La Juani

juEn mi casual arribo  a Arequipa para iniciar mis estudios universitarios, una de las primeras familias que me acogió fue la Espinoza Loayza. Eran finales de los setentas, yo salía de una formación preuniversitaria en la San Marcos y llegué aquí con todo el romanticismo izquierdista de entonces. Esa vinculación ideo-política hizo que una noche, junto a una muy joven Martina Potocarrero y su grupo musical Pueblo Rebelde, llegara a lo que me pareció una casa-hacienda para seguir cantando los temas de Violeta Parra, Victor Jara, Mercedes Sosa y Atahualpa Yupanqui. Allí, en medio de esa casa-paraíso, entre grandes temas y autores conocí a Juana Loayza, La Juani.

Esa noche, entre versos, coplas y copas, me enteré que Juani, junto a Oscar, su esposo, eran no sólo grandes maestros, sino también líderes sociales, especialmente con todo aquello ligado a la conquista de la mejora educacional en el país y, obviamente, a la reivindicación del magisterio. Para mí, que casualmente iniciaba mis estudios en sociología en la universidad Agustina, esa fue una revelación que estimuló mi formación profesional y mis sueños de contribuir a la forja de una sociedad nueva, igualitaria, justa. En cada visita a la casa de  La Juani, allí en San Pedro, que hasta ahora mantiene la magia, esos eran los temas que yo básicamente escuchaba extasiado porque creía que la revolución social estaba a la vuelta de la esquina y que, por tanto, había que estudiar y aprender lo más rápido para enfrentar los retos que se venían.

Para mi todo eso acabó cuando apreció la bestia de Sendero. La insanía y la sangre derramada no cuadraban con los  sueños de construir una sociedad mejor. Por otro lado, en el mundo ya se respiraban otros aires, lo cual obligaba a una nueva reflexión de las cosas. De hecho, La Juani también creyó lo mismo, o en todo caso eso le sirvió para hacer un gran giro en la materialización de sus sueños: la investigación para encontrar las fórmulas para que nuestros estudiantes aprendieran mejor y más rápido todo los nuevo que traía la denominada sociedad del conocimiento. A partir de allí, nuestro encuentros no eran en su casa de San Pedro, sino en Yachay Wasi, una auténtica casa del saber donde La Juani era su directora.

En la era Yachay, La Juani ya no me trataba como un aprendiz, sino como un profesional, interesada en mi quehacer y mis inquietudes académicas y profesionales. Así, como buena maestra, me seguía y estimulaba para que siguiera desarrollándome. Celebró mis primeras publicaciones, mis nuevos grados académicos y cargos públicos y privados. Al lado de ella, Óscar y sus hijos, en especial Katy y Vero a quienes siento como mi familia. En ese espíritu de familia única, celebramos hace unos años los setenta años de La Juani, que fue la última vez que la vi como inicialmente la conocí: fuerte, decidida, alegre, única.

Luego vendría la noticia de una enfermedad que la minó. Con Katy varias veces hablamos para que visite mi casa. Quería que conociera a mi familia, mis diplomas, mis nuevos libros; era para mi una forma de decirle gracias por haberme tratado como alguien tuyo y creer  en mi desde que fui un mocoso. Nunca se concretó la visita. Ayer me enteré que no resistió una nueva operación y partió para ser eterna. Siento que debí insistir más para abrazarla y decirle que, como muchos, miles, soy de su hechura.

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