Linchando a Lynch

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Acabo de enterarme que Nicolás Lynch ha renunciado al cargo de embajador en la Argentina. El motivo: la batahola producida por el desliz que tuvo al recibir a miembro del Movadef en la sede diplomática de la Argentina. Seguro que muchos deben estar saltando de un pie, y otros frotándose las manos porque el objetivo es mayor: también traerse abajo a Rafael Roncagliolo, canciller de la República. Así como en su momento me alegró y saludé la designación de ambas personalidades a dichos cargos, hoy lamento el cargamontón y el objetivo sibilino detrás de él: sacarlos a como dé lugar sólo por el hecho de tener una opción o un pasado izquierdista.

La pobreza de institucionalidad política que vivimos hoy, la ausencia de debates ideológicos y la tensión polarizada combinada con el miedo que causa la reaparición de Sendero Luminoso, hace que muchos estén interesados en hacer creer a todo el país que ser de izquierda es negativo o peligroso. Es más, pareciera que hay quienes viven aterrados y ven a los izquierdistas como endemoniados senderistas que hay que destruir sin miramientos. Un ejemplo claro de ese afiebramiento es lo que le ha pasado a Nicolás Lynch.

Conozco a Lynch desde hace muchos años. Es cierto que es de izquierda, pero también es un científico social, un sociólogo apasionado. Con él compartimos funciones y tareas en el Colegio de Sociólogos del Perú, y no sólo desde ese cargo, sino como investigador del IEP, profesor de la UNMSM, periodista y Ministro de Educación, Lynch ha sido un ferviente combatiente contra el extremismo de izquierda, en especial contra Sendero Luminoso. De su vasta obra sociológica y política, quiero destacar dos de ellas: Los jóvenes rojos de San Marcos y El pensamiento arcaico de la educación peruana.

En la primera obra, publicada en 1990, Lynch explora cómo es que la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, fue encubando una radicalidad extrema a nivel político en su estamento estudiantil, que luego sería aprovechado por Sendero para seducir y atrapar a sus seguidores en su demencial propósito. Dicha radicalidad estudiantil fue gestándose desde los años setenta y se explica, entre otras causas, por el aislamiento en que vivía nuestra principal universidad nacional y la ausencia del Estado de integrarla, a ella y toda la universidad pública, como parte de un proyecto nacional. El diagnóstico que hacía Lynch hace una veintena de años, puede aplicarse hoy y explicar porqué está resurgiendo Sendero en nuestras universidades.

En El pensamiento arcaico de la educación peruana, libro publicado en el 2004, luego de su paso por el Ministerio de Educación, Lynch fue el primero que no tuvo ningún miedo en denunciar que el magisterio nacional agrupado en el Sutep, estaba atravesado por un maoísmo criollo que no le interesa para nada la educación pública, sino que su función es básicamente política. Recordemos también que fue el primero en señalar la necesidad de la evaluación al profesorado nacional, si es que querían mejoras salariales, pero además como un mecanismo de ir mejorando la calidad de la educación pública. Obviamente el sutepismo patriarojero le declaró la guerra y saltó de un pié cuando Lynch dejó el cargo.

Entonces, creer que Lynch es un senderista por haber cometido el desliz de recibir a miembros o ingenuos simpatizantes del Movadef, es una exageración que nos distrae, haciéndonos olvidar cuáles y dónde están los verdaderos demonios o enemigos del país.

Ojalá que el Colegio de Sociólogos del Perú se pronuncie al respecto, no sólo con un criterio gremialista, sino de reconocimiento a un científico social que está ayudando a entender los procesos peruanos contemporáneos y, especialmente, de combate con el extremismo demencial. Desde esa óptica, de seguro que Lynch retornará a lo que mejor sabe hacer: la reflexión y la academia.

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