Cavilaciones virales, dos
Nos engañaron, no fue una cuarentena. Por lo visto, será, casi, una sesentena de encierro para frenar la expansión del Bicho19. Pero, éste, avanza y avanza. Las cifras son tétricas. ¿Será por eso que ya, ni siquiera, circulan memes o vídeos alentadores basados en el Pentateuco, dándole a la cuarentena un poder divino y sanatorio? ¿Será por eso, que ya, ni se escuchan cánticos a las ocho de la noche, o cacerolazos techeros, protestando, dicen, contra nuestras inmundas autoridades locales, pero que en realidad son de las pocas distracciones colectivas que hemos descubierto en estos ya laaaargos días de confinamiento?
El gobierno sigue repitiendo cada mediodía que su fórmula salud sí, economía no, está dando resultados. Falsa dicotomía, fruto de nuestra gran ingenuidad, mediocridad… o ignorancia de nuestras autoridades. Cada vez, menos gente le cree, mucho más cuando se entera o mira las imágenes de hospitales con cadáveres ya abarrotados, o cementerios que empiezan a construirse, en lugar de los prometidos hospitales de urgencia. Y le cree muchísimo menos cuando se entera que en medio de la incesante peste, miembros de su propio gabinete, esos que orondos salen a pontificar sobre ciudadanía en tiempos de cuarentena, esos, le siguen robando al Estado con compras fraudulentas. Gente de mierda. Ya no sólo son corruptos, sino malditos traidores que, según la descripción dantesca del infierno, deberían estar acompañando a Satanás. Dicen que el Bicho19 está eliminando muchas cosas y cambiando el planeta, pero si no elimina a esa gente de mierda, este bicho no habrá servido de nada, me imagino que estaría despotricando Andrea Quevedo.
Desde hace días, las siete de la mañana son distintas. Hay que levantarse temprano y acicalarse un poco para empezar clases encendiendo la computadora. La UNSA, contra viento y marea, y la oposición de sus gremios profesorales y estudiantiles, decidió iniciar el año académico de manera enteramente virtual. Hecho histórico, en sus casi doscientos años de existencia. Además, es la única universidad pública que lo ha hecho. El resto, la mayoría, está en una situación cadavérica, no por el Bicho19, sino desde antes. Como nunca, los alumnos más puntuales y entusiasmados. Me contagio de su actitud. La juventud es la esperanza del futuro, no sé quién lo dijo, pero repito la frase para mis adentros.
Les obligo a leer a Epicuro. Les ordeno resumir sus principales ideas; pues, en el fondo, quiero que descubran en ese filósofo una fórmula que pueda sacarlos de la angustia, depresión y miedo en la que, seguramente, están sumidos, como todos. Decía este clásico griego, que para lograr la ataraxia, (tranquilidad, seguridad y fortaleza), hay que perderle el miedo a la muerte, que hoy nos coqueta día a día. Es más, Epicuro proclamaba que nada como la cercanía a la muerte para entender y valorar la vida. Este Bicho19, nos ha dado un sopapo diciéndonos que no somos Homo Festivus. Ojalá que ese sea el principal aprendizaje que saquemos de todo esto.
Esas clases han venido acompañadas con un nuevo lenguaje con el que ahora nos comunicamos con colegas y amigos: Meet, Moodle, Zoom, Microsoft teams, Instagram live, y un largo etc. No hay caso, somos una especie en permanente aprendizaje, incluso en medio de las peores circunstancias. Así ha sido y será siempre. Esa es la fórmula por la que siempre hemos sobrevivido: no por nuestra capacidad biológica, sino por nuestra necesidad y/o voluntad de aprender. Saber que mañana o pasado tengo un encuentro con los alumnos, es un compromiso, una responsabilidad, un aliento de vida en este escenario tanático que ha dibujado el Bicho19.
A diferencia de estas últimas mañanas, las tardes siguen siendo rutinarias: enclaustrarme en mi bunker y, casi al azar, escoger un libro; leerlo o releerlo; hurgar en escondrijos y seleccionar lo que creo que ya no sirve o será útil para mañana; armar paquetes para la basura. Mirar fotos, recordar; escuchar algo de música, recordar. Seguir subiendo al techo para contemplar el panorama y encontrarme, nuevamente, con algunos vecinos. Cuando esto pase, los invitaré a casa, me prometo.
Siete u ocho de la noche. Merly vuelve a llamarme para preguntarme si quiero el té. No hay cena nocturna; sólo té y, quizá, pan o tostada de la mañana. Para eso almorzamos bien, dice ella. Efectivamente, hace malabares para engreírnos con un almuerzo nada franciscano, con postre incluido. Fabio y Josué no se quejan. Están contentos, pues si terminaron sus tareas, saben que llegó el momento de sentarnos y ver una película o seguir con la serie (ya terminamos la quinta temporada de Better call Saul). Toca película, sigo las recomendaciones de Omar Zevallos, nunca falla.
Nueve o diez de la noche, hora de meterse a la cama. He aprendido a acostarme temprano, porque ya no cierro el día enchufado al televisor y viendo noticieros. Ahora cierro el día llamando a mamá. Me reconforta saber que, junto a Mirian y Silvia, mis hermanas, está bien. Le agradezco a Dios, porque ellas me cuidan, sino qué sería de mí, dice casi sollozando. En ese momento, me aterra pensar que ni siquiera podría viajar a verla, si le pasa algo. Una última lectura, hasta cerrar los ojos y saber que mañana no será un día menos de cuarentena, ni de sesentena. En realidad, no nos engañaron cuando dijeron que esta crisis duraría quince, veinte o cuarenta días; nosotros nos engañamos creyendo que el Bicho19 se iría en tan poco tiempo. Principio de realidad, receta el psicoanálisis para activar el Yo: el túnel durará un año, por lo menos. Buenas noches.