Marzo, pasado y futuro tétrico

Llegamos a mitad de marzo, y nos hemos estremecido, tanto por su pasado reciente como por su futuro inmediato. Me refiero a que justamente hace un año, lo que había sido un rumor, o lo que considerábamos muy lejano, era una realidad que tocaba nuestras puertas: la declaratoria oficial por parte de la Organización Mundial de la Salud, que una nueva pandemia asolaba al mundo. Es más, ya se contaban los primeros infectados en nuestro país, y un domingo 15, el entonces presidente Martín Vizcarra, anunciaba que el Perú se sumaba a la cuarentena a la que había ingresado el mundo para frenar el avance de la peste. El resto es historia conocida; pues, a partir del lunes 16 de marzo, nuestra vida cambió.

Nos hemos estremecido al recordar esa fecha, porque volteando nuestra mirada por el año transcurrido, lo que vemos es básicamente desolación, pues estoy seguro que no hay familia en el Perú que no llore a un ser querido arrebatado por la peste; así como no hay nadie que haya vivido (o siga viviendo) atravesado por el miedo de contagiarse con el maldito bicho. Si eso nos ocurre a nivel personal, colectivamente la desolación es peor, pues, los datos oficiales nos enrostran que fuimos durante todo el 2020, el país que peor manejó la crisis sanitaria. No contentos con eso, nuestros políticos se encargaron de sumarle otras crisis, como la económica y política. Es decir, un desastre por todo lado.

La esperanza que trae todo nuevo año nos duró poquísimo; pues, a las pocas semanas se anunciaba la segunda ola de la peste que, oficialmente, está recargada; o sea, es mucho más fiera. Y aquí estamos, prácticamente haciendo lo que mejor sabemos hacer: normalizar nuestras desgracias; así, pareciera que ya nos hemos curtido con los partes mortuorios diarios, empeñándonos en mirar al techo con la ilusión de que la “normalidad” retornará (ahora con las vacunas), y evadiendo ese escenario tanático con aquello que se ha convertido el mejor aliado en ese empeño: la tecnología digital; es decir, el streaming, la PC, laptop o nuestro más sencillo smartphone, convertido en nuestra herramienta de trabajo, estudio y, lo más importante, de acercamiento con nuestros seres queridos.

A pesar de la evasión e ilusión que nos da la tecnología digital, sabemos y sentimos sus límites; sin embargo, sólo queda premunirnos de mayor paciencia y reconocer que así seguiremos viviendo, no se sabe hasta cuándo, pues como nunca, somos gobernados  por la incertidumbre, la que en nuestro país se acrecienta por el actual proceso electoral, y que alimenta ese estremecimiento que nos trae esta primera quincena de marzo que comentamos iniciando esta cavilación.

Es decir, si volteando la mirada recordando nuestro pasado reciente, temblamos; lo mismo sentimos cuando nos atrevemos a mirar el futuro inmediato, pues estamos a poco menos de un mes para elegir a nuestros futuros gobernantes y no aparecen los elementos fundamentales que hacen que las elecciones sean una “fiesta electoral”: confianza, alegría, optimismo, esperanza, ilusión. Hasta el momento, la opción electoral más abultada sigue siendo la de la indecisión, desconocimiento o indiferencia. Como nunca, el candidato que alcanza el diez u once por ciento de preferencia, ya se considera victorioso. Es decir, kafkianismo puro. Si ese análisis lo bajamos al campo de las preferencias congresales, el panorama es mucho peor, pues allí hay un páramo que lo único que producirá es, como lo vienen señalando los especialistas, un parlamento peor que el actual, lo cual avizora un gobierno absolutamente frágil e inestable.

En resumen, malos recuerdos del pasado reciente nos trae este marzo; y poca o ninguna ilusión del futuro inmediato. Parece que entre el ayer y el mañana, sólo queda reconocer que lo único existente e importante es el hoy, el presente. Reconocerlo y aceptarlo, quizá sea la más importante enseñanza que podríamos sacar de la peste. Así sea.

 

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