Primeros balances del segundo alanismo
1. Si el 2009 la crisis internacional logró frenar el explosivo crecimiento económico que había comenzado a registrar el Perú, fue sobre todo porque las matrices de las transnacionales con operaciones en el Perú ordenaron paralizar inversiones. Sus ejecutivos en el país estaban en desacuerdo, porque percibían que al Perú no lo paraba nadie, pero la decisión vino de fuera.
Lo que ha sucedido con las inversiones y el crecimiento económico en el 2010 es una confirmación de que pasado lo peor en el ámbito internacional (por lo menos en el corto plazo), el sector privado ha tomado una velocidad de crucero que ni las elecciones presidenciales de abril detendrán, ceteris paribus, en las preferencias electorales. Con Asia creciendo a los niveles que lo viene haciendo, tenemos para cinco años más de un crecimiento explosivo.
2. Si bien la construcción, el comercio y las agroexportaciones se han convertido en actores relevantes de este boom y le están dando una nueva cara y soporte a la economía, parte importante de los recursos que están detrás de todo este auge y del crecimiento de la demanda interna sigue proviniendo de la minería. Hay quienes consideran que el proceso de darle valor agregado a nuestra producción ya ha comenzado, pero es tan incipiente y aislado que, en el conjunto, seguimos siendo una economía primario-exportadora. Se puede decidir ver el crecimiento de nuestras exportaciones no tradicionales y creer lo primero, o mirar la estructura de las exportaciones totales y creer lo segundo. El vaso medio lleno o medio vacío. Lo concreto es que con esta estructura productiva nada aún está asegurado; así no llegaremos muy lejos. Lo único seguro en este momento es que los recursos para la explotación minera continuarán llegando. Las noticias sobre las inversiones en este sector y sobre las mineras juniors han abundado el 2010, y el 2011 seguirán haciéndolo y sorprendiendo.
3. En relación con lo anterior, inevitable mencionarlo: educación, innovación, ciencia y tecnología. No estuvieron en el primer nivel de prioridades en las recomendaciones de Porter al país en la CADE de noviembre último, donde la seguridad y la corrupción aparecían primeras en la lista de tareas pendientes. Estas prioridades de Porter merecen desde ya una atención especial, pero asumiendo que en este espacio nos estamos refiriendo “estrictamente a lo económico”. En la lista arriba mencionada está la clave para que demos el gran salto hacia una economía desarrollada, inclusiva, sostenible. El 2010 se vieron “avances” solo en la toma de conciencia respecto de lo vital de estos puntos. Pero lo concreto es que no hemos avanzado mucho, en realidad nada. Solo en julio del 2011, cuando asuma el nuevo gobierno, podremos ver si en el siguiente lustro tendremos una política de innovación, ciencia y tecnología que nos permita sentar bases sólidas para un crecimiento económico sostenido, y una política educativa que, además de lo anterior, nos transforme en una sociedad más justa y con igualdad de oportunidades para todos. Por el momento, el vaso está casi vacío.
4. Además de las inversiones privadas, el pulmón principal de lo que viene sucediendo en el país proviene de un conjunto de esfuerzos individuales que, sea desde el ámbito privado (principalmente), sea desde el público, están haciendo posible este despertar. Gastón Acurio desde Apega, Ricardo Briceño desde la CONFIEP, Carlos Paredes desde Sierra Productiva, son solo algunos ejemplos. En este sentido, un hecho clave del 2011 al que hay que prestarle toda la atención es la elección del presidente de CONFIEP, que se producirá en marzo. La diferencia o distancia entre la capacidad y el rol que ha jugado Ricardo Briceño en la CONFIEP, y el de sus predecesores más recientes, es abismal. Un retroceso en el perfil del próximo presidente de la CONFIEP implicaría un retroceso en la construcción de una clase empresarial moderna y en el proceso de fortalecimiento institucional del sector privado descentralizado que con mucha visión ha iniciado Briceño.
5. Los conflictos sociales. El problema de fondo sigue latente. Detrás de cada historia de poblaciones que se levantan para protestar por tal o cual inversión privada, el patrón es el mismo: falta de conocimiento, de comprensión y de respeto por la realidad social en la que el actor privado se va a insertar. A ello se suma un Gobierno Central generalmente parcializado con la gran inversión privada, hasta que algún paro o toma de carretera amenaza con desestabilizarlo. No hay una estrategia efectiva, ni la habrá hasta que el punto de partida no deje de ser “yo tengo la razón, vamos a ver cómo convencemos a estos ignorantes”. Hay casos exitosos, cuyo estudio y difusión podrían ayudar a lograr una convivencia más armoniosa entre las empresas y la sociedad.
6. Seguimos firmando tratados de libre comercio, pero no sabemos necesariamente para qué, aunque algunos crean que sí. No tenemos una estrategia económica, comercial, política, con el mundo. Para muestra un botón: Brasil. Inambari, el proyecto de irrigación que empresas de ese país buscan construir en la selva peruana, es el ejemplo más cercano para nosotros de cómo Brasil sabe claramente dónde va y qué es lo que quiere (en general lo ha mostrado todo el 2010 en diferentes foros internacionales), mientras que en el Perú, cual niño que se calma con un chocolate, básicamente nos dejamos impresionar con todo aquello que esté bajo el título de inversión privada, y si es por cientos de millones, ya para qué pensarlo: quien lo hace es un antisistema. No hay indicios de que esto cambiará en el corto plazo, pero nuevamente julio será el momento clave para saber si podemos o no ilusionarnos con un nuevo gobierno, uno con visión y ambición.
7. Una internacional relacionada con lo anterior. La reunión del G-20 de mediados de noviembre del 2010 ha marcado un nuevo punto de referencia en lo que serán las relaciones de poder en el mundo en los siguientes años. Con las secuelas que la crisis dejará en los Estados Unidos, China debe convertirse en la primera potencia económica del mundo hacia el 2020 (el 2010 se ubicó ya en el segundo lugar, desplazando a Japón), pero ya está haciendo sentir su peso internacional. En esa cita logró contener las presiones —sobre todo— estadounidenses para apreciar su moneda, es decir, para que la salida a la crisis pase sobre todo por su ámbito de decisiones, mientras Estados Unidos sigue sin asumir el costo que le toca pagar. Digamos que China ya casi tiene la sartén por el mango, y ésta es una realidad que no podemos dejar de tener en cuenta en un mundo globalizado Al igual que con Brasil, y por más que andemos firmando TLC con toda Asia, no podemos afirmar que el Perú tenga una estrategia de integración. Brasil sabe qué quiere del Perú, China también; ¿sabemos nosotros lo que queremos de ellos?
El Perú está viviendo un proceso de transformación radical, difícil de conmensurar y comprender, aunque igual de difícil sea saber dónde nos llevará. Somos un país en el que las cosas parecen suceder casi “por arte de magia” (algunos dirán por “el libre mercado”). Pero no basta. El gran ausente en los temas prioritarios de la agenda por realizar sigue siendo el Estado. Solo en julio del 2011 podremos saber si el siguiente lustro será diferente, si el 2016 estaremos en capacidad de afirmar que estamos verdaderamente enrumbados. Ojalá nos alcance el tiempo. (David Rivera)
Toda repetición es una ofensa.- Acaso el dato más importante de este año haya sido esta ecuación, aún sin resolver, que combina un alto crecimiento económico con una baja aprobación política presidencial. Y si bien esto tiene explicaciones como los escándalos de corrupción, el alza de precios, la falta de trabajo decente y los bajos salarios e ingresos de la población, lo cierto es que esta suerte de estilo fujimorista del presidente Alan García —que consiste en establecer como vínculo principal con la sociedad las obras— no ha funcionado. El Gobierno ha dicho que ha inaugurado decenas de miles de obras en todo el país, pero parece que la población considera que esto no es suficiente para establecer lo que podemos llamar una lealtad política y electoral con el mismo Gobierno.
El mejor indicador de ello son los resultados de los últimos comicios regionales. El APRA solo ha ganado un Gobierno Regional (La Libertad) y ha vuelto a perder el de Trujillo. También se puede decir que al resto de partidos nacionales, en especial al PPC, tampoco les ha ido bien, más allá de los meritorios triunfos, por cierto, del Partido Nacionalista (PNP) en Cuzco y Arequipa. Se puede argumentar que la importante victoria de Fuerza Social (FS) en Lima abre una esperanza, pero esa esperanza tomará tiempo en madurar y tendrá que enfrentar la prueba ácida de las elecciones presidenciales.
El otro dato de las elecciones regionales es que a los nuevos “partidos nacionales” —Alianza para el Progreso (APP) y Somos Perú (SP)— no les ha ido tan mal. Sin embargo, dudo mucho de que ambas fuerzas puedan ser calificadas de tales. APP es, antes que un partido, una máquina electoral que recluta líderes regionales gracias a su poder económico, y SP es una suerte de partido municipal que no ha podido, hasta ahora, ingresar en las ligas mayores. La mejor demostración de ello es que ambas organizaciones han tenido que establecer alianzas por su evidente dificultad para enfrentar, como partidos nacionales, las próximas elecciones. En la misma línea podemos ubicar al Movimiento Nueva Izquierda (MNI), al Partido Humanista (PH), Acción Popular (AP), al Partido Popular Cristiano (PPC), a Renovación Nacional (RN) y a otros grupos menores.
Vinculado a este hecho, los movimientos regionales —que han jugado un papel destacado en las últimas elecciones— no tienen potencial y capacidad, salvo en sus propias regiones, para convertirse en reales opciones frente a los llamados partidos nacionales. Se puede concluir, por lo tanto, que la crisis de representación, la poca institucionalidad de los partidos, su fragilidad y su escasa conexión con la sociedad seguirán su curso, y que todo eso será un factor importante que estará presente en las próximas elecciones.
Sin embargo, sería un error pensar que todo ello —y me refiero particularmente a la crisis de representación— encontrará una solución en las elecciones presidenciales. Si se observa bien cómo están marchando —sobre todo en cuanto a candidaturas— se puede constatar que lo más probable es que tengamos una gran dispersión política. Por ejemplo, hay cinco candidaturas de derecha: Luis Castañeda (Solidaridad Nacional), Mercedes Aráoz (APRA), Alejandro Toledo (Perú Posible), Keiko Fujimori y este conglomerado de agrupaciones que acaba de lanzar a Pedro Pablo Kuczynski a la Presidencia, en el que destaca el PPC. Saber qué diferencia a todas ellas supondría un ejercicio de alta política que difícilmente la mayoría de electores estamos en capacidad de hacer. Lo más probable, en este contexto, es que las campañas electorales de todos estos grupos tendrán como características: a) levantar el llamado continuismo económico neoliberal; b) desarrollar campañas básicamente mediáticas que girarán en torno al candidato; y, c) emplear la guerra sucia como principal arma electoral sobre todo contra los candidatos progresistas. Esperar propuestas o debates programáticos serios en este sector sería un error.
En la otra orilla —me refiero al campo progresista— las cosas aún no están claras. Lo más probable es que tengamos más de un candidato. Lo que demostraría que la irracionalidad política no es patrimonio exclusivo de la derecha. Cuando la derecha se divide, como hoy sucede, la izquierda (incluyo al nacionalismo), en lugar de aprovechar la oportunidad e ir unida para tentar seriamente el triunfo, repite la vieja historia de la división.
Me parece que todos estos hechos muestran que los próximos comicios presidenciales, por el nivel de dispersión electoral y fragmentación política, serán una lucha encarnizada entre un conjunto de minorías políticas. Eso, creo, ha sido el patrón de estos últimos años y del cual hasta ahora no hemos podido salir.
Por eso, cuando me preguntan: “¿Qué nos dice el 2010 del 2011? ¿Qué sacamos en claro de lo que hemos visto en este año y cómo repercutirá en el próximo? ¿Vamos bien? ¿Vamos mal? ¿O simplemente vamos?”, respondería que lo más probable es que solo “vamos”, con un añadido: la guerra sucia que la derecha desarrollará en esta campaña contra las fuerzas progresistas alcanzará, acaso, niveles nunca vistos. El problema es que la alta conflictividad que se vivirá en estas elecciones no tendrá como salida una nueva representación política capaz de crear nuevos marcos institucionales para encauzar esta conflictividad. La otra cara, cuando existe una crisis de representación, es una conflictividad sin solución, más allá de que esta misma conflictividad sea el mejor escenario para crear una nueva representación. Estamos, nuevamente, desaprovechando una oportunidad.
Y si bien no creo que la unidad sea el elíxir para ganar estas elecciones, considero que en estos tiempos de división de la derecha, es el mejor camino para crear una nueva representación progresista en el país y salir de ese eterno y caótico “vamos”. (Alberto Adrianzén)