Estar peor, siempre
Cuando creíamos que no podíamos recibir más malas noticias por la peste que nos aflige desde hace seis meses. Cuando creíamos que, al contrario, las buenas noticias podían empezar a sonar porque habríamos alcanzado, al fin, la prometida meseta; que ya no había colas ni en los hospitales o en los centros de abasto de oxígeno; o que las muertes por C19 reducían. Cuando creíamos que la agenda pública variaba a temas como cronograma para la recuperación económica; campaña, candidatos y planes presidenciales. Cuando creíamos que con todo eso, y pese a sus limitaciones, se restablecía el orden en nuestro país, estalló la bomba política de la vacancia presidencial por unos audios banales mostrados por el congresista arequipeño más votado en la reciente elección congresal: Edgar Alarcón. ¿Podemos sorprendernos de eso?
Es decir, en medio de la peor crisis nacional de nuestra historia, similar o peor a la del terrorismo o la guerra con Chile, según expertos, nuestros políticos, congresistas y el mismísimo presidente Vizcarra, generan un caos que propiciaría que, en pocos días, no tengamos gobierno. Es decir, sumergirnos y ahogarnos en un caos mayor que, a decir de Hobbes, permitiría que la destrucción, muerte y desolación, se ahonde.
¿Las razones de esta crisis son porque hay una discusión irreconciliable sobre temas que tienen que ver con la salud pública, la reconversión de la economía, nuevas reglas electorales, reformas o cambios profundos para no repetir la vergüenza internacional de ser el país que peor ha respondido a la actual crisis global? No, las razones son pedestres y banales. Las razones son de calzón; es decir, amoríos ponzoñosos, infidelidades, celos y odios; o sea, de nuevo, la actividad transversal de nuestras autoridades políticas. La única, dirán algunos.
¿Comprende nuestra clase política el daño mayor que están causando al país, con su pedido de vacancia presidencial por trivialidades? ¿Comprende nuestro accidental mandatario, el perjuicio que genera al país, el haber convertido su despacho en un antro de intrigas y/o veleidades carnales, que deben ser privadas, pero que se publicitan porque ni siquiera controla su propia intimidad? ¿Podemos esperar que nuestra clase política haga un esfuerzo mínimo de racionalidad, desvíe su atención y se concentre en temas de verdadero interés para el país, no sólo por la actual coyuntura, sino por las elecciones generales que vienen? La respuesta es no.
La razón de ese desalentador no es porque la política es así; es decir, no es aquella ensalzada que se piensa o escribe, inspirada en los ideales que soñaron los clásicos griegos. Es probable que muchos la conciban y asuman de esa manera; sin embargo, como bien lo planteó Weber, así como la política tiene algo de angelical, también lo tiene de endemoniada, al extremo que se entrecruzan o confunden, haciendo que la buena política termine haciendo el mal y la mala política termine haciendo el bien. “Quien no se da cuenta de eso, es un niño” decía el gran sociólogo alemán.
La hipótesis weberiana la pueden fácilmente corroborar quienes ejercen la política profesionalmente, o quienes coquetean o han coqueteado con ella, alguna vez en su vida. Todos ellos dirán que la real politik está hecha de artimañas, paranoias, complots, cinismo y, lo fundamental, traiciones (si lo dudan, pregúntenle a Vizcarra). Todo eso es mucho más dramático cuando sus actores son bribones, corruptos y cacasenos, como bien describió Vargas Llosa a la clase política peruana. Quizá algunos no lo sean, pero son casos muy, pero muy excepcionales. Nuestra historia arroja, inobjetablemente, una amplia mayoría de políticos que son o terminan convertidos en auténticos cerdos.
Sin embargo, en la actual trama política nacional, hay otro actor fundamental, como bien lo enfatizó Kike Zavala en una entrevista que recientemente me hizo: los medios de comunicación. Como sabemos, ellos tienen un rol especial en este juego. Interpretan, informan o dan cuenta de la situación, según los hilos o intereses que los titiritean o representan. Es claro que muchos medios vienen actuando con gran hemiplejia moral e, incluso, se han vuelto estercoleros noticiosos, falseando, escondiendo o simplemente defendiendo lo indefendible, ya sea en el bando gobiernista, o antigobiernista. Pero, ¿esa actuación de los medios es extraña en nuestro país? Otra vez, no. Es decir, hay muchísima tinta regada describiendo o contando cómo es que los medios, mayoritariamente, han estado al servicio del poder de turno. Es más, somos de los pocos países en el mundo que, incluso, una dictadura autoproclamada de revolucionaria y popular, embargó todos los medios de comunicación, para su absoluto control mediático, pues muy gramscianamente, pensaban los espadones de entonces, que el dominio absoluto de la sociedad, se produce cuando se decide qué es lo que se debe dar a conocer o informar a la población.
Quizá la gran novedad, actualmente, es el nuevo objetivo o papel que tendrían los medios de comunicación, en este nuevo tipo de sociedad que nos ha tocado vivir, al que filósofos como Baudrillard, llamó posmoderna. Para él, los medios comunicacionales e infocomunicacionales (es decir, los tradicionales y modernos), desdibujan la realidad, crean una hiperrealidad; es decir, nuestra visión, percepción o comprensión de los hechos o acontecimientos de nuestro entorno y del mundo en general, dependen mucho del modo en que los vemos, leemos u oímos en lo medios. En otras palabras, la radio o televisión, por ejemplo, no solamente no informan lo que realmente sucede, sino que construyen una realidad alterna o fantasiosa; lo que ellos, al fin y al cabo, quieren darnos a conocer. Quizá el freno a eso pudo ser las TICs, a la que todos tenemos acceso, pudiendo convertirnos en buscadores y difusores independientes de información real; sin embargo, sabemos que ello ha tenido poco desarrollo con la aparición de los troles; es decir, mercenarios informáticos, destructores de esas iniciativas, a punta de insultos y demás abyecciones, siendo los fakenews, una de sus expresiones.
Esa es la realidad. Sobre ella, montamos nuestra propia realidad, siempre con el toque de sabor nacional; es decir, el infaltable ingrediente de autoridades políticas y periodistas que parecieran emerger de las sentinas. Binomio siniestro que contribuyen a hacernos pensar y sentir que en nuestro país podemos estar peor, siempre.