Un nuevo parricidio: “La sociedad lo hizo”

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Un nuevo caso de parricidio conmueve al país. La causa, según el asesino, hijo de la víctima: desavenencias, ambiciones personales y, como siempre, el bendito dinero (la víctima era una exitosa y rica empresaria). Frotándose las manos, los medios de comunicación han titularizado a páginas enteras y, de hecho, tendrán insumo para varias ediciones.

Inmediatamente, también, han empezado a aparecer las explicaciones que ayuden a entender este nuevo parricidio y son los eternos especialistas los que salen a dar la voz cantante para decirnos, casi en coro, lo de siempre: la sociedad es la culpable, esta sociedad inhumana, materialista, que no cultiva el amor, los valores, etc. etc. Otros, más sofisticados, inflan el pecho y sentencian: la postmodernidad es la principal responsable, con su tecnología, sus smartphones, su inmediatez y frivolidad.

Para la sociología, y mucho más para la filosofía, esta discusión es viejísima y se resume en la siguiente pregunta: la sociedad crea al sujeto o es el sujeto quien crea a la sociedad. En torno a las respuestas, se han creado, incluso, varias escuelas teóricas. Algunos, como los que han salido a analizar el parricidio, creen que es la estructura social la  determinante de la realidad social. Otros, al contrario, piensan que son las personas, con sus sentimientos o deseos individuales, las que construyen esa realidad.

La primera interpretación tiene sustentos teóricos clásicos y sumamente elaborados que, incluso, han motivado ideologías afiebradas como la marxista, sin desconocer a otros estructuralistas como Parsons o Merton. La segunda interpretación ha creado otras corrientes que hoy enriquecen el debate teórico como Goffman, Shutz, Garfinkel, etc.

De ambas teorías, la más propagandizada o facilona de usar es la estructuralista. Es más, resulta siendo sumamente cómoda, pues  para cualquier análisis, simplemente hay que referirse o culpar al otro inexistente (en este  caso, la sociedad) para acabar con la discusión. Y no sólo cómoda es esta interpretación, sino también peligrosa, y lo estoy viendo últimamente en el abordaje de problemas más complejos, como el de la inseguridad ciudadana que tan de moda está en nuestro país.

Bajo la visión socio-estructuralista, resulta ahora que todos los que viven en zonas marginales terminan siendo delincuentes, todos los que crecen en ambientes inseguros o malnutridos terminan siendo forajidos, pues “el sistema, la sociedad los ha creado”. De esa manera, si vemos a un adolescente proveniente de esos lugares, desvencijado y debilucho, automáticamente reaccionamos ante él como si fuera un parásito social (ahora, si además es achocolatado, la fórmula se redondea para nuestro sistema de exclusión).

Cuidado pues con caer en los análisis simplones. Los problemas sociales, la sociedad  en sí, no es tan simple y requiere de razonamientos más profundos que impidan seguir aumentando nuestro sistema de exclusión y jerarquización que tanto daño viene haciéndonos.

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