ORACIÓN A LA VIRGEN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI ANTE LA MARIENSÄULE
EN SU VIAJE APOSTÓLICO A AUSTRIA CON OCASIÓN DEL 850 ANIVERSARIO DE LA FUNDACIÓN DEL SANTUARIO DE MARIAZELL
7 DE SEPTIEMBRE DE 2007
Venerado y querido señor cardenal;
ilustre señor alcalde;
Queridos hermanos y hermanas:
Como primera etapa de mi peregrinación hacia Mariazell he elegido la Mariensäule (“Columna de María”) para reflexionar un momento con vosotros sobre el significado de la Madre de Dios para la Austria del pasado y del presente, así como sobre su significado para cada uno de nosotros.
Saludo cordialmente a todos los que os habéis reunido aquí para la oración ante la “Columna de María”. Le agradezco, querido señor cardenal, las amables palabras de bienvenida que me ha dirigido al inicio de la celebración. Saludo al señor alcalde de la capital y a todas las autoridades presentes.
Dirijo un saludo particular a los jóvenes y a los representantes de las comunidades de lenguas extranjeras de la archidiócesis de Viena, que después de esta liturgia de la Palabra se congregarán en la iglesia, donde permanecerán hasta mañana en adoración ante el Santísimo. Me han dicho que están aquí ya desde hace tres horas. Los admiro y les digo: “Vergelt’s Gott!”. Con esta adoración realizáis, de modo muy concreto, lo que en estos días queremos hacer todos: contemplar a Cristo juntamente con María.
Ya desde los primeros tiempos, a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, está unida una veneración particular a su Madre, la Mujer en cuyo seno asumió la naturaleza humana, compartiendo incluso el latido de su corazón, la Mujer que lo acompañó con delicadeza y respeto durante su vida, hasta su muerte en cruz, y a cuyo amor materno él, al final, encomendó al discípulo predilecto y con él a toda la humanidad.
Con su sentimiento materno, María acoge también hoy bajo su protección a personas de todas las lenguas y culturas, para llevarlas a Cristo juntas, en una multiforme unidad. A ella podemos recurrir en nuestras preocupaciones y necesidades. Pero también debemos aprender de ella a acogernos mutuamente con el mismo amor con que ella nos acoge a todos: a cada uno en su singularidad, querido como tal y amado por Dios. En la familia universal de Dios, en la que cada persona tiene reservado un puesto, cada uno debe desarrollar sus dones para el bien de todos.
La “Columna de María”, erigida por el emperador Fernando III en acción de gracias por la liberación de Viena de un gran peligro y por él inaugurada hace exactamente 360 años, debe ser también para nosotros hoy un signo de esperanza. ¡Cuántas personas, desde entonces, se han detenido ante esta columna y, orando, han elevado los ojos hacia María! ¡Cuántos han experimentado en las dificultades personales la fuerza de su intercesión! Pero nuestra esperanza cristiana va mucho más allá de la realización de nuestros deseos pequeños y grandes. Nosotros elevamos los ojos hacia María, que nos muestra a qué esperanza estamos llamados (cf. Ef 1, 18), pues ella personifica lo que el hombre es de verdad.
Como hemos escuchado en la lectura bíblica, ya antes de la creación del mundo Dios nos había elegido en Cristo. Él nos conoce y ama a cada uno desde la eternidad. Y ¿para qué nos ha elegido? Para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor. Y eso no es una tarea imposible de cumplir, ya que Dios nos ha concedido, en Cristo, su realización. Hemos sido redimidos. En virtud de nuestra comunión con Cristo resucitado, Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales.
Abramos nuestro corazón; acojamos esa herencia tan valiosa. Entonces podremos entonar, juntamente con María, el himno de alabanza de su gracia. Y si seguimos poniendo nuestras preocupaciones diarias ante la Madre inmaculada de Cristo, ella nos ayudará a abrir siempre nuestras pequeñas esperanzas hacia la esperanza grande y verdadera, que da sentido a nuestra vida y puede colmarnos de una alegría profunda e indestructible.
En este sentido, quisiera ahora, juntamente con vosotros, elevar los ojos hacia la Inmaculada, para encomendarle a ella las oraciones que acabáis de rezar y pedirle su protección maternal para este país y para sus habitantes:
Santa María, Madre inmaculada de nuestro Señor Jesucristo, en ti Dios nos ha dado el prototipo de la Iglesia y el modo mejor de realizar nuestra humanidad.
A ti te encomiendo a Austria y a sus habitantes: ayúdanos a todos a seguir tu ejemplo y a orientar totalmente nuestra vida hacia Dios.
Haz que, contemplando a Cristo, lleguemos a ser cada vez más semejantes a él, verdaderos hijos de Dios. Entonces también nosotros, llenos de toda clase de bendiciones espirituales, podremos corresponder cada vez mejor a su voluntad y ser así instrumentos de paz para Austria, para Europa y para el mundo.
Amén.
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