Torturantes desfiles patrios

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Toda la semana con el tráfico de la ciudad congestionado. Horas hombre derrochadas, contaminación,  rabia por la demora o el tiempo perdido, etc. Nada de eso importa, pues el motivo de todo el desmadre son los desfiles cívivo-militares con los cuales pretendemos demostrar nuestro amor a la patria, mucho más en su aniversario. Si de amor se trata, ¿no hay otra manera de expresarlo?

Es  la sociedad militar la que nos ha impuesto esos benditos desfiles, supuestamente como demostración de amor, defensa y fidelidad a la patria. Me imagino que manifiestamente ellos creen en eso; por tanto, me parece perfecto que desfilen y se preparen todo el año para eso, pues al fin y al cabo parece que es lo único que sabe hacer bien. Lo que sigo sin entender es por qué han sumado a esa creencia a la sociedad civil y, específicamente, porqué los infantes  escolares tienen que ser obligados a participar de esa tortura.

Estoy convencido que con esos tormentosos desfiles cívico-militares, lo que se siembra en los estudiantes que participan en ellos es el desamor. Si a eso le sumamos la verdadera historia de nuestros militares: buenos para enquistarse  dictatorialmente en los gobiernos, pero malísimos para defender el territorio perdiendo todas las guerras externas, entonces lo único que tenemos como resultado es haber abonado a la falta de civismo o débil identificación u orgullo nacional.

Por más tortuoso que sean los desfiles  de fiesta patrias en los que obligan a los escolares a participar, éstos seguirán manteniéndose, pues es la forma velada con la que la sociedad militar sigue imponiendo su carácter tutelar sobre el resto de la sociedad peruana, con la venia, obviamente, de civiles, ente ellas muchísimas autoridades,  que creen que sin los militares nuestro país no tiene rumbo posible. Pésima visión ésta que ha hecho que la relación sociedad-Estado sea tan compleja en nuestro país.

Así que, a seguir soportando ad ifinitum, no sólo los martirizadores desfiles cívico-militares, sino también lo que arrastra para la vida cotidiana de la ciudad:  tráfico congestionado, horas hombre derrochadas, contaminación y  rabia por la demora o el tiempo perdido.

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