra muerte, a fin de ir a gozarle en el cielo y cantar eternamente con Vos sus divinas misericordias.

Padrenuestro, Ave y Gloria.

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Deseo que crezca su devoción por el Patriarca San José y que por su intercesión alcancen todos las Gracias que necesiten.

Karla Rouillon Gallangos