Pánico
Empieza a despedirse la estación estival, que en esta ocasión, y en medio de descubrimiento de asesinatos, nuevo congreso y demás, ha tenido una particularidad, que se ha sumado a las que ya nos hemos acostumbrado (lluvias torrenciales, huaycos, bloqueos, etc. y sus consiguientes y habituales desgracias). Esa particularidad se llama pánico; es decir, un inesperado miedo o terror, causado por la propagación noticiosa de un nuevo virus, el ya famoso Covid-19, o Coronavirus.
Por ignorancia, no entraré en detalles sobre este nuevo tipo de virus perteneciente a la larga familia de los CoV (por cierto, de interesarles, recomiendo ir a who.int/es/health-topics/coronavirus), pero sí me interesa saber cómo es que el pánico se ha convertido en la mejor respuesta para, supuestamente, enfrentar este nuevo episodio de salubridad que, por cierto, es frecuente en nuestro país.
Definitivamente, parte de ese inesperado miedo o terror, es causado por la trasmisión virtual que, sobre ese hecho, cada uno de nosotros hacemos con nuestros smartphones, como expresión manifiesta de nuestra dependencia a ese aparatejo. Es decir, hoy, como en ninguna otra oportunidad, nos llega las noticias en tiempo real, lo cual no significa que lo que informamos, lo sea, pues, como el jueguito infantil del teléfono malogrado, cada uno lo matiza o sazona como quiere, haciendo que la noticia, que puede tener un asidero real, se virtualice totalmente; es decir, se vuelva irreal. Es allí donde, lo virtual y el pánico se entroncan; es decir, ambos tienen en el fondo el mismo componente, la irrealidad, sueño o imaginación desmedida.
En otras palabras; es cierto que el bendito (o maldito) virus existe; es cierto que se está expandiendo y causando muertes a su paso; pero es mucho más cierto que esto no es una novedad, que su índice de mortalidad es bajísimo, que el mundo, y especialmente nuestro país, han pasado por situaciones similares o peores, que las hemos superado y que, por tanto, no debería ponernos en esa situación de parálisis, en extremos irracionales, como la que estamos viendo ahora (ver cómo se están traficando con las mascarillas o espectar a ridículos viajando envueltos totalmente con plásticos, me exime de mayores explicaciones).
Eso no significa que debiéramos mirar al techo. No. Hay que tomar precauciones, o adoptar medidas preventivas, tanto individuales como colectivas (aseo, alimentación, infraestructura adecuada, etc.), pero allí es donde radica el problema, pues no tenemos ni existe una cultura y política preventiva. Para corroborarlo, una simple pregunta: ¿cuántos de nosotros tenemos en casa la Mochila de Emergencia, o cuántos baños mínimamente habilitados existen en los mismísimos hospitales públicos (y eso que estamos del Año de la Salud Universal)?
Ahora, si se trata de sacarle provecho a ese estado de pánico que nos ha invadido, entonces hagámoslo con problemas más directos o que realmente nos involucran. Es decir, si realmente queremos aterrorizarnos, entonces reconozcamos que en el Perú, el dengue y la tuberculosis cobra mucho más víctimas; reconozcamos que somos un país insalubre y muy frágil en términos de seguridad, etc.
Ahora, si de verdad queremos espantarnos, sólo basta con esperar los efectos que, más que el maldito virus, el pánico está causando en la economía mundial. El dólar ya empezó a subir como efecto de la recesión económica mundial de la que somos superdependientes. Es más, ya se calcula que el anunciado 4% de crecimiento económico que debiéramos tener este año, se va a reducir, a menos de lo que fue el año pasado (2,2%).
¡Eso sí será horroroso!.