Entre el deseo y la realidad

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Semana especial la que hoy termina, pues no sólo despidió un año e inauguró otro, sino que, además, sirvió como marco para el inicio del nuevo período de gobierno municipal y regional en todo el país. Es decir, comenzaron los nuevos mandatos y hemos visto, gracias a la magia de las TICs, las ceremonias inaugurales con los consabidos discursos de apertura de las flamantes autoridades. Todos, con la única excepción de una autoridad tacneña que en un ataque de sinceridad juramentó por la corrupción, han proclamado el inicio de una nueva era, pues ya no habrá más corrupción, incompetencias o inutilidades. Es decir, por fin, alcanzaremos el ansiado desarrollo en nuestros distritos y regiones. ¿Será verdad tanta belleza?

Es innegable que al igual que un nuevo año, una nueva autoridad genera expectativas y la ilusión de tiempos mejores. Es más, no dudo que la nueva autoridad llega al puesto cargado de ilusiones y deseos altruistas. Yo mismo no puedo negar que me contagio de esos deseos, mucho más cuando me entero que amigos entrañables ocupan puestos importantes en las nuevas gestiones y no dudo que darán lo mejor de sí para un trabajo fructífero. Pero como dice mi terapeuta, los deseos no son realidad, y como lo dicta nuestro especial contexto político, todo lo anterior se vuelve iluso o embaucador.

 La razón del reencuentro con nuestra depresiva realidad, es cuando recordamos a quiénes hemos elegido como autoridades y bajo qué sistema legal; es decir, uno que permite la postulación de bribones, inescrupulosos y plagiadores que esconden sus pillerías comprando organizaciones políticas o puestos en listas que se arman al mejor postor. Con esos antecedentes, es poco probable que los que ahora son autoridades se enmienden. Nuestra historia ya nos ha hartado de casos como estos que siempre terminan en lo mismo: gestiones con visión feudal, usadas para pagar favores y envueltas en corrupción.

 Sé que es un error generalizar, pues siempre hay por allí un alma generosa que asume el poder platónicamente; pero el problema es que ese ánimo se choca pronto con una realidad que le enseña que poco o nada se hace en la estructura interna de la administración para generar verdaderos mecanismos de prevención, control y sanción frente al mal uso del poder. Así, con ese marco, el desgobierno y la trapacería terminan ganando terreno, mientras que nuestra clase política, principalmente la congresal, mira al techo puesto que es la primera interesada en que esto no cambie. Así estamos y así ingresamos a este año que es eminentemente electoral, el mismo que tendrá como protagonistas a Keiko y Alán; es decir, los perfectos iconos de esta  lúgubre realidad.

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