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06 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Parusía en la Predicación de San Pablo

06 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA PARUSÍA EN LA PREDICACIÓN DE SAN PABLO

AUDIENCIA GENERAL DEL 12 DE NOVIEMBRE DE 2008

LA PARUSÍA EN LA PREDICACIÓN DE SAN PABLO

Queridos hermanos y hermanas:

El tema de la Resurrección, sobre el que hablamos la semana pasada, abre una nueva perspectiva, la de la espera de la vuelta del Señor y, por ello, nos lleva a reflexionar sobre la relación entre el tiempo presente, tiempo de la Iglesia y del reino de Cristo, y el futuro (éschaton) que nos espera, cuando Cristo entregará el Reino al Padre (cf.1 Co 15, 24). Todo discurso cristiano sobre las realidades últimas, llamado escatología, parte siempre del acontecimiento de la Resurrección: en este acontecimiento las realidades últimas ya han comenzado y, en cierto sentido, ya están presentes.

Probablemente en el año 52 san Pablo escribió la primera de sus cartas, la primera carta a los Tesalonicenses, donde habla de esta vuelta de Jesús, llamada parusía, adviento, nueva, definitiva y manifiesta presencia (cf. 1 Ts 4, 13-18). A los Tesalonicenses, que tienen sus dudas y problemas, el Apóstol escribe así: “Si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús” (1 Ts 4, 14). Y continúa: “Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar. Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos, al encuentro del Señor en los aires, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts 4, 16-17). San Pablo describe la parusía de Cristo con acentos muy vivos y con imágenes simbólicas, pero que transmiten un mensaje sencillo y profundo: al final estaremos siempre con el Señor. Este es, más allá de las imágenes, el mensaje esencial: nuestro futuro es “estar con el Señor”; en cuanto creyentes, en nuestra vida ya estamos con el Señor; nuestro futuro, la vida eterna, ya ha comenzado.

En la segunda carta a los Tesalonicenses, san Pablo cambia la perspectiva; habla de acontecimientos negativos, que deberán suceder antes del final y conclusivo. No hay que dejarse engañar —dice— como si el día del Señor fuera verdaderamente inminente, según un cálculo cronológico: “Por lo que respecta a la venida de nuestro Señor Jesucristo y a nuestra reunión con él, os rogamos, hermanos, que no os dejéis alterar tan fácilmente en vuestros ánimos, ni os alarméis por alguna manifestación del Espíritu, por algunas palabras o por alguna carta presentada como nuestra, que os haga suponer que está inminente el día del Señor. Que nadie os engañe de ninguna manera” (2 Ts 2, 1-3). La continuación de este texto anuncia que antes de la venida del Señor tiene que llegar la apostasía y se revelará un no bien identificado “hombre impío”, el “hijo de la perdición” (2 Ts 2, 3), que la tradición llamará después el Anticristo.

Pero la intención de esta carta de san Pablo es ante todo práctica; escribe: “Cuando estábamos entre vosotros os mandábamos esto: si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado de que hay entre vosotros algunos que viven desordenadamente, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A esos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan” (2 Ts 3, 10-12). En otras palabras, la espera de la parusía de Jesús no dispensa del trabajo en este mundo; al contrario, crea responsabilidad ante el Juez divino sobre nuestro obrar en este mundo. Precisamente así crece nuestra responsabilidad de trabajar en y para este mundo. Veremos lo mismo el domingo próximo en el pasaje evangélico de los talentos, donde el Señor nos dice que ha confiado talentos a todos y el Juez nos pedirá cuentas de ellos diciendo: ¿Habéis dado fruto? Por tanto la espera de su venida implica responsabilidad con respecto a este mundo.

En la carta a los Filipenses, en otro contexto y con aspectos nuevos, aparece esa misma verdad y el mismo nexo entre parusía —vuelta del Juez-Salvador— y nuestro compromiso en la vida. San Pablo está en la cárcel esperando la sentencia, que puede ser de condena a muerte. En esta situación piensa en su futuro “estar con el Señor”, pero piensa también en la comunidad de Filipos, que necesita a su padre, san Pablo, y escribe: “Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger. Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros. Y, persuadido de esto, sé que me quedaré y permaneceré con todos vosotros para progreso y gozo de vuestra fe, a fin de que tengáis por mi causa un nuevo motivo de orgullo en Cristo Jesús, cuando yo vuelva a estar entre vosotros” (Flp 1, 21-26).

San Pablo no tiene miedo a la muerte; al contrario: de hecho, la muerte indica el completo estar con Cristo. Pero san Pablo participa también de los sentimientos de Cristo, el cual no vivió para sí mismo, sino para nosotros. Vivir para los demás se convierte en el programa de su vida y por ello muestra su perfecta disponibilidad a la voluntad de Dios, a lo que Dios decida. Sobre todo, está disponible, también en el futuro, a vivir en esta tierra para los demás, a vivir para Cristo, a vivir para su presencia viva y así para la renovación del mundo. Vemos que este estar con Cristo crea a san Pablo una gran libertad interior: libertad ante la amenaza de la muerte, pero también libertad ante todas las tareas y los sufrimientos de la vida. Está sencillamente disponible para Dios y es realmente libre.

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Y ahora, después de haber examinado los diversos aspectos de la espera de la parusía de Cristo, pasamos a preguntarnos: ¿Cuáles son las actitudes fundamentales del cristiano ante las realidades últimas: la muerte, el fin del mundo? La primera actitud es la certeza de que Jesús ha resucitado, está con el Padre y, por eso, está con nosotros para siempre. Y nadie es más fuerte que Cristo, porque está con el Padre, está con nosotros. Por eso estamos seguros y no tenemos miedo. Este era un efecto esencial de la predicación cristiana. El miedo a los espíritus, a los dioses, era muy común en todo el mundo antiguo. También hoy los misioneros, junto con tantos elementos buenos de las religiones naturales, se encuentran con el miedo a los espíritus, a los poderes nefastos que nos amenazan. Cristo vive, ha vencido a la muerte y ha vencido a todos estos poderes. Con esta certeza, con esta libertad, con esta alegría vivimos. Este es el primer aspecto de nuestro vivir con respecto al futuro.

En segundo lugar, la certeza de que Cristo está conmigo, de que en Cristo el mundo futuro ya ha comenzado, también da certeza de la esperanza. El futuro no es una oscuridad en la que nadie se orienta. No es así. Sin Cristo, también hoy el futuro es oscuro para el mundo, hay mucho miedo al futuro. El cristiano sabe que la luz de Cristo es más fuerte y por eso vive en una esperanza que no es vaga, en una esperanza que da certeza y valor para afrontar el futuro.

Por último, la tercera actitud. El Juez que vuelve —es Juez y Salvador a la vez— nos ha confiado la tarea de vivir en este mundo según su modo de vivir. Nos ha entregado sus talentos. Por eso nuestra tercera actitud es: responsabilidad con respecto al mundo, a los hermanos, ante Cristo y, al mismo tiempo, también certeza de su misericordia. Ambas cosas son importantes. No vivimos como si el bien y el mal fueran iguales, porque Dios sólo puede ser misericordioso. Esto sería un engaño. En realidad, vivimos en una gran responsabilidad. Tenemos los talentos, tenemos que trabajar para que este mundo se abra a Cristo, para que se renueve. Pero incluso trabajando y sabiendo en nuestra responsabilidad que Dios es verdadero juez, también estamos seguros de que este juez es bueno, conocemos su rostro, el rostro de Cristo resucitado, de Cristo crucificado por nosotros. Por eso podemos estar seguros de su bondad y seguir adelante con gran valor.

Un dato ulterior de la enseñanza paulina sobre la escatología es el de la universalidad de la llamada a la fe, que reúne a los judíos y a los gentiles, es decir, a los paganos, como signo y anticipación de la realidad futura, por lo que podemos decir que ya estamos sentados en el cielo con Jesucristo, pero para mostrar en los siglos futuros la riqueza de la gracia (cf. Ef 2, 6 s): el después se convierte en un antes para hacer evidente el estado de realización incipiente en que vivimos. Esto hace tolerables los sufrimientos del momento presente, que no son comparables a la gloria futura (cf. Rm 8, 18). Se camina en la fe y no en la visión, y aunque sería preferible salir del destierro del cuerpo y estar con el Señor, lo que cuenta en definitiva, habitando en el cuerpo o saliendo de él, es ser agradables a Dios (cf. 2 Co 5, 7-9).

Finalmente, un último punto que quizás parezca un poco difícil para nosotros. En la conclusión de su primera carta a los Corintios, san Pablo repite y pone también en labios de los Corintios una oración surgida en las primeras comunidades cristianas del área de Palestina: Maranà, thà! que literalmente significa “Señor nuestro, ¡ven!” (1 Co 16, 22). Era la oración de la primera comunidad cristiana; y también el último libro del Nuevo testamento, el Apocalipsis, se concluye con esta oración: “¡Ven, Señor!”. ¿Podemos rezar así también nosotros? Me parece que para nosotros hoy, en nuestra vida, en nuestro mundo, es difícil rezar sinceramente para que acabe este mundo, para que venga la nueva Jerusalén, para que venga el juicio último y el Juez, Cristo. Creo que aunque, por muchos motivos, no nos atrevamos a rezar sinceramente así, sin embargo de una forma justa y correcta podemos decir también con los primeros cristianos: “¡Ven, Señor Jesús!”.

Ciertamente, no queremos que venga ahora el fin del mundo. Pero, por otra parte, queremos que acabe este mundo injusto. También nosotros queremos que el mundo cambie profundamente, que comience la civilización del amor, que llegue un mundo de justicia y de paz, sin violencia, sin hambre. Queremos todo esto. Pero ¿cómo podría suceder esto sin la presencia de Cristo? Sin la presencia de Cristo nunca llegará un mundo realmente justo y renovado. Y, aunque sea de otra manera, totalmente y en profundidad, podemos y debemos decir también nosotros, con gran urgencia y en las circunstancias de nuestro tiempo: ¡Ven, Señor! Ven a tu modo, del modo que tú sabes. Ven donde hay injusticia y violencia. Ven a los campos de refugiados, en Darfur y en Kivu del norte, en tantos lugares del mundo. Ven donde domina la droga. Ven también entre los ricos que te han olvidado, que viven sólo para sí mismos. Ven donde eres desconocido. Ven a tu modo y renueva el mundo de hoy. Ven también a nuestro corazón, ven y renueva nuestra vida. Ven a nuestro corazón para que nosotros mismos podamos ser luz de Dios, presencia tuya. En este sentido oramos con san Pablo: Maranà, thà! “¡Ven, Señor Jesús”!, y oramos para que Cristo esté realmente presente hoy en nuestro mundo y lo renueve.

05 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Justificación en la Enseñanza de San Pablo. De la Obras a la Fe.

05 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA JUSTIFICACIÓN EN LA ENSEÑANZA DE SAN PABLO. DE LAS OBRAS A LA FE

AUDIENCIA GENERAL DEL 19 DE NOVIEMBRE DE 2008

LA JUSTIFICACIÓN EN LA ENSEÑANZA DE SAN PABLO. DE LAS OBRAS A LA FE

Queridos hermanos y hermanas:

En el camino que estamos recorriendo guiados por san Pablo, queremos reflexionar ahora sobre un tema que está en el centro de las controversias del siglo de la Reforma: la cuestión de la justificación. ¿Cómo llega a ser justo el hombre a los ojos de Dios? Cuando san Pablo se encontró con el Resucitado en el camino de Damasco era un hombre realizado: irreprensible en cuanto a la justicia que deriva de la Ley (cf. Flp 3, 6), superaba a muchos de sus coetáneos en la observancia de las prescripciones mosaicas y era celoso en sostener las tradiciones de sus padres (cf. Ga 1, 14). La iluminación de Damasco le cambió radicalmente la existencia: comenzó a considerar todos sus méritos, logrados en una carrera religiosa integérrima, como “basura” frente a la sublimidad del conocimiento de Jesucristo (cf. Flp 3, 8). La carta a los Filipenses nos ofrece un testimonio conmovedor del paso de san Pablo de una justicia fundada en la Ley y conseguida con la observancia de las obras prescritas, a una justicia basada en la fe en Cristo: comprendió que todo lo que hasta entonces le había parecido una ganancia, en realidad frente a Dios era una pérdida, y por ello decidió apostar toda su existencia por Jesucristo (cf. Flp 3, 7). El tesoro escondido en el campo y la perla preciosa, por cuya adquisición invierte todo lo demás, ya no eran las obras de la Ley, sino Jesucristo, su Señor.

La relación entre san Pablo y el Resucitado llegó a ser tan profunda que lo impulsó a afirmar que Cristo ya no era solamente su vida, sino su vivir, hasta el punto de que para poder alcanzarlo, incluso el morir era una ganancia (cf. Flp 1, 21). No es que despreciara la vida, sino que había comprendido que para él el vivir ya no tenía otro objetivo, y por tanto ya no albergaba otro deseo que alcanzar a Cristo, como en una competición de atletismo, para estar siempre con él: el Resucitado se había convertido en el principio y el fin de su existencia, el motivo y la meta de su carrera.

Sólo la preocupación por el crecimiento en la fe de aquellos a los que había evangelizado y la solicitud por todas las Iglesias que había fundado (cf. 2 Co 11, 28) lo impulsaban a ralentizar la carrera hacia su único Señor, para esperar a los discípulos de modo que pudieran correr con él hacia la meta. Aunque en la anterior observancia de la Ley no tenía nada que reprocharse desde el punto de vista de la integridad moral, una vez alcanzado por Cristo prefería no juzgarse a sí mismo (cf. 1 Co 4, 3-4), sino que se limitaba a correr para conquistar a Aquel por el que había sido conquistado (cf. Flp 3, 12).

Precisamente por esta experiencia personal de la relación con Jesucristo, san Pablo pone ya en el centro de su Evangelio una irreductible oposición entre dos itinerarios alternativos hacia la justicia: uno construido sobre las obras de la Ley, el otro fundado sobre la gracia de la fe en Cristo. La alternativa entre la justicia por las obras de la Ley y la justicia por la fe en Cristo se convierte así en uno de los temas predominantes en sus cartas: “Nosotros somos judíos de nacimiento y no gentiles pecadores; a pesar de todo, conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la Ley sino por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, y no por las obras de la Ley, pues por las obras de la Ley nadie será justificado” (Ga 2, 15-16). Y a los cristianos de Roma les reafirma que “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en Cristo Jesús” (Rm 3, 23-24). Y añade: “Pensamos que el hombre es justificado por la fe, independientemente de las obras de la Ley” (Rm 3, 28). Lutero en este punto tradujo “justificado sólo por la fe”. Volveré sobre esto al final de la catequesis, pues antes debemos aclarar qué es esta “Ley” de la que hemos sido liberados y qué son esas “obras de la Ley” que no justifican.

Ya en la comunidad de Corinto existía la opinión, que se repetirá muchas veces a lo largo de la historia, según la cual se trataba de la ley moral y que, por tanto, la libertad cristiana consistía en la liberación de la ética. Así, en Corinto circulaba la expresión “πάντα μοι έξεστιν” (todo me es lícito). Es obvio que esta interpretación es errónea: la libertad cristiana no es libertinaje; la liberación de la que habla san Pablo no es liberación de hacer el bien.

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¿Pero qué significa, por consiguiente, la Ley de la que hemos sido liberados y que no salva? Para san Pablo, como para todos sus contemporáneos, la palabra Ley significaba la Torá en su totalidad, es decir, los cinco libros de Moisés. En la interpretación de los fariseos, la que había estudiado y hecho suya san Pablo, la Torá implicaba un conjunto de comportamientos que iban desde el núcleo ético hasta las observancias rituales y cultuales que determinaban sustancialmente la identidad del hombre justo. De modo particular, la circuncisión, las observancias acerca del alimento puro y en general la pureza ritual, las reglas sobre la observancia del sábado, etc. Esos comportamientos también aparecen a menudo en los debates entre Jesús y sus contemporáneos.

Todas estas observancias, que expresan una identidad social, cultural y religiosa, habían llegado a ser singularmente importantes en el tiempo de la cultura helenística, comenzando desde el siglo III a.C. Esta cultura, que se había convertido en la cultura universal de entonces y era una cultura aparentemente racional, una cultura politeísta aparentemente tolerante, constituía una fuerte presión hacia la uniformidad cultural y así amenazaba la identidad de Israel, que se veía políticamente obligado a entrar en esa identidad común de la cultura helenística con la consiguiente pérdida de su propia identidad, que implicaba también la pérdida de la preciosa herencia de la fe de sus padres, de la fe en el único Dios y en las promesas de Dios.

Contra esa presión cultural, que no sólo amenazaba la identidad israelita, sino también la fe en el único Dios y en sus promesas, era necesario crear un muro de contención, un escudo de defensa que protegiera la preciosa herencia de la fe; ese muro consistía precisamente en las observancias y prescripciones judías. San Pablo, que había aprendido estas observancias precisamente en su función defensiva del don de Dios, de la herencia de la fe en un único Dios, veía amenazada esta identidad por la libertad de los cristianos: por eso los perseguía.

En el momento de su encuentro con el Resucitado comprendió que con la resurrección de Cristo la situación había cambiado radicalmente. Con Cristo, el Dios de Israel, el único Dios verdadero, se convertía en el Dios de todos los pueblos. El muro entre Israel y los paganos —así lo dice la carta a los Efesios— ya no era necesario: es Cristo quien nos protege contra el politeísmo y todas sus desviaciones; es Cristo quien nos une con Dios y en el único Dios; es Cristo quien garantiza nuestra verdadera identidad en la diversidad de las culturas. El muro ya no es necesario. Cristo es nuestra identidad común en la diversidad de las culturas, y es él el que nos hace justos. Ser justo quiere decir sencillamente estar con Cristo y en Cristo. Y esto basta. Ya no son necesarias otras observancias. Por eso la expresión “sola fide” de Lutero es verdadera si no se opone la fe a la caridad, al amor. La fe es mirar a Cristo, encomendarse a Cristo, unirse a Cristo, conformarse a Cristo, a su vida. Y la forma, la vida de Cristo es el amor; por tanto, creer es conformarse a Cristo y entrar en su amor. Por eso, san Pablo en la carta a los Gálatas, en la que sobre todo ha desarrollado su doctrina sobre la justificación, habla de la fe que obra por medio de la caridad (cf. Ga 5, 6).

San Pablo sabe que en el doble amor a Dios y al prójimo está presente y se cumple toda la Ley. Así, en la comunión con Cristo, en la fe que crea la caridad, se realiza toda la Ley. Somos justos cuando entramos en comunión con Cristo, que es el amor. Veremos lo mismo en el evangelio del próximo domingo, solemnidad de Cristo Rey. Es el evangelio del juez cuyo único criterio es el amor. Sólo pide esto: ¿Me visitaste cuando estaba enfermo?, ¿cuando estaba en la cárcel? ¿Me diste de comer cuando tenía hambre?, ¿me vestiste cuando estaba desnudo? Así la justicia se decide en la caridad. Así, al final de este evangelio, podemos decir casi: sólo amor, sólo caridad. Pero no hay contradicción entre este evangelio y san Pablo. Es la misma visión según la cual la comunión con Cristo, la fe en Cristo, crea la caridad. Y la caridad es realización de la comunión con Cristo. Así, estando unidos a él, somos justos, y de ninguna otra forma.

Al final, sólo podemos orar al Señor para que nos ayude a creer. Creer realmente; así, creer llega a ser vida, unidad con Cristo, transformación de nuestra vida. Y así, transformados por su amor, por el amor a Dios y al prójimo, podemos ser realmente justos a los ojos de Dios.

04 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Doctrina de la Justificación de la Fe a las Obras

04 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACIÓN – DE LA FE A LAS OBRAS

AUDIENCIA GENERAL DEL 26 DE NOVIEMBRE DE 2008

LA DOCTRINA DE LA JUSTIFICACIÓN: DE LA FE A LAS OBRAS

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis del miércoles pasado hablé de la cuestión de cómo el hombre llega a ser justo ante Dios. Siguiendo a san Pablo, hemos visto que el hombre no es capaz de ser “justo” con sus propias acciones, sino que realmente sólo puede llegar a ser “justo” ante Dios porque Dios le confiere su “justicia” uniéndolo a Cristo, su Hijo. Y esta unión con Cristo, el hombre la obtiene mediante la fe. En este sentido, san Pablo nos dice: no son nuestras obras, sino la fe la que nos hace “justos”.

Sin embargo, esta fe no es un pensamiento, una opinión o una idea. Esta fe es comunión con Cristo, que el Señor nos concede y por eso se convierte en vida, en conformidad con él. O, con otras palabras, la fe, si es verdadera, si es real, se convierte en amor, se convierte en caridad, se expresa en la caridad. Una fe sin caridad, sin este fruto, no sería verdadera fe. Sería fe muerta.

Por tanto, en la última catequesis encontramos dos niveles: el de la irrelevancia de nuestras acciones, de nuestras obras para alcanzar la salvación, y el de la “justificación” mediante la fe que produce el fruto del Espíritu. Confundir estos dos niveles ha causado, en el transcurso de los siglos, no pocos malentendidos en la cristiandad. En este contexto es importante que san Pablo, en la misma carta a los Gálatas, por una parte, ponga el acento de forma radical en la gratuidad de la justificación no por nuestras obras, pero que, al mismo tiempo, subraye también la relación entre la fe y la caridad, entre la fe y las obras: “En Cristo Jesús ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino solamente la fe que actúa por la caridad” (Ga 5, 6). En consecuencia, por una parte, están las “obras de la carne” que son “fornicación, impureza, libertinaje, idolatría…” (cf. Ga 5, 19-21): todas obras contrarias a la fe; y, por otra, está la acción del Espíritu Santo, que alimenta la vida cristiana suscitando “amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí” (Ga 5, 22-23): estos son los frutos del Espíritu que brotan de la fe.

Al inicio de esta lista de virtudes se cita al agapé, el amor; y, en la conclusión, el dominio de sí. En realidad, el Espíritu, que es el Amor del Padre y del Hijo, derrama su primer don, el agapé, en nuestros corazones (cf. Rm 5, 5); y el agapé, el amor, para expresarse en plenitud exige el dominio de sí. Sobre el amor del Padre y del Hijo, que nos alcanza y transforma profundamente nuestra existencia, traté también en mi primera encíclica: Deus caritas est. Los creyentes saben que en el amor mutuo se encarna el amor de Dios y de Cristo, por medio del Espíritu.

Volvamos a la carta a los Gálatas. Aquí san Pablo dice que los creyentes, soportándose mutuamente, cumplen el mandamiento del amor (cf. Ga 6, 2). Justificados por el don de la fe en Cristo, estamos llamados a vivir amando a Cristo en el prójimo, porque según este criterio seremos juzgados al final de nuestra existencia. En realidad, san Pablo no hace sino repetir lo que había dicho Jesús mismo y que nos recordó el Evangelio del domingo pasado, en la parábola del Juicio final.

En la primera carta a los Corintios, san Pablo hace un célebre elogio del amor. Es el llamado “himno a la caridad”: “Aunque hablara las lenguas de los hombre y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe. (…) La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés…” (1 Co 13, 1. 4-5). El amor cristiano es muy exigente porque brota del amor total de Cristo por nosotros: el amor que nos reclama, nos acoge, nos abraza, nos sostiene, hasta atormentarnos, porque nos obliga a no vivir ya para nosotros mismos, encerrados en nuestro egoísmo, sino para “Aquel que ha muerto y resucitado por nosotros” (cf. 2 Co 5, 15). El amor de Cristo nos hace ser en él la criatura nueva (cf. 2 Co 5, 17) que entra a formar parte de su Cuerpo místico, que es la Iglesia.

Desde esta perspectiva, la centralidad de la justificación sin las obras, objeto primario de la predicación de san Pablo, no está en contradicción con la fe que actúa en el amor; al contrario, exige que nuestra misma fe se exprese en una vida según el Espíritu. A menudo se ha visto una contraposición infundada entre la teología de san Pablo y la de Santiago, que, en su carta escribe: “Del mismo modo que el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe sin obras está muerta” (St 2, 26). En realidad, mientras que san Pablo se preocupa ante todo en demostrar que la fe en Cristo es necesaria y suficiente, Santiago pone el acento en las relaciones de consecuencia entre la fe y las obras (cf. St 2, 2-4).

Así pues, tanto para san Pablo como para Santiago, la fe que actúa en el amor atestigua el don gratuito de la justificación en Cristo. La salvación, recibida en Cristo, debe ser conservada y testimoniada “con respeto y temor. De hecho, es Dios quien obra en vosotros el querer y el obrar como bien le parece. Hacedlo todo sin murmuraciones ni discusiones (…), presentando la palabra de vida”, dirá también san Pablo a los cristianos de Filipos (cf. Flp 2, 12-14. 16).

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Con frecuencia tendemos a caer en los mismos malentendidos que caracterizaban a la comunidad de Corinto: aquellos cristianos pensaban que, habiendo sido justificados gratuitamente en Cristo por la fe, “todo les era lícito”. Y pensaban, y a menudo parece que lo piensan también los cristianos de hoy, que es lícito crear divisiones en la Iglesia, Cuerpo de Cristo, celebrar la Eucaristía sin interesarse por los hermanos más necesitados, aspirar a los carismas mejores sin darse cuenta de que somos miembros unos de otros, etc.

Las consecuencias de una fe que no se encarna en el amor son desastrosas, porque se reduce al arbitrio y al subjetivismo más nocivo para nosotros y para los hermanos. Al contrario, siguiendo a san Pablo, debemos tomar nueva conciencia de que, precisamente porque hemos sido justificados en Cristo, no nos pertenecemos ya a nosotros mismos, sino que nos hemos convertido en templo del Espíritu y por eso estamos llamados a glorificar a Dios en nuestro cuerpo con toda nuestra existencia (cf. 1 Co 6, 19). Sería un desprecio del inestimable valor de la justificación si, habiendo sido comprados al caro precio de la sangre de Cristo, no lo glorificáramos con nuestro cuerpo.

En realidad, este es precisamente nuestro culto “razonable” y al mismo tiempo “espiritual”, por el que san Pablo nos exhorta a “ofrecer nuestro cuerpo como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios” (cf. Rm 12, 1). ¿A qué se reduciría una liturgia que se dirigiera sólo al Señor y que no se convirtiera, al mismo tiempo, en servicio a los hermanos, una fe que no se expresara en la caridad? Y el Apóstol pone a menudo a sus comunidades frente al Juicio final, con ocasión del cual todos “seremos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo en su vida mortal, el bien o el mal” (2 Co 5, 10; cf. también Rm 2, 16). Y este pensamiento debe iluminarnos en nuestra vida de cada día.

Si la ética que san Pablo propone a los creyentes no degenera en formas de moralismo y se muestra actual para nosotros, es porque cada vez vuelve a partir de la relación personal y comunitaria con Cristo, para hacerse realidad en la vida según el Espíritu. Esto es esencial: la ética cristiana no nace de un sistema de mandamientos, sino que es consecuencia de nuestra amistad con Cristo. Esta amistad influye en la vida: si es verdadera, se encarna y se realiza en el amor al prójimo.

Por eso, cualquier decaimiento ético no se limita a la esfera individual, sino que al mismo tiempo es una devaluación de la fe personal y comunitaria: de ella deriva y sobre ella influye de forma determinante. Así pues, dejémonos alcanzar por la reconciliación, que Dios nos ha dado en Cristo, por el amor “loco” de Dios por nosotros: nada ni nadie nos podrá separar nunca de su amor (cf. Rm 8, 39). En esta certeza vivimos. Y esta certeza nos da la fuerza para vivir concretamente la fe que obra en el amor.

03 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Adán y Cristo. Del Pecado (original) a la Libertad

03 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: ADÁN Y CRISTO. DEL PECADO (ORIGINAL) A LA LIBERTAD

AUDIENCIA GENERAL DEL 3 DE DICIEMBRE DE 2008

ADÁN Y CRISTO. DEL PECADO (ORIGINAL) A LA LIBERTAD

Queridos hermanos y hermanas:

En la catequesis de hoy trataremos sobre las relaciones entre Adán y Cristo, delineadas por san Pablo en la conocida página de la carta a los Romanos (Rm 5, 12-21), en la que entrega a la Iglesia las líneas esenciales de la doctrina sobre el pecado original. En verdad, ya en la primera carta a los Corintios, tratando sobre la fe en la resurrección, san Pablo había introducido la confrontación entre el primer padre y Cristo: “Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. (…) Fue hecho el primer hombre, Adán, alma viviente; el último Adán, espíritu que da vida” (1 Co 15, 22.45). Con Rm 5, 12-21 la confrontación entre Cristo y Adán se hace más articulada e iluminadora: san Pablo recorre la historia de la salvación desde Adán hasta la Ley y desde esta hasta Cristo. En el centro de la escena no se encuentra Adán, con las consecuencias del pecado sobre la humanidad, sino Jesucristo y la gracia que, mediante él, ha sido derramada abundantemente sobre la humanidad. La repetición del “mucho más” referido a Cristo subraya cómo el don recibido en él sobrepasa con mucho al pecado de Adán y sus consecuencias sobre la humanidad, hasta el punto de que san Pablo puede llegar a la conclusión: “Pero donde abundó el pecado sobreabundó la gracia” (Rm 5, 20). Por tanto, la confrontación que san Pablo traza entre Adán y Cristo pone de manifiesto la inferioridad del primer hombre respecto a la superioridad del segundo.

Por otro lado, para poner de relieve el inconmensurable don de la gracia, en Cristo, san Pablo alude al pecado de Adán: se podría decir que, si no hubiera sido para demostrar la centralidad de la gracia, él no se habría entretenido en hablar del pecado que “a causa de un solo hombre entró en el mundo y, con el pecado, la muerte” (Rm 5, 12). Por eso, si en la fe de la Iglesia ha madurado la conciencia del dogma del pecado original, es porque este está inseparablemente vinculado a otro dogma, el de la salvación y la libertad en Cristo. Como consecuencia, nunca deberíamos tratar sobre el pecado de Adán y de la humanidad separándolos del contexto de la salvación, es decir, sin situarlos en el horizonte de la justificación en Cristo.

Pero, como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿Qué es el pecado original? ¿Qué enseña san Pablo? ¿Qué enseña la Iglesia? ¿Es sostenible también hoy esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del Redentor perdería su fundamento. Por tanto: ¿existe el pecado original o no?

Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad concreta, visible —yo diría, tangible— para todos; y un aspecto misterioso, que concierne al fundamento ontológico de este hecho. El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte, todo hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere hacer. Pero, al mismo tiempo, siente otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le agrada, aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo.

San Pablo en su carta a los Romanos expresó esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: “Querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Rm 7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre cómo en torno a nosotros prevalece esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Lo vemos cada día: es un hecho.

Como consecuencia de este poder del mal en nuestra alma, se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal habló de una “segunda naturaleza”, que se superpone a nuestra naturaleza originaria, buena. Esta “segunda naturaleza” nos presenta el mal como algo normal para el hombre. Así también la típica expresión “esto es humano” tiene un doble significado. “Esto es humano” puede querer decir: este hombre es bueno, realmente actúa como debería actuar un hombre. Pero “esto es humano” puede también querer decir algo falso: el mal es normal, es humano. El mal parece haberse convertido en una segunda naturaleza. Esta contradicción del ser humano, de nuestra historia, debe provocar, y provoca también hoy, el deseo de redención. En realidad, el deseo de que el mundo cambie y la promesa de que se creará un mundo de justicia, de paz y de bien, está presente en todas partes: por ejemplo, en la política todos hablan de la necesidad de cambiar el mundo, de crear un mundo más justo. Y precisamente esto es expresión del deseo de que haya una liberación de la contradicción que experimentamos en nosotros mismos.

Por tanto, el hecho del poder del mal en el corazón humano y en la historia humana es innegable. La cuestión es: ¿Cómo se explica este mal? En la historia del pensamiento, prescindiendo de la fe cristiana, existe un modelo principal de explicación, con algunas variaciones. Este modelo dice: el ser mismo es contradictorio, lleva en sí tanto el bien como el mal. En la antigüedad esta idea implicaba la opinión de que existían dos principios igualmente originarios: un principio bueno y un principio malo. Este dualismo sería insuperable: los dos principios están al mismo nivel, y por ello existirá siempre, desde el origen del ser, esta contradicción. Así pues, la contradicción de nuestro ser reflejaría sólo la contrariedad de los dos principios divinos, por decirlo así.

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En la versión evolucionista, atea, del mundo vuelve de un modo nuevo esa misma visión. Aunque, en esa concepción, la visión del ser es monista, se supone que el ser como tal desde el principio lleva en sí el bien y el mal. El ser mismo no es simplemente bueno, sino abierto al bien y al mal. El mal es tan originario como el bien. Y la historia humana desarrollaría solamente el modelo ya presente en toda la evolución precedente. Lo que los cristianos llaman pecado original sólo sería en realidad el carácter mixto del ser, una mezcla de bien y de mal que, según esta teoría, pertenecería a la naturaleza misma del ser. En el fondo, es una visión desesperada: si es así, el mal es invencible. Al final sólo cuenta el propio interés. Y todo progreso habría que pagarlo necesariamente con un río de mal, y quien quisiera servir al progreso debería aceptar pagar este precio. La política, en el fondo, está planteada sobre estas premisas, y vemos sus efectos. Este pensamiento moderno, al final, sólo puede crear tristeza y cinismo.

Así, preguntamos de nuevo: ¿Qué dice la fe, atestiguada por san Pablo? Como primer punto, la fe confirma el hecho de la competición entre ambas naturalezas, el hecho de este mal cuya sombra pesa sobre toda la creación. Hemos escuchado el capítulo 7 de la carta a los Romanos, pero podríamos añadir el capítulo 8. El mal existe, sencillamente. Como explicación, en contraste con los dualismos y los monismos que hemos considerado brevemente y que nos han parecido desoladores, la fe nos dice: existen dos misterios de luz y un misterio de noche, que sin embargo está rodeado por los misterios de luz. El primer misterio de luz es este: la fe nos dice que no hay dos principios, uno bueno y uno malo, sino que hay un solo principio, el Dios creador, y este principio es bueno, sólo bueno, sin sombra de mal. Por eso, tampoco el ser es una mezcla de bien y de mal; el ser como tal es bueno y por eso es un bien existir, es un bien vivir. Este es el gozoso anuncio de la fe: sólo hay una fuente buena, el Creador. Así pues, vivir es un bien; ser hombre, mujer, es algo bueno; la vida es un bien. Después sigue un misterio de oscuridad, de noche. El mal no viene de la fuente del ser mismo, no es igualmente originario. El mal viene de una libertad creada, de una libertad que abusa.

¿Cómo ha sido posible, cómo ha sucedido? Esto permanece oscuro. El mal no es lógico. Sólo Dios y el bien son lógicos, son luz. El mal permanece misterioso. Se lo representa con grandes imágenes, como lo hace el capítulo 3 del Génesis, con la visión de los dos árboles, de la serpiente, del hombre pecador. Una gran imagen que nos hace adivinar, pero que no puede explicar lo que es en sí mismo ilógico. Podemos adivinar, no explicar; ni siquiera podemos narrarlo como un hecho junto a otro, porque es una realidad más profunda. Sigue siendo un misterio de oscuridad, de noche.

Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable. Las visiones dualistas, incluido el monismo del evolucionismo, no pueden decir que el hombre es curable; pero si el mal procede sólo de una fuente subordinada, es cierto que el hombre puede curarse. Y el libro de la Sabiduría dice: “Las criaturas del mundo son saludables” (Sb 1, 14).

Y finalmente, como último punto, el hombre no sólo se puede curar, de hecho está curado. Dios ha introducido la curación. Ha entrado personalmente en la historia. A la permanente fuente del mal ha opuesto una fuente de puro bien. Cristo crucificado y resucitado, nuevo Adán, opone al río sucio del mal un río de luz. Y este río está presente en la historia: son los santos, los grandes santos, pero también los santos humildes, los simples fieles. El río de luz que procede de Cristo está presente, es poderoso.

Hermanos y hermanas, es tiempo de Adviento. En el lenguaje de la Iglesia la palabra Adviento tiene dos significados: presencia y espera. Presencia: la luz está presente, Cristo es el nuevo Adán, está con nosotros y en medio de nosotros. Ya brilla la luz y debemos abrir los ojos del corazón para verla, para introducirnos en el río de la luz. Sobre todo, debemos agradecer el hecho de que Dios mismo ha entrado en la historia como nueva fuente de bien. Pero Adviento quiere decir también espera. La noche oscura del mal es aún fuerte. Por ello rezamos en Adviento con el antiguo pueblo de Dios: “Rorate caeli desuper”. Y oramos con insistencia: Ven Jesús; ven, da fuerza a la luz y al bien; ven a donde domina la mentira, la ignorancia de Dios, la violencia, la injusticia; ven, Señor Jesús, da fuerza al bien en el mundo y ayúdanos a ser portadores de tu luz, agentes de paz, testigos de la verdad. ¡Ven, Señor Jesús!

02 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: El Papel de los Sacramentos

02 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: EL PAPEL DE LOS SACRAMENTOS

AUDIENCIA GENERAL DEL 10 DE DICIEMBRE DE 2008

EL PAPEL DE LOS SACRAMENTOS

Queridos hermanos y hermanas:

Siguiendo a san Pablo, en la catequesis del miércoles pasado vimos dos datos. El primero es que nuestra historia humana, desde sus inicios, está contaminada por el abuso de la libertad creada, que quiere emanciparse de la Voluntad divina. Y así no encuentra la verdadera libertad, sino que se opone a la verdad y, en consecuencia, falsifica nuestras realidades humanas. Y falsifica sobre todo las relaciones fundamentales: la relación con Dios, la relación entre hombre y mujer, y la relación entre el hombre y la tierra. Dijimos que esta contaminación de nuestra historia se difunde en todo su entramado y que este defecto heredado fue aumentando y ahora es visible por doquier. Este era el primer dato.

El segundo es este: de san Pablo hemos aprendido que en Jesucristo, que es hombre y Dios, existe un nuevo inicio en la historia y de la historia. Con Jesús, que viene de Dios, comienza una nueva historia formada por su sí al Padre y, por eso, no fundada en la soberbia de una falsa emancipación, sino en el amor y en la verdad.

Pero ahora se plantea la cuestión: ¿Cómo podemos entrar nosotros en este nuevo inicio, en esta nueva historia? ¿Cómo me llega a mí esta nueva historia? A la primera historia contaminada estamos vinculados inevitablemente por nuestra descendencia biológica, pues todos pertenecemos al único cuerpo de la humanidad. Pero, ¿cómo se realiza la comunión con Jesús, el nuevo nacimiento para entrar a formar parte de la nueva humanidad? ¿Cómo llega Jesús a mi vida, a mi ser? La respuesta fundamental de san Pablo, de todo el Nuevo Testamento, es esta: llega por obra del Espíritu Santo. Si la primera historia se pone en marcha, por decirlo así, con la biología, la segunda la pone en marcha el Espíritu Santo, el Espíritu de Cristo resucitado. Este Espíritu creó en Pentecostés el inicio de la nueva humanidad, de la nueva comunidad, la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.

Pero debemos ser aún más concretos: este Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo, ¿cómo puede llegar a ser Espíritu mío? La respuesta es lo que acontece de tres modos, íntimamente relacionados entre sí. El primero es: el Espíritu de Cristo llama a las puertas de mi corazón, me toca en mi interior. Pero, dado que la nueva humanidad debe ser un verdadero cuerpo; dado que el Espíritu debe reunirnos y crear realmente una comunidad; dado que es característico del nuevo inicio superar las divisiones y crear la agregación de los elementos dispersos, este Espíritu de Cristo se sirve de dos elementos de agregación visible: de la Palabra del anuncio y de los sacramentos, en particular el Bautismo y la Eucaristía.

En la carta a los Romanos dice san Pablo: “Si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10, 9), es decir, entrarás en la nueva historia, historia de vida y no de muerte. Luego san Pablo prosigue: “Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquel a quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?” (Rm 10, 14-15). Y dos versículos después añade: “La fe viene de la escucha” (Rm 10, 17).

Así pues, la fe no es producto de nuestro pensamiento, de nuestra reflexión; es algo nuevo, que no podemos inventar, sino que recibimos como don, como una novedad producida por Dios. Y la fe no viene de la lectura, sino de la escucha. No es algo sólo interior, sino una relación con Alguien. Supone un encuentro con el anuncio, supone la existencia de otro que anuncia y crea comunión.

Y, por último, el anuncio: el que anuncia no habla en nombre propio, sino que es enviado. Está dentro de una estructura de misión que comienza con Jesús, enviado por el Padre; pasa por los Apóstoles —la palabra apóstoles significa precisamente “enviados”—; y prosigue en el ministerio, en las misiones transmitidas por los Apóstoles. El nuevo entramado de la historia se manifiesta en esta estructura de las misiones, en la que en definitiva escuchamos que nos habla Dios mismo, su Palabra personal; el Hijo habla con nosotros, llega hasta nosotros. La Palabra se hizo carne, Jesús, para crear realmente una nueva humanidad. Por eso, la palabra del anuncio se transforma en sacramento en el Bautismo, que es volver a nacer del agua y del Espíritu, como dirá san Juan.

En el capítulo sexto de la carta a los Romanos, san Pablo habla del Bautismo de un modo muy profundo. Hemos escuchado el texto. Pero tal vez conviene repetirlo: “¿Ignoráis que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el Bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva” (Rm 6, 3-4).

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Naturalmente, en esta catequesis no puedo entrar en una interpretación detallada de este texto no fácil. Sólo quiero notar brevemente tres datos. El primero: “Hemos sido bautizados” es voz pasiva. Nadie puede bautizarse a sí mismo, necesita a otro. Nadie puede hacerse cristiano por sí mismo. Llegar a ser cristianos es un proceso pasivo. Sólo otro nos puede hacer cristianos. Y este “otro” que nos hace cristianos, que nos da el don de la fe, es en primera instancia la comunidad de los creyentes, la Iglesia. De la Iglesia recibimos la fe, el Bautismo. Si no nos dejamos formar por esta comunidad, no llegamos a ser cristianos. Un cristianismo autónomo, auto-producido, es una contradicción en sí mismo.

Como acabo de decir, en primera instancia, este “otro” es la comunidad de los creyentes, la Iglesia; pero en segunda instancia, esta comunidad tampoco actúa por sí misma, no actúa según sus propias ideas y deseos. También la comunidad vive en el mismo proceso pasivo: sólo Cristo puede constituir a la Iglesia. Cristo es el verdadero donante de los sacramentos. Este es el primer punto: nadie se bautiza a sí mismo; nadie se hace a sí mismo cristiano. Cristianos se llega a ser.

El segundo dato es este: el Bautismo es algo más que un baño. Es muerte y resurrección. San Pablo mismo, en la carta a los Gálatas, hablando del viraje de su vida que se produjo en el encuentro con Cristo resucitado, lo describe con la palabra: “estoy muerto”. En ese momento comienza realmente una nueva vida. Llegar a ser cristianos es algo más que una operación cosmética, que añadiría algo de belleza a una existencia ya más o menos completa. Es un nuevo inicio, es volver a nacer: muerte y resurrección. Obviamente, en la resurrección vuelve a emerger lo que había de bueno en la existencia anterior.

El tercer dato es: la materia forma parte del sacramento. El cristianismo no es una realidad puramente espiritual. Implica el cuerpo. Implica el cosmos. Se extiende hacia la nueva tierra y los nuevos cielos. Volvamos a las últimas palabras del texto de san Pablo: así —dice— podemos “caminar en una vida nueva”. Se trata de un punto de examen de conciencia para todos nosotros: caminar en una vida nueva. Esto por el Bautismo.

Pasemos ahora al sacramento de la Eucaristía. En otras catequesis ya he puesto de relieve el profundo respeto con el que san Pablo transmite verbalmente la tradición sobre la Eucaristía, que recibió de los mismos testigos de la última noche. Transmite esas palabras como un valioso tesoro encomendado a su fidelidad. Así, en esas palabras escuchamos realmente a los testigos de la última noche. Escuchemos las palabras del Apóstol: “Porque yo recibí del Señor lo que os he transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se da por vosotros; haced esto en memoria mía”. Asimismo, después de cenar, tomó el cáliz diciendo: “Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre. Cuantas veces lo bebáis, hacedlo en memoria mía” (1 Co 11, 23-25). Es un texto inagotable.

También aquí, en esta catequesis, hago sólo dos observaciones. San Pablo transmite las palabras del Señor sobre el cáliz así: este cáliz es “la nueva alianza en mi sangre”. En estas palabras se esconde una alusión a dos textos fundamentales del Antiguo Testamento. En primer lugar se alude a la promesa de una nueva alianza en el Libro del profeta Jeremías. Jesús dice a los discípulos y nos dice a nosotros: ahora, en esta hora, conmigo y con mi muerte se realiza la nueva alianza; con mi sangre comienza en el mundo esta nueva historia de la humanidad.

Pero en esas palabras también se encuentra una alusión al momento de la alianza del Sinaí, donde Moisés dijo: “Esta es la sangre de la alianza que el Señor ha hecho con vosotros, según todas estas palabras” (Ex 24, 8). Allí se trataba de sangre de animales. La sangre de animales sólo podía ser expresión de un deseo, espera del verdadero sacrificio, del verdadero culto. Con el don del cáliz el Señor nos da el verdadero sacrificio. El único sacrificio verdadero es el amor del Hijo. Con el don de este amor, un amor eterno, el mundo entra en la nueva alianza. Celebrar la Eucaristía significa que Cristo se nos da a sí mismo, nos da su amor, para conformarnos a sí mismo y para crear así el mundo nuevo.

El segundo aspecto importante de la doctrina sobre la Eucaristía se encuentra también en la primera carta a los Corintios donde san Pablo dice: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque, dado que hay un solo pan, nosotros, aun siendo muchos, somos un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan” (1 Co 10, 16-17). En estas palabras se ponen de manifiesto a la vez el carácter personal y el carácter social del sacramento de la Eucaristía.

Cristo se une personalmente a cada uno de nosotros, pero el mismo Cristo se une también al hombre y a la mujer que están a mi lado. Y el pan es para mí y también para los otros. De este modo Cristo nos une a todos a sí, y nos une a todos nosotros, unos con otros. En la Comunión recibimos a Cristo. Pero Cristo se une también a mi prójimo. Cristo y el prójimo son inseparables en la Eucaristía. Así, todos somos un solo pan, un solo cuerpo. Una Eucaristía sin solidaridad con los demás es un abuso. Y aquí estamos también en la raíz y a la vez en el centro de la doctrina sobre la Iglesia como Cuerpo de Cristo, de Cristo resucitado.

Veamos también todo el realismo de esta doctrina. En la Eucaristía Cristo nos da su cuerpo, se da a sí mismo en su cuerpo y así nos transforma en su cuerpo, nos une a su cuerpo resucitado. Cuando el hombre come pan normal, por el proceso de la digestión ese pan se convierte en parte de su cuerpo, transformado en sustancia de vida humana. Pero en la sagrada Comunión se realiza el proceso inverso. Cristo, el Señor, nos asimila a sí, nos introduce en su Cuerpo glorioso y así todos juntos llegamos a ser su Cuerpo.

Quien lee solamente el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios y el capítulo 12 de la carta a los Romanos podría pensar que las palabras sobre el Cuerpo de Cristo como organismo de los carismas constituyen sólo una especie de parábola sociológico-teológica. En realidad, en el ámbito romano de la política, el Estado mismo usaba esta parábola del cuerpo con miembros diversos que forman una unidad, para decir que el Estado es un organismo en el que cada uno tiene una función, que la multiplicidad y la diversidad de funciones forman un cuerpo y en él cada uno tiene su lugar.

Leyendo solamente el capítulo 12 de la primera carta a los Corintios, se podría pensar que san Pablo se limita a aplicar esto a la Iglesia, que también se trata sólo de una concepción sociológica de la Iglesia. Pero, teniendo presente también el capítulo 10, vemos que el realismo de la Iglesia es muy diferente, mucho más profundo y verdadero que el de un Estado-organismo. Porque Cristo da realmente su cuerpo y nos hace su cuerpo. Llegamos a estar realmente unidos al Cuerpo resucitado de Cristo, y así unidos unos a otros. La Iglesia no es sólo una corporación como el Estado, es un cuerpo. No es simplemente una organización, sino un verdadero organismo.

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Por último, añado unas pocas palabras sobre el sacramento del Matrimonio. En la carta a los Corintios se encuentran sólo algunas alusiones, mientras que la carta a los Efesios desarrolló realmente una profunda teología del Matrimonio. En ella san Pablo define el Matrimonio: un “gran misterio”. Lo dice “respecto a Cristo y la Iglesia” (Ef 5, 32). Conviene notar en este paso una reciprocidad que se configura en una dimensión vertical. La sumisión mutua debe adoptar el lenguaje del amor, cuyo modelo es el amor de Cristo a la Iglesia. Esta relación entre Cristo y la Iglesia hace que tenga prioridad el aspecto teologal del amor matrimonial, exalta la relación afectiva entre los esposos.

Un auténtico matrimonio se vivirá bien si en el crecimiento humano y afectivo constante los esposos se esfuerzan por mantenerse siempre unidos a la eficacia de la Palabra y al significado del Bautismo. Cristo ha santificado a la Iglesia, purificándola por medio del baño del agua, acompañado por la Palabra. La participación en el cuerpo y la sangre del Señor no hace más que fortificar, además de visualizar, una unión hecha indisoluble por la gracia.

Y al final escuchemos las palabras de san Pablo a los Filipenses: “El Señor está cerca” (Flp 4, 5). Me parece que hemos entendido que, mediante la Palabra y los sacramentos, en toda nuestra vida el Señor está cerca. Pidámosle que esta cercanía siempre nos toque en lo más íntimo de nuestro ser, a fin de que nazca la alegría, la alegría que nace cuando Jesús está realmente cerca.

86 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: Ha Llegado el Tiempo del Verdadero Culto

86 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: HA LLEGADO EL TIEMPO DEL VERDADERO CULTO

AUDIENCIA GENERAL DEL 7 DE ENERO DE 2009

HA LLEGADO EL TIEMPO DEL VERDADERO CULTO. EL CULTO ESPIRITUAL.

Queridos hermanos y hermanas:

En esta primera audiencia general del año 2009 deseo expresaros a todos mi más cordial felicitación por el año nuevo recién comenzado. Reavivemos en nosotros el compromiso de abrir a Cristo la mente y el corazón para ser y vivir como verdaderos amigos suyos. Su compañía hará que este año, a pesar de sus inevitables dificultades, sea un camino lleno de alegría y de paz. En efecto, sólo si permanecemos unidos a Jesús, el año nuevo será bueno y feliz.

El compromiso de unión con Cristo es el ejemplo que nos da también san Pablo. Prosiguiendo las catequesis dedicadas a él, reflexionaremos hoy sobre uno de los aspectos importantes de su pensamiento, el relativo al culto que los cristianos están llamados a tributar. En el pasado, se solía hablar de una tendencia más bien anti-cultual del Apóstol, de una “espiritualización” de la idea del culto. Hoy comprendemos mejor que san Pablo ve en la cruz de Cristo un viraje histórico, que transforma y renueva radicalmente la realidad del culto. Hay sobre todo tres textos de la carta a los Romanos en los que aparece  esta  nueva visión del culto.

  1. En Rm 3, 25, después de hablar de la “redención realizada por Cristo Jesús”, san Pablo continúa con una fórmula misteriosa para nosotros. Dice así:  Dios lo “exhibió como instrumento de propiciación por su propia sangre, mediante la fe”. Con la expresión “instrumento de propiciación”, más bien extraña para nosotros, san Pablo alude al así llamado “propiciatorio” del templo antiguo, es decir, a la cubierta del arca de la alianza, que estaba pensada como punto de contacto entre Dios y el hombre, punto de la presencia misteriosa de Dios en el mundo de los hombres. Este “propiciatorio”, en el gran día de la reconciliación —”yom kippur”— se asperjaba con la sangre de animales sacrificados, sangre que simbólicamente ponía los pecados del año transcurrido en contacto con Dios y, así, los pecados arrojados al abismo de la bondad divina quedaban como absorbidos por la fuerza de Dios, superados, perdonados. La vida volvía a comenzar.

San Pablo alude a este rito y dice que era expresión del deseo de que realmente se pudieran poner todas nuestras culpas en el abismo de la misericordia divina para hacerlas así desaparecer. Pero con la sangre de animales no se realiza este proceso. Era necesario un contacto más real entre la culpa humana y el amor divino. Este contacto tuvo lugar en la cruz de Cristo. Cristo, verdadero Hijo de Dios, que se hizo verdadero hombre, asumió en sí toda nuestra culpa. Él mismo es el lugar de contacto entre la miseria humana y la misericordia divina; en su corazón se deshace la masa triste del mal realizado por la humanidad y se renueva la vida.

Revelando este cambio, san Pablo nos dice: con la cruz de Cristo —el acto supremo del amor divino convertido en amor humano— terminó el antiguo culto con sacrificios de animales en el templo de Jerusalén. Este culto simbólico, culto de deseo, ha sido sustituido ahora por el culto real:  el amor de Dios encarnado en Cristo y llevado a su plenitud en la muerte de cruz. Por tanto, no es una espiritualización del culto real, sino, al contrario:  el culto real, el verdadero amor divino-humano, sustituye al culto simbólico y provisional. La cruz de Cristo, su amor con carne y sangre es el culto real, correspondiendo a la realidad de Dios y del hombre. Para san Pablo, la era del templo y de su culto había terminado ya antes de la destrucción exterior del templo:  san Pablo se encuentra aquí en perfecta consonancia con las palabras de Jesús, que había anunciado el fin del templo y había anunciado otro templo “no hecho por manos humanas”, el templo de su cuerpo resucitado (cf. Mc 14, 58; Jn 2, 19 ss). Este es el primer texto.

  1. El segundo texto del que quiero hablar hoy se encuentra en el primer versículo del capítulo 12 de la carta a los Romanos. Lo hemos escuchado y lo repito una vez más:  “Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios:  tal será vuestro culto espiritual”. En estas palabras se verifica una paradoja aparente:  mientras el sacrificio exige normalmente la muerte de la víctima, san Pablo hace referencia a la vida del cristiano. La expresión “presentar vuestros cuerpos”, unida al concepto sucesivo de sacrificio, asume el matiz cultual de “dar en oblación, ofrecer”. La exhortación a “ofrecer los cuerpos” se refiere a toda la persona; en efecto, en Rm 6, 13 invita a “presentaros a vosotros mismos”. Por lo demás, la referencia explícita a la dimensión física del cristiano coincide con la invitación a “glorificar a Dios con vuestro cuerpo” (1 Co 6, 20); es decir, se trata de honrar a Dios en la existencia cotidiana más concreta, hecha de visibilidad relacional y perceptible.

San Pablo califica ese comportamiento como “sacrificio vivo, santo, agradable a Dios”. Es aquí donde encontramos precisamente la palabra “sacrificio”. En el uso corriente este término forma parte de un contexto sagrado y sirve para designar el degüello de un animal, del que una parte puede quemarse en honor de los dioses y otra consumirse por los oferentes en un banquete. San Pablo, en cambio, lo aplica a la vida del cristiano. En efecto, califica ese sacrificio sirviéndose de tres adjetivos. El primero —”vivo”— expresa una vitalidad. El segundo —”santo”— recuerda la idea paulina de una santidad que no está vinculada a lugares u objetos, sino a la persona misma del cristiano. El tercero —”agradable a Dios”— recuerda quizá la frecuente expresión bíblica del sacrificio “de suave olor” (cf. Lv 1, 13.17; 23, 18; 26, 31; etc.).

Inmediatamente después, san Pablo define así esta nueva forma de vivir:  este es “vuestro culto espiritual”. Los comentaristas  del  texto saben bien que la expresión griega (tēn logikēn latreían) no es fácil de traducir. La Biblia latina traduce: “rationabile obsequium”. La misma palabra “rationabile” aparece en la primera Plegaria eucarística, el Canon romano:  en él se pide a Dios que acepte esta ofrenda como “rationabile”. La traducción italiana tradicional “culto espiritual” no refleja todos los detalles del texto griego (y ni siquiera del latino). En todo caso, no se trata de un culto menos real, o incluso sólo metafórico, sino de un culto más concreto y realista, un culto en el que el hombre mismo en su totalidad de ser dotado de razón, se convierte en adoración, glorificación del Dios vivo.

Esta fórmula paulina, que aparece de nuevo en la Plegaria eucarística romana, es fruto de un largo desarrollo de la experiencia religiosa en los siglos anteriores a Cristo. En esa experiencia se mezclan desarrollos teológicos del Antiguo Testamento y corrientes del pensamiento griego. Quiero mostrar al menos algunos elementos de ese desarrollo. Los profetas y muchos Salmos critican fuertemente los sacrificios cruentos del templo. Por ejemplo, el Salmo 49, en el que es Dios quien habla, dice:  “Si tuviera hambre, no te lo diría:  pues el orbe y cuanto lo llena es mío. ¿Comeré yo carne de toros?, ¿beberé sangre de cabritos? Ofrece a Dios un sacrificio de alabanza” (vv. 12-14) En el mismo sentido dice el Salmo siguiente, 50:  “Los sacrificios no te satisfacen; si  te  ofreciera  un  holocausto no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado, un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias” (v. 18 s). En el libro de Daniel, en el tiempo de la nueva destrucción del templo por parte del régimen helenístico (siglo II a.C.) encontramos un nuevo pasaje que va en la misma línea. En medio del fuego —es decir, en la persecución, en el sufrimiento— Azarías reza así:  “Ya no hay, en esta hora, ni príncipe ni profeta ni caudillo ni holocausto ni sacrificio ni oblación ni incienso ni lugar donde ofrecerte las primicias, y hallar gracia a tus ojos. Mas con corazón contrito y espíritu humillado te seamos aceptos, como holocaustos de carneros y toros. (…) Tal sea hoy nuestro sacrificio ante ti, y te agrade” (Dn 3, 38 ss). En la destrucción del santuario y del culto, en esta situación de privación de todo signo de la presencia de Dios, el creyente ofrece como verdadero holocausto su corazón contrito, su deseo de Dios.

Vemos un desarrollo importante, hermoso, pero con un peligro. Hay una espiritualización, una moralización del culto:  el culto se convierte sólo en algo del corazón, del espíritu. Pero falta el cuerpo, falta la comunidad. Así se entiende, por ejemplo, que el Salmo 50 y también el libro de Daniel, a pesar de criticar el culto, deseen la vuelta al tiempo de los sacrificios. Pero se trata de un tiempo renovado, de un sacrificio renovado, en una síntesis que aún no se podía prever, que aún no se podía imaginar.

Volvamos a san Pablo. Él es heredero de estos desarrollos, del deseo del culto verdadero, en el que el hombre mismo se convierta en gloria de Dios, en adoración viva con todo su ser. En este sentido dice a los Romanos:  “Ofreced vuestros cuerpos como una víctima viva. (…) Este será vuestro culto espiritual” (Rm 12, 1). San Pablo repite así lo que ya había señalado en el capítulo 3:  El tiempo de los sacrificios de animales, sacrificios de sustitución, ha terminado. Ha llegado el tiempo del culto verdadero.

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Pero también aquí se da el peligro de un malentendido:  este nuevo culto se podría interpretar fácilmente en un sentido moralista:  ofreciendo nuestra vida hacemos nosotros el culto verdadero. De esta forma el culto con los animales sería sustituido por el moralismo:  el hombre lo haría todo por sí mismo con su esfuerzo moral. Y ciertamente esta no era la intención de san Pablo.

Pero persiste la cuestión de cómo debemos interpretar este “culto espiritual, razonable”. San Pablo supone siempre que hemos llegado a ser “uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28), que hemos muerto en el bautismo (cf. Rm 1) y ahora vivimos con Cristo, por Cristo y en Cristo. En esta unión —y sólo así— podemos ser en él y con él “sacrificio vivo”, ofrecer el “culto verdadero”. Los animales sacrificados habrían debido sustituir al hombre, el don de sí del hombre, y no podían. Jesucristo, en su entrega al Padre y a nosotros, no es una sustitución, sino que lleva realmente en sí el ser humano, nuestras culpas y nuestro deseo; nos representa realmente, nos asume en sí mismo. En la comunión con Cristo, realizada en la fe y en los sacramentos, nos convertimos, a pesar de todas nuestras deficiencias, en sacrificio vivo:  se realiza el “culto verdadero”.

Esta síntesis está en el fondo del Canon romano, en el que se reza para que esta ofrenda sea “rationabile”, para que se realice el culto espiritual. La Iglesia sabe que, en la santísima Eucaristía, se hace presente la autodonación de Cristo, su sacrificio verdadero. Pero la Iglesia reza para que la comunidad celebrante esté realmente unida con Cristo, para que sea transformada; reza para que nosotros mismos lleguemos a ser lo que no podemos ser con nuestras fuerzas:  ofrenda “rationabile” que agrada a Dios. Así la Plegaria eucarística interpreta de modo adecuado las palabras de san Pablo. San Agustín aclaró todo esto de forma admirable en el libro décimo de su Ciudad de Dios. Cito sólo dos frases:  “Este es el sacrificio de los cristianos:  aun siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo”. “Toda la comunidad (civitas) redimida, es decir, la congregación y la sociedad de los santos, es ofrecida a Dios mediante el Sumo Sacerdote que se ha entregado a sí mismo” (10, 6:  CCL 47, 27 ss).

  1. Por último, quiero hacer una breve reflexión sobre el tercer texto de la carta a los Romanos referido al nuevo culto. En el capítulo 15 san Pablo dice:  “La gracia que me ha sido otorgada por Dios, de ser para los gentiles ministro (liturgo) de Cristo Jesús, de ser sacerdote (hierourgein) del Evangelio de Dios, para que la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Rm 15, 15 s).

Quiero subrayar sólo dos aspectos de este texto maravilloso y, por su terminología, único en las cartas paulinas. Ante todo, san Pablo interpreta su acción misionera entre los pueblos del mundo para construir la Iglesia universal como acción sacerdotal. Anunciar el Evangelio para unir a los pueblos en la comunión con Cristo resucitado es una acción “sacerdotal”. El apóstol del Evangelio es un verdadero sacerdote, hace lo que es central en el sacerdocio:  prepara el verdadero sacrificio.

Y, después, el segundo aspecto:  podemos decir que la meta de la acción misionera es la liturgia cósmica:  que los pueblos unidos en Cristo, el mundo, se convierta como tal en gloria de Dios, “oblación agradable, santificada por el Espíritu Santo”. Aquí aparece el aspecto dinámico, el aspecto de la esperanza en el concepto paulino del culto:  la autodonación de Cristo implica la tendencia de atraer a todos a la comunión de su Cuerpo, de unir al mundo. Sólo en comunión con Cristo, el Hombre ejemplar, uno con Dios, el mundo llega a ser tal como todos lo deseamos:  espejo del amor divino. Este dinamismo siempre está presente en la Eucaristía; este dinamismo debe inspirar y formar nuestra vida. Y con este dinamismo comenzamos el nuevo año. Gracias por vuestra paciencia.

85 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Fuerza de la Iglesia viene de Cristo

85 DE 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA FUERZA VIENE DE CRISTO

AUDIENCIA GENERAL DEL 14 DE ENERO DE 2009

LA FUERZA DE LA IGLESIA VIENE DE CRISTO. LA VISIÓN TEOLÓGICA DE LAS CARTAS A LOS COLOSENSES Y A LOS EFESIOS.

Queridos hermanos y hermanas:

Entre las cartas del epistolario paulino, hay dos, las dirigidas a los Colosenses y a los Efesios, que en cierto sentido pueden considerarse gemelas. De hecho, una y otra tienen formas de expresión que sólo se encuentran en ellas, y se calcula que más de un tercio de las palabras de la carta a los Colosenses se encuentra también en la carta a los Efesios. Por ejemplo, mientras que en Colosenses se lee literalmente la invitación a “amonestaros con toda sabiduría, cantad agradecidos a Dios en vuestros corazones con salmos, himnos y cánticos inspirados” (Col 3, 16), en Efesios se recomienda igualmente “recitad entre vosotros salmos, himnos y cánticos inspirados; cantad y salmodiad en vuestro corazón al Señor” (Ef 5, 19). Podríamos meditar en estas palabras: el corazón debe cantar, y así también la voz, con salmos e himnos para entrar en la tradición de la oración de toda la Iglesia del Antiguo y del Nuevo testamento; aprendemos así a estar unidos con nosotros y entre nosotros, y con Dios. Además, en ambas cartas se encuentra un así llamado “código doméstico”, ausente en las otras cartas paulinas, es decir, una serie de recomendaciones dirigidas a maridos y mujeres, a padres e hijos, a amos y esclavos (cf. respectivamente Col 3,18-4,1 y Ef 5, 22-6, 9).

Más importante aún es constatar que sólo en estas dos cartas se confirma el título de “cabeza”, kefalé, dado a Jesucristo. Y este título se emplea en un doble nivel. En un primer sentido, Cristo es considerado como cabeza de la Iglesia (cf. Col 2, 18-19 y Ef 4, 15-16). Esto significa dos cosas: ante todo, que él es el gobernante, el dirigente, el responsable que guía a la comunidad cristiana como su líder y su Señor (cf. Col 1, 18: “Él es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia”); y el otro significado es que él es como la cabeza que forma y vivifica todos los miembros del cuerpo al que gobierna (de hecho, según Col 2, 19 es necesario “mantenerse unido a la Cabeza, de la cual todo el Cuerpo, recibe nutrición y cohesión”): es decir, no es sólo uno que manda, sino uno que orgánicamente está conectado con nosotros, del que también viene la fuerza para actuar de modo recto.

En ambos casos, se considera a la Iglesia sometida a Cristo, tanto para seguir su conducción superior —los mandamientos—, como para acoger todos los flujos vitales que de él proceden. Sus mandamientos no son sólo palabras, mandatos, sino que son fuerzas vitales que vienen de él y nos ayudan.

Esta idea se desarrolla particularmente en Efesios, donde incluso los ministerios de la Iglesia, en lugar de ser reconducidos al Espíritu Santo (como 1Co 12), se confieren por Cristo resucitado: es él quien “dio a unos el ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y maestros” (Ef 4, 11). Y es por él que “todo el Cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas, (…) realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor” (Ef 4, 16). Cristo, de hecho, tiende a “presentársela (a la Iglesia) resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada” (Ef 5, 27). Con esto nos dice que es precisamente su amor la fuerza con la que construye la Iglesia, con la que guía a la Iglesia, con la que también da la dirección correcta a la Iglesia.

Por tanto el primer significado es Cristo Cabeza de la Iglesia: sea en cuanto a la conducción, sea sobre todo en cuanto a la inspiración y vitalización orgánica en virtud de su amor. Después, en un segundo sentido, Cristo es considerado no sólo como cabeza de la Iglesia, sino como cabeza de las potencias celestiales y de todo el cosmos. Así en Colosenses leemos que Cristo “una vez despojados los principados y las potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal” (Col 2, 15). Análogamente en Efesios encontramos que con su resurrección, Dios puso a Cristo “por encima de todo principado, potestad, virtud, dominación y de todo cuanto tiene nombre no sólo en este mundo sino también en el venidero” (Ef 1, 21). Con estas palabras, las dos cartas nos entregan un mensaje altamente positivo y fecundo: Cristo no tiene que temer a ningún posible competidor, porque es superior a cualquier forma de poder que intente humillar al hombre. Sólo él “nos ha amado y se ha entregado a sí mismo por nosotros” (Ef 5, 2). Por eso, si estamos unidos a Cristo, no debemos temer a ningún enemigo y ninguna adversidad; pero esto significa también que debemos permanecer bien unidos a él, sin soltar la presa.

El anuncio de que Cristo era el único vencedor y que quien estaba con Cristo no tenía que temer a nadie, aparecía como una verdadera liberación para el mundo pagano, que creía en un mundo lleno de espíritus, en gran parte peligrosos y contra los cuales había que defenderse. Lo mismo vale también para el paganismo de hoy, porque también los actuales seguidores de estas ideologías ven el mundo lleno de poderes peligrosos. A estos es necesario anunciar que Cristo es el vencedor, de modo que quien está con Cristo, quien permanece unido a él, no debe temer a nada ni a nadie. Me parece que esto es importante también para nosotros, que debemos aprender a afrontar todos los miedos, porque él está por encima de toda dominación, es el verdadero Señor del mundo.

Incluso todo el cosmos le está sometido, y en él converge como en su propia cabeza. Son célebres las palabras de la carta a los Efesios que habla del proyecto de Dios de “recapitular en Cristo todas las cosas, las del cielo y las de la tierra” (1, 10). Análogamente en la carta a los Colosenses se lee que “en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles” (1, 16) y que “mediante la sangre de su cruz ha reconciliado por él y para él todas las cosas, lo que hay en la tierra y en los cielos” (1, 20). Así pues, no existe, por una parte, el gran mundo material y por otra esta pequeña realidad de la historia de nuestra tierra, el mundo de las personas: todo es uno en Cristo. Él es la cabeza del cosmos; también el cosmos ha sido creado por él, ha sido creado para nosotros en cuanto que estamos unidos a él. Es una visión racional y personalista del universo. Y añadiría que una visión más universalista que esta no era posible concebir, y esta confluye sólo en Cristo resucitado. Cristo es el Pantokrátor, al que están sometidas todas las cosas: el pensamiento va hacia el Cristo Pantocrátor, que llena el ábside de las iglesias bizantinas, a veces representado sentado en lo alto sobre el mundo entero, o incluso encima de un arco iris para indicar su equiparación con Dios mismo, a cuya diestra está sentado (cf. Ef 1, 20; Col 3, 1), y, por tanto, a su inigualable función de conductor de los destinos humanos.

Una visión de este tipo es concebible sólo por parte de la Iglesia, no en el sentido de que quiera apropiarse indebidamente de lo que no le pertenece, sino en otro doble sentido: por una parte la Iglesia reconoce que Cristo es más grande que ella, dado que su señorío se extiende también más allá de sus fronteras; por otra, sólo la Iglesia está calificada como Cuerpo de Cristo, no el cosmos. Todo esto significa que debemos considerar positivamente las realidades terrenas, porque Cristo las recapitula en sí, y, al mismo tiempo, debemos vivir en plenitud nuestra identidad eclesial específica, que es la más homogénea a la identidad de Cristo mismo.

jesucristo rey del universo krouillong sacrilega comunion en la mano

Hay también un concepto especial, que es típico de estas dos cartas, y es el concepto de “misterio”. Una vez se habla del “misterio de la voluntad” de Dios (Ef 1, 9) y otras veces del “misterio de Cristo” (Ef 3, 4; Col 4, 3) o incluso del “misterio de Dios, que es Cristo, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 2-3). Hace referencia al inescrutable designio divino sobre la suerte del hombre, de los pueblos y del mundo. Con este lenguaje las dos Cartas nos dicen que es en Cristo donde se encuentra el cumplimiento de este misterio. Si estamos con Cristo, aunque no podamos comprender intelectualmente todo, sabemos que estamos en el núcleo del “misterio” y en el camino de la verdad. Él está en su totalidad, y no sólo un aspecto de su persona o un momento de su existencia, el que reúne en sí la plenitud del insondable plan divino de la salvación. En él toma forma la que se llama “multiforme sabiduría de Dios” (Ef 3, 10), ya que en él “habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2, 9). De ahora en adelante, por tanto, no es posible pensar y adorar el beneplácito de Dios, su disposición soberana, sin confrontarnos personalmente con Cristo en persona, en quien el “misterio” se encarna y puede ser percibido tangiblemente. Se llega así a contemplar la “inescrutable riqueza de Cristo” (Ef 3, 8), que está más allá de toda comprensión humana. No es que Dios no haya dejado las huellas de su paso, puesto que el mismo Cristo es huella de Dios, su impronta máxima; sino que uno se da cuenta de “cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad” de este misterio “que sobrepasa todo conocimiento” (Ef 3, 19). Las meras categorías intelectuales aquí resultan insuficientes, y reconociendo que muchas cosas están más allá de nuestras capacidades racionales, debemos confiar en la contemplación humilde y gozosa no sólo de la mente sino también del corazón. Los Padres de la Iglesia, por otro lado, nos dicen que el amor comprende mucho más que la sola razón.

Una última palabra hay que decir sobre el concepto, ya señalado antes, concerniente a la Iglesia como esposa de Cristo. En la segunda carta a los Corintios el apóstol san Pablo había comparado la comunidad cristiana a una novia, escribiendo así: “Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo” (2 Co 11, 2). La carta a los Efesios desarrolla esta imagen, precisando que la Iglesia no es sólo una esposa prometida, sino esposa real de Cristo. Él, por así decirlo, la ha conquistado para sí, y lo ha hecho al precio de su vida: como dice el texto, “se ha entregado a sí mismo por ella” (Ef 5, 25). ¿Qué demostración de amor puede ser más grande que ésta? Pero, además, él está preocupado por su belleza; no sólo por la ya adquirida por el bautismo, sino también por aquella que debe crecer cada día gracias a una vida intachable, “sin arruga ni mancha”, en su comportamiento moral (cf. Ef 5, 26-27). De aquí a la común experiencia del matrimonio cristiano el paso es breve; más aún, ni siquiera está claro cuál es para el autor de la carta el punto de referencia inicial: si es la relación Cristo-Iglesia, desde cuya luz hay que concebir la unión entre el hombre y la mujer, o si más bien es el dato de la experiencia de la unión conyugal, desde cuya luz hay que concebir la relación entre Cristo y la Iglesia. Pero ambos aspectos se iluminan recíprocamente: aprendemos qué es el matrimonio a la luz de la comunión de Cristo y de la Iglesia, aprendemos cómo Cristo se une a nosotros pensando en el misterio del matrimonio. En todo caso, nuestra carta se pone casi a medio camino entre el profeta Oseas, que indicaba la relación entre Dios y su pueblo en términos de bodas ya celebradas (cf. Os 2, 4.16.21), y el vidente del Apocalipsis, que anunciará el encuentro escatológico entre la Iglesia y el Cordero como unas bodas gozosas e indefectibles (cf. Ap 19, 7-9; 21, 9).

Habría aún mucho que decir, pero me parece que, de cuanto he expuesto, se puede entender que estas dos cartas son una gran catequesis, de la que podemos aprender no sólo cómo ser buenos cristianos, sino también cómo llegar a ser realmente hombres. Si empezamos a entender que el cosmos es la huella de Cristo, aprendemos nuestra relación recta con el cosmos, con todos los problemas de su conservación. Aprendemos a verlo con la razón, pero con una razón movida por el amor, y con la humildad y el respeto que permiten actuar de forma correcta. Y si pensamos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, que Cristo se ha dado a sí mismo por ella, aprendemos cómo vivir con Cristo el amor recíproco, el amor que nos une a Dios y que nos hace ver al otro como imagen de Cristo, como Cristo mismo. Oremos al Señor para que nos ayude a meditar bien la Sagrada Escritura, su Palabra, y aprender así realmente a vivir bien.

 

83 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: La Visión Teológica de las Cartas Pastorales

83 DE 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: LA VISIÓN TEOLÓGICA DE LAS CARTAS PASTORALES

AUDIENCIA GENERAL DEL 28 DE ENERO DE 2009

LA VISIÓN TEOLÓGICA DE LAS CARTAS PASTORALES

ESCRITURA Y TRADICIÓN. LA ESTRUCTURA DE LA IGLESIA

Queridos hermanos y hermanas:

Las últimas cartas del epistolario paulino, de las que quiero hablar hoy, se llaman cartas pastorales, porque se enviaron a algunas figuras de pastores de la Iglesia: dos a Timoteo y una a Tito, estrechos colaboradores de san Pablo. En Timoteo el Apóstol veía casi un alter ego; de hecho, le encomendó misiones importantes (en Macedonia: cf. Hch 19, 22; en Tesalónica: cf. 1 Ts 3, 6-7; en Corinto: cf. 1 Co 4, 17; 16, 10-11), y después escribió de él un elogio halagador: “Pues a nadie tengo de tan iguales sentimientos que se preocupe sinceramente de vuestros intereses” (Flp 2, 20).

Según la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesarea, del siglo IV, Timoteo fue después el primer obispo de Éfeso (cf. 3, 4). En cuanto a Tito, también él debió ser muy querido por el Apóstol, que lo define explícitamente “lleno de celo…, mi compañero y colaborador” (2 Co 8, 17.23); más aún, “mi verdadero hijo en la fe común” (Tt 1, 4). A Tito le habían encargado un par de misiones muy delicadas en la Iglesia de Corinto, cuyo resultado reconfortó a san Pablo (cf. 2 Co 7, 6-7.13; 8, 6). Seguidamente, por cuanto sabemos, Tito alcanzó a san Pablo en Nicópolis, en el Epiro, en Grecia (cf. Tt 3, 12), y después fue enviado por él a Dalmacia (cf. 2 Tm 4, 10). Según la carta dirigida a él, después fue obispo de Creta (cf. Tt 1, 5).

Las cartas dirigidas a estos dos pastores ocupan un lugar muy particular dentro del Nuevo Testamento. La mayoría de los exegetas es hoy del parecer que estas cartas no habrían sido escritas por san Pablo mismo, sino que su origen estaría en la “escuela de san Pablo”, y reflejaría su herencia para una nueva generación, tal vez integrando algún breve escrito o palabra del Apóstol mismo. Por ejemplo, algunas palabras de la segunda carta a Timoteo parecen tan auténticas que sólo podrían venir del corazón y de los labios del Apóstol.

Sin duda la situación eclesial que emerge de estas cartas es diversa de la de los años centrales de la vida de san Pablo. Él ahora, retrospectivamente, se define a sí mismo “heraldo, apóstol y maestro” de los paganos en la fe y en la verdad (cf. 1 Tm 2, 7; 2 Tm 1, 11); se presenta como uno que ha obtenido misericordia, porque Jesucristo -así escribe- “quiso manifestar primeramente en mí toda su paciencia para que yo sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él para obtener vida eterna” (1 Tm 1, 16). Por tanto, lo esencial es que realmente en san Pablo, perseguidor convertido por la presencia del Resucitado, se manifiesta la magnanimidad del Señor para aliento nuestro, a fin de inducirnos a esperar y a confiar en la misericordia del Señor que, a pesar de nuestra pequeñez, puede hacer cosas grandes.

epistolario paulino san pablo escribiendo sus cartas krouillong sacrilega comunion en la mano

Los nuevos contextos culturales que aquí se presuponen van más allá de los años centrales de la vida de san Pablo. En efecto, se hace alusión a la aparición de enseñanzas que se pueden considerar totalmente equivocadas o falsas (cf. 1 Tm 4, 1-2; 2 Tm 3, 1-5), como las de quienes pretendían que el matrimonio no era bueno (cf. 1 Tm 4, 3). Vemos cuán moderna es esta preocupación, porque también hoy se lee a veces la Escritura como objeto de curiosidad histórica y no como palabra del Espíritu Santo, en la que podemos escuchar la voz misma del Señor y conocer su presencia en la historia. Podríamos decir que, con este breve elenco de errores presentes en las tres cartas, aparecen anticipados algunos esbozos de la orientación errónea sucesiva que conocemos con el nombre de gnosticismo (cf. 1 Tm 2, 5-6; 2 Tm 3, 6-8).

A estas doctrinas se enfrenta el autor con dos llamadas de fondo. Una consiste en la referencia a una lectura espiritual de la Sagrada Escritura (cf. 2Tm 3, 14-17), es decir, a una lectura que la considera realmente como “inspirada” y procedente del Espíritu Santo, de modo que ella nos puede “instruir para la salvación”. Se lee la Escritura correctamente poniéndose en diálogo con el Espíritu Santo, para sacar de ella luz “para enseñar, convencer, corregir y educar en la justicia” (2Tm 3, 16). En este sentido añade la carta: “Así el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra buena” (2 Tm 3, 17). La otra llamada consiste en la referencia al buen “depósito” (parathéke): es una palabra especial de las cartas pastorales con la que se indica la tradición de la fe apostólica que hay que conservar con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros.

Así pues, este “depósito” se ha de considerar como la suma de la Tradición apostólica y como criterio de fidelidad al anuncio del Evangelio. Y aquí debemos tener presente que en las cartas pastorales, como en todo el Nuevo Testamento, el término “Escrituras” significa explícitamente el Antiguo Testamento, porque los escritos del Nuevo Testamento o aún no existían o todavía no formaban parte de un canon de las Escrituras. Por tanto, la Tradición del anuncio apostólico, este “depósito”, es la clave de lectura para entender la Escritura, el Nuevo testamento.

En este sentido, Escritura y Tradición, Escritura y anuncio apostólico como claves de lectura, se unen y casi se funden, para formar juntas el “fundamento firme puesto por Dios” (2 Tm 2, 19). El anuncio apostólico, es decir la Tradición, es necesario para introducirse en la comprensión de la Escritura y captar en ella la voz de Cristo. En efecto, hace falta estar “adherido a la palabra fiel, conforme a la enseñanza” (Tt 1, 9). En la base de todo está precisamente la fe en la revelación histórica de la bondad de Dios, el cual en Jesucristo ha manifestado concretamente su “amor a los hombres”, un amor al que el texto original griego califica significativamente como filantropía (Tt3, 4; cf. 2 Tm 1, 9-10); Dios ama a la humanidad.

En conjunto, se ve bien que la comunidad cristiana va configurándose en términos muy claros, según una identidad que no sólo se aleja de interpretaciones incongruentes, sino que sobre todo afirma su propio arraigo en los puntos esenciales de la fe, que aquí es sinónimo de “verdad”(1 Tm 2, 4.7; 4, 3; 6, 5; 2Tm 2,15.18.25;3, 7.8; 4, 4; Tt 1, 1.14). En la fe aparece la verdad esencial de quiénes somos, quién es Dios, cómo debemos vivir. Y de esta verdad (la verdad de la fe) la Iglesia se define “columna y apoyo”(1 Tm 3, 15).

En todo caso, es una comunidad abierta, de dimensión universal, que reza por todos los hombres, de cualquier clase y condición, para que lleguen al conocimiento de la verdad: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”, porque “Jesús se ha dado a sí mismo en rescate por todos” (1 Tm 2, 4-6). Por tanto, el sentido de la universalidad, aunque las comunidades sean aún pequeñas, es fuerte y determinante para estas cartas. Además, esta comunidad cristiana “no injuria a nadie” y “muestra una perfecta mansedumbre con todos los hombres” (Tt 3, 2). Este es un primer componente importante de estas cartas: la universalidad y la fe como verdad, como clave de lectura de la Sagrada Escritura, del Antiguo Testamento; así se delinea una unidad de anuncio y de Escritura, y una fe viva abierta a todos y testigo del amor de Dios a todos.

Otro componente típico de estas cartas es su reflexión sobre la estructura ministerial de la Iglesia. Ellas son las que por primera vez presentan la triple subdivisión de obispos, presbíteros y diáconos (cf. 1 Tm 3, 1-13; 4, 13; 2 Tm 1, 6; Tt 1, 5-9). En las cartas pastorales podemos constatar la confluencia de dos estructuras ministeriales distintas y así la constitución de la forma definitiva del ministerio de la Iglesia. En las cartas paulinas de los años centrales de su vida, san Pablo habla de “obispos” (Flp 1, 1), y de “diáconos”: esta es la estructura típica de la Iglesia que se formó en esa época en el mundo pagano. Por tanto, prevalece la figura del apóstol mismo y por eso sólo poco a poco se desarrollan los demás ministerios.

Si, como he dicho, en las Iglesias formadas en el mundo pagano tenemos obispos y diáconos, y no presbíteros, en las Iglesias formadas en el mundo judeo-cristiano los presbíteros son la estructura dominante. En las cartas pastorales, al final las dos estructuras se unen: aparece ahora el “obispo” (cf. 1Tm 3, 2; Tt 1, 7), siempre en singular, acompañado del artículo definido: “el obispo”. Y junto al “obispo” encontramos a los presbíteros y los diáconos. También aquí es determinante la figura del apóstol, pero las tres cartas, como ya he dicho, no se dirigen a comunidades, sino a personas: Timoteo y Tito, los cuales por una parte aparecen como obispos, y por otra comienzan a estar en el lugar del Apóstol.

Así se evidencia en los orígenes la realidad que más tarde se llamará “sucesión apostólica”. San Pablo dice a Timoteo con un tono muy solemne: “No descuides el carisma que hay en ti y que se te comunicó por intervención profética mediante la imposición de las manos del colegio de presbíteros” (1Tm 4, 14). Podemos decir que en estas palabras aparece inicialmente también el carácter sacramental del ministerio. Y así tenemos lo esencial de la estructura católica: Escritura y Tradición, Escritura y anuncio, forman un conjunto, pero a esta estructura, por así decir doctrinal, debe añadirse la estructura personal, los sucesores de los Apóstoles, como testigos del anuncio apostólico.

Por último, es importante señalar que en estas cartas la Iglesia se comprende a sí misma en términos muy humanos, en analogía con la casa y la familia. Particularmente en 1 Tm 3, 2-7 se leen instrucciones muy detalladas sobre el obispo, como estas: debe ser “irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar, ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios? Además, (…) es necesario que tenga buena fama entre los de fuera”. Conviene notar aquí sobre todo la importante aptitud para la enseñanza (cf. también 1 Tm 5, 17), de la que se encuentran ecos también en otros pasajes (cf. 1 Tm 6, 2; 2 Tm 3, 10; Tt 2, 1), y además una característica personal especial, la de la “paternidad”. En efecto, al obispo se lo considera padre de la comunidad cristiana (cf. también 1 Tm 3, 15). Por lo demás, la idea de la Iglesia como “casa de Dios” hunde sus raíces en el Antiguo Testamento (cf. Nm 12, 7) y se encuentra formulada nuevamente en Hb 3, 2.6, mientras en otro lugar se lee que todos los cristianos ya no son extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos y familiares de la casa de Dios (cf. Ef 2, 19).

Oremos al Señor y a san Pablo para que también nosotros, como cristianos, nos caractericemos cada vez más, en relación con la sociedad en la que vivimos, como miembros de la “familia de Dios”. Y oremos también para que los pastores de la Iglesia tengan sentimientos cada vez más paternos, a la vez tiernos y firmes, en la formación de la casa de Dios, de la comunidad, de la Iglesia.

82 de 131 – Catequesis del Santo Padre Benedicto XVI: El Martirio de San Pablo

82 de 131 – CATEQUESIS SANTO PADRE BENEDICTO XVI: EL MARTIRIO DE SAN PABLO

AUDIENCIA GENERAL DEL 4 DE FEBRERO DE 2009

EL MARTIRIO DE SAN PABLO

Queridos hermanos y hermanas:

La serie de nuestras catequesis sobre la figura de san Pablo ha llegado a su conclusión: hoy queremos hablar del final de su vida terrena. La antigua tradición cristiana testifica unánimemente que la muerte de san Pablo tuvo lugar como consecuencia del martirio sufrido aquí en Roma. Los escritos del Nuevo Testamento no recogen el hecho. LosHechos de los Apóstoles terminan su relato aludiendo a la condición de prisionero del Apóstol, que sin embargo podía recibir a todos aquellos que lo visitaban (cf. Hch 28, 30-31). Sólo en la segunda carta a Timoteo encontramos estas palabras suyas premonitorias: “Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación, y ha llegado el momento de desplegar las velas” (2 Tm 4, 6; cf. Flp 2, 17). Aquí se usan dos imágenes: la cultual del sacrificio, que ya había utilizado en la carta a los Filipenses, interpretando el martirio como parte del sacrificio de Cristo; y la marinera, de soltar las amarras: dos imágenes que, juntas, aluden discretamente al acontecimiento de la muerte, y de una muerte cruenta.

El primer testimonio explícito sobre el final de san Pablo nos viene de la mitad de los años 90 del siglo I y, por tanto, poco más de treinta años después de su muerte efectiva. Se trata precisamente de la carta que la Iglesia de Roma, con su obispo Clemente I, escribió a la Iglesia de Corinto. En ese texto epistolar se invita a tener ante los ojos el ejemplo de los Apóstoles e, inmediatamente después de mencionar el martirio de Pedro, se lee así: “Por los celos y la discordia, san Pablo se vio obligado a mostrarnos cómo se consigue el premio de la paciencia. Arrestado siete veces, exiliado, lapidado, fue el heraldo de Cristo en Oriente y en Occidente; y, por su fe, consiguió una gloria pura. Tras haber predicado la justicia en todo el mundo y tras haber llegado hasta el extremo de Occidente, sufrió el martirio ante los gobernantes; así partió de este mundo y llegó al lugar santo, convertido así en el mayor modelo de paciencia” (1 Clem 5, 2). La paciencia de la que habla es expresión de su comunión con la pasión de Cristo, de la generosidad y constancia con la que aceptó un largo camino de sufrimiento, hasta poder decir: “Llevo en mi cuerpo las señales de Jesús” (Ga 6, 17). En el texto de san Clemente hemos escuchado que san Pablo habría llegado “hasta el extremo de Occidente”. Se discute si esto alude a un viaje a España que san Pablo habría realizado. No existe certeza sobre esto, pero es verdad que san Pablo en su carta a los Romanos expresa su intención de ir a España (cf. Rm 15, 24).

En cambio, es muy interesante, en la carta de Clemente, la sucesión de los nombres de Pedro y Pablo, aunque están invertidos en el testimonio de Eusebio de Cesarea, en el sigloIV, el cual, hablando del emperador Nerón, escribe: “Durante su reinado Pablo fue decapitado precisamente en Roma, y Pedro fue allí crucificado. El relato está confirmado por el nombre de Pedro y de Pablo, que aún hoy se conserva en sus sepulcros en esa ciudad” (Hist. eccl. 2, 25, 5). Eusebio después continúa refiriendo la declaración anterior de un presbítero romano llamado Gayo, que se remonta a los inicios del siglo II: “Yo te puedo mostrar los trofeos de los apóstoles: si vas al Vaticano o a la vía Ostiense, allí encontrarás los trofeos de los fundadores de la Iglesia” (ib. 2, 25, 6-7). Los “trofeos” son los monumentos sepulcrales, y se trata de las mismas sepulturas de san Pedro y de san Pablo que aún hoy veneramos, tras dos milenios, en los mismos lugares: aquí, en el Vaticano, por lo que respecta a san Pedro; y en la basílica de San Pablo extramuros, en la vía Ostiense, por lo que atañe al Apóstol de los gentiles.

Es interesante notar que los dos grandes Apóstoles son mencionados juntos. Aunque ninguna fuente antigua habla de un ministerio simultáneo suyo en Roma, la sucesiva conciencia cristiana, sobre la base de su sepultura común en la capital del imperio, los asociará también como fundadores de la Iglesia de Roma. En efecto, en san Ireneo de Lyon, a finales del siglo II, a propósito de la sucesión apostólica en las distintas Iglesias, se lee: “Dado que sería demasiado largo enumerar las sucesiones de todas las Iglesias, tomaremos la Iglesia grandísima y antiquísima y de todos conocida, la Iglesia fundada y establecida en Roma por los dos gloriosísimos apóstoles Pedro y Pablo” (Adv. haer. 3, 3, 2).

Dejemos aparte la figura de san Pedro y concentrémonos en la de san Pablo. Su martirio se narra por primera vez en los Hechos de Pablo, escritos hacia finales del siglo II, los cuales refieren que Nerón lo condenó a muerte por decapitación, ejecutada inmediatamente después (cf. 9, 5). La fecha de la muerte varía ya en las fuentes antiguas, que la sitúan entre la persecución desencadenada por Nerón mismo tras el incendio de Roma en julio del año 64 y el último año de su reinado, es decir, el 68 (cf. san Jerónimo, De viris ill. 5, 8). El cálculo depende mucho de la cronología de la llegada de san Pablo a Roma, un debate en el que no podemos entrar aquí. Tradiciones sucesivas precisarán otros dos elementos. Uno, el más legendario, es que el martirio tuvo lugar en las Acquae Salviae, en la vía Laurentina, con un triple rebote de la cabeza, cada uno de los cuales causó la salida de un chorro de agua, por lo que el lugar desde entonces hasta ahora se ha llamado “Tre Fontane” (Hechos de Pedro y Pablo del Pseudo Marcelo, del siglo V).

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El otro, en consonancia con el antiguo testimonio, ya mencionado, del presbítero Gayo, es que su sepultura tuvo lugar no sólo “fuera de la ciudad…, en la segunda milla de la vía Ostiense”, sino más precisamente “en la hacienda de Lucina”, que era una matrona cristiana (Pasión de Pablo del Pseudo Abdías, del siglo VI). Aquí, en el siglo IV, el emperador Constantino erigió una primera iglesia, después muy ampliada entre los siglos IV y V por los emperadores Valentiniano II, Teodosio y Arcadio. Después del incendio de 1800, se erigió aquí la actual basílica de San Pablo extramuros.

En todo caso, la figura de san Pablo se destaca más allá de su vida terrena y de su muerte, pues dejó una extraordinaria herencia espiritual. También él, como verdadero discípulo de Jesús, se convirtió en signo de contradicción. Mientras que entre los llamados “ebionitas” —una corriente judeocristiana— era considerado como apóstata de la ley de Moisés, ya en el libro de los Hechos de los Apóstoles aparece una gran veneración hacia el apóstol san Pablo. Ahora quiero prescindir de la literatura apócrifa, como los Hechos de Pablo y Tecla y un epistolario apócrifo entre el apóstol san Pablo y el filósofo Séneca. Es importante constatar sobre todo que muy pronto las cartas de san Pablo entraron en la liturgia, donde la estructura profeta-apóstol-Evangelio es determinante para la forma de la liturgia de la Palabra. Así, gracias a esta “presencia” en la liturgia de la Iglesia, el pensamiento del Apóstol se convirtió en seguida en alimento espiritual para los fieles de todos los tiempos.

Es obvio que los Padres de la Iglesia y después todos los teólogos se han alimentado de las cartas de san Pablo y de su espiritualidad. Así, ha permanecido a lo largo de los siglos, hasta hoy, como verdadero maestro y apóstol de los gentiles. El primer comentario patrístico, que ha llegado hasta nosotros, sobre un escrito del Nuevo Testamento es el del gran teólogo alejandrino Orígenes, que comenta la carta de san Pablo a los Romanos. Por desgracia, este comentario sólo se conserva en parte. San Juan Crisóstomo, además de comentar sus cartas, escribió de él sus sietepanegíricos memorables. San Agustín le deberá el paso decisivo de su propia conversión, y volverá a san Pablo durante toda su vida. De este diálogo permanente con el Apóstol deriva su gran teología católica y también la protestante de todos los tiempos. Santo Tomás de Aquino nos dejó un hermoso comentario a las cartas paulinas, que constituye el fruto más maduro de la exégesis medieval.

Un verdadero viraje se produjo en el siglo XVI con la Reforma protestante. El momento decisivo en la vida de Lutero fue el llamado “Turmerlebnis” (1517), en el que en un momento encontró una nueva interpretación de la doctrina paulina de la justificación. Una interpretación que lo liberó de los escrúpulos y de las ansias de su vida precedente y le dio una confianza nueva y radical en la bondad de Dios, que perdona todo sin condición. Desde ese momento, Lutero identificó el legalismo judeo-cristiano, condenado por el Apóstol, con el orden de vida de la Iglesia católica. Y, por eso, la Iglesia le pareció como expresión de la esclavitud de la ley, a la que opuso la libertad del Evangelio. El concilio de Trento, entre 1545 y 1563, interpretó profundamente la cuestión de la justificación y encontró en la línea de toda la tradición católica la síntesis entre ley y Evangelio, conforme al mensaje de la Sagrada Escritura leída en su totalidad y unidad.

En el siglo XIX, recogiendo la mejor herencia de la Ilustración, se produjo una revitalización del paulinismo, ahora sobre todo en el plano del trabajo científico desarrollado por la interpretación histórico-crítica de la Sagrada Escritura. Prescindimos aquí del hecho de que también en ese siglo, como luego en el XX, emergió una verdadera denigración de san Pablo. Pienso sobre todo en Nietzsche, que se burlaba de la teología de la humildad en san Pablo, oponiendo a ella su teología del hombre fuerte y poderoso.

Pero, prescindiendo de esto, vemos la corriente esencial de la nueva interpretación científica de la Sagrada Escritura y del nuevo paulinismo de ese siglo. En él se subrayó sobre todo como central en el pensamiento paulino el concepto de libertad: en él se vio el núcleo del pensamiento de san Pablo, como por otra parte ya había intuido Lutero. Ahora, sin embargo, el concepto de libertad se volvía a interpretar en el contexto del liberalismo moderno. Y además se subrayó fuertemente la diferencia entre el anuncio de san Pablo y el anuncio de Jesús. Y san Pablo apareció casi como un nuevo fundador del cristianismo.

Es cierto que en san Pablo la centralidad del reino de Dios, determinante para el anuncio de Jesús, se transforma en la centralidad de la cristología, cuyo punto determinante es el misterio pascual. Y del misterio pascual resultan los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía, como presencia permanente de este misterio, del que crece el Cuerpo de Cristo, del que se construye la Iglesia. Pero, sin entrar ahora en detalles, yo diría que precisamente en la nueva centralidad de la cristología y del misterio pascual se realiza el reino de Dios, y se hace concreto, presente, operante el anuncio auténtico de Jesús. En las catequesis anteriores hemos visto que precisamente esta novedad paulina es la fidelidad más profunda al anuncio de Jesús. Con el progreso de la exégesis, sobre todo en los últimos doscientos años, han aumentado también las convergencias entre la exégesis católica y la protestante, realizando así un consenso notable precisamente en el punto que estaba en el origen de la mayor disensión histórica. Por tanto, es una gran esperanza para la causa del ecumenismo, tan central para el concilio Vaticano II.

Al final quiero aludir brevemente a los diversos movimientos religiosos, surgidos en la edad moderna en el seno de la Iglesia católica, que hacen referencia al nombre de san Pablo. Así sucedió en el siglo XVI con la “Congregación de San Pablo”, llamada de los Barnabitas, en el siglo XIX con los “Misioneros de San Pablo” o Paulistas, y en el siglo XX con la poliédrica “Familia Paulina” fundada por el beato Santiago Alberione, por no hablar del instituto secular de la “Compañía de San Pablo”.

Fundamentalmente, permanece luminosa ante nosotros la figura de un apóstol y de un pensador cristiano sumamente fecundo y profundo, de cuya cercanía cada uno de nosotros puede sacar provecho. En uno de sus panegíricos, san Juan Crisóstomo hizo una original comparación entre san Pablo y Noé, expresándose así: san Pablo “no colocó juntos los ejes para fabricar un arca; más bien, en lugar de unir tablas de madera, compuso cartas y así no extrajo de las aguas a dos, tres o cinco miembros de su familia, sino a toda la ecumene que estaba a punto de perecer” (Paneg. 1, 5). Precisamente esto es lo que puede hacer aún y siempre el apóstol san Pablo. Por tanto, acudir a él, tanto a su ejemplo apostólico como a su doctrina, será un estímulo, si no una garantía, para la consolidación de la identidad cristiana de cada uno de nosotros y para el rejuvenecimiento de toda la Iglesia.

31 Preguntas sobre la infancia de Jesús, 31 respuestas de Benedicto XVI

31 Preguntas sobre la infancia de Jesús, 31 respuestas de Benedicto XVI

31 Preguntas y respuestas sobre la infancia de Jesús de Nazaret extraídas del libro de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús.
El texto de las respuestas está sacado literalmente del original.
Las preguntas son de BENEDICTO XVI WORDPRESS.COM

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1. ¿Cuál es el objetivo del libro sobre la infancia de Jesús que ha escrito Benedicto XVI?

“Espero que, a pesar de sus límites, este pequeño libro pueda ayudar a muchas personas en su camino hacia Jesús y con él”

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 8.

SOBRE JESÚS Y SU MISIÓN

2. ¿De dónde viene Jesús?

“El misterio del “de dónde”, del doble origen, se nos presenta de manera muy concreta: su origen se puede constatar, y sin embargo, es un misterio. Sólo Dios es su “Padre” en sentido propio. La genealogía de los hombres tiene su importancia para la historia del mundo. Y, a pesar de ello, al final es en María, la humilde virgen de Nazaret, donde se produce un nuevo inicio, comienza un nuevo modo de ser persona humana”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 15.

3. ¿Por qué el nombre de Jesús?

“El nombre de Jesús (Jeshua) significa YHWH es salvación. El mensajero de Dios que habla a José en sueños aclara en qué consiste esta salvación: ‘Él salvará a su pueblo de los pecados’. Con esto se asigna al niño un alto cometido teológico, pues sólo Dios mismo puede perdonar los pecados”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 48-49.

4. ¿Por qué Dios, siendo amor, es signo de contradicción?

“Dios es amor. Pero también se puede odiar el amor cuando éste exige salir de uno mismo para ir más allá. El amor no es una romántica sensación de bienestar. Redención no es wellness, un baño en la autocomplacencia, sino una liberación del estar oprimidos en el propio yo. Esta liberación tiene el precio del sufrimiento de la cruz”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 92-93.

5. ¿Cómo es el reino del Hijo de Dios? ¿Qué relación tiene con los reinos de los poderosos del mundo?

“sigue siendo verdadera (…) la palabra que Jesús dijo a Pilato: ‘Mi reino no es de aquí’ (Jn 18,36). A veces, en el curso de la historia, los poderosos de este mundo quieren apropiarse de él, pero precisamente entonces es cuando peligra: quieren conectar su poder con el poder de Jesús, y justamente así deforman su reino, lo amenazan. O bien queda sometido a la persecución persistente de los dominadores, que no toleran ningún otro reino y desean eliminar al rey sin poder, pero cuya fuerza misteriosa temen.

Pero ‘su reino no tendrá fin’: este reino diferente no está construido sobre un poder mundano, sino que se funda únicamente en la fe y el amor”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 39.

6. ¿Por qué la salvación de Jesús consiste en el perdón de los pecados?

“El hombre es un ser relacional. Si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre –la relación con Dios- entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden. De esta prioridad se trata en el mensaje y el obrar de Jesús. Él quiere en primer lugar llamar la atención del hombre sobre el núcleo de su mal y hacerle comprender: Si no eres curado en esto, no obstante todas las cosas buenas que puedas encontrar, no estarás verdaderamente curado”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 50.

7. ¿Qué libertad tiene Jesús con respecto a la Ley?

“La libertad de Jesús no es la libertad del liberal. Es la libertad del Hijo, y por ese motivo es también la libertad de quienes son verdaderamente piadosos. Como Hijo, Jesús trae una nueva libertad, pero no la de alguien que no tiene compromiso alguno, sino la libertad de quien está totalmente unido a la voluntad del Padre y que ayuda a los hombres a alcanzar la libertad de la unión interior con Dios”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 125-126.

8. ¿Qué diferencia hay entre la paz del emperador Augusto y la paz de Cristo?

“El reino anunciado por Jesús, el reino de Dios, es de carácter diferente. No se refiere sólo a la cuenca mediterránea y tampoco únicamente a una determinada época. Concierne al hombre en la profundidad de su ser; lo abre hacia el verdadero Dios. La paz de Jesús es una paz que el mundo no puede dar. Aquí se trata en definitiva de una cuestión sobre el significado de redención, liberación y salvación. Una cosa es obvia: Augusto pertenece al pasado; Jesucristo en cambio es el presente y es el futuro: ‘el mismo ayer y hoy y siempre’.”

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 85.

LAS GENEALOGÍAS DE JESÚS

9. ¿Cuál es el sentido de la genealogía de Jesús que describe San Mateo?

(…) “Se articula en tres grupos de catorce generaciones: primero, ascendiendo desde Abraham hasta David; descendiendo después desde Salomón hasta el exilio en Babilonia, para ir subiendo de nuevo hasta Jesús, donde la promesa llega a su cumplimiento final. Muestra al rey que durará por siempre, aunque del todo diverso al que cabría pensar basándose en el modelo de David.

Esta articulación resulta aún más clara si se tiene en cuenta que las letras hebreas que componen el nombre de David dan el valor numérico de 14 y, por tanto, también a partir del simbolismo de los números, David, su nombre y su promesa, marcan la vía desde Abraham hasta Jesús. Apoyándose en esto, podría decirse que la genealogía, con sus tres grupos de catorce generaciones, es un verdadero evangelio de Cristo Rey: toda la historia tiene la vista puesta en él, cuyo trono perdurará para siempre”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 13-14.

10. ¿Cuál es la estructura simbólica de la genealogía que describe el evangelio de San Lucas?

“la genealogía contiene once veces siete elementos. Tal vez Lucas conocía el esquema apocalíptico que articula la historia universal en doce períodos y, al final, está compuesto por once veces siete generaciones. De este modo, estaríamos ante una insinuación muy discreta de que, con Jesús, ha llegado “la plenitud de los tiempos”; de que con él comienza la hora decisiva de la historia universal: él es el nuevo Adán, que una vez más viene “de Dios”; pero ahora de una manera más radical que el primero pues no existe solamente gracias a un soplo de Dios, sino que es verdaderamente su “Hijo”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 17.

11. ¿Por qué no coinciden las genealogías que describen los evangelistas San Mateo y San Lucas?

“Para los dos evangelistas no cuentan tanto los nombres de cada uno como la estructura simbólica en la cual aparece la posición de Jesús en la historia: su ser entrelazado en las vías históricas de la promesa y el nuevo comienzo que, paradójicamente, junto con la continuidad de la actuación histórica, caracteriza el origen de Jesús”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 16

12. ¿Qué papel tiene San José en la genealogía de Jesús?

“José es el padre legal de Jesús. Por él pertenece según la Ley, “legalmente”, a la estirpe de David. Y, sin embargo, [Jesús] proviene de otra parte, de “allá arriba”, de Dios mismo”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 15.

HISTORICIDAD DE LAS NARRACIONES

13. ¿Son ciertas las narraciones de la infancia de Jesús de San Mateo y San Lucas?

“Lo que Mateo y Lucas pretendían –cada uno a su propia manera- no era tanto contar ‘historias’ como escribir historia, historia real, acontecida, historia ciertamente interpretada y comprendida sobre la base de la palabra de Dios. Esto quiere decir también que su intención no era narrar todo por completo, sino tomar nota de aquello que parecía importante a la luz de la Palabra y para la naciente comunidad de fe. Los relatos de la infancia son historia interpretada y, a partir de la interpretación, escrita y concentrada”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 24.

14. El nacimiento virginal de Jesús, ¿es un mito o una verdad histórica?

“Quien lea los relatos bíblicos y los confronte con tradiciones afines (…) verá de inmediato la profunda diferencia. No sólo la comparación con las ideas egipcias (…) sino también la ilusión de la esperanza que encontramos en Virgilio nos traslada a mundos de carácter muy diferente. En Mateo y Lucas no encontramos nada de una alteración cósmica, nada de contactos físicos entre Dios y los hombres: se nos relata una historia muy humilde y, sin embargo, precisamente por ello de una grandeza impresionante”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 61-62.

15. ¿Podemos determinar el tiempo histórico en el que nació Jesús?

“Jesús ha nacido en una época que se puede determinar con precisión. Al comienzo de la actividad pública de Jesús, San Lucas ofrece una vez más una datación detallada y cuidadosa de aquel momento histórico: es el decimoquinto año del imperio de Tiberio. Se menciona además al gobernador romano de aquel año y a los tetrarcas de Galilea, Iturea y Traconítide, así como también al de Abilene, y luego a los jefes de los sacerdotes.

Jesús no ha nacido y comparecido en público en un tiempo indeterminado, en la intemporalidad del mito”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 71.

16. ¿Sucedió la matanza de inocentes por parte de Herodes?

“Es cierto que no sabemos nada sobre este hecho por fuentes que no sean bíblicas, pero, teniendo en cuenta tantas crueldades cometidas por Herodes, eso no demuestra que no se hubiera producido el crimen”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 113.

ANUNCIACIÓN

17. ¿Por qué el ángel saluda a la Virgen María con un chaire, ‘Ave’, en lugar del acostumbrado ‘Shalom’ judío?

“En este punto, conviene comprender el verdadero significado del a palabra chaire: ¡Alégrate! Con este saludo del ángel –podríamos decir- comienza en sentido propio el Nuevo Testamento. (…) La alegría aparece en estos textos como el don propio del Espíritu Santo, como el verdadero don del Redentor”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 33-34.

18. ¿Qué relación tiene la alegría con el título “llena de gracia” que el Ángel aplica a María?

“En griego, las dos palabras, alegría y gracia (chará y cháris), se forman a partir de la misma raíz. Alegría y gracia van juntas”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 35.

19. La respuesta de la Virgen María al ángel, ¿qué denota sobre su forma de ser?

“María se muestra (…) como una mujer valerosa, que incluso ante lo inaudito mantiene el autocontrol. Al mismo tiempo, es presentada como una mujer de gran interioridad, que une el corazón y la razón y trata de entender el contexto, el conjunto del mensaje de Di9os. De este modo, se convierte en imagen de la Iglesia que reflexiona sobre la Palabra de Dios, trata de comprenderla en su totalidad y guarda el don en su memoria”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 40.

20. ¿Por qué la respuesta afirmativa de María al ángel es esencial?

“Tras la caída de nuestros primeros padres, todo el mundo queda oscurecido bajo el dominio de la muerte. Dios busca ahora una nueva entrada en el mundo. Llama a la puerta de María. Necesita la libertad humana. No puede redimir al hombre, creado libre, sin un ‘sí’ libre a su voluntad. Al crear la libertad, Dios se ha hecho en cierto modo dependiente del hombre. Su poder está vinculado al ‘sí’ no forzado de una persona humana”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 42.

DE LA NAVIDAD A LOS DOCE AÑOS

21. A José se le considera un “hombre justo” ¿Qué significa esta expresión?

“Justo (…) es un hombre que vive en intenso contacto con la Palabra de Dios; ‘que su gozo está en la ley del Señor’ (Salmo 1, 2). Es como un árbol que, plantado junto a los cauces de agua, da siempre fruto. La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 45-46.

22. ¿Por qué San José y Santa María van a Belén?

“Un censo cuyo objeto era determinar y recaudar los impuestos es la razón por la cual San José, con Santa María, su esposa encinta, van de Nazaret a Belén”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 65

23. ¿Qué sugiere el hecho que no tuvieran sitio en la posada de Belén para acoger a María, encinta, y José?

“Ya desde su nacimiento, él [Jesús] no pertenece a ese ambiente que según el mundo es importante y poderoso. Y, sin embargo, precisamente este hombre irrelevante y sin poder se revela como el realmente Poderoso, como aquel de quien a fin de cuentas todo depende. Así pues, el ser cristiano implica salir del ámbito de lo que todos piensan y quieren, de los criterios dominantes, para entrar en la luz de la verdad sobre nuestro ser y, con esta luz, llegar a la vía justa”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 73-74.

24. ¿Se puede afirmar que Jesús nació en una gruta?

“En la región en torno a Belén se usan desde siempre grutas como establo (…). Ya en Justino mártir y en Orígenes encontramos la tradición según la cual el lugar del nacimiento de Jesús había sido una gruta, que los cristianos situaban en Palestina. El hecho de que, tras la expulsión de los judíos de Tierra Santa en el siglo II, Roma transformara la gruta en un lugar de culto a Tammuz-Adonis, queriendo evidentemente borrar con ello la memoria cultural de los cristianos, confirma la antigüedad de dicho lugar de culto, y muestra también la importancia que Roma le reconocía”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 74.

25. ¿Nació Jesús entre un buey y una mula?

“el pesebre hace pensar en los animales, pues es allí donde comen. En el Evangelio no se habla en este caso de animales. Pero la meditación guiada por la fe, leyendo el Antiguo y el Nuevo Testamento relacionados entre sí, ha colmado muy pronto esta laguna, remitiéndose a Isaías 1,3: ‘el buey conoce a su amo, y el asno el pesebre de su dueño; Israel no me conoce, mi pueblo no comprende’.”

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 76.

26. ¿Quiénes eran los Magos que van a adorar al Niño?

“Aunque no pertenecían exactamente a la clase sacerdotal persa, tenían sin embargo un conocimiento religioso y filosófico que se había desarrollado y aún persistía en aquellos ambientes. (…). Tal vez fueran astrónomos, pero no a todos los que eran capaces de calcular la conjunción de los planetas, y la veían, les vino la idea de que un rey en Judá, que tenía importancia también para ellos. (…) Eran ‘sabios’; representaban el dinamismo inherente a las religiones de ir más allá de sí mismas; un dinamismo que es búsqueda de la verdad, la búsqueda del verdadero Dios, y por tanto filosofía en el sentido originario de la palabra”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 100-101.

27. ¿Qué ve la tradición cuando describe a los Magos como tres reyes?

[Los ve] “como reyes de los tres continentes entonces conocidos: África, Asia y Europa. El rey de color aparece siempre: en el reino de Jesucristo no hay distinción por la raza o el origen. En él y por él, la humanidad está unida sin perder la riqueza de la variedad. Más tarde se ha relacionado a los tres reyes con las tres edades de la vida del hombre: la juventud, la edad madura y la vejez. También ésta es una idea razonable, que hace ver cómo las diferentes formas de la vida humana encuentran su respectivo significado y su unidad interior en la comunión con Jesús”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 102.

28. ¿Por qué dieron los Magos oro, incienso y mirra?

“La tradición de la Iglesia ha visto representados en los tres dones –con algunas variantes- tres aspectos del misterio de Cristo: el oro haría referencia a la realeza de Jesús, el incienso al Hijo de Dios y la mirra al misterio de su Pasión”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 112.

29. ¿Por qué san Mateo dice que a Jesús se le llamaría nazareno, de acuerdo con los profetas?

“Podemos suponer con buenas razones que Mateo haya oído resonar en el nombre de Nazaret la palabra profética del ‘retoño’ (nezer) y haya visto en la denominación de Jesús como Nazoreo una referencia al cumplimiento de la promesa, según la promesa, según la cual Dios daría un nuevo brote del tronco muerto de Isaías, sobre el cual se posaría el Espíritu de Dios.

Si a esto añadimos que, en la inscripción de la cruz, Jesús es denominado Nazoreo (ho Nazoraios), el título adquiere su pleno significado: lo que inicialmente debía indicar solamente su proveniencia, alude sin embargo al mismo tiempo a su naturaleza: él es el ‘retoño’, el que está totalmente consagrado a Dios, desde el seno materno hasta la muerte”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 122-123.

30. ¿Por qué tardan María y José tres días en encontrar a Jesús en el templo, tras haberlo perdido cuando tenía 12 años?

“Los tres días se pueden explicar de manera muy concreta: María y José habían marchado hacia el norte durante una jornada, habían necesitado otra jornada para volver atrás y, por fin, al tercer día encontraron a Jesús. Aunque los tres días son ciertamente una indicación temporal muy realista, es preciso sin embargo dar la razón a René Laurentin cuando nota aquí una callada referencia a los tres días entre la cruz y la Resurrección”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Páginas 127-128.

31. ¿Qué valor tienen las palabras de Jesús cuando María y José lo encuentran en el templo?

“Las palabras de Jesús son siempre más grandes que nuestra razón. Superan continuamente nuestra inteligencia. Es comprensible la tentación de reducirlas, manipularlas para ajustarlas a nuestra medida. Un aspecto de la exégesis es precisamente la humildad de respetar esta grandeza, que a menudo nos supera con sus exigencias, y de no reducir las palabras de Jesús preguntándonos sobre lo que ‘es capaz de hacer’. Él piensa que puede hacer grandes cosas. Creer es someterse a esta grandeza y crecer paso a paso hacia ella”.

Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. La infancia de Jesús. Barcelona 2012, Planeta. Página 130.

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¡YA ESTAMOS EN EL AÑO DE LA FE!

¡YA ESTAMOS EN EL AÑO DE LA FE!

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El pasado 11 de octubre del 2012, el Santo Padre Benedicto XVI aperturó el Año de la Fe, cuyos objetivos son:

1) “Para confirmar nuestra fe rectamente expresada” (Pablo VI), “redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada” (Benedicto XVI).

2) “Para promover el estudio de las enseñanzas del Concilio Vaticano II” (Pablo VI), “con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Benedicto XVI).

3) “Para sostener los esfuerzos de los católicos que buscan profundizar las verdades de la fe” (Pablo VI); “intensificar la reflexión sobre la fe para ayudar a todos los creyentes en Cristo a que su adhesión al Evangelio sea más consciente y vigorosa, sobre todo en un momento de profundo cambio como el que la humanidad está viviendo” (Benedicto XVI).

A estos fines comunes a los dos Papas, el Santo Padre Benedicto XVI añade, fijándose en las circunstancias actuales, algunos más:

1) “Invitar a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo”.

2) “Comprometerse a favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe”.

3) “Suscitar en todo creyente la aspiración a confesar la fe con plenitud y renovada convicción, con confianza y esperanza”.

4) “Comprender de manera más profunda no sólo los contenidos de la fe sino, juntamente también con eso, el acto con el que decidimos de entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios”.

Este último objetivo es el que más recalca el Santo Padre Benedicto XVI. Le interesa subrayar la inseparabilidad del acto con el que se cree y de los contenidos a los que prestamos nuestro asentimiento:

El acto de fe sin contenidos nos conduce a la total subjetivación de la fe
Los contenidos, sin el asentimiento de la fe, instruyen nuestra mente, pero no nos unen a Dios ni son capaces de transformar nuestra vida, de convertirla al Dios vivo. Sólo si la profesión de fe desemboca en confesión del corazón podemos hablar de una fe madura, bien formada, capaz de producir frutos en los demás.

El libro privilegiado del Año de la fe

El año de la fe deberá expresar un compromiso unánime para redescubrir y estudiar los contenidos fundamentales de la fe, sintetizados en el Catecismo de la Iglesia Católica (Porta fidei, no. 11).

Si de lo que se trata es de reavivar e infundir una nueva linfa a la fe de los creyentes en Cristo, el Catecismo de la Iglesia Católica es el camino seguro para conseguirlo. En él se resume y expresa la fe de toda la Iglesia desde sus orígenes hasta nuestros días.

En él hallamos:

la fe que profesamos (credo)

la fe que celebramos (liturgia)

la fe que vivimos (moral)

la fe que rezamos (oración)

En nuestro tiempo, en el que los contenidos objetivos de la fe cristiana son muchas veces devaluados, sometidos a crítica destructiva, preteridos, ha llegado el momento de apuntar el zoom sobre la fe en toda su riqueza de doctrina, fruto de veinte siglos de reflexión y de vida.
¡Un año entero para ello hará mucho bien a toda la comunidad de la Iglesia Católica!

El Santo Padre Benedicto XVI propone el Catecismo de la Iglesia Católica “como un verdadero instrumento de apoyo a la fe, especialmente para quienes se preocupan por la formación de los cristianos, tan importante en nuestro contexto cultural”.

No dejes de escuchar la homilía la cual puedes ver en video en varios idiomas, gracias a Radio Vaticano y entérate de cómo obtener la Indulgencia Plenaria que puedes ganar durante todo el Año de la Fe, que termina con la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo del 2013.

INICIO DEL AÑO DE LA FE

SANTA MISA PARA LA APERTURA DEL AÑO DE LA FE
HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI EN LA PLAZA DE SAN PEDRO

COMO OBTENER LA INDULGENCIA PLENARIA EN EL AÑO DE LA FE

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COMO OBTENER INDULGENCIA PLENARIA EN EL AÑO DE LA FE

COMO OBTENER INDULGENCIA PLENARIA EN EL AÑO DE LA FE

Fuente: ACIPRENSA

VATICANO, 05 Oct. 12 / 03:58 pm
Fuente: ACI/EWTN Noticias

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El Papa Benedicto XVI ha decidido conceder a los fieles la indulgencia plenaria con motivo del Año de la Fe que se podrá obtener desde el día de su inicio, 11 de octubre de 2012, hasta el mismo día de su clausura, el 24 de noviembre de 2013.

Así lo estipula el decreto dado a conocer hoy que está firmado por el Cardenal Manuel Monteiro de Castro y por el Obispo Krzysztof Nykiel, respectivamente Penitenciario Mayor y Regente de la Penitenciaría Apostólica.

El texto señala que durante todo el arco del Año de la Fe, obtendrán la indulgencia plenaria “de la pena temporal por los propios pecados impartida por la misericordia de Dios, aplicable en sufragio de las almas de los fieles difuntos, todos los fieles verdaderamente arrepentidos, debidamente confesados, que hayan comulgado sacramentalmente y que recen según las oraciones del pontífice”.

Lo podrán hacer en cualquier de los siguientes cuatro casos:

– Cada vez que participen al menos en tres momentos de predicación durante las Sagradas Misiones, o al menos, en tres lecciones sobre los Actos del Concilio Vaticano II y sobre los artículos del Catecismo de la Iglesia en cualquier iglesia o lugar idóneo.

– Cada vez que visiten en peregrinación una basílica papal, una catacumba cristiana o un lugar sagrado designado por el Ordinario del lugar para el Año de la Fe (por ejemplo basílicas menores, santuarios marianos o de los apóstoles y patronos) y participen en una ceremonia sacra o, al menos, se recojan durante un tiempo en meditación y concluyan con el rezo del Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima (el Credo), las invocaciones a la Virgen María y, según el caso, a los santos apóstoles o patronos.

– Cada vez que en los días determinados por el Ordinario (Obispo) del lugar para el Año de la Fe, participen en cualquier lugar sagrado en una solemne celebración eucarística o en la liturgia de las horas, añadiendo la Profesión de fe en cualquier forma legítima.

– Un día, elegido libremente, durante el Año de la Fe, para visitar el baptisterio o cualquier otro lugar donde recibieron el sacramento del Bautismo, si renuevan las promesas bautismales de cualquier forma legítima.

El decreto explica que el Papa ha decidido establecer el Año de la Fe y conceder la indulgencia plenaria en ocasión del 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II. Este año estará “particularmente dedicado a la profesión de la fe verdadera y a su recta interpretación, con la lectura o, mejor, la piadosa meditación de los Actos del Concilio y de los artículos del Catecismo de la Iglesia Católica”.

Explica además que “ya que se trata, ante todo, de desarrollar en grado sumo –por cuanto sea posible en esta tierra– la santidad de vida y de obtener, por lo tanto, en el grado más alto la pureza del alma, será muy útil el gran don de las indulgencias que la Iglesia, en virtud del poder conferido de Cristo, ofrece a cuantos que, con las debidas disposiciones, cumplen las prescripciones especiales para conseguirlas”.

El decreto de la Penitenciaría Apostólica señala también que los obispos diocesanos o eparquiales y los que están equiparados a ellos por derecho, en los días oportunos o con ocasión de las celebraciones principales, podrán impartir la Bendición Papal con la Indulgencia plenaria a los fieles.

El documento concluye recordando que los fieles que “por enfermedad o justa causa” no puedan salir de casa o del lugar donde se encuentren, también podrán obtener la indulgencia plenaria.

Para ello deberán estar “unidos con el espíritu y el pensamiento a los fieles presentes, particularmente cuando las palabras del Sumo Pontífice o de los obispos diocesanos se transmitan por radio o televisión, (y) recen, allí donde se encuentren, el Padre nuestro, la Profesión de fe en cualquier forma legítima y otras oraciones conformes a la finalidad del Año de la Fe ofreciendo sus sufrimientos o los problemas de su vida”.

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Hoy 11 de Octubre comienza el AÑO DE LA FE

AÑO DE LA FE

Hola, soy Karla Rouillon y hoy 11 de Octubre del 2012 comienza el AÑO DE LA FE, promovido por nuestro Santo Padre Benedicto XVI.

Les invito a comenzar el AÑO DE LA FE renovando nuestra profesión de Fe con un SI CREO.

Creo en un solo Dios Padre todopoderoso.
Creador del cielo y de la tierra,
de todas las cosas visibles e invisibles.

Y en un solo Señor, Jesucristo.
Hijo unigénito de Dios.
Y nacido del Padre, antes de todos los siglos.
Dios de Dios,
luz de luz,
Dios verdadero de Dios verdadero.
Engendrado, no creado;
de la misma naturaleza que el Padre,
y por quien han sido creadas todas las cosas.
El mismo que por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó de los cielos.

Y SE ENCARNÓ POR OBRA DEL ESPÍRITU SANTO,
EN LAS ENTRAÑAS DE LA VIRGEN MARÍA
Y SE HIZO HOMBRE.

Fue también crucificado por nosotros
bajo el poder de Poncio Pilato;
padeció y fue sepultado.
Y resucitó al tercer día, según las Sagradas Escrituras.
Y subió al cielo y está sentado a la diestra del Padre.
Y otra vez ha de venir con gloria
a juzgar a los vivos y a los muertos,
y su reino no tendrá fin.

Creo en el Espíritu Santo,
Señor y vivificador,
que procede del Padre y del Hijo.
Quien con el Padre y el Hijo, es juntamente adorado y glorificado,
el cual habló por boca de los profetas.

Y Creo en la Iglesia,
que es Una,
Santa,
Católica
y Apostólica.
Confieso que hay un solo Bautismo para la remisión de los pecados.
Y espero la resurrección de los muertos
y la vida eterna del mundo futuro que ha de venir.

Amén.

¡NO RECIBAS LA EUCARISTIA EN LA MANO

Y que Dios te bendiga

Karla Rouillon Gallangos
Lima – Perú
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NUEVE PREGUNTAS SOBRE EL AÑO DE LA FE

NUEVE PREGUNTAS SOBRE EL AÑO DE LA FE

Respuestas a las preguntas generales que surgen ante el Año de la Fe

Autor: Opus Dei | Fuente: www.opusdei.es

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El próximo 11 de octubre iniciará el Año de la Fe, convocado por Benedicto XVI. Pero, ¿de qué se trata? ¿qué desea el Santo Padre? ¿qué se puede hacer? Respuestas a las preguntas que surgen a menos de un mes del inicio.

1. ¿Qué es el Año de la Fe?

El Año de la Fe “es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo” (Porta Fidei, 6).

2. ¿Cuando inicia y termina?

Inicia el 11 de octubre de 2012 y terminará el 24 de noviembre de 2013.

3. ¿Por qué esas fechas?

El 11 de octubre coinciden dos aniversarios: el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y el 20 aniversario de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica. La clausura, el 24 de noviembre, será la solemnidad de Cristo Rey

4. ¿Por qué el Papa ha convocado este año?

“Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”. Por eso, el Papa invita a una “auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo”. El objetivo principal de este año es que cada cristiano “pueda redescubrir el camino de la fe para poner a la luz siempre con mayor claridad la alegría y el renovado entusiasmo del encuentro con Cristo”.

5. ¿Qué medios ha señalado el Santo Padre?

Como expuso en el Motu Proprio “Porta Fidei”: Intensificar la celebración de la fe en la liturgia, especialmente en la Eucaristía; dar testimonio de la propia fe; y redescubrir los contenidos de la propia fe, expuestos principalmente en el Catecismo.

6. ¿Dónde tendrá lugar?

Como dijo Benedicto XVI, el alcance será universal. “Tendremos la oportunidad de confesar la fe en el Señor Resucitado en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo; en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre. En este Año, las comunidades religiosas, así como las parroquiales, y todas las realidades eclesiales antiguas y nuevas, encontrarán la manera de profesar públicamente el Credo”.

7. ¿Dónde encontrar indicaciones más precisas?

En una nota publicada por la Congregación para la doctrina de la fe. Ahí se propone, por ejemplo:

•Alentar las peregrinaciones de los fieles a la Sede de Pedro;

•Organizar peregrinaciones, celebraciones y reuniones en los principales Santuarios.

•Realizar simposios, congresos y reuniones que favorezcan el conocimiento de los contenidos de la doctrina de la Iglesia Católica, y mantengan abierto el diálogo entre fe y razón.

•Leer o releer los principales documentos del Concilio Vaticano II.

•Acoger con mayor atención las homilías, catequesis, discursos y otras intervenciones del Santo Padre.

•Promover trasmisiones televisivas o radiofónicas, películas y publicaciones, incluso a nivel popular, accesibles a un público amplio, sobre el tema de la fe.

•Dar a conocer los santos de cada territorio, auténticos testigos de fe.

•Fomentar el aprecio por el patrimonio artístico religioso.

•Preparar y divulgar material de carácter apologético para ayudar a los fieles a resolver sus dudas.

•Eventos catequéticos para jóvenes que transmitan la belleza de la fe.

•Acercarse con mayor fe y frecuencia al sacramento de la Penitencia.

•Usar en los colegios el compendio del Catecismo de la Iglesia Católica.

•Organizar grupos de lectura del Catecismo y promover su difusión y venta.

8. ¿Qué documentos puedo leer por ahora?

•El motu proprio de Benedicto XVI “Porta Fidei”

•La nota con indicaciones pastorales para el Año de la Fe

•El Catecismo de la Iglesia Católica

•40 resúmenes sobre la fe cristiana

9. ¿Donde puedo obtener más información?

Visite el sitio oficial del Año de la Fe www.annusfidei.va

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¡Felicita personalmente al Santo Padre en su cumpleaños número 85!

¡Felicita personalmente al Santo Padre en su cumpleaños número 85!Felicitaciones por el Cumpleaños del Papa Benedicto XVI
Autor: Catholic.net| Fuente: Catholic.net

Queridos amigos de Catholic.net:

El próximo viernes 16 de abril S.S. Benedicto XVI cumple 85 años. Esto sucede tres días antes de que se cumplan siete años de su pontificado, el día 19.

Son dos ocasiones que se antojan para felicitarlo personalmente, enviarle un gran abrazo, manifestarle nuestro apoyo, nuestro cariño, nuestra admiración, nuestra fidelidad y asegurarle nuestra oració n, en estos momentos en los que la Barca de Pedro, de la cual él lleva valientemente el timón, se ve zarandeada por los ataques del Príncipe de la Mentira y por las infidelidades, mediocridades, cobardías y rebeldías de muchos tripulantes y pasajeros.

Por esta razón, los invitamos a aprovechar esta oportunidad, enviando, a través de Catholic.net, una carta al Santo Padre, en la que le expresen su mensaje personal de felicitación. Sólo tienen que escribirlo en el formulario que encontrarán en: http://es.catholic.net/felicitacionbenedicto/

No dejen pasar esta oportunidad que nos brindan las nuevas tecnologías e inviten a sus familiares y amigos a enviar ellos también sus felicitaciones, para que el Santo Padre tenga un cumpleaños feliz, sintiéndose acompañado, consolado y apoyado por todos nosotros.

Para enviar esta invitación a los contactos de su directorio, pueden hacer click aquí.

Quedo a sus órdenes, como siempre, en el correo mbardo@catholic.net y pido a Dios que los llene de bendiciones en este tiempo de Pascua.

Mayra Novelo de Bardo
Dirección General Catholic.net

FELIZ CUMPLEAÑOS SANTO PADRE BENEDICTO XVI krouillong karla rouillon gallangos no recibas la eucaristia en la mano

Envía tu saludo de felicitaciones al Santo Padre desde AQUÍ:

Puedes ver la relación de cartas que se han enviado hasta el momento desde AQUÍ:

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DIVINOS FRUTOS DEL GENIO HUMANO: LOS MUSEOS VATICANOS

DIVINOS FRUTOS DEL GENIO HUMANO
Los Museos Vaticanos, espacios sagrados y símbolos del diálogo de la Iglesia con la humanidad.

Fuente: Revista LUHHO

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En la Ciudad Santa del Vaticano (Roma-Italia), los Museos Vaticanos muestran al público la extensa colección de la Iglesia Católica Romana; una invitación a conocer el espíritu creador del hombre, en su búsqueda por descubrir el misterio divino, el universo, los seres vivientes y sobre todo la figura humana. Tratados de forma independiente, debido a su enorme amplitud conjunta, se encuentran compuestos por distintos edificios de museos temáticos, edificios pontificios, galerías, monumentos y jardines. Este fabuloso complejo museístico, símbolo del largo compromiso del papado con el antiguo patrimonio romano (siendo los Papas los primeros soberanos en poner sus colecciones de arte y palacios a disposición del público), nació con una pequeña colección privada de esculturas perteneciente al Papa Julio II, quien al ser elegido en 1503, la situó en el patio del Palacio Belvedere, hoy llamado “Patio Octógono”. Con el tiempo, y el acceso al poder de nuevos papas, nuevos edificios fueron construidos, al igual que pasadizos y galerías para unirlos con otros, desarrollándose y ampliándose hasta formar los actuales museos.
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Hoy en día, y desde el año 2000, una nueva y magnífica entrada recibe a su visitantes, siendo tal como la definió el Papa Juan Pablo II en su discurso inaugural, “el ingreso que introduce al templo del arte y de la cultura que son los Museos Vaticanos, (los cuales) constituyen culturalmente una de las más significativas puertas de la Santa Sedes abiertas a todo el mundo”. Decorada por diferentes obras, entre las que destacan un gran mosaico polícromo del siglo I, en cuyo centro se encuentra un cabeza de Medusa rodeada por motivos geométricos y con una hilera de barcos en la parte inferior; así como una escultura en mármol policromo y un portón de bronce, obras contemporáneas, de Giuliano Vangi y Cecco Bonanotte respectivamente.

DEVELANDO LA MISTICA

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La monumental escalera doble, diseñada por Giuseppe Momo, de fascinante forma helicoidal, es la subida indicada para acceder a las salas expositivas (y a la vez su segunda espiral es la bajada que nos llevará a la salida del museo) . Debido a su considerable extensión, se requiere de un día entero para poder apreciar sus diferentes espacios, de los cuales presentaremos aquí una selección según su cronología.
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Los Museos Vaticanos y la Galerías Pontificias surgieron con los pontificados de Clemente XIV (1769-1774) y Pío VI (1775-1799), por esta razón toman el nombre de Museo Pío-Clementino. En este, se encuentran reunidas importantes obras maestras provenientes de antiguas excavaciones romanas, y procedentes en gran parte de la colección privada del Papa Julio II. Entre ellas: el “Apoxiomenos” (copia romana en mármol cuyo original griego en bronce fue obra de Lisipo), el “Apolo de Belvedere” (ubicada en la sala de Belvedere, y el grupo escultórico el “Laocoonte y sus hijos”, pieza de gran dramatismo donde se aprecia el mito del sacerdote troyano condenado a morir junto con sus hijos, victimas de serpientes surgidas del mar, enviadas por uno de los dioses. Por su parte, los Museos Gregorianos (Etrusco, Egipcio y Profano), fundados por el Papa Gregorio XVI (1831-1846), cuentan (los dos primeros) con objetos provenientes de las excavaciones realizadas en la Etruria meridional y Egipto, así como el segundo con otras que se encontraban ya conservadas en el Vaticano y en el Museo Capitolino. El tercero, cuenta con estatuas, bajorrelieves, mosaicos de la edad romana que no encontraban lugar en los Palacios Vaticanos. El Museo Misionero Etnológico (fundado por Pío XI en 1926), reúne una cifra impresionante de 80,000 objetos procedente de todo el mundo, ofrecidos al Papa por particulares, misiones y diócesis.
Por su parte la Pinacoteca Vaticana inaugurada en 1932, dentro de su nuevo edificio actual (construido según los deseos y las directrices de Pío XI, garantizando así las mejores condiciones de luz para una correcta conservación de las obras, al igual que una óptima apreciación estética de las mismas), incluye obras de maestros de las pintura italiana, entre ellos: Giotto, Beato Angélico, Perugino, Rafael, Leonardo, Tiziano y Caravaggio.Asimismo, encontraremos las llamadas Estancias de Rafael, ubicadas en el segundo piso del Palacio Pontificio, parte de lo que fueron los aposentos escogidos por Julio II para su residencia personal; utilizadas también por sus sucesores, la decoración pictórica estuvo a cargo de Rafael Sanzio acompañado de sus discípulos, quienes se encargaron de culminarlas después de su muerte en 1520. El Appartamento Borgia, estancias de Rodrigo Borgia (quien al ser asumir el papado fue nombrado como Alejandro VI), cuenta con una decoración realizada por Pinturicchio, discípulo de El Perugino. Cabe mencionar, además la Galería de los Tapices, la Galería de las Cartas Geográficas y la Colección de carruajes y berlinas, todas ellas de sumo valor histórico, al igual que la Biblioteca Vaticana (fundada a mediados del siglo XV, por el Papa Nicolás V), la cual alberga más de 70,000 manuscritos y una cantidad superior al millón de libros, guardando entre ellos valiosísimos códices árabes, latinos, hebreos, persas e islámicos.

Comentario aparte merece la Capilla Sixtina, llamada así debido a que fue el Papa Sixto IV quien hizo reestructurar la antigua Capilla Magna entre 1477 y 1480. Aquí somos introducidos en el mundo de la revelación divina, plasmada en los geniales frescos de Miguel Ángel; imposible no sentirse sobrecogido frente a la magnificencia del “Juicio Universal”, composición insuperable al día de hoy.

Paula Herrera

Museos Vaticanos
http://mv.vatican.va

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El Adviento explicado por Benedicto XVI en 20 textos

El Adviento explicado por Benedicto XVI en 20 textos
Esperanza, Alegria y preparación tema principal en los mensajes de Adviento (206- 2011) del Papa
Autor: Redacción | Fuente: www.opusdei.es

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“Si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido”, dice el Papa. En esta selección de textos de homilías pronunciadas al inicio del Adviento, habla de esperanza, de alegría y de preparación.

I domingo de adviento 2006

1) La primera antífona de esta celebración vespertina se presenta como apertura del tiempo de Adviento y resuena como antífona de todo el Año litúrgico: “Anunciad a todos los pueblos y decidles: Mirad, Dios v iene, nuestro Salvador” (…). Detengámonos un momento a reflexionar: no usa el pasado -Dios ha venido- ni el futuro, -Dios vendrá-, sino el presente: “Dios viene”. Como podemos comprobar, se trata de un presente continuo, es decir, de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento “Dios viene”.

2) El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de esta verdad y a actuar coherentemente. Resuena como un llamamiento saludable que se repite con el paso de los días, de las semanas, de los meses: Despierta. Recuerda que Dios viene. No ayer, no mañana, sino hoy, ahora.

3) El único verdadero Dios, “el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob” no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios-que-viene. Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando total mente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.

4) De una forma que sólo él conoce, la comunidad cristiana puede apresurar la venida final, ayudando a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene. Y lo hace ante todo, pero no sólo, con la oración.

I domingo de adviento 2007

5) La esperanza cristiana está inseparablemente unida al conocimiento del rostro de Dios, el rostro que Jesús, el Hijo unigénito, nos reveló con su encarnación, con su vida terrena y su predicación, y sobre todo con su muerte y resurrección.

6) Como se puede apreciar en el Nuevo Testamento y en especial en las cartas de los Apóstoles, desde el inicio una nueva espera nza distinguió a los cristianos de las personas que vivían la religiosidad pagana. San Pablo, en su carta a los Efesios, les recuerda que, antes de abrazar la fe en Cristo, estaban «sin esperanza y sin Dios en este mundo» (Ef 2, 12). Esta expresión resulta sumamente actual para el paganismo de nuestros días: podemos referirla en particular al nihilismo contemporáneo, que corroe la esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y en torno a él reina la nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte.

7) Si falta Dios, falla la esperanza. Todo pierde sentido. Es como si faltara la dimensión de profundidad y todas las cosas se oscurecieran, privadas de su valor simbólico; como si no «destacaran» de la mera materialidad.

8) Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido su verdadero rostr o; por eso no cesa de llamar a nuestra puerta, como humilde peregrino en busca de acogida. El Señor concede un nuevo tiempo a la humanidad precisamente para que todos puedan llegar a conocerlo.

9) Mi esperanza, nuestra esperanza, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros. Sí, Dios nos ama y precisamente por eso espera que volvamos a él, que abramos nuestro corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y recordemos que somos sus hijos. Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos abraza siempre primero.

10) Cada hombre está llamado a esperar correspondiendo a lo que Dios espera de él. Por lo demás, la experiencia nos demuestra que eso es precisamente así. ¿Qué es lo que impulsa al mundo sino la confianza que Dios tiene en el hombre? Es una confianza que se refleja en el corazón de los pequeños, de los h umildes, cuando a través de las dificultades y las pruebas se esfuerzan cada día por obrar de la mejor forma posible, por realizar un bien que parece pequeño, pero que a los ojos de Dios es muy grande: en la familia, en el lugar de trabajo, en la escuela, en los diversos ámbitos de la sociedad. La esperanza está indeleblemente escrita en el corazón del hombre, porque Dios nuestro Padre es vida, y estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada.

I domingo de adviento 2008

11) Todo el pueblo de Dios se pone de nuevo en camino atraído por este misterio: nuestro Dios es “el Dios que viene” y nos invita a salir a su encuentro. ¿De qué modo? Ante todo en la forma universal de la esperanza y la espera que es la oración, la cual encuentra su expresión eminente en los Salmos, palabras humanas en las que Dios mismo puso y pone continuamente la invocación de su venida en los labios y en el corazón de los creyentes.

12) “Señor, (…) ven de prisa” (v. 1). Es el grito de una persona que se siente en grave peligro, pero también es el grito de la Iglesia en medio de las múltiples asechanzas que la rodean, que amenazan su santidad, la integridad irreprensible de la que habla el apóstol san Pablo y que, en cambio, debe conservarse hasta la venida del Señor. Y en esta invocación resuena también el grito de todos los justos, de todos los que quieren resistir al mal, a las seducciones de un bienestar inicuo, de placeres que ofenden la dignidad humana y la condición de los pobres.

I domingo de adviento 2009

13) Adviento. Reflexionemos brevemente sobre el significado de esta palabra, que se puede traducir por “presencia”, “llegada”, “venida”. En el lenguaje del mundo antiguo era un término técnico utilizado para indicar la llegada de un funcionario, la visita del rey o del emperador a una provincia. Pero podía indicar también la venida de la divinidad, que sale de su escondimiento para manifestarse con fuerza, o que se celebra presente en el culto. Los cristianos adoptaron la palabra “Adviento” para expresar su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey, que ha entrado en esta pobre “provincia” denominada tierra para visitar a todos; invita a participar en la fiesta de su Adviento a todos los que creen en él, a todos los que creen en su presencia en la asamblea litúrgica. Con la palabra adventus se quería decir substancialmente: Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos. Aunque no podamos verlo o tocarlo, como sucede con las realidades sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de múltiples maneras.

14) El significado de la expresión “Adviento” comprende también el de visitatio, que simplemente quiere decir ” visita”; en este caso se trata de una visita de Dios: él entra en mi vida y quiere dirigirse a mí. En la vida cotidiana todos experimentamos que tenemos poco tiempo para el Señor y también poco tiempo para nosotros. Acabamos dejándonos absorber por el “hacer”. ¿No es verdad que con frecuencia es precisamente la actividad lo que nos domina, la sociedad con sus múltiples intereses lo que monopoliza nuestra atención? ¿No es verdad que se dedica mucho tiempo al ocio y a todo tipo de diversiones? A veces las cosas nos “arrollan”.

15) El Adviento, este tiempo litúrgico fuerte que estamos comenzando, nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia. Es una invitación a comprender que los acontecimientos de cada día son gestos que Dios nos dirige, signos de su atención por cada uno de nosotros. ¡Cuán a menudo nos hace percibir Dios un poco de su amor! Escribir -por dec irlo así- un “diario interior” de este amor sería una tarea hermosa y saludable para nuestra vida. El Adviento nos invita y nos estimula a contemplar al Señor presente. La certeza de su presencia, ¿no debería ayudarnos a ver el mundo de otra manera? ¿No debería ayudarnos a considerar toda nuestra existencia como “visita”, como un modo en que él puede venir a nosotros y estar cerca de nosotros, en cualquier situación?

16) En la vida, el hombre está constantemente a la espera: cuando es niño quiere crecer; cuando es adulto busca la realización y el éxito; cuando es de edad avanzada aspira al merecido descanso. Pero llega el momento en que descubre que ha esperado demasiado poco si, fuera de la profesión o de la posición social, no le queda nada más que esperar. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza : el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz.

17) Existen maneras muy distintas de esperar. Si el tiempo no está lleno de un presente cargado de sentido, la espera puede resultar insoportable; si se espera algo, pero en este momento no hay nada, es decir, si el presente está vacío, cada instante que pasa parece exageradamente largo, y la espera se transforma en un peso demasiado grande, porque el futuro es del todo incierto. En cambio, cuando el tiempo está cargado de sentido, y en cada instante percibimos algo específico y positivo, entonces la alegría de la espera hace más valioso el presente. Queridos hermanos y hermanas, vivamos intensamente el presente, donde ya nos alcanzan los dones del Se&ntild e;or, vivámoslo proyectados hacia el futuro, un futuro lleno de esperanza. De este modo, el Adviento cristiano es una ocasión para despertar de nuevo en nosotros el sentido verdadero de la espera, volviendo al corazón de nuestra fe, que es el misterio de Cristo, el Mesías esperado durante muchos siglos y que nació en la pobreza de Belén.

18) Al venir entre nosotros, nos trajo y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación, que cambia de aspecto si detrás de ella se encuentra él o si está ofuscada por la niebla de un origen y un futuro inciertos.

19) Nosotros podemos dirigirle la palabra, presentarle los sufrimientos que nos entristecen, la impaciencia y las preguntas que brotan de n uestro corazón. Estamos seguros de que nos escucha siempre. Y si Jesús está presente, ya no existe un tiempo sin sentido y vacío. Si él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.

I domingo de adviento 2010

20) Durante el tiempo de Adviento sentiremos que la Iglesia nos toma de la mano y, a imagen de María santísima, manifiesta su maternidad haciéndonos experimentar la espera gozosa de la venida del Señor, que nos abraza a todos en su amor que salva y consuela.

I domingo de adviento 2011

¡Queridos hermanos y hermanas!

Hoy iniciamos en toda la Iglesia el nuevo Año litúrgico: un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor. El Año litúrgico empieza con el Tiempo de Adviento: tiempo estupendo en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo y la memoria de su primera venida, cuando se despojó de su gloria divina para asumir nuestra carne mortal.

“¡Velad!”. Este es el llamamiento de Jesús en el Evangelio de hoy. Lo dirige no sólo a sus discípulos, sino a todos: “¡Velad!” (Mt 13,37). Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena, sino que es proyectada hacia un “más allá”, como una plantita que germina de la tierra y se abre hacia el cielo. Una plantita pensante, el hombre, dotada de libertad y responsabilidad, por lo que cada uno de nosotros será llamado a rendir cuentas de cómo ha vivido, de cómo ha usado las propias capacidades: si las ha conservado para sí o las ha hecho fructificar también para el bien de los hermanos.

También Isaías, el profeta del Adviento, nos hace reflexionar hoy con una sentida oración, dirigida a Dios en nombre del pueblo. Reconoce las faltas de su gente, y en un cierto momento dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades” (Is 64,6).

¿Cómo no quedar impresionados por esta descripción? Parece reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre. Y a veces , en este mundo que parece casi perfecto, suceden cosas chocantes, o en la naturaleza, o en la sociedad, por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos.

En realidad, el verdadero “dueño” del mundo no es el hombre, sino Dios. El Evangelio dice: “Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos” (Mc 13,35-36). El Tiempo de Adviento viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios. El rostro no de un “amo”, sino de un Padre y de un Amigo. Con la Virgen María, que nos guía en el camino del Adviento, hagamos nuestras las palabras del profeta. “Señor, tu eres nuestro padre; nosotros somos d e arcilla y tu el que nos plasma, todos nosotros somos obra de tus manos” (Is 64,7).

CIUDAD DEL VATICANO, domingo 27 noviembre 2011

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Los Mandamientos de la Iglesia Católica

LOS MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA

Los católicos, además de los 10 mandamientos, tenemos que cumplir con los MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA, que son 5.

Estos mandamientos nos dicen qué es LO MÍNIMO que un católico debe de cumplir para el bien de su alma. En este folleto trataremos de explicarte cada uno de ellos.

LA IGLESIA CATOLICA MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA KROUILLONG KARLA ROUILLON NO RECIBAS LA EUCARISTIA EN LA MANO

1) OIR MISA ENTERA LOS DOMINGOS Y FIESTAS DE GUARDAR:
El Domingo es el día del Señor porque festejamos la resurrección de Jesús.
Dios dijo a Moisés: “Mantendrás santo el día del Señor” ¿ Pero cómo?
Desde el comienzo de la humanidad, el SACRIFICIO ha sido la manera natural de los hombres de dar culto, de adorar a Dios: Ofrecían granos, frutos y animales, pero todos estos sacrificios tenían un gran defecto: ninguno era digno de Dios.
Pero Jesús, el hijo de Dios, nos dejó un regalo de valor adecuado para Dios: El se ofreció a sí mismo como víctima en la Cruz para perdonarnos nuestros pecados.

¿Sabías que EN CADA MISA CRISTO VUELVE A REPETIR DE VERDAD SU SACRIFICIO EN LA CRUZ?

Libro LA SANTA MISA

Como tú y yo no pudimos estar el día de la crucifixión, el asistir a misa es la manera de unirnos con Jesús y ofrecernos nosotros también como ofrenda a Dios para adorarlo.
Si no sabes cómo ofrecerte a Dios, durante el ofertorio (después de la lectura del Evangelio), mientras el sacerdote hace la presentación de las ofrendas puedes arrodillarte y decir en voz baja “Padre Eterno, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del Mundo en reparación por todos los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que el mismo es ofendido, y por los méritos infinitos de Su Sagrado Corazón y del Inmaculado Corazón de María te pido la conversión de los pobres pecadores. Amén” y seguir “Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en tus manos, edifica tu Señor con lo poco que soy. Por los méritos de tu Hijo transformame Dios Altisimo. Te pido por mi familia, mis amigos, mis conocidos, por las personas que no me ven con agrado, por aquellos que se encomiendan a mis pobres oraciones, por las personas que trabajan conmigo, por todos los sacerdotes, religiosos y religiosas, por las benditas almas del purgatorio. Enséñame a poner mi corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro.”

Entonces ¿ Para qué vamos a misa ?
Para ofrecernos junto con Jesús y adorar a Dios, para darle gracias por todo lo que nos da, para pedirle perdón y para pedirle su ayuda.
– La obligación de ir a misa comienza a los 7 años. Si la misa es nuestra ofrenda a Dios, no puede ser algo incompleto ni defectuoso. Debemos oír misa entera (desde el comienzo), poner atención y no distraernos.
– No ir a misa el domingo (porque no lo siento, porque estoy cansado, porque estoy ocupado, porque me cuesta trabajo…) es pecado mortal.

¿QUÉ OTROS DIAS DEL AÑO NOS OBLIGA LA MISA?

El 1¨ de Enero, en que festejamos la maternidad divina de la Virgen.
El Jueves de Corpus Christi, en que festejamos el día de la Eucaristía.
El 29 de Junio, día de San Pedro y Pablo
EL 30 de Agosto, día de Santa Rosa de Lima
El 12 de Diciembre, día de nuestra patrona y amada Virgen de Guadalupe, Madre de todos los mexicanos.
El 25 de Diciembre, día de la Navidad
TODAS LAS FIESTAS DE GUARDAR (FERIADOS RELIGIOSOS)

2) CONFESAR LOS PECADOS MORTALES, CUANDO MENOS UNA VEZ AL AÑO, EN PELIGRO DE MUERTE Y SI SE VA A COMULGAR:

Para que un PECADO sea MORTAL, debe cumplir 3 condiciones: que sea grave, que la persona sepa que ¨eso¨ que va a hacer ¨es pecado¨ y que, a pesar de esto, decida hacerlo.
Cuando alguien comete un pecado mortal, se le cierran las puertas del cielo y, si se muere así, se va al infierno. Los pecados mortales solo se perdonan con el sacramento de la confesión.
No te de miedo ni vergüenza, Dios te ama muchìsimo y siempre está deseoso de que te acer-ques a pedirle perdón a través del sacerdote.
Un PECADO VENIAL es una falta pequeña o leve contra los mandamientos de Dios. En este caso cada persona solita puede pedir perdón a Dios. Lo importante es estar realmente arrepentido de haber ofendido a Dios y tener el propósito de enmendarse (no volver a hacerlo).

3) COMULGAR POR PASCUA DE RESURRECCIÓN.

La Eucaristía o la Comunión es el alimento del alma. Así como nuestro cuerpo necesita comer para vivir y estar fuerte y sano… así nuestra alma necesita comulgar para estar fuerte y sana también. Cristo mismo dijo: ¨El que come mi cuerpo y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo le resucitaré el último día ¨.
Imagínate, ¡ comulgar es recibir en tu alma al mismo Cristo!
Si en verdad valoráramos lo grande que es esto, no dejaríamos un solo día de nuestra vida sin recibir la comunión.
¿ Cuáles son las condiciones para poder comulgar ?
– El que tiene algún pecado venial (pequeño), puede él solo pedir sincero perdón a Dios y comulgar sin necesidad de confesarse.
– La Iglesia recomienda recibir la comunión cada vez que vamos a la misa y obliga a hacerlo por lo menos una vez al año después del Domingo de resurrección.
– Lo mejor que se puede recomendar es que hay que concientizarse que “no se trata de querer recibir a Dios” sino de lo mucho que “DIOS SE ALEGRA DE VENIR A NOSOTROS” por eso es lo mejor IR A MISA Y RECIBIR LA EUCARISTIA TODOS LOS DIAS.

4) AYUNAR CUANDO LO MANDA LA SANTA MADRE IGLESIA:

Cristo ayunó 40 días en el desierto para enseñarnos que es bueno que el hombre luche contra sus instintos, sus pasiones, contra el bienestar de su cuerpo… para aprender a dominar su cuerpo y así su alma crezca.
Cada hombre puede hacer penitencia o sacrificios cuantas veces al año quiera, sin embargo, la Iglesia pone como obligación:
– AYUNAR, es decir hacer una sola comida fuerte al día 2 días al año: el miércoles de ceniza y el viernes santo.
El ayuno obliga desde los 18 hasta los 59 años.
– GUARDAR ABSTINENCIA, es decir, no comer carne todos los viernes de cuaresma. El viernes fue escogido para la penitencia porque en viernes murió Jesús.
La abstinencia obliga desde los 14 años y dura toda la vida.
La abstinencia de carne puede sustituirse por otro buen sacrificio que de verdad nos cueste.

5) AYUDAR A LA IGLESIA EN SUS NECESIDADES MATERIALES:

Todos formamos parte de la Iglesia.
Cristo nos encomendó a todos los miembros de la Iglesia a trabajar a salvar almas.
Es por esto que debemos ayudar a la Iglesia, a los sacerdotes, con nuestras obras, con nuestras oraciones y con nuestros medios econòmicos (dinero) a llevar a cabo su misión de salvar almas.
Debemos cooperar, cada uno en la medida en que pueda, cuando se recoge la limosna en la misa y tenemos también la obligación de PAGAR EL DIEZMO, que para las personas es un día de sueldo al año y para las empresas un día de utilidades al año.
Con este dinero ayudamos a que la Iglesia pueda sostenerse y hacer muchas obras buenas.
Recuerda, ayudar a los demás y salvar almas, es cosa de todos, no nada más de los sacerdotes.

PROPÓSITO DEL MES:

Me aprenderé los 5 mandamientos de la Iglesia, y de hoy en adelante los cumpliré fielmente.

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El Papa Benedicto XVI mantendría restricciones para comunión en la mano

El Papa Benedicto XVI mantendría restricciones para comunión en la mano

Fuente: ACIPRENSA
VATICANO, 24 Ago. 09 / 09:53 am (ACI)

El vaticanista italiano Andrea Tornielli informó que el Papa Benedicto XVI estaría considerando algunas modificaciones para la celebración de la Misa, mantendría la comunión en la mano como algo “extraordinario” y reformaría algunas partes del Misal para evitar abusos, darle mayor sacralidad a la Liturgia y favorecer la adoración eucarística.

En un artículo publicado en el diario Il Giornale y titulado “Ratzinger reforma la Misa: No más la hostia en la mano”, Tornielli explica que el 4 de abril de este año, el Cardenal Antonio Cañizares Llovera, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, entregó al Santo Padre un documento con el resultado de una votación reservada, ocurrida el 12 de marzo durante la plenaria del mencionado dicasterio para lo que sería el primer paso hacia la “reforma de la reforma” auspiciada por el Pontífice.

Casi por unanimidad, explica el vaticanista, los obispos miembros de esta Congregación decidieron: “darle mayor sacralidad al rito, recuperar el sentido de la adoración eucarística, recuperar el latín en la celebración y la reelaboración de las partes introductorias del Misa para poner un freno a los abusos, experimentaciones y la creatividad inoportuna”.

Asimismo, señala, “se han mostrado favorables a reafirmar que el modo usual de recibir la comunión según las normas no es en la mano, sino en la boca. Si bien es cierto que existe un indulto que los permite, dado el pedido de algunos episcopados para distribuir la Eucaristía en la palma de la mano, esto debe permanecer como un hecho extraordinario.

Otra de las medidas sugeridas por el Cardenal Cañizares sería la de hacer que durante la consagración, al menos, el celebrante mire hacia el Oriente, “como sucedía antes de la reforma” litúrgica.

Estas proposiciones, inspiradas por el documento Sacrosanctum Concilium, están en línea con lo expresado por el Purpurado días atrás por la publicación mensual 30Giorni, a quienes dijo “a veces se ha cambiado por el simple gusto de cambiar respecto a un pasado percibido como del todo negativo y superado. A veces se concibe la reforma como una ruptura y no como un desarrollo orgánico de la Tradición”.

Las propuestas de los obispos también incluyen el mayor uso del latín, así como la publicación de misales bilingües, solicitud hecha en su momento por el Papa Pablo VI, señala Tornielli.

El vaticanista precisa además que el Papa Benedicto XVI ya ha aprobado estas solicitudes, pues están “perfectamente en línea con la idea más de una vez expresada por Joseph Ratzinger cuando era todavía Cardenal, como atestigua los extractos inéditos sobre la liturgia anticipados ayer por Il Giornale que serán publicados en el libro Davanti al Protagonista (Ante el Protagonista); presentado en la víspera del Encuentro de Rimini” que se realiza en Roma.

Tras resaltar que el Santo Padre sabe que no sirve de mucho “lanzar directivas desde lo alto, con el riesgo de que sean letra muerta”, Tornielli finaliza indicando que el estilo del Pontífice “es el de afrontar las cosas y sobre todo, el ejemplo. Como demuestra el hecho que, desde hace más de un año, quien desea recibir la comunión del Papa, debe arrodillarse sobre el reclinatorio preparado especialmente para las ceremonias.

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La Fraternidad Sacerdotal San Pio X mañana en reunión con el Santo Padre Benedicto XVI

El día de mañana lunes 26 de octubre de 2009, se llevará a cabo una reunión entre los miembros de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y el Santo Padre Benedicto XVI, con la finalidad de lograr un acercamiento y debatir las diferencias creadas por el Concilio Vaticano II.

Solicitamos a todos los fieles seguidores de la tradición Católica elevar una oración por las intenciones de esta importantísima reunión que se llevará a cabo el día de mañana.

Gracias

Karla Rouillon

fellay y benedicto XVI

La Fraternidad San Pío X muestra su disposición a debatir sobre el Concilio

Comunicado de monseñor Fellay en respuesta a la carta del Papa

MENZINGEN,
Viernes, 13 de marzo de 2009 (ZENIT.org).-
El superior de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X ha agradecido a Benedicto XVI la carta que publicó este jueves sobre el levantamiento de la excomunión a los cuatro obispos seguidores de monseñor Marcel Lefebvre, porque permite reconducir el debate a los argumentos doctrinales.Así lo ha manifestado el superior de la Fraternidad, el obispo Bernard Fellay, en un comunicado.”La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X asegura a Benedicto XVI su voluntad de abordar los debates doctrinales considerados ‘necesarios’ por el Decreto del 21 de enero”.

Monseñor Fellay agradece al Papa que, “tras la reciente avalancha de protestas, haya devuelto el debate a la altura donde debe estar, la de la fe”, y coincide con él en que la primera preocupación es “la predicación en nuestra época en la que en regiones vastas de la tierra la fe corre el peligro de apagarse como una llama que no encuentra de dónde alimentarse”.

Asimismo, afirma su voluntad de afrontar el diálogo previsto por el Papa sobre la cuestión del Concilio.

“Lejos de querer detener la Tradición a 1962, deseamos considerar el Concilio Vaticano II y la enseñanza post-conciliar a la luz de esta Tradición -afirma el prelado-, sin ruptura y en un desarrollo perfectamente homogéneo”.

A continuación, ofrecemos el texto original del comunicado:

Comunicado del Superior General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X

El Papa Benedicto XVI ha dirigido una carta a los obispos de la Iglesia católica, con fecha del 10 de marzo de 2009, en la que hace saber las intenciones que le han guiado hasta el paso importante que constituye el Decreto del 21 de enero de 2009.

Tras la reciente “avalancha de protestas”, agradecemos vivamente al Santo Padre de haber devuelto el debate a la altura donde debe estar, la de la fe. Compartimos plenamente su preocupación prioritaria de la predicación “en nuestra época en la que en regiones vastas de la tierra la fe corre el peligro de apagarse como una llama que no encuentra de dónde alimentarse”.

La Iglesia atraviesa, en efecto, una gran crisis que sólo podrá ser resuelta por un retorno integral a la pureza de la fe. Con san Atanasio, profesamos que “Aquel que quiera ser salvado, debe ante todo tener la fe católica: el que no la guarda íntegra e inviolada irá, sin duda alguna, a su perdición eterna” (Símbolo Quicumque).

Lejos de querer detener la Tradición a 1962, deseamos considerar el Concilio Vaticano II y la enseñanza post-conciliar a la luz de esta Tradición que san Vincent de Lérins definió como “lo que todos han creído siempre, y en todas partes” (Commonitorium), sin ruptura y en un desarrollo perfectamente homogéneo. Así es como podremos contribuir eficazmente a la evangelización querida por el Salvador. (Cf. Mateo 28,19-20)

La Fraternidad Sacerdotal de San Pío X asegura a Benedicto XVI su voluntad de abordar los debates doctrinales considerados “necesarios” por el Decreto del 21 de enero, con deseo de servir a la Verdad revelada, que es la primera caridad que hay que manifestar a todos los hombres, sean cristianos o no. Le asegura también su oración a fin de que su fe no desfallezca y que pueda confirmar a todos sus hermanos. (Cf. Lucas 22,32).

Ponemos estos debates doctrinales bajo la protección de Nuestra Señora de la Plena Confianza, con la seguridad que nos obtendrá la gracia de transmitir fielmente lo que hemos recibido, “tradidi quod et accepi” (I Cor. 15,3).

Menzingen, 12 de marzo de 2009

+ Bernard Fellay

VER RESULTADO DE LA REUNIÓN ENTRE LA FSSPX Y EL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

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