40 años en la luna

Lo recuerdo borrosamente, pero lo recuerdo. Estábamos sentados en la sala de la casa de Luis Shapie, La Victoria, donde vivíamos en ese entonces. Era una salita con un solo televisor (en esos años sólo se tenía uno, a las justas). Obvio que era en blanco y negro, pero debió haber sido un National y de allí salía una imagen difusa.

Lo que no era difuso ese mediodía, prendidos todos de la televisión, y, al contrario, notorio en demasía era la refulgente palabra de Martínez Morosini que, voz en cuello, anunciaba que el hombre había pisado la luna repitiendo incesantemente la clásica frase de Este es un pequeño paso para el hombre, pero un salto para la humanidad.

Han pasado cuarenta años desde ese entonces. En mi niñez, la noticia que Neil Armstrong era el primer hombre en pisar suelo lunar, era revolucionaria porque, entre otras cosas, marcaba la distancia que existía entre nuestro país y el coloso norteño que asentaba su poderío con un experimento científico de tamaña dimensión. En realidad, tal como lo ha señalado Carlos Cabanillas, esa alunización marcó definitivamente la colonización cultural de Estados Unidos al mundo.

Cuarenta años después, conocemos más el universo, incluso se han descubierto nuevos planetas y eliminado otros. Pero lo contradictorio es que, parece, conocemos menos al hombre, nos conocemos menos. Los científicos de la conducta señalan que esa es una incapacidad innata. Es decir, hace cuarenta años conquistamos la luna, pero desde hace cuarenta años, en lo que respecta a mejorar las relaciones humanas, seguimos allí, en la luna.