Arrástrame al infierno

El terror ha sido para el cine, desde su nacimiento, uno de sus temas favoritos, sabiendo interpretar, y explotar, la fascinación inacabable que tiene el ser humano por las tramas misteriosas y por todo aquello que el hombre no puede controlar, mucho más si está cargada de elementos sobrenaturales.

Esa es la razón por la que en plena era del racionamiento y cientificismo, sigue en auge este género que últimamente lo ha capitalizado muy bien el cine oriental con tal éxito que la propia meca hollywoodense ha tenido que copiarse mucho de esos productos.

Con Arrástrame al infierno, no ocurre eso, pues es de factura netamente gringa, pero parece que los americanos han perdido el feeling de este genero ya que, en lugar de tratarse de una película de terror, Sam Raimi, su director, nos termina entregando un bodrio de humor negro donde prima el ruido chirriante y las escenas vomitivas encarnadas por actores de faz angelical en una historia por demás simplona: la cándida ejecutiva bancaria que niega la condonación de un préstamo a una anciana que, luego de una pelea oriental, le echa la maldición gitana.

Una cinta pues que más que hacernos saltar de los asientos por el miedo, nos hará reír o burlarse, como lo hacían varios espectadores que no entendían lo ridículo de varias de sus escenas.

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