El venerable Clint Eastwood está imparable. Pareciera que a medida que se le acumulan los años, se vuelve más productivo, entregándonos casi una cinta al año. Para empezar el 2011, nos llega del notable actor, director, músico, guionista y muchos etcéteras, su más reciente trabajo que juega con un elemento varias veces abordado por la meca cinematográfica: el amor, pero no el terrenal, sino el “del más allá”.
Pero, muy a su estilo, Eastwood se sirve del tema para abordarlo de una manera más profunda, pues en realidad lo que el director se plantea es uno de los grandes temas de la humanidad: ¿existe el más allá? Sin grandes artificios y mucho menos espectaculares alegorías computarizadas, Eastwood nos presenta el tema a través de tres historias ocurridas en diferentes lugares del mundo, pero que luego se van a encontrar (quizá con un desenlace muy anunciado que le quita un poco de brillo).
Casi como respondiendo sus propias interrogantes acerca de la muerte (recordemos que Eastwood que ya está en base ocho), lo que hace el director es presentarnos de manera didáctica varias situaciones u opciones, como para que nosotros mismos decidamos cuál es la relación que queremos tener con la muerte y un posible “más allá”. Y muy a su estilo, esas opciones nos las cuenta sobriamente, con los tonos melancólicos y de languidez necesarios para este tipo de abordaje. Obviamente, que la música aquí también cuenta, pues, como debía ser, ésta es delicada y prudente, lo cual pone en evidencia, una vez más, el cuidado que le pone el director a cada una de sus escenas, siempre respetando las formas clásicas. En resumen, una pieza más de buen cine que nos entrega este venerable director.