Fin de cuarentena local, ay tatito!!
“Fin de cuarentena en Arequipa, luego de seis meses”. Así tituló la mayoría de medios el que oficialmente se reanuden una serie de actividades en la región, dentro de la llamada III Fase de reactivación económica. Es decir, desde este primero de setiembre, tiendas, centros comerciales, restaurantes y negocios varios ya podrán abrir oficial y sin disimulos sus negocios. A ello se suma el transporte interprovincial e, incluso, el aéreo. Es bueno enfatizar lo de “disimulo” porque lo real es que desde hace meses, muchas de esas actividades trabajaban de manera encubierta, con la puerta semiabierta, camuflada, sorteando el carácter represivo de nuestras autoridades. Es decir, con el levantamiento oficial de la cuarentena en Arequipa, lo único que ha hecho el gobierno es acabar con la embustera medida que, en el fondo, pocos o nadie cumplía desde hace mucho tiempo.
No toda la región se “favorecerá” con esta disposición, pues aún hay cuatro provincias (Castilla, Islay, Caylloma y Camaná), que seguirán con la medida restrictiva, puesto que allí, la peste sigue avanzando imparablemente. Esta medida se dispone en momentos en que hay más de 1,700 muertos y 100,000 infectados en la región (alcanzamos el 10% que desde el inicio, pronosticaba Carlos Zanabria). A nivel nacional, las cifras son, obviamente, más tétricas, pues cerrando agosto, se contabilizaron cerca de 700,000 infectados y 30,000 fallecidos. Datos oficiales que nos sitúan como el primer país del mundo en mortalidad por la peste al promediar casi un centenar de muertes por cada 100,000 habitantes. Nuevamente, nuestro triste papel de ser los primeros, pero en lo fatídico e imperfecto.
Estas cifras, me refiero a la arequipeña, plantean preguntas que no encuentran respuesta en ningún lado. Algunas de ellas son: ¿llegó el tiempo de levantar la cuarentena?, ¿estamos preparados para esta reapertura?, ¿se frenará la ola de contagios, o se han abierto las puertas para la “segunda ola”? Repito, nadie tiene las respuestas, lo que sí se escucha son las angustias de una población que desea trabajar para sobrevivir, u otra que ya no aguanta el encierro. Pocos son, los que voluntaria y estoicamente, seguirán confinados en sus casas, pues, como nunca, es hoy es el único lugar del mundo que nos brinda seguridad.
No hay respuestas, pero sí mucha desconfianza de lo que traerá este final de cuarentena en Arequipa; pues, fiel a estilo adoptado en toda esta crisis y al unísono con las nacionales, las autoridades locales, no saben cómo enfrentar esta etapa. Es decir, desde este primero de setiembre, se sabe que todo, o casi todo, volverá a la “normalidad”, o “seminormalidad” (se ha ordenado que todo funcione al 50%), pero lo que no se sabe es qué hacer ante el incumplimiento de la orden, y mucho menos sí se disparan los contagios o vuelven a colapsar los servicios sanitarios. “Se regresará a la cuarentena”, es lo único que ha dicho el jefe del Comando Covid, Gustavo Rondón. O sea, seis meses y seguimos con la receta inicial. Nada aprendido, o, en todo caso, lo único aprendido, tal como lo viene repitiendo nuestro mandatario, es que sólo queda cuidarnos individualmente (el sonsonete de la lavada de manos, mascarilla y distanciamiento, con el añadido de la espera de la milagrosa vacuna). Ningún planteamiento nuevo, nada sobre recurrir a la organización social, o apelar al tejido societal existente en nuestro país, y mucho menos de hacer alianzas con el sector privado. La receta final del gobierno (en todos sus niveles) se ha reducido al individualismo puro: “enciérrate en casa y sálvate tú mismo”.
El drama se acrecienta cuando este final de cuarentena se asocia con la reactivación económica. Allí, como hemos visto, nuestras autoridades también actúan en contra de una población que ha decidido morirse de la peste, pero no de hambre. Me refiero a los frenos que siguen poniendo a la reactivación económica, concretamente a la decisión de nuestro Gobierno Regional de negarse a reactivar el añoso proyecto de Majes Sigua II, que generará 100,000 empleos directos para ampliar nuestra frontera agrícola con 38,500 nuevas hectáreas, y una proyección de ingresos de 1,500 millones de dólares. Parece que esos cuantiosos números marean a unas autoridades que a las justas saben multiplicar por uno. A menos que, lo suyo, al igual que nuestro actual Congreso, sea destruir totalmente la economía. Todo es posible en este desconcertante y tanático escenario.