Leoncio Molina

En medio de una entrevista televisiva que me hacían sobre el actual escenario político, entró la triste noticia que Leoncio Molina Vásquez había fallecido. La tragedia ocurrió de manera absurda (al contestar el teléfono se cayó por un hueco falso fracturándose el cráneo), y es que, como lo señala García Márquez, la muerte no conoce de ridiculeces.

Conocí a Molina cuando empezaba a montarse en nuestra ciudad esa empresa de títulos de educación superior que lleva el estrambótico nombre de “Universidad Alas Peruanas” (UAP). Me contaba que era agustino, que venía con mucha experiencia académica de Tacna y que seguía estudiando y acumulando títulos que ahora los quería poner en práctica en la administración de la UAP.
También recuerdo que compartía conmigo varios de sus manuscritos que los quería condensar en un libro con reflexiones sobre filosofía, educación, realidad nacional, etc. Sin embargo, yo veía a Molina más como un excelente administrador o gerente de esa empresa que en pocos años logró que Arequipa se convirtiera en su sede más poderosa a nivel nacional, e incluso de su propia central, Lima. Las cifras lo demuestran, pues hizo que en menos de una década, esa empresa tituladora tuviera cerca de diez mil estudiantes y sucursales repartidas por todo el sur. En otras palabras, Molina hizo que las Alas sureñas y en especial la de Arequipa, sean el principal colchón económico de ese feudo que regenta su autotitulado rector Fidel Ramírez Prado.

Rememoro que a Molina le decía que, si era así, lo mínimo que debería pedirle al gerente y autotitulado rector, era seguridad personal, pues varias veces era objeto de ataques delictivos y políticos. El se reía y, humildemente, decía que no, que, al fin y al cabo, ese era su trabajo: hacer crecer a esa empresa que él insistentemente llamaba universidad. Lo hacía con tal entusiasmo que incluso hubo un momento que le creí y por eso acepté la invitación que me hizo para dictar unos cursos postgraduales, pero tal como lo conté en otro post, esa fue una de mis peores experiencias académicas.

Últimamente, Molina retornó a otra de sus pasiones, la política. Quienes lo conocieron desde las aulas agustinas, lo recuerdan como un apasionado líder; es más, una variante de esa pasión la siguió manteniendo dirigiendo un grupo religioso. Su reencuentro con la política de masas lo estaba haciendo de brazo con Simón Balbuena, pues quería ocupar un lugar en el Municipio Provincial. De seguro que detrás de eso estaba su gerente, Fidel Ramírez, experto en expandir su poder a través de asociaciones políticas, incluso de manera inescrupulosa. Ahora que Molina, insulsamente, se ha ido, quién seguirá con ese objetivo político y, lo más importante, quién administrará la empresa tituladora. Ya veremos.

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