Zegarradas, ¿qué hacer?
Sin embargo, sigue pendiente la pregunta: ¿podrá hacerse algo para frenar la improvisación, chichería y patanería, manejada por un trapacero, y que afectará a nuestra ciudad, por lo menos, tres años más? He hecho algunas consultas y la respuesta se divide en dos visiones: la primera es que no hay que hacer nada para que el mismo Zegarra se ahogue en sus caprichosos desatinos; es decir, hay que esperar que sus fatuas y churriguerescas obras se caigan por sí mismas. Quienes postulan por eso, consideran que pasará poco tiempo para ver cómo varias obras van a demostrar sus fallas técnicas y arquitectónicas.
Otros postulan que sí hay que tomar la iniciativa para que esas caprichosas obras sirvan positivamente para algo y no sólo para envanecer a nuestra autoridad provincial. Por ejemplo, nada se podrá hacer con el Palacio o Patio Puno. La obra ya está allí, y creer que el domo se desmontará o que se redefinirá su diseño es absolutamente iluso. La idea es que ese lugar no caiga en las manos de otros trapaceros que terminen convirtiendo el lugar y la zona en un antro de la chupandanga, disfrazado de “cultura popular”. Aquí, la gran pregunta es quién se atreve a eso; es decir, qué organización o institución cultural toma en sus manos ese “Palacio…” que sirva mínimamente para la difusión cultural. Si existe ese grupo o institución que se presenten y pelee pronto la administración de ese sitio, pues temo que en la concepción edil, el paquete ya está completo; es decir: mala obra, pésimo diseño y unos administradores con uñas largas y mal gusto que harán de ese lugar su gran negociado; pues, al fin y al cabo, en una gestión edil chicha, eso es lo único que importa.