“Si no soy yo, que se jodan todos”

¿Hay algo bueno que rescatar de este proceso electoral, a punto de culminar, en su primera etapa? Pareciera que nada, ya que lo que nos arroja es lo mismo de siempre: incertidumbre, desazón y sensación de salto al vacío; al igual que cada cinco años, como cada elección general que, en lugar de generar un mínimo de esperanza, lo que produce es desesperanza. En este proceso electivo, el asunto es más grave, puesto que estando en el hoyo de una terrible crisis sanitaria y económica, por efectos de la peste, nuestro sistema político se ha empeñado en hundirnos mucho más.

Ilusos todos los que creímos que el escenario desolador de contagios, colas por oxígeno o una cama hospitalaria, iba a sensibilizar a nuestros políticos para, mínimamente, buscar soluciones o respuestas conjuntas a estos dramas. Románticos todos los que pensamos que los bolsillos huecos de millones de peruanos que se han quedado sin empleo, iba a motivar a que nuestra veintena de candidatos presidenciales pensaran en cómo revertir la situación de manera urgente. Frente a esas dos demandas apremiantes, nuestros políticos han reaccionado como siempre: con generalidades o respuestas vacuas (incluso, algunos sin contestaciones ni planes de gobierno), con deslealtades, ofertas faraónicas o idiotas que en el fondo son burlas groseras y, en general, de espaldas al sufrimiento que hoy vive el país.

A lo largo de toda la campaña electoral, ninguno de los candidatos presidenciales ha dado señas concretas de solidaridad o humanidad ante los miles de peruanos sufrientes por la crisis pandémica. Es decir, a nadie se le ocurrió, por lo menos por propaganda electoral, donar un balón de oxígeno a un enfermo del covid, o realizar una pollada para obtenerlo. Al contrario, lo que hemos visto en la campaña, es una galería de personajes afectados por el Síndrome de Hubris; es decir, candidatos que sin haber ganado nada, ya se sienten envanecidos por el poder o viviendo en la nube que los desconecta de la realidad, regalando lo que no hay o negociando imposibles.

Faltando horas para que las urnas den el veredicto final, y ante el conocimiento que dicho resultado nos ponga en una situación prácticamente suicida como país, es mucho más iluso haber pensado que alguno de nuestros políticos, especialmente los que no tienen ninguna posibilidad de pasar a la segunda vuelta, den muestra de nobleza e integridad, declinando o llamando a sus seguidores a votar por candidatos más razonables. Una vez más, entre nuestros políticos ese gesto es inexistente, puesto que en ellos la única lógica que funciona es: “Si no soy yo, que se jodan todos”.

A pesar de todo ello, volvemos a la pregunta inicial: ¿hay algo bueno que rescatar de este proceso electoral? Creemos que sí. Sólo el hecho de regresar a las urnas, y mucho más en circunstancias tan adversas, para elegir a quien nos salga del forro, es algo que debemos rescatar y festejar, aún más recordando que ese ejercicio democrático lo venimos haciendo ininterrumpidamente por varias décadas, alejándonos así de la constante de gobiernos militares o dictatoriales que ha dominado nuestra historia republicana.

Otro aspecto a rescatar de estas elecciones es que, habiéndose dado con algunas modificaciones electorales, sabremos a partir del lunes 12, qué organizaciones políticas dejarán de serlo; es decir, el simple hecho de no alcanzar el mínimo del 5% de votación, los borrará del patrón electoral. Con eso, ya no tendremos a seudo partidos que sólo aparecen cada cinco años como vientres de alquiler al mejor postor, y protagonizando el escenario cantinflesco de tener una veintena de candidatos presidenciales.

En medio de tanta incertidumbre por los resultados electorales del domingo, el hecho de saber que nuestro sistema político estará conformado por menos organizaciones mafiosas, ya es una buena noticia.

 

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