Desastres

Lo de Haití lo vimos lejano, como que no nos tocaba, pobrecitos los negritos, hay que ayudarlos, dijimos y presto, nuestros parlamentarios, en lugar de personal especializado, se embarcaron en un avión oficial para repartir no se sabe qué a esa población sufriente, mientras esquivaban los recuerdos de su inacción por el terremoto de Pisco .

Pero cuando creían, ellos, los políticos, y nosotros que lo de Haití estaba lejos y lo de Pisco era un recuerdo de mala leche, sucedió lo de Cusco y nos volvió a la triste realidad que la tragedia de ese país centroamericano lo tenemos cerca, entre nosotros y que lo de Pisco es una deuda vergonzosa aún por saldar y que sólo evidencia lo pesimamente preparados que estamos social y políticamente para enfrentar eso que llaman desastres.

Expertos en buscar descargos, hemos hecho del vocablo desastre el nuevo justificativo para ocultar lo que es simplemente inoperancia, incompetencia y, cuando no, corrupción, pues en realidad la naturaleza no es la causante de ningún desastre ya que ésta actúa, se moviliza o abre como cualquier organismo vivo. Eso que llamamos desastre se produce cuando la acción humana quiere negar la reacción lógica de la naturaleza. Es decir, lo desastroso no es que se eleven los caudales del río sino la existencia de un puente violatorio a la lógica de la naturaleza y, encima, mal concebido y/o construido.

Esos son los desastres permanentes, sistémicos en nuestro país. El problema, por tanto, no es la reacción de la naturaleza, sino cómo reaccionamos nosotros como sistema social ante la vitalidad de nuestra naturaleza que es, hay que recordarlo y especialmente en nuestra ciudad, agreste y violenta.

Ojalá que lo de Cusco nos haga recordar, y especialmente a nuestras autoridades, que Arequipa se sitúa en una de los espacios naturales más convulsos del país. No sólo estamos ubicados en una zona sísmica, sino también volcánica y, cómo si esto fuera poco, también árida. Es decir, una realidad natural incambiable en la que sólo nos queda aprender a adaptarnos a ella, lección legada por nuestros antepasados, pero que parece haber sido olvidada.

Lo del Cusco hay que tomarlo pues como una advertencia de lo que puede ocurrirnos en este mes, febrero loco. Es posible e inevitable que la naturaleza vuelva a hacerse sentir, rugiente y violenta, recuperando lo que es suyo. Esta en su derecho, pero eso sólo se convertirá en desastre si nos encuentra desprotegidos, desorganizados y, lo que es peor, insensibles.

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