“Nada será lo mismo”
“Nada será lo mismo”, es una de las frases que más escucho de colegas y amigos estos días, como una conclusión al ya ritualístico tema del Covid19, que a todos nos tiene aprisionados en nuestras casas, por las medidas de prevención dictadas por el gobierno, al igual que la mayoría de países del orbe. Confieso que yo también he sacado esa conclusión, luego de cavilar sobre qué se viene después de esta pandemia.
“Nada será lo mismo”, es la conclusión a la que también han arribado expertos en la materia como Harari, Gates, Cebrián, Chul Han, Friedman, Naím, entre los que más leo estos días. Todos ellos, con algunos matices de diferencia por su formación académica, dibujan un panorama del mundo diferente al que conocíamos hasta hace un par de semanas. Por ejemplo, pronostican no sólo un nuevo orden mundial, con China a la cabeza, sino también un nuevo diseño de las ciudades con edificios o urbanizaciones donde, compulsivamente, se vele por la pureza del aire y agua; vislumbran la proliferación de empleos remotos y, consiguientemente, teletrabajadores, base de una nueva economía; entrevén poblaciones, distantes unos a otros, con nuevos hábitos e impedidos, incluso, de saludarse estrechándose las manos, y muchísimo menos de toquetearse sexualmente; e, incluso, perciben nuevas reglas o dimensiones de poder político, con visos autoritarios por el cada vez mayor control que la propia población pedirá al Estado para salvaguardar su salud, en el entendido que, como el actual, la presencia de los virus será una constante en el presente siglo.
En esa perspectiva, desde la óptica de las ciencias sociales, lo que estamos viviendo es un postre; es decir, una experiencia societal extraordinaria, un auténtico fenómeno social, puesto que estaríamos asistiendo, tanto al fin de una etapa y el nacimiento de otra, en la historia de la sociedad humana. Seducido por eso, a veces quisiera cavilar profundamente uniéndome a futurólogos o prospectivistas, para no sólo saber qué se nos viene, sino, de ser posible, prepararme para ese nuevo escenario. Sin embargo, ese deseo, se diluye por situaciones más pedestres y urgentes, como siempre me lo advierte Jorge Bedregal. Situaciones como, ¿cuándo empezaremos el año académico en la UNSA?, ¿haremos clases con una treintena de alumnos metidos en el aula y que, a veces, se apretujan entre tres en una sola carpeta?, ¿nos sentaremos en una banca cuando vayamos a picantear?, ¿ya no tomaremos la chicha de guiñapo en un caporal?
Parecen intrascendentes, triviales, pero esas preguntas, nacidas de situaciones concretas, ligadas estrechamente a nuestra propia vida, economía y cultura, son importantísimas de solucionar. Junto a mi incapacidad momentánea de resolver esas cuestiones, está mi resistencia a creer que este maldito bicho del Covid19, ha venido a revolucionar radicalmente no sólo el mundo, sino nuestro propio estilo de vida. Como dice Chul Han, un virus no tiene tanto poder.
En ese sentido, ¿nada será igual, después de esta crisis social? Sí, cambiarán algunas cosas, muy gradualmente, pero de allí a creer que todo será distinto, imposible; pues, creer que “nada será igual”, significaría que, como especie, olvidaremos nuestra esencia arrogante y nociva ante el planeta. Eso, ni con cien Covids, ocurrirá.
Buen punto José Luis. Filósofos y sociólogos están concluyendo que los cambios de paradigmas y dogmas se realizarán en el inicio de esta década, los ambientalistas ya comenzaron… Esperemos…
Y bueno, habrán clases?
Pienso que la acción social de todas maneras tendra un pequeño ajuste…