Examinando agosto
Estos últimos días de agosto nos señalan el fin del mes jubilar de Arequipa, que este año ha significado la celebración por su 475 aniversario. Como todo final, mucho más tratándose de un mes que carga consigo un gran número de expectativas, es bueno examinarlo para sacar algunas conclusiones; es decir, toca preguntarse cuán buenas fueron las actividades celebratorias de este año.
Obviamente, ese balance debe centrarse en las actividades que programa y organiza nuestro Municipio Provincial, pues como gestora de la ciudad, en quien encabeza y tiene la mayor responsabilidad en esta tarea. Justamente, en términos de “programación y organización”, la primera conclusión es que hay una clara muestra de agotamiento por parte de nuestras autoridades, pues este año volvió a repetirse el mismo programa de los últimos años; es decir, reinados, tunas, verbena, corso. Repetir lo mismo todos los años, sólo evidencia que la Comisión encargada de los festejos, que debe ser el mismo de los últimos tiempos, adolece de creatividad o un mínimo de imaginación.
Hay muchas cosas que han cambiado en el Perú y el mundo estos últimos lustros; por tanto, es bueno planear otras formas de celebración de nuestra ciudad, mucho más cuando éstas han demostrado que son nocivas en todo sentido, como por ejemplo, el bendito “Corso de la Amistad”, pues más que amistosa, dicha actividad cada año se torna en más perjudicial, no sólo porque saca a relucir un ridículo racismo al evitar la participación de tal o cual agrupación o expresión cultural, sino porque, además, se ha convertido en una tortura tanto para los asistentes a dicho deslucido desfile, así como para el resto de la población.
Esto nos lleva a la otra conclusión: la organizativa. Es decir, no sólo hay falta de ideas para mejorar los festejos, sino que su organización es muy deficiente. Este año, por ejemplo, la falta de previsión en las actividades ha cobrado tres muertos, dos en la Av. La Marina, que obligó a cancelarlo, y uno en el bendito corso que, nuevamente, demostró ser la máxima muestra de desorganización. De nada valieron tantas advertencias como que no se permitiría la venta de sillas, la presencia de grupos no inscritos, o que el desfile duraba sólo hasta las cuatro de la tarde. Nada de eso se cumplió, lo que nos señala que más que amistoso, ese corso es expresión del caos, la tortura y huachafería reinante en la ciudad.
Estamos ad portas de cumplir el bicentenario de la independencia nacional. Ojalá que esa fecha estimule la creatividad de los futuros organizadores de la fiesta arequipeña para hacer cosas diferentes, sencillas, bonitas, artísticas e integradoras. Ahora, si creemos la huachafada que esa fecha no nos corresponde por ser “república independiente”, entonces tenemos veinticinco años para, en el marco de nuestros quinientos hispánicos años, mostrarle al mundo cuánto nos hemos “occidentalizado”.