SERVIR, o el miedo a la evaluación

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Admitamoslo: no nos gusta que nos evalúen, odiamos los “pasos”, controles, examenes. Es más, ni siquiera soportamos un analisis medico de rigor. Como diría Max Brooks, hoy de moda por la adaptación cinematográfica de uno de sus libros (Guerra mundial  Z), parte de la naturaleza humana es no prevenir (una evaluación o examen te conduce a eso), pues sólo reaccionamos cuando el problema ya nos asfixia o cuando sentimos que el mal nos invadió inexorablemente.

¿Porqué ese rechazo, disgusto o malhumor frente a la evaluaciones? Psicoanalíticamente hablando, el trasfondo  de esa reacción es el miedo, desasosiego o espanto a revelar una verdad: la de no estar bien, tener una incapacidad o estar aquejado  por algun mal que puede ser una enfermedad, una desclificación o una simple  muestra de ignorancia. Lo veo frecuentemente, mucho más en mis alumnos cuando se trata de ingresar a periodos de pruebas o examenes. Ahora, si éstos son finales, el pánico es total y la desesperación por sortear  la evaluación produce reacciones sorprendentes.

 Lo estamos viendo ahora mismo en los trabajadores estatales que han salido a incendiar el país rechazando la ley del Servicio Civil que busca mejorar su desempeño mediante la meritocracia; es decir, capacitación y evaluaciones permanentes para que nosotros, el público, la ciudadanía o simplemente el pueblo que es el que termina pagándole sus sueldos, se beneficie con un trabajo más diligente y eficaz.

Claro, como era de esperarse, la reacción violenta es por el terror a la evaluación, ya que su asociación es inmediata a lo que decíamos arriba: develar la incapacidad o simple ignorancia. Hay que entender que ese terror aumenta cuando conscientemente se sabe que uno ocupa el puesto, escritorio o la carpeta sin saber siquiera porqué está allí, o lo único que sabe es que lo ocupa por el favor político, el tarjetazo o compadrazgo, principal puente de ingreso de los cerca de cuarenta mil trabajadores que anualmente engrosan las filas del sector estatal de nuestro país.

Lamentablemente, las evaluaciones son inevitables. Es más, en algún momento nuestro cuerpo o nosotros mismos aceptamos que tenemos que pasar, por ejemplo, por un chequeo médico. El mundo que hoy vivimos exige mucho de procesos evaluativos que cada vez se hacen más frecuentes, pues el avance del conocimiento hace que lo que creíamos saber  ayer, ya no nos sirve hoy. Así están las cosas. Penosamente eso no lo entienden y entenderán los empleados públicos que hoy incendian el país protestando por una ley que, estoy seguro, ni siquiera han leído (su aplicación no es obligatoria, con excepción a los que están con el régimen del CAS), pues a las finales reaccionan así por la defensa de un puesto de trabajo. Desde ese punto es entendible, pero no lo es, por ejemplo, en el caso de estudiantes, futuros profesionales que están atravesados por el facilismo.

Se nos viene, por tanto, días complicados de protestas, quemas de llantas, tomas de pistas, carreteras y aeropuertos; es decir, el último “performance” de los reclamantes. Agitación que se agudizará a medida que se acerque el discurso presidencial de fiestas patrias y que, seguramente, será de retroceso ya que, como lo vemos, este gobierno no tiene portavoces para que defiendan reformas tan necesarias como la del servidor público.  Ojalá nos equivoquemos.

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