Zegarradas, ¿qué hacer?

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Con bombos, platillos y chapuzones, nuestro bendito alcalde Alfredo Zegarra, inauguró Tingo, de la misma forma como hace unas semanas atrás lo hizo con lo que se ha llamado “Palacio de Bellas Artes”. Ambas inauguraciones las ha hecho transgrediendo los mandatos judiciales y observaciones que penden sobre dichas obras; es más, las ha negado e, incluso, como una demostración más de su visión alucinada, en el acto inaugural del “Palacio…” saludó la presencia de la directora del Ministerio de Cultura, cuando ella nunca estuvo.

El hecho es que, contra tirios y troyanos, a pesar de todas las observaciones, zurrándose en las instituciones y mandatos judiciales, nuestro bendito alcalde provincial ha concretado esas obras, anunciando así el estilo y filosofía que marcará su gobierno en los años que le quedan: improvisación, chichería y patanería. Contra eso, ¿se podrá hacer algo? He leído por allí un manifiesto de algunos arquitectos que protestan, una vez más, por lo que viene haciendo el alcalde y le suplican que muestre un poco de caballerosidad cumpliendo con su palabra respecto a los mandatos judiciales. Ingenuidad extrema de quienes firman ese comunicado, pues solicitar eso es no reconocer que Zegarra es un político consumado dentro del esquema tradicional de hacer política en nuestro país; es decir, un hábil trapacero, un refinado embaucador, o, como dirían mis alumnos, un gran pendejo.

Sin embargo, sigue pendiente la pregunta: ¿podrá hacerse algo para frenar la improvisación, chichería y patanería, manejada por un trapacero, y que afectará a nuestra ciudad, por lo menos, tres años más? He hecho algunas consultas y la respuesta se divide en dos visiones: la primera es que no hay que hacer nada para que el mismo Zegarra se ahogue en sus caprichosos desatinos; es decir, hay que esperar que sus fatuas y churriguerescas obras se caigan por sí mismas. Quienes postulan por eso, consideran que pasará poco tiempo para ver cómo varias obras van a demostrar sus fallas técnicas y arquitectónicas.

Otros postulan que sí hay que tomar la iniciativa para que esas caprichosas obras sirvan positivamente para algo y no sólo para envanecer a nuestra autoridad provincial. Por ejemplo, nada se podrá hacer con el Palacio o Patio Puno. La obra ya está allí, y creer que el domo se desmontará o que se redefinirá su diseño es absolutamente iluso. La idea es que ese lugar no caiga en las manos de otros trapaceros que terminen convirtiendo el lugar y la zona en un antro de la chupandanga, disfrazado de “cultura popular”. Aquí, la gran pregunta es quién se atreve a eso; es decir, qué organización o institución cultural toma en sus manos ese “Palacio…” que sirva mínimamente para la difusión cultural. Si existe ese grupo o institución que se presenten y pelee pronto la administración de ese sitio, pues temo que en la concepción edil, el paquete ya está completo; es decir: mala obra, pésimo diseño y unos administradores con uñas largas y mal gusto que harán de ese lugar su gran negociado; pues, al fin y al cabo, en una gestión edil chicha, eso es lo único que importa.

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