El virus, detrás del toque de queda

De no haberse ampliado, hoy estaría culminando la cuarentena y toque de queda que el 15 de marzo decretó el gobierno, con el fin de contener el avance del Covid19. Como todos lo sabemos, y sufrimos, ese plazo se ha ampliado hasta el 12 de abril; es decir, estaremos casi un mes recluidos y cercenados en varios de nuestros derechos, pero para que eso no suene tan duro, eufemísticamente se le ha llamado aislamiento e inmovilización social obligatoria. Es decir, otras dos semanas sufriendo de confinamiento y un vulgar toque de queda; o sea, prohibido de estar en las calles, para quedarse obligatoria mente en casa, caso contrario, la cárcel, o… la muerte, según la modificatoria del DL 635.

No cuestiono las ordenes de aislamiento e inmovilidad, pues parece que son las medidas más acertadas para luchar contra el flagelo que hoy abate a todo el planeta. Digo parece, porque lo real es que en unas semanas más, veremos su utilidad o no. Espero con ansias que el resultado sea positivo, pues de nada habría valido tanto sacrificio, si luego nos enteramos que la curva de infección no sólo no bajó, sino que, encima, tenemos una infernal y galopante crisis económica.

Que yo recuerde, mi primera prohibición oficial de estar libremente en las calles, o mataperreando, como llamaba mi madre a mi deseo de estar todo el día fuera de casa, fue en mi etapa adolescente, específicamente durante los años en que nuestro país fue asolado por otra epidemia: el terrorismo. En los ochentas, uno sabía que podía salir de casa, a estudiar, trabajar o simplemente comprar, pero nunca se sabía si regresaría, pues el bus o medio de transporte que tomaste podía ser un cochebomba, y dejabas de contarla.  Para garantizar nuestra seguridad, y vida, el gobierno de entonces decretó, también, un Toque de Queda.

Al igual que hoy, las calles eran afantasmadas, pobladas únicamente por tanques y soldados en actitud amenazante. Al igual que hoy, a pesar de tanta seguridad, las noticias diarias eran que el terrorismo avanzaba, dejando una secuela de muertes (el saldo final fue 70,000), torres derrumbadas, edificios estallados, etc. Casi al igual que hoy, los soldados no permitían, ni siquiera, que la gente salga a las frenteras de sus casas a saludar al vecino, ya que, para ellos, eran códigos de comunicación senderista; es decir, al igual que hoy, donde todos somos potencialmente portadores del maldito virus, en los ochentas, todos éramos potenciales terroristas, peor aún si se tenía rasgos andinos.

Quizá lo peor es que todo ello se vivía con cierta normalidad y anuencia de una mayoritaria población, puesto que, por encima de todo, estaba la seguridad nacional y la lucha contra un enemigo común: el terrorismo. Con esa premisa, al igual que hoy, se justificaba los abusos y excesos que los militares proferían día a día. Hoy, con los TICs que tenemos todos en mano, eso se hace más evidente. Es más, con la ayuda de esos TICs, todos fisgoneando desde nuestras ventanas para ver qué hace el vecino; y con el apoyo de una prensa cada vez más policial, estamos convirtiéndonos en una especie de patrulleros ciudadanos; es decir, cada vez más represores, o clamando que la represión o coacción social se amplíe y normalice.

Y allí es donde viene el problema; pues, no vaya a ocurrir que tras el comprensible deseo de atenuar el avance del maldito virus para volver a nuestra normalidad, o para que ésta se mantenga en el futuro inmediato, estemos dispuestos a renunciar a nuestros derechos, personales y sociales, sin importarnos el acoso social y represivo; es decir con autoritarismo que, en los tiempos actuales, se sofisticaría, gracias a los avances de las TICs, (lo que no ocurría en los ochentas). Harari ya lo ha advertido, pues, los países asiáticos que están logrando dominar al monstruo, es con control y acoso bajo la piel; es decir, sistemas que no sólo saben por dónde uno camina, compra, come o bebe, sino también que miden nuestra temperatura e, incluso, nuestros sentimientos o preferencias. Es decir, la bandeja servida para el autoritarismo total.

Flores Galindo desarrolló la tesis que la historia peruana está marcada por la violencia represiva, único instrumento modelador que garantiza nuestra tranquilidad y orden, el que todos queremos, mucho más ahora, con este enemigo invisible que es el virus, y que nos traerá otras plagas como la recesión económica, desempleo, hambre y pobreza. No vaya a ser que estemos abonando el terreno para que, a cambio de esa tranquilidad y orden, retornemos al viejo masoquismo de las botas militares.

 

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