Esperando
Aquí le pongo punto final a la entrega sobre los ganadores del I Concurso Literario de El Búho y la Alianza Francesa. Ojo que por punto final me refiero al género cuentístico. Luego les entregaré los tres ganadores en el género ensayo. El tercer lugar en cuento es de Carlos Cornejo Roselló Chávez, licenciado en Filosofía en la UNSA, con estudios de posgrado en la PUCP.Esperando
Las patadas llegaban de todos los lados imaginables, hasta parecía que el suelo hacía su parte. No debió haber caído, pero fue inevitable. La primera llegó contundente y veloz al pecho; y mientras salía disparado, su cuerpo fue tomando una posición fetal en el aire, hasta que la pared lo volvió a estirar.
Simplemente lo estamparon. Con las palmas abiertas, tanteó buscando algo que pudiera servir como apoyo. Una cornisa, una cavidad, una ventana; cualquier cosa de la que pudiera aferrarse. Sabía que en esos casos, caer siempre es fatal. Pero la segunda patada en la boca del estómago, que dobló casi por completo su cuerpo, obligó a sus manos a que dejaran la búsqueda para coger su vientre mientras se iba poniendo de cuclillas. En el mareo de la caída, vio clarísimo cómo se acercaban esos puntitos negros y amorfos de la mayólica, que de verde la hacían parecer ploma. Y cuando ya sus rodillas rozaban el piso, la tercera patada directa a la cara lo devolvió hacia la pared, haciendo que se desdoble y contorsione como un muñeco de trapo. Y la cuarta, en la nuca, envió su cara contusa y desorientada contra el suelo. Otra vez los puntitos, más grandes, completamente distinguibles del verde de la mayólica.
Cómo ir así al trabajo, con la tremenda hinchazón que seguro ya tenía en el ojo y que por la mañana sería atroz; para la risa de Juan, con su eterna corbatita azul; y las preguntas y preocupación, eso sí sinceras, de Teresa y Rocío. Sintió dos patadas más en las costillas, de ambos lados. A partir de ahí perdió la cuenta. Mientras las patadas continuaban por todo el cuerpo, la mayoría entre el torso y la cabeza, aprovechó e intentó zafarse apoyando su cuerpo en un brazo y cubriendo su cabeza con el otro. Estaba en eso cuando una patada dobló su codo, sintió un crujido y el dolor subió veloz hasta el hombro, volvió a caer lo poco que logró levantarse. Eso fue todo, levantarse sería imposible. Quizá arrastrarse. Intentó hacerlo hacia lo que creía era adelante, el instinto siempre dice para adelante. Sentía que con todo ese esfuerzo había avanzado kilómetros; pero también sabía que prácticamente no se había movido. Ya no iría a trabajar, era un hecho. Ni risas ni preguntas y trabajo acumulado para unos días.
Con un esfuerzo maquinal, entumecido, levantó la cabeza buscando algo que pudiera salvarle, recordaba una puerta por ahí; pero sólo encontró una pared bastante lejana que se fue perdiendo detrás de una bota. Ya que no iría a trabajar podría salir por la tarde con René, llevarlo al parque para jugar a los penales, a sus cuatro años probablemente no se daría cuenta de nada, ojalá. Claro que aún estaría un poco adolorido; pero hacía tanto tiempo, como le decía Madeleyne, que no se portaba como padre y que no tenía tiempo más que para tonterías y la televisión. ¡Made! Cómo explicarle cuando llegue a casa hecho un susto; preguntaría por todas las posibilidades imaginables, buscaría vendas, llamaría por teléfono, lloraría agarrándose la cabeza, o tapándose la boca algo abierta con la mano temblorosa. Todo a la vez. Y cómo soportar además el dolor de Made. Sintió unas náuseas incontenibles, unas arcadas tan fuertes que lo doblaban; pero no podía devolver nada, sólo ese sabor a sangre y la sensación de ir tragándosela cuando lo que quería era vomitar. Tenía que hacer algo, lo que fuera para terminar con eso. Intentó ovillarse. Poner los antebrazos en la cara como escudo y doblar las piernas hasta juntar las rodillas con los codos. Igual que René cuando le hacía cosquillas. Como una tortuga, papi. Se sintió seguro, compacto.
Y las patadas no perdonan y duelen y no es cierto que llegue un momento en el que ya no se siente. Cada patada la sentía más fuerte que la anterior; y su única esperanza era llegar hasta ese incierto momento; pero de llegar a ocurrir faltaba mucho, el cuerpo se lo decía. Una vez más no podría llevar a René al parque y menos aún al médico por el problema de la erre; nuevamente tendría que ir Made sola, molesta, pero quizá por esta vez entendería. Y la tortura fue cediendo igual que con las cosquillas. Ya no llegaría a casa esa noche, era un hecho; toda la escena ocurriría en el hospital. Y cada golpe, certero, preciso, meditado caía en un nuevo lugar; como si su cuerpo fuese inmenso, recibiendo y recibiendo. Pero también sentía que esa inmensidad se iba reduciendo, cada patada rompía algo hasta llorar. La dureza del cuerpo que por primera vez se le presentaba, ahora como recuerdo, iba rompiéndose lentamente, el zumbido en el cerebro se fue desvaneciendo, los espasmos disminuían, las contracciones en el cuello venían menos bruscas, el temblor del cuerpo se hacía más leve. Sentía que se formaba algo así como una masa que crujía cada vez menos; como si cada hueso fuese carne blanda, amoratada, reventada; era un cuerpo de hule que, maldita sea, aún dolía. Ahora el dolor era uno y tenía mucho sueño. René ya estaría durmiendo.
Vio cómo la sangre, que manaba de un ojo aún entreabierto, se juntaba con el polvo y los puntitos negros de la mayólica. Unos minutos después, cuando la sangre ya casi se coagulaba, se dio cuenta que las patadas habían cesado. Por fin todo terminó. Ahora sólo tendría que esperar a que alguien le ayude. Sólo sería cuestión de tiempo. Sí, ya sentía que intentaban levantarlo jalándolo por la casaca, pero con toda esa sangre no se podía, así que lo cogieron de los cabellos y lo arrastraron hacia la puerta. Sintió como si removieran una costra blanda. Ya más allá, donde no se resbalaban con la sangre, volvieron las patadas. (Carlos Cornejo Roselló Chávez)
Muy buen cuento.