Escudando al Sutep

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Con espanto ha reaccionado la clase política tradicional y en especial nuestro parlamento al haberse enterado que el Sutep es uno de los protagonistas del Proyecto de Ley de Desarrollo Docente, anunciado por Ollanta en el reciente mensaje presidencial y luego defendido a capa y espada por la ministra de Educación, Patricia Salas. La razón de tremendo pánico, según ellos, es que el Sutep sería algo así como un monstruo destructivo y arrasador.

La verdad es que no entiendo tanto pavor porque dicha organización gremial ya está asentada como cuarenta años en nuestro país, constituyéndose no sólo en protagonista de la vida política, sino que la única organización reconocida por la gran mayoría de profesores de nuestro país, puesto que, también, es la única que defiende sus intereses gremiales. En todos estos años, los intentos habidos para sustituirla han fracasado y varios gobiernos, el de Paniagua, por ejemplo, no sólo se han rendido ante ella sino que la han favorecido fortaleciéndola institucionalmente.

Como gremio, creo que es la única en el Perú que se ha ganado respeto por cumplir cabalmente su función; es decir, defender a sus agremiados, los profesores, con aquello que es neurálgico en cualquier gremio: facilitar sus condiciones laborales y mejorar su situación económica. A ese gremio no tiene porqué preocuparles la educación del país y mucho menos la formación del alumnado. Al fin y al cabo, ellos, los alumnos, son un instrumento más para satisfacer sus intereses, que son meramente económicos y laborales.

Claro, sus dirigentes han dicho y seguirán diciendo que sí les preocupa la educación, pero ya son cuarenta años de su trayectoria para darse cuenta que no es así; al contrario, sistemáticamente se han opuesto a cualquier intento de mejorar la educación ya que ello implica más trabajo, esfuerzo y responsabilidad y eso, justamente, es lo que no quieren, como tampoco lo querría cualquier otro gremio que ha descubierto la fórmula perfecta: enarbolar la bandera educativa (tema por demás sensible en la sociedad), pero actuar violenta y prepotentemente para jaquear a cualquier gobierno y así cumplir sus caprichos.

Hay gobiernos que han aceptado la fuerza inigualable que tiene el Sutep y han tenido que ceder a sus engreimientos. Por ejemplo, el Gobierno Regional de Arequipa, conducido por Juan Manuel Guillén, es un claro ejemplo de eso. No sólo les ha dado la conducción de la Gerencia Educativa de Arequipa, sino que, también, les regaló dos millones de soles bajo el pretexto de que confeccionaran el Diseño Curricular Regional que, incluso, fue presentado con bombos y platillos a la actual ministra de Educación. Como sabemos, tal diseño fue una farsa, pero, que yo sepa, a nadie le importó, como sí le importó al Sutep cumplir su papel gremial: beneficiar económicamente a sus agremiados (otro tema es cómo se hizo la repartija de esos suculentos millones).

Por eso, cuando en Lima los opinólogos se rasgan las vestiduras advirtiendo que lo peor que le puede pasar a nuestra educación es que el Sutep tome la dirección y gestión de la política educativa, es que no saben que así como en Arequipa, eso ya ocurre en varias regiones del país. Por eso, creo que la ministra Patricia Salas no ha hecho más que reconocer esa realidad, al haber pensado en ese gremio para que sea un interlocutor de los intereses gremiales de los profesores. Después del Sutep, no hay otra institución, reconozcámoslo. Y ellos tienen que estar allí, en la defensa de su gremio, y el proyecto de Ley de Desarrollo Docente los compromete directamente.

En todo caso, lo que también debiera hacer la ministra Salas es anunciar que su cartera está trabajando una nueva Ley Educativa para el país. Quizá allí, sí podría prescindir del Sutep, ya que esa institución no ha nacido para eso: pensar y trabajar por el bien de la educación nacional.

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