Liderazgo y pandemia
En medio de la actual crisis que vive nuestro país, y el mundo, por el avance de la pandemia, un concepto clásico de las ciencias sociales ha retornado con fuerza y, a la vez, está siendo reclamado, aquí y todo el planeta: liderazgo; es decir, la capacidad de influir y orientar a la sociedad hacia un objetivo o logro concreto. Esta definición, simple por cierto, muchas veces viene acompañada de otros voces, como promover, motivar, gestionar, planificar, incentivar, y un largo etcétera de cualidades o habilidades que, en el sistema socio-político del mundo actual, recae en una sola persona: los mandatarios o jefes de gobierno.
Es decir, en una coyuntura tan especial como la actual, en donde la humanidad, prácticamente, bordea el abismo, se requiere que nuestras autoridades, como nunca, muestren todos sus músculos para sacarnos de este atolladero, porque justamente para eso los elegimos, para orientarnos, conducirnos, motivarnos; darnos esperanza, e, incluso, fe. En otras palabras, utilizando la clásica clasificación weberiana de liderazgo; hoy, el mundo requiere que, en una sola persona, se concentre el líder legítimo, tradicional y carismático.
Ese tipo de liderazgo no está apareciendo en todo el mundo; es más, los norteamericanos, ingleses, españoles o italianos, por citar algunos ejemplos del primermundismo, ven pasmados cómo sus mandatarios están haciendo gala de una ausencia total de manejo de esta crisis, y las consecuencias las están pagando muy caro, lamentablemente. Algo similar podemos decir respecto a nuestros vecinos, especialmente Brasil, cuyo presidente sigue más preocupado en celebrar su cumpleaños, que atender el estado de emergencia de su país.
Justamente, es la comunidad internacional la que mira a nuestro país, y en especial a nuestro accidental mandatario, Martín Vizcarra, como un ejemplo de liderazgo por haber reaccionado a tiempo con las medidas que hoy mayoritariamente estamos experimentando, muy a nuestro pesar. Es decir, hay que reconocer que en estos momentos aciagos, se hace sentir el liderazgo ejercido por nuestro presidente, lo que no significa aplaudirlo ciegamente, pues hay varias deficiencias; sin embargo, en un balance general, es bueno que el país sienta que está siendo orientado e incentivado por un mandatario que da la cara, enfrenta los retos e, incluso, infunde confianza y fe. Todo lo contrario a lo que viene sucediendo en nuestra región; es decir, en Arequipa, la segunda ciudad del Perú, no hay nadie, absolutamente nadie, que oriente, influya, o mínimamente gestione, la actual crisis.
El papel de nuestras actuales autoridades de gobierno es infausto. No hay ninguno que mínimamente asome como el líder que necesita la región, de manera urgente. Ni uno sólo. No aparecen, y si lo hacen, es solamente para dar vergüenza, poniéndose así a la par con nuestro Gobernador Regional. Ni qué decir de nuestros nuevos congresistas regionales, pues siguen en modo fantasmal, sin darse cuenta aún del papel que les toca asumir. Si eso sucede en el campo gubernamental, en el campo político, ocurre lo mismo, pues no aparece nadie, de ninguna cantera, que tenga una voz.
Quizá esa voz hay que encontrarla en la academia. La universidad local, especialmente la UNSA y la UCSM, es la que mejor está respondiendo a las urgencias de la actual coyuntura. Sería auspicioso que de allí salga ese liderazgo que hoy necesitamos y que se hace más urgente a medida que se acaba el período de cuarentena, pues que no nos extrañe que, pasado ese período, tal vez Lima, con Vizcarra a la cabeza, logre el objetivo de achatar la curva de infecciones. Ese resultado tranquilizará a la capital, pero no al Perú entero, ya que, por la conducta laxa de la población del interior del país, y, principalmente por la gran ausencia de servicios (recordemos que sólo Lima hace la detección del virus), la curva empiece a crecer en provincias. Si eso ocurre, ésa será la verdadera tragedia que nos dejará el maldito virus, pues con o sin pandemia, el espíritu centralista de nuestro país, seguirá manteniéndose; es decir, poco o nada le importará a Lima lo que nos pase, pues, al fin y al cabo, se tratará de simples cholos infectados. Como nunca, espero equivocarme.