La sociedad del peligro
Cuando hace una treintena de años, Ulrick Beck acuñó el nombre de Sociedad del Riesgo, fue para referirse a los cambios que el mundo estaba sufriendo por efecto de dos nuevas coordenadas, la globalización y la revolución tecnológica, que rompían los tradicionales ejes de la modernidad, y que obligaba al mundo a cambiar la correlación de fuerzas, puesto que un nuevo componente se erguía en ese nuevo escenario: la inseguridad, el peligro. El desastre de Chernobyl y la caída del Muro de Berlín, fueron dos de los fenómenos históricos que le bastaron al sociólogo alemán para argumentar su teoría.
En esa nueva modernidad, como también denominó a su teoría, Beck predijo que muchos cambios ocurrirían, no sólo en la economía y la organización política y de poder (incluida nuevas voces, como la feminista y ecologista), sino también en nuestras vidas cotidianas, e, incluso, formas de amar. Es decir, la humanidad tiene que saber que su nueva condición de vida está atravesada por el peligro constante que Beck alcanzó a ver antes de su partida (2015), con situaciones o fenómenos extraordinarios, como la crisis de las vacas locas, la gripe aviar, el cambio climático o el terrorismo. De haber vivido y visto lo que hoy le ocurre al mundo con el Covid-19, de seguro, estaría reforzando su teoría, en especial aquella parte que señala que en el mundo actual, el riego, nos iguala a todos.
En medio de tantas desgracias que venimos escuchando y viendo estos días, producidas por el bendito (o maldito) virus, si hay algo que agradecerle, es recordarnos, lo que Beck ya predijo: que no sólo viviríamos en un mundo global, sino en un mundo del peligro global; es decir, que amenaza la existencia de la humanidad y que, por tanto, creer en esa posecita posmoderna del: yo vivo en mi burbuja, sólo y nadie más que para mí (reflejada últimamente en ese desenfreno de casi saquear los mercados abarrotándose de cosas para “su” sobrevivencia), no funciona. Al contrario, empeora la situación, la hace más peligrosa.
Admitámoslo: el mundo que hemos construido está atravesado por el peligro, ya no el individual o grupal, sino mundial, lo que hace que nuestra sociedad, toda, sea más vulnerable. Lo irónico es que eso ocurre en medio de los más avanzados adelantos técno-científicos; es decir, a mayor inteligencia, más ignorancia o brutalidad, lo que nos recuerda la vieja tesis de la Escuela de Frankfurt, sobre la idiotez a la que nos ha conducido la racionalidad instrumental del mundo contemporáneo.
¿Hora de lamentaciones? No. Toda crisis es una oportunidad, sentencia la tradición china, que nos acaban de demostrar que no sólo son expertos en piratear mercancías, sino también crear virus. La oportunidad tiene que ver con saber gestionar esta nueva sociedad, la del riesgo, con serenidad y sentido común; es decir, darse cuenta que nadie, ninguna nación sola, por más poderosa que sea, resolverá los riesgos. O nos unimos todos, o nos desgraciamos todos, si no lo hacemos. Así de simple. Beck llamó a esta nueva alianza de democracias mundiales, entre fronteras, cosmopolitismo pragmático, que pueda llevarnos a un nuevo equilibro mundial, previa evaluación crítica o redefinición de la sociedad global que hemos construido; es decir, una sociedad que al romper el equilibrio con la naturaleza, ha puesto en jaque nuestro propio hábitat.
El Covid-19, ha sorprendido a todo el mundo (literal) con los pantalones abajo. Hemos descubierto que los llamados países primermundistas, están y viven aterrados, al igual que los tercer o cuatrimundistas. Ojalá que eso nos haga entender que, a las finales, estamos en un mismo barco y depende de todos, remar juntos. Ese barco es nuestro planeta, el único que tenemos. Esto no es ningún descubrimiento, ya lo hicieron los gobernantes del mundo cuando firmaron los ODS, Objetivos de Desarrollo Sostenible. Es tiempo para demostrar que eso no fue una simple declaración para la foto. Es tiempo para demostrar que, superado este nuevo peligro mundial, ahora sí, lo tomarán en serio. Ojalá.
Tal cual