Desastres
Expertos en buscar descargos, hemos hecho del vocablo desastre el nuevo justificativo para ocultar lo que es simplemente inoperancia, incompetencia y, cuando no, corrupción, pues en realidad la naturaleza no es la causante de ningún desastre ya que ésta actúa, se moviliza o abre como cualquier organismo vivo. Eso que llamamos desastre se produce cuando la acción humana quiere negar la reacción lógica de la naturaleza. Es decir, lo desastroso no es que se eleven los caudales del río sino la existencia de un puente violatorio a la lógica de la naturaleza y, encima, mal concebido y/o construido.
Esos son los desastres permanentes, sistémicos en nuestro país. El problema, por tanto, no es la reacción de la naturaleza, sino cómo reaccionamos nosotros como sistema social ante la vitalidad de nuestra naturaleza que es, hay que recordarlo y especialmente en nuestra ciudad, agreste y violenta.
Ojalá que lo de Cusco nos haga recordar, y especialmente a nuestras autoridades, que Arequipa se sitúa en una de los espacios naturales más convulsos del país. No sólo estamos ubicados en una zona sísmica, sino también volcánica y, cómo si esto fuera poco, también árida. Es decir, una realidad natural incambiable en la que sólo nos queda aprender a adaptarnos a ella, lección legada por nuestros antepasados, pero que parece haber sido olvidada.
Lo del Cusco hay que tomarlo pues como una advertencia de lo que puede ocurrirnos en este mes, febrero loco. Es posible e inevitable que la naturaleza vuelva a hacerse sentir, rugiente y violenta, recuperando lo que es suyo. Esta en su derecho, pero eso sólo se convertirá en desastre si nos encuentra desprotegidos, desorganizados y, lo que es peor, insensibles.