Ley Universitaria: mucho ruido y pocas nueces

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Dicen que tardó dos años en discutirla, dicen que el debate fue intenso, dicen que transformará la educación superior, dicen que, por fin, nuestro país, tendrá las universidades que crearán el capital humano que el Perú necesita.  Todo eso dicen, pero luego de leer la Ley Universitaria que acaba de aprobarse, mi sensación es de frustración, pues como está planteada poco o nada cambiará en nuestro sistema universitario.

Es cierto que nuestro país necesita de una nueva Ley Universitaria, mucho más si consideramos que la actual tiene una treintena de años que no responde a las grandes transformaciones que ocurren en el mundo del cual nuestro país no es ajeno. Una nueva Ley que se hace mucho más necesario si consideramos que en los últimos años la Educación superior degeneró por la existencia de un decreto de marras dictado en el fujimorato que permitió que la educación superior sea considerada como una mercancía barata y que, como reguero de pólvora, se abrieran empresas tituladoras en lugar de universidades por todo el país (después de Brasil, somos el país que más universidades tiene en el continente).

 Todo ese marco era propicio para plantear una nueva Ley, y en eso se empeñó Daniel Mora, militar acomodado en la política que se trazó ese objetivo. Hay que reconocerle su esfuerzo, terquedad y empuje, pero del documento original que él agitó por todo el país, al que acaba de aprobarse, hay mucha distancia, lo cual demostraría que no pudo contra los congresistas lobistas, que, a la vez, son dueños de universidades.

Una de las grandes decepciones es que si pensábamos que con la nueva Ley se alcanzaría la calidad educativa vía la Acreditación, eso ya no será así, pues lo aprobado considera que la Acreditación es opcional. Si teníamos la esperanza que se acabaría con la corrupción existente, principalmente en las universidades privadas, tampoco es así, pues ellas se manejarán con sus propios estatutos. ¿Para qué existe la nueva Ley y en especial el  tan mentado SUNEDU (Superintendencia Universitaria)?, pues, para las nuevas a crearse. Si creíamos que la investigación sería el eje de la universidad con la nueva Ley, tampoco, pues ésta, vía el Vicerectorado de Investigación, también será opcional.

 Hay cosas por rescatar, por ejemplo la universalización en el proceso de elecciones, lo cual podría romper el compadrazgo y amiguismo que actualmente existe a la hora de elegir autoridades, pero hasta ahora nada nos garantiza a un estudiantado comprometido con ese objetivo, al contrario, lo que vemos es una dirigencia estudiantil entregada  a las autoridades de turno. Otro elemento rescatable es el retorno de las tesis para el grado de bachiller y licenciatura y la exigencia de un idioma.

 ¿Pudo haber sido mejor? Claro que sí, siempre y cuando sea el propio sistema universitario  que se comprometiera a redefinirse, a ponerse a tono con las expectativas presentes; sin embargo, sabemos que no es así, pues las universidades, mucha públicas y la gran mayoría de privadas, desean que las cosas sigan como están y, lo peor, con el apoyo cómplice de sus propios alumnados. Es paradójico y risible que ante esta indiferencia, sea un militar quien se  encargue de  esa tarea, lo cual pone en evidencia, una vez más, que el carácter autoritario de nuestra sociedad es una característica que ni siquiera el nuestro sistema universitario, la inteligencia nacional, está ausente.

 Demasiadas expectativas en torno a una Ley frustrante y fantasmal, pues si consideramos que no cuenta con el apoyo del sistema universitario, ni siquiera de sus principales instancias de gobierno que, por otro lado, ya han anunciado que se opondrán judicialmente; si consideramos que el propio Congreso ha estado dividida en torno a su aprobación;  y, finalmente, si consideramos que estamos ad portas de un proceso electivo nacional, es fácil pensar que esta  ley no tiene futuro y lo más probable es que se derogue en el siguiente gobierno. Crónica de una muerte anunciada.

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