70 de 131 – CATEQUESIS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI: MONJE RABANO MAURO
AUDIENCIA GENERAL DEL 3 DE JUNIO DE 2009
SAN RABANO MAURO
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy voy a hablar de un personaje del Occidente latino verdaderamente extraordinario: el monje Rabano Mauro. Junto a hombres como san Isidoro de Sevilla, san Beda el Venerable y san Ambrosio Auperto, de los que ya he hablado en catequesis precedentes, durante los siglos de la alta Edad Media supo mantener el contacto con la gran cultura de los antiguos sabios y de los Padres cristianos.
Rabano Mauro, recordado con frecuencia como “praeceptor Germaniae“, tuvo una fecundidad extraordinaria. Con su capacidad de trabajo totalmente excepcional fue quizá el que más contribuyó a mantener viva la cultura teológica, exegética y espiritual a la que recurrirían los siglos sucesivos. A él hacen referencia grandes personajes pertenecientes al mundo de los monjes, como san Pedro Damián, san Pedro el Venerable y san Bernardo de Claraval, así como un número cada vez mayor de “clerici” del clero secular, que en los siglos XII y XIII promovieron uno de los florecimientos más hermosos y fecundos del pensamiento humano.
Rabano nació en Maguncia, alrededor del año 780; al entrar, muy joven, en el monasterio se le añadió el nombre de Mauro, precisamente en referencia al joven Mauro que, según el Libro segundo de los diálogos de san Gregorio Magno, siendo niño, lo habían entregado sus padres, nobles romanos, al abad Benito de Nursia. El ingreso precoz de Rabano como “puer oblatus” en el mundo monástico benedictino, y los frutos que obtuvo para su crecimiento humano, cultural y espiritual, abrieron posibilidades interesantísimas no sólo para la vida de los monjes y de la Iglesia, sino también para toda la sociedad de su tiempo, tradicionalmente llamada “carolingia”.
Hablando de ellos, o quizá de sí mismo, Rabano Mauro escribe: “Hay algunos que han tenido la suerte de haber sido introducidos en el conocimiento de las Escrituras desde su más tierna infancia (“a cunabulis suis”) y se han alimentado tan bien de la comida que les ha ofrecido la santa Iglesia que pueden ser promovidos, con la educación adecuada, a las más altas órdenes sagradas” (PL 107, col 419 BC).
La extraordinaria cultura por la que se distinguía Rabano Mauro llamó muy pronto la atención de los grandes de su tiempo. Se convirtió en consejero de príncipes. Se esforzó por garantizar la unidad del Imperio y, en un nivel cultural más amplio, a quien le preguntaba nunca negó una respuesta ponderada, que se inspiraba preferentemente en la Biblia y en los textos de los santos Padres. A pesar de que fue elegido primero abad del famoso monasterio de Fulda y después arzobispo de su ciudad natal, Maguncia, prosiguió sus estudios, demostrando con el ejemplo de su vida que se puede estar al mismo tiempo a disposición de los demás, sin privarse por ello de un tiempo oportuno de reflexión, estudio y meditación.
Así, Rabano Mauro fue exegeta, filósofo, poeta, pastor y hombre de Dios. Las diócesis de Fulda, Maguncia, Limburgo y Breslavia lo veneran como santo o beato. Sus obras ocupan seis volúmenes de la Patrología Latina de Migne. Probablemente fue él quien compuso uno de los himnos más bellos y conocidos de la Iglesia latina, el “Veni Creator Spiritus“, síntesis extraordinaria de pneumatología cristiana. El primer compromiso teológico de Rabano se expresó, de hecho, en forma de poesía y tuvo como tema el misterio de la santa cruz, en una obra titulada “De laudibus sanctae crucis“, concebida para presentar no sólo contenidos conceptuales, sino también estímulos más exquisitamente artísticos, utilizando tanto la forma poética como la forma pictórica dentro del mismo códice manuscrito.
Por ejemplo, proponiendo iconográficamente entre las líneas de su escrito la imagen de Cristo crucificado, escribe: “Esta es la imagen del Salvador que, con la posición de sus miembros, hace sagrada para nosotros la salubérrima, dulcísima y amadísima forma de la cruz, para que creyendo en su nombre y obedeciendo sus mandamientos podamos obtener la vida eterna gracias a su Pasión. Por eso, cada vez que elevamos la mirada a la cruz, recordamos a Aquel que sufrió por nosotros para arrancarnos del poder de las tinieblas, aceptando la muerte para hacernos herederos de la vida eterna” (Lib. 1, Fig. 1:PL 107 col 151 C).
Este método de combinar todas las artes, la inteligencia, el corazón y los sentidos, que procedía de Oriente, sería desarrollado ampliamente en Occidente, consiguiendo metas inalcanzables en los códices miniados de la Biblia y en otras obras de fe y de arte, que florecieron en Europa hasta la invención de la imprenta e incluso después. En todo caso, demuestra que Rabano Mauro tenía una conciencia extraordinaria de la necesidad de involucrar en la experiencia de fe no sólo la mente y el corazón, sino también los sentidos a través de los otros aspectos del gusto estético y de la sensibilidad humana que llevan al hombre a disfrutar de la verdad con todo su ser, “espíritu, alma y cuerpo”.
Esto es importante: la fe no es sólo pensamiento, sino que implica a todo el ser. Dado que Dios se hizo hombre en carne y hueso, y entró en el mundo sensible, nosotros tenemos que tratar de encontrar a Dios con todas las dimensiones de nuestro ser. Así, la realidad de Dios, a través de la fe, penetra en nuestro ser y lo transforma. Por eso, Rabano Mauro concentró su atención sobre todo en la liturgia, como síntesis de todas las dimensiones de nuestra percepción de la realidad. Esta intuición de Rabano Mauro lo hace extraordinariamente actual.
Son famosos también sus “Carmina“, propuestos para ser utilizados sobre todo en las celebraciones litúrgicas. De hecho, es lógico el interés de Rabano por la liturgia, teniendo en cuenta que era ante todo un monje. Sin embargo, no se dedicó al arte de la poesía como fin en sí misma, sino que utilizó el arte y cualquier otro tipo de conocimiento para profundizar en la Palabra de Dios. Por ello, con gran empeño y rigor trató de introducir a sus contemporáneos, sobre todo a los ministros (obispos, presbíteros y diáconos), en la comprensión del significado profundamente teológico y espiritual de todos los elementos de la celebración litúrgica.
Así, trató de comprender y presentar a los demás los significados teológicos escondidos en los ritos, recurriendo a la Biblia y a la tradición de los Padres. Por honradez y para dar mayor peso a sus explicaciones, no dudaba en citar las fuentes patrísticas a las que debía su saber. Se servía de ellas con libertad y discernimiento atento, continuando el desarrollo del pensamiento patrístico. Por ejemplo, al final de su “Epistola prima” dirigida a un corepíscopo de la diócesis de Maguncia, después de responder a las peticiones de aclaración sobre el comportamiento que se debe tener en el ejercicio de la responsabilidad pastoral, prosigue:”Te hemos escrito todo esto tal como lo hemos deducido de las Sagradas Escrituras y de los cánones de los Padres. Ahora bien, tú, santísimo hombre, toma tus decisiones como mejor te parezca, caso por caso, tratando de moderar tu evaluación de tal manera que se garantice en todo la discreción, pues esta es la madre de todas las virtudes” (Epistulae, I: PL 112, col. 1510 C). Así se ve la continuidad de la fe cristiana, que tiene sus inicios en la Palabra de Dios, la cual siempre está viva, se desarrolla y se expresa de nuevas maneras, siempre en coherencia con toda la construcción, con todo el edificio de la fe.
Dado que la Palabra de Dios es parte integrante de la celebración litúrgica, Rabano Mauro se dedicó a ella con el máximo empeño durante toda su vida. Redactó explicaciones exegéticas apropiadas casi para todos los libros bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, con una finalidad claramente pastoral, que justificaba con palabras como estas:”He escrito esto (…) sintetizando explicaciones y propuestas de otros muchos para prestar un servicio al pobre lector que no puede tener a su disposición muchos libros, pero también para ayudar a quienes en muchos temas no logran profundizar en la comprensión de los significados descubiertos por los Padres” (Commentariorum in Matthaeum praefatio: PL 107, col. 727 D). De hecho, al comentar los textos bíblicos recurría ampliamente a los Padres antiguos, con predilección especial por san Jerónimo, san Ambrosio, san Agustín y san Gregorio Magno.
Su notable sensibilidad pastoral lo llevó después a afrontar uno de los problemas que más preocupaban a los fieles y a los ministros sagrados de su tiempo: el de la Penitencia. Compiló “Penitenciarios” —así los llamaba— en los que, según la sensibilidad de la época, se enumeraban los pecados y las penas correspondientes, utilizando en la medida de lo posible motivaciones tomadas de la Biblia, de las decisiones de los concilios, y de las Decretales de los Papas. De esos textos se sirvieron también los “carolingios” en su intento de reforma de la Iglesia y de la sociedad. Esta misma finalidad pastoral tenían obras como “De disciplina ecclesiastica” y “De institutione clericorum” en los que, recurriendo sobre todo a san Agustín, Rabano explicaba a personas sencillas y al clero de su diócesis los elementos fundamentales de la fe cristiana: eran una especie de pequeños catecismos.
Concluyo la presentación de este gran “hombre de Iglesia” citando algunas palabras suyas en las que se refleja su convicción de fondo: “Quien descuida la contemplación (“qui vacare Deo negligit“), se priva de la visión de la luz de Dios; quien se deja llevar de modo indiscreto por las preocupaciones y permite que sus pensamientos se vean arrollados por el tumulto de las cosas del mundo, se condena a la imposibilidad absoluta de penetrar en los secretos del Dios invisible” (Lib. I: PL 112, col. 1263 A).
Creo que Rabano Mauro nos dirige hoy estas palabras: en el trabajo, con sus ritmos frenéticos, y en los tiempos de vacaciones, debemos reservar momentos para Dios. Abrirle nuestra vida dirigiéndole un pensamiento, una reflexión, una breve oración; y, sobre todo, no debemos olvidar el domingo como el día del Señor, el día de la liturgia, para percibir en la belleza de nuestras iglesias, de la música sacra y de la Palabra de Dios, la belleza misma de Dios, dejándolo entrar en nuestro ser. Sólo así nuestra vida se hace grande, se hace vida de verdad.