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20 de 121 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Dios, alegría y esperanza nuestra (Salmo 125)

20 DE 121 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: DIOS, ALEGRÍA Y ESPERANZA NUESTRA (SALMO 125)

AUDIENCIA GENERAL DEL 17 DE AGOSTO DE 2005

DIOS, ALEGRÍA Y ESPERANZA NUESTRA (SALMO 125)

1. Al escuchar las palabras del salmo 125 se tiene la impresión de contemplar con los propios ojos el acontecimiento cantado en la segunda parte del libro de Isaías:  el “nuevo éxodo”. Es el regreso de Israel del exilio babilónico a la tierra de los padres, tras el edicto del rey persa Ciro en el año 558 a.C. Entonces se repitió la experiencia gozosa del primer éxodo, cuando el pueblo hebreo fue liberado de la esclavitud egipcia.

Este salmo cobraba un significado particular cuando se cantaba en los días en que Israel se sentía amenazado y atemorizado, porque debía afrontar de nuevo una prueba. En efecto, el Salmo comprende una oración por el regreso de los prisioneros del momento (cf. v. 4). Así, se transforma en una oración del pueblo de Dios en su itinerario histórico, lleno de peligros y pruebas, pero siempre abierto a la confianza en Dios salvador y liberador, defensor de los débiles y los oprimidos.
2. El Salmo introduce en un clima de júbilo:  se sonríe, se festeja la libertad obtenida, afloran a los labios cantos de alegría (cf. vv. 1-2).

La reacción ante la libertad recuperada es doble. Por un lado, las naciones paganas reconocen la grandeza del Dios de Israel:  “El Señor ha estado grande con ellos” (v. 2). La salvación del pueblo elegido se convierte en una prueba nítida de la existencia eficaz y poderosa de Dios, presente y activo en la historia. Por otro lado, es el pueblo de Dios el que profesa su fe en el Señor que salva:  “El Señor ha estado grande con nosotros” (v. 3).

3. El pensamiento va después al pasado, revivido con un estremecimiento de miedo y amargura. Centremos nuestra atención en la imagen agrícola que usa el salmista:  “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares” (v. 5). Bajo el peso del trabajo, a veces el rostro se cubre de lágrimas:  se está realizando una siembra fatigosa, que tal vez resulte inútil e infructuosa. Pero, cuando llega la cosecha abundante y gozosa, se descubre que el dolor ha sido fecundo.
En este versículo del Salmo se condensa la gran lección sobre el misterio de fecundidad y de vida que puede encerrar el sufrimiento. Precisamente como dijo Jesús en vísperas de su pasión y muerte:  “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).

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4. El horizonte del Salmo se abre así a la cosecha festiva, símbolo de la alegría engendrada por la libertad, la paz y la prosperidad, que son fruto de la bendición divina. Así pues, esta oración es un canto de esperanza, al que se puede recurrir cuando se está inmerso en el tiempo de la prueba, del miedo, de la amenaza externa y de la opresión interior.

Pero puede convertirse también en una exhortación más general a vivir la vida y hacer las opciones en un clima de fidelidad. La perseverancia en el bien, aunque encuentre incomprensiones y obstáculos, al final llega siempre a una meta de luz, de fecundidad y de paz.

Es lo que san Pablo recordaba a los Gálatas:  “El que siembra en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos” (Ga 6, 8-9).

5. Concluyamos con una reflexión de san Beda el Venerable (672-735) sobre el salmo 125 comentando las palabras con que Jesús anunció a sus discípulos la tristeza que les esperaba y, al mismo tiempo, la alegría que brotaría de su aflicción (cf. Jn 16, 20).

Beda recuerda que “lloraban y se lamentaban los que amaban a Cristo cuando vieron que los enemigos lo prendieron, lo ataron, lo llevaron a juicio, lo condenaron, lo flagelaron, se burlaron de él y, por último, lo crucificaron, lo hirieron con la lanza y lo sepultaron. Al contrario, los que amaban el mundo se alegraban (…) cuando condenaron a una muerte infamante a aquel que les molestaba sólo al verlo. Los discípulos se entristecieron por la muerte del Señor, pero, conocida su resurrección, su tristeza se convirtió en alegría; visto después el prodigio de la Ascensión, con mayor alegría todavía alababan y bendecían al Señor, como testimonia el evangelista san Lucas (cf. Lc 24, 53). Pero estas palabras del Señor se pueden aplicar a todos los fieles que, a través de las lágrimas y las aflicciones del mundo, tratan de llegar a las alegrías eternas, y que con razón ahora lloran y están tristes, porque no pueden ver aún a aquel que aman, y porque, mientras estén en el cuerpo, saben que están lejos de la patria y del reino, aunque estén seguros de llegar al premio a través de las fatigas y las luchas. Su tristeza se convertirá en alegría cuando, terminada la lucha de esta vida, reciban la recompensa de la vida eterna, según lo que dice el Salmo:  “Los que sembraban con lágrimas, cosechan entre cantares”” (Omelie sul Vangelo, 2, 13:  Collana di Testi Patristici, XC, Roma 1990, pp. 379-380).

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