DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI AL FINAL DEL REZO DEL SANTO ROSARIO EN EL SANTUARIO DE NUESTRA SEÑORA APARECIDA
VIAJE APOSTÓLICO A BRASIL CON OCASIÓN DE LA V CONFERENCIA GENERAL DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO Y DEL CARIBE
12 DE MAYO DE 2007
Señores cardenales, venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado; amados religiosos y todos vosotros que, impulsados por la voz de Jesucristo, lo habéis seguido por amor; estimados seminaristas, que os estáis preparando para el ministerio sacerdotal; queridos representantes de los Movimientos eclesiales, y todos vosotros, laicos que lleváis la fuerza del Evangelio al mundo del trabajo y de la cultura, en el seno de las familias, así como a vuestras parroquias:
1. Como los Apóstoles, juntamente con María, “subieron a la estancia superior” y allí “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” (Hch 1, 13-14), así también nos reunimos hoy aquí, en el santuario de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que en este momento es para nosotros “la estancia superior”, donde María, la Madre del Señor, se encuentra en medio de nosotros. Hoy es ella quien orienta nuestra meditación; ella nos enseña a rezar. Es ella quien nos muestra el modo de abrir nuestra mente y nuestro corazón a la fuerza del Espíritu Santo, que viene para ser comunicado al mundo entero.
Acabamos de rezar el rosario. A través de sus ciclos de meditación, el divino Consolador quiere introducirnos en el conocimiento de Cristo, que brota de la fuente límpida del texto evangélico. Por su parte, la Iglesia del tercer milenio se propone dar a los cristianos la capacidad de “conocer el misterio de Dios, en el cual están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia” (Col 2, 2-3). María santísima, la Virgen pura y sin mancha, es para nosotros escuela de fe destinada a guiarnos y a fortalecernos en el camino que lleva al encuentro con el Creador del cielo y de la tierra. El Papa ha venido a Aparecida con gran alegría para deciros en primer lugar: “Permaneced en la escuela de María”. Inspiraos en sus enseñanzas. Procurad acoger y guardar dentro del corazón las luces que ella, por mandato divino, os envía desde lo alto.
¡Qué hermoso es estar aquí reunidos en nombre de Cristo, en la fe, en la fraternidad, en la alegría, en la paz, “en la oración con María, la Madre de Jesús”! (cf. Hch 1, 14). ¡Qué hermoso es, queridos presbíteros, diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y familias cristianas, estar aquí en el santuario nacional de Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que es morada de Dios, casa de María y casa de los hermanos, y que en estos días se transforma también en sede de la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe! ¡Qué hermoso es estar aquí, en esta basílica mariana hacia la que, en este tiempo, convergen las miradas y las esperanzas del mundo cristiano, de modo especial las de América Latina y del Caribe!
2. Me siento muy feliz de estar aquí con vosotros, en medio de vosotros. El Papa os ama. El Papa os saluda afectuosamente. Reza por vosotros. Y suplica al Señor las más valiosas bendiciones para los Movimientos, las asociaciones y las nuevas realidades eclesiales, expresión viva de la perenne juventud de la Iglesia. Que Dios os bendiga en abundancia. Os saludo con afecto a vosotras, familias aquí congregadas, que representáis a todas las amadísimas familias cristianas presentes en el mundo entero. Me alegro de modo especialísimo con vosotros y os doy mi abrazo de paz.
Agradezco la acogida y la hospitalidad del pueblo brasileño. Desde que llegué he sido recibido con mucho cariño. Las diversas manifestaciones de aprecio y los saludos demuestran lo mucho que queréis, estimáis y respetáis al Sucesor del apóstol san Pedro. Mi predecesor el siervo de Dios Papa Juan Pablo II se refirió varias veces a vuestra simpatía y espíritu de acogida fraterna. Tenía toda la razón.
3. Saludo a los estimados presbíteros aquí presentes; pienso y oro por todos los sacerdotes diseminados por el mundo entero, de modo particular por los de América Latina y del Caribe, incluyendo a los sacerdotes fidei donum. ¡Cuántos desafíos, cuántas situaciones difíciles afrontáis! ¡Cuánta generosidad, cuánta donación, sacrificios y renuncias! La fidelidad en el ejercicio del ministerio y en la vida de oración, la búsqueda de la santidad, la entrega total a Dios al servicio de los hermanos y hermanas, gastando vuestra vida y vuestras energías, promoviendo la justicia, la fraternidad, la solidaridad, el compartir: todo eso habla fuertemente a mi corazón de pastor. El testimonio de un sacerdocio bien vivido ennoblece a la Iglesia, suscita admiración en los fieles, es fuente de bendición para la Comunidad, es la mejor promoción vocacional, es la más auténtica invitación para que también otros jóvenes respondan positivamente a la llamada del Señor. Es la verdadera colaboración para la construcción del reino de Dios.
Os doy las gracias sinceramente y os exhorto a que continuéis viviendo de modo digno la vocación que habéis recibido. Que el fervor misionero, el entusiasmo por una evangelización cada vez más actualizada, el espíritu apostólico auténtico y el celo por las almas estén siempre presentes en vuestra vida. Mi afecto, mis oraciones y mi agradecimiento se dirigen también a los sacerdotes ancianos y enfermos. Vuestra configuración con Cristo doliente y resucitado es el apostolado más fecundo. ¡Muchas gracias!
4. Queridos diáconos y seminaristas, también a vosotros, que ocupáis un lugar especial en el corazón del Papa, va un saludo muy fraterno y cordial. La jovialidad, el entusiasmo, el idealismo, el ánimo para afrontar con audacia los nuevos desafíos, renuevan la disponibilidad del pueblo de Dios, hacen a los fieles más dinámicos y ayudan a la comunidad cristiana a crecer, a progresar, a ser más confiada, feliz y optimista. Os agradezco el testimonio que dais, colaborando con vuestros obispos en las actividades pastorales de las diócesis. Tened siempre ante los ojos la figura de Jesús, el buen Pastor, que “no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28). Sed como los primeros diáconos de la Iglesia: hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo, de sabiduría y de fe (cf. Hch 6, 3-5).
Y vosotros, seminaristas, dad gracias a Dios por la llamada que os dirige. Recordad que el seminario es la “cuna de vuestra vocación y el gimnasio de la primera experiencia de comunión” (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, n. 32). Rezo para que, con la ayuda de Dios, seáis sacerdotes santos, fieles y felices de servir a la Iglesia.
5. Me dirijo ahora a vosotros, estimados consagrados y consagradas, reunidos aquí, en el santuario de la Madre, reina y patrona del pueblo brasileño, y también diseminados por todas las partes del mundo.
Vosotros, religiosos y religiosas, sois un regalo, una dádiva, un don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor. Agradezco a Dios vuestra vida y el testimonio que dais al mundo de un amor fiel a Dios y a los hermanos. Este amor sin reservas, total, definitivo, incondicional y apasionado se manifiesta en el silencio, en la contemplación, en la oración y en las múltiples actividades que realizáis, en vuestras familias religiosas, en favor de la humanidad y principalmente de los más pobres y abandonados. Todo esto suscita en el corazón de los jóvenes el deseo de seguir más de cerca y radicalmente a Cristo, el Señor, y entregar la vida para testimoniar ante los hombres y mujeres de nuestro tiempo que Dios es Amor y que vale la pena dejarse conquistar y fascinar para dedicarse exclusivamente a él (cf. Vita consecrata, 15).
La vida religiosa en Brasil siempre ha sido significativa y ha desempeñado un papel destacado en la obra de la evangelización, desde los inicios de la colonización. Ayer mismo tuve la gran alegría de presidir la concelebración eucarística en la que fue canonizado san Antonio de Santa Ana Galvão, presbítero y religioso franciscano, primer santo nacido en Brasil. A su lado, otro testimonio admirable de persona consagrada es santa Paulina, fundadora de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción. Podría citar otros muchos ejemplos. Que todos ellos os sirvan de estímulo para vivir una consagración total. ¡Dios os bendiga!
6. Hoy, en vísperas de la apertura de la V Conferencia general de los obispos de América Latina y del Caribe, que tendré el gusto de presidir, siento el deseo de deciros a todos vosotros cuán importante es el sentido de nuestra pertenencia a la Iglesia, que hace a los cristianos crecer y madurar como hermanos, hijos de un mismo Dios y Padre. Queridos hombres y mujeres de América Latina sé que tenéis una gran sed de Dios. Sé que seguís a aquel Jesús, que dijo: “Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14, 6). Por eso el Papa quiere deciros a todos: La Iglesia es nuestra casa. Esta es nuestra casa. En la Iglesia católica tenemos todo lo que es bueno, todo lo que es motivo de seguridad y de consuelo. Quien acepta a Cristo, “camino, verdad y vida”, en su totalidad, tiene garantizada la paz y la felicidad, en esta y en la otra vida. Por eso, el Papa vino aquí para rezar y confesar con todos vosotros: vale la pena ser fieles, vale la pena perseverar en la propia fe. Pero la coherencia en la fe necesita también una sólida formación doctrinal y espiritual, contribuyendo así a la construcción de una sociedad más justa, más humana y cristiana. El Catecismo de la Iglesia católica, incluso en su versión más reducida, publicada con el título de Compendio, ayudará a tener nociones claras sobre nuestra fe. Vamos a pedir, ya desde ahora, que la venida del Espíritu Santo sea para todos como un nuevo Pentecostés, a fin de iluminar con la luz de lo alto nuestros corazones y nuestra fe.
7. Con gran esperanza me dirijo a vosotros que os encontráis dentro de esta majestuosa basílica o habéis participado en el santo rosario desde fuera, para invitaros a ser profundamente misioneros y a llevar la buena nueva del Evangelio a todos los puntos cardinales de América Latina y del mundo.
Pidamos a la Madre de Dios, Nuestra Señora de la Concepción Aparecida, que cuide la vida de todos los cristianos. Ella, que es la Estrella de la evangelización, guíe nuestros pasos en el camino al reino celestial:
Madre nuestra, protege la familia
brasileña y latinoamericana.
Ampara bajo tu manto protector
a los hijos de esta patria querida
que nos acoge.Tú que eres la Abogada
ante tu Hijo Jesús,
da al pueblo brasileño paz constante
y prosperidad completa.Concede a nuestros hermanos
de toda la geografía latinoamericana
un verdadero celo misionero
irradiador de fe y de esperanza.Haz que tu llamada desde Fátima
para la conversión de los pecadores
se haga realidad
y transforme la vida
de nuestra sociedad.Y tú,
que desde el santuario de Guadalupe
intercedes por el pueblo
del continente de la esperanza,
bendice sus tierras y sus hogares.Amén.
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