Amor
Como verán, ese enfoque tiene un gran peso sociológico. Existen otros. En realidad, desde una pose psicoanálitica, hay tantos enfoques como experiencias personales, pues, al fin de cuentas, el amor es un sistema aprendido incoscientemente; eso significa que expresamos o ponemos en vitrina nuestra capacidad amatoria de acuerdo a la forma cómo lo hemos instruido, y en ese campo, el de la instrucción, sí que hay grandes desniveles (o ignorancias).
Pero otro enfoque que me ha llamado la atención últimamente proviene de la antropología, específicamente de las investigaciones de Helen Fisher. Esta científica norteamericana ha demostrado que más que una emoción que se incuba y forma a través de un proceso de aprendizaje, el amor es el resultado de un flujo químico del cerebro, que está ligado con la necesidad primitiva del cortejo, apareamiento, reproducción y paternidad. Así de simple.
Quizá ese enfoque sea como una ducha fría para muchos, especialmente para los que, desde el catorce, siguen con los pajaritos en la cabeza. Pero no hay que tomarlo así, pues la misma Fisher también cree que hay un amor romántico, pero justamente es un tipo o una forma de amor. Junto a él también existe el amor lujurioso y el de apego, en palabras de Fisher son sistemas cerebrales que no necesariamente están bien imbricados, al contrario, muchas veces entran en contradicción porque el más adictivo de los tres; es decir, el más fuerte, es el romántico, conclusión que nos permite mirar con optimismo el futuro porque significa que es el mejor antídoto al caos del mundo contemporáneo. De ser así, entonces habría que declarar no un día, sino todo el año como el Día del Amor o la Amistad.