Manutara y Jacarandá
El Manutara es para la Universidad Católica de Santa María lo que el Jacarandá es para la Universidad Nacional de San Agustín. Ambas son cantinas ramplonescas creadas y dirigidas estratégicamente para la población estudiantil de estas universidades. La estrategia es exitosa, pues son barsuchos que siempre están atestados de beodos y beodas, exhibiendo su embriaguez como un signo de distinción; ambas cuentan con la protección de autoridades ediles y judiciales; y lo mejor es que ambas tienen mucha prensa, lo que las hace más “famosas”. Pero hay diferencias que resaltan.
Manutara parece funcionar sólo los fines de semana. Su horario comienza al medio día; a veces presenta cantantes o grupos en vivo; tiene seguridad privada; expende cerveza u otros estimulantes embotellados. Es decir, quien maneja esa cantina saben que su público es el santamariano medio alto o bajo; pero medio al fin. El Jacarandá funciona todos los días. Su horario comienza a las siete de la mañana; sólo hay música estentórea; no hay ninguna seguridad y el alcohol casero es el trago más requerido por las sedientas gargantas de los usuarios agustinos. O sea, el suertudo dueño de ese barsucho sabe que su público es pura chinaca popular.
Otra singularidad del Jacarandá es que está rodeado de hostales pulgosas que complementan la consigna de la juerga universitaria; es decir, “borrachera y sexo a forro”, como dicen ahora los adolescentes. Claro, siempre y cuando tengan los diez soles que cuesta la habitación, si no es así, no importa, pues la fogosidad se aplaca a plena luz del día… o la noche. Esas son las razones que, aunado a las broncas y escándalos que protagonizan los imberbes borrachos, han motivado que los vecinos e instituciones de la zona, denuncien y planteen el cierre de esa cantina. Hay que reconocer que en algunas ocasiones la propia Universidad Nacional de San Agustín ha respaldado la iniciativa, pero todo ha sido en vano; es decir, el dueño del barsucho tiene más poder que los vecinos y la mismísima universidad agustina.
Lo mismo ocurre con las autoridades santamarianas, pues se que desde hace años han emprendido campañas judiciales para cerrar las cantinas que bullen a su alrededor, pero todo ha sido en vano; al contrario, éstas se han fortalecido y su expansión geográfica es más grande que la propia universidad.
Esta semana, un semanario local ha querido hacer noticia de algo que en la jerga periodística se llama “refrito”; o sea, presentar ese hecho (el de las cantinas universitarias) como una novedad cuando no es así. Lo peor es que, al más puro amarillismo, el titular de portada difiere con la información presentada internamente. En el mundillo periodístico, eso no es casualidad, sino que responde a ciertos ánimos crematísticos, práctica común de quienes hacen del carné informativo una chaveta.
Sin embargo, quiero creer que la intención de ese semanario ha sido la de denunciar y poner en agenda un problema que, a mi entender, es más grave en la UNSA, ya que “la destrucción de neuronas”, como describe la reportera, sería mayor en la universidad estatal que en la privada. Ojalá, también, que las autoridades de ambas universidades vuelva a preocuparse por ese tema cerrando esas cantinas y resuelvan, de paso, la paradoja de enorgullecerse con tremendas facultades de derecho, pero que no ganan ningún juicio.