Angamos

No me acordaba, pero la razón por la que hoy, 8 de octubre, estamos de feriado no laborable es el combate Angamos, aquella gesta que enfrentó dos buques peruanos (Huáscar y Unión), contra seis similares chilenos. El Huáscar estaba comandado por Miguel Grau, uno de los más grandes héroes nacionales quien, en esa fecha, se inmoló por la patria. Para tener una mejor idea del acontecimiento, comparto con ustedes un capítulo de 1879, de Guilllermo Thorndike.

Angamos, 8 de octubre de 1879.

A la una y veinticinco de la mañana del 8 de octubre, el Almirante avistó las luces de Antofagasta. Quedaba la “Unión” patrullando entre Punta Tetas y Playa Brava. El gran campamento enemigo dormía. Palacios subió a la cofa con sus binoculares. Entraron hasta los arrecifes. A la luz de la luna el teniente examinó el muelle: ni rastro de pertrechos. Tampoco hay transportes chilenos ni tropas vivaqueando en la explanada o a la espera de embarcar. Se deslizó de regreso a la cubierta. Cumplían siete días sin ver buques de guerra enemigos.
En el puente, Grau escuchó el informe con rostro inexpresivo. Sospechaba. Pasó de babor a estribor acosado por premoniciones. Su locuacidad del mediodía cedió a un sombrío humor a la hora de la cena. Olvidó iniciar la conversación en la mesa de oficiales, así que todos comieron en silencio, de reojo atentos a la tristeza del Almirante. Ahora enfocó sus catalejos y confirmó la indiferente calma del cuartel general chileno.
– Dios no lo quiera….- adivinó- ¡caímos en la trampa! …. ¡Señor Aguirre a toda fuerza y al noroeste!
En la Bahía de Morenos, seis millas al norte de Antofagasta, el “Blanco Encalada” recibió por heliógrafo la orden de arrancar. La “Covadonga” y el “Matías Cousiño” siguieron al blindado.
-¡Redoblen guardia de vigías! – Grau disparaba órdenes mientras sus sentidos se tensan a la vista de ese horizonte plateado por el resplandor lunar -. ¡Melitón…listos para forzar máquinas!.
– ¡Humo a estribor!-gritó un vigía.
-¡Tres buques, Almirante!
-¡Avisen a la “Unión”!.
El telégrafo óptico parpadeó señales.
BUQUES ENEMIGOS
– ¡Al oeste!- por fin Grau había cometido un error. Los chilenos estuvieron esperándolo pegados a la costa
– ¡Sala de máquinas, quiero sesenta revoluciones!
Los tres buques enemigos le cerraban paso al oeste y al norte. Tuvo que virar al suroeste.
– ¡Veintiseis libras de presión! Bufó Wilkins. Ojalá no revienten esos tubos casi obturados por sales y el calcinamiento de tres meses de campaña.
A las cuatro de la mañana la hélice alcanzó sesenta revoluciones.
-¡Oeste! – ordenó virar otra vez.
La “Unión “se pegaba al monitor para ocultarlo de los buques chilenos.
-Es un blindado, no hay duda – informa Ferré-. Los otros parecen la “Covadonga” y el “Matías”.
¿Podría ser el “Cochrane”?, se preocupa Grau. Ha de andar doce nudos después de su reparación en Valparaiso.
– Me parece el “Elefante Blanco”, señor – interviene Palacios.
– Distancia: cuatro millas – Anuncia Aguirre.
La “Unión” fabrica una espesa cortina de humo negro. Cambió rumbo al sudeste y luego al sur. García y García exigía el máximo esfuerzo a su máquina. Se exhaló a casi doce nudos.
– ¡Mordieron!-
Ferré vió que los chilenos perseguían a la corbeta mientras el blindado se alejaba hacia el oeste.
El alba empujaba calichosos bancos de neblina hacia el mar. Sopla viento fresco del sur, desfavorable para la marcha del monitor. García y García siguió arrastrando a los chilenos hacia la costa. Ahora el “Huáscar” ponía rumbo al norte, a favor del viento y las corrientes.
– ¿Velocidad?
– Diez nudos, señor.
Pronto habrá aclarado completamente. La “Unión” continuaba su paseo haciendo humo frente a los chilenos. El último amanecer y no lo saben. Muertos inminentes permanecen en sus puestos de combate. Miguel Grau los sacará de cualquier aprieto.
¡Escapaban! No importa la luz que llega brumosamente. Avanzan más rápido que la primera división chilena que al fin descubrió el engaño y cambió de objetivo. Palacios calcula que traen una marcha de seis a siete nudos. La “Unión” se abrió a tierra para sobrepasar al enemigo que se mantiene cerca de la costa.
– Son sus buques más lentos- comentó Ferré.
Reconocía claramente al “Blanco Encalada”. La corbeta peruana voló a ponerse a babor del blindado.
-¿Sostenemos la marcha a sesenta revoluciones, señor? – indagó McMahon en el puente, preocupado por el calamitoso estado de sus tuberías.
Las cinco y cuarenta de la mañana.
La primera división enemiga quedaba atrás.
– ¡Disminuyan velocidad! – concedió el Almirante- ¡Cincuentidos revoluciones!.
Navegaron a nueve millas por hora: Roca Esmeralda, Boca Lagartos, Monte Jorquino, Herradura, Punta Low, Angamos, Gualaguala, Punta Falsa. El rocoso litoral hasta Tocopilla se proyecta en la memoria de Grau. Conoce cada pulgada de costa en este océano en el que no puede cometer una segunda equivocación. No repetirá su acostumbrada maniobra de arrancar veinte millas al oeste para después navegar hacia aguas peruanas.
Pese a los trescientos sacos de carbón transportados esa tarde, el monitor sigue escaso de combustible. Calcula que el resto de la escuadra chilena lo espera lejos de la costa. Decidió forzar su paso al norte pegándose a tierra. Para lograr su propósito tiene que vencer Punta Angamos, que entra profundamente hacia el oeste. No hay duda: le tendieron una trampa desde el “Cotopaxi”. La cárdena penumbra que permitió al “Blanco Encalada” reconocer a su verdadera presa, se disolvió neblinosamente. Ahora cruzaban una flotante irrealidad celeste. A ratos sus perseguidores se esfuman detrás del húmedo vaho matinal. Rizaba el viento esa superficie brillosa, como un jaboncillo. En el horizonte se fundían mar y cielo como una pálida totalidad apenas azul, atravesada por brillantes batallones de gaviotas. Se ve tierra como algo gris, remotamente sólido. En toldilla la infantería de marina contempla a los chilenos quedándose atrás.
– ¡Chist! – rió Rentería.
Las siete y quince de la mañana.
– ¡Humo a la vista!
Qué ganas de vivir o estar en casa. Grau dirige sus binoculares al noreste. La neblina impidió que identificara al buque. ¿Chileno? ¿Inglés?. Venía a su encuentro a toda máquina.
– ¡Son tres buques, señor!
Se cerraba la trampa.
-¡A toda máquina!- tronó el Almirante- ¡Diez a estribor!
Parpadeó el telégrafo de la “Unión”. García y García creyó identificar a la segunda división chilena integrada por sus buques más rápidos: “Cochrane” “O´Higgins” y “Loa”. Calcula el comandante Salaverry que de no haberse distraído en Antofagasta, habrían pasado lejos de la primera división a las once de la noche, a treinta millas de Punta Angamos en la madrugada y a veintitrés millas al norte de la segunda división al romper el día.
Uno de los buques chilenos tomaba la delantera por el noroeste. Salaverry reconoció sus cofas blindadas.
-¡El “Cochrane a la vista, a diez millas!-

-El general Prado ha ordenado no entablar combate a menos que no se pueda escapar- dijo García y García a sus oficiales reunidos en el puente. Mostró el pliego de instrucciones. Si se separan del “Huáscar” pueden emplear la velocidad de la corbeta para dividir la formación enemiga y perderse rumbo al norte. Los oficiales estuvieron de acuerdo.
– ¡Muy bien, suscribiremos un acta con el acuerdo de esta Junta…¡A toda máquina!
La “Unión” maniobró a popa del monitor, ganándole a toca penoles por estribor.
García y García y Del Portal oyeron los tambores del “Huáscar” redoblando ataque. A veinte metros de distancia vieron a los jefes en el puente: Grau, Aguirre, Carvajal, Palacios. El blindado se prepara para el combate. Se decían adiós solo con la mirada. Nadie alzó una mano. Nadie agitó su gorra. Tampoco el Almirante aparta los ojos de sus camaradas. Se le veía macizo y silencioso, recubierto de la terrible soledad del mando en el momento de las decisiones sin retorno. No movió un músculo mientras su vieja “Unión” pasaba al costado del monitor a doce millas por hora. Elegía entre la vida y la muerte. Adivinaron su intención: combatir hasta el fin. Su pequeño blindado con dos anticuados cañones de 300 y dos de 40 contra doce rápidos modernos Amstrong de 250, seis de 115, veintiocho de otros calibres y siete ametralladoras navales Nordenfeldt. Navegaba el “Huáscar” a sesenta revoluciones, pero no basta. El “Cochrane” vuela a interceptarlo.
McMahon subió al puente para observar la posición del enemigo.
– Cuatro revoluciones más- pidió Grau.
– Haré lo posible- prometió el primer maquinista.
En la sala de máquinas se inflaron las calderas. ¡Treinta libras de presión! ¡sesenticuatro revoluciones!. Nunca habían exigido tanto al veterano “Huáscar”. Si los fondos no estuvieran inmundos, con 7 pulgadas de vacío y buen carbón de Cardiff esta mañana andarían a más de doce nudos.
– Su espada, señor – Alcíbar miró gravemente al Almirante.
– Si es preciso trasladaremos el hospital a la sala de máquinas- decidió Távara.
– ¡Viva el Perú! – bramó el contramaestre Dueñas.
– ¡Cinco mil doscientas yardas!- Rochón en mano, sentado encima de la torre de combate, las piernas colgando fuera, Palacios anuncia la distancia que los separa del enemigo.
Brilla por fin el sol sobre la cordillera pero sin evaporar totalmente la neblina. Le pareció acercarse a la batalla dentro de una burbuja celeste, en derredor de la cual se abrillantaba un resplandor anaranjado. La tripulación vitorea al taciturno Almirante.
– ¡Cinco mil yardas!
Si mantienen el mismo rumbo los dos buques peruanos quedarán aconchados.
-¡Todo a estribor!- gritó Grau.- ¡Hasta la vista compañeros!, cumple las órdenes y sálvate “Unión”.
Viró el monitor bruscamente a tierra. Ahora el blindado no podrá encerrar también a la corbeta, que quedó libre, rumbo al norte. El comodoro enemigo Galvarino Riveros mandó ir despacio para que Grau, suponiéndolo averiado, no forzara su marcha. La primera división chilena se limitó a empujar a los peruanos al encuentro de la segunda división.
– ¡Cuatro mil yardas ¡- se oyó a Palacios.
Los habían acorralado….
– ¡Tres mil yardas!- gritó Palacios, todavía sentado encima de la torre.
– ¡Batallón Ayacucho: a estribor!
– ¡Batallón Constitución: a babor!
El Almirante contempla legar al enemigo con las baterías en silencio. Tal vez crean que ha decidido estrellarse con la roca Angamos. Dio un vistazo a la “Unión” que seguía escapando….No importan sus deseos de vivir o su tristeza. Ahora sus hombres son el Perú. Doscientos cuatro harapientos desesperados sin desayunar ni afeitar, zambos, inmigrantes, cholos: he aquí a la Patria…..
-¡Dos mil trescientas yardas!
-¡Quince a babor! – Ordenó el Almirante- ¡Fuego!
Las 9 y 25 de la mañana. Fracasó el disparo. No importa. Grau espera a que a su vez guiñe el “Cochrane” a cañonearlo en andanada, abriendo así la última oportunidad de zafar hacia el norte. Pero el acorazado chileno mantuvo su rumbo inalterable.
– ¡Todo a estribor!
– -¡Mil quinientas yardas!
– ¡Mil yardas!
– Le entraremos al espolón- el Almirante parecía morderse a si mismo. -¡Todo a babor! ¡Mantengan fuerza al máximo!……..
– ¡Todos a cubierto! Gritó Grau…..
La atrevida maniobra de Grau para hundir su espolón en la obra muerta del blindado fracasó cuando el “Cochrane” pareció clavarse en el océano y girar sobre si mismo usando la ventaja que le daban sus dos hélices, para virar sesenta grados a babor.
A doscientas yardas, Melitón Rodríguez ensayó un tiro directo.
– ¡Fuego!
El proyectil rebotó contra la coraza del “Cochrane”.

– ¡De nuevo al espolón!
Dos explosiones sacudieron al Huáscar.
Una granada deshizo el guardín de babor, rompiendo por ese lado la conexión entre la rueda y el timón. Otro proyectil abrió el blindaje a popa y estalló en el sollado.
– ¡Aparejos! ¡Rápido!. Replicó el Almirante. Conoce las mañas del monitor. Ahora girarán sin pausa a estribor.
Carvajal resbala sobre charcos de sangre en la cámara de oficiales. Los cirujanos cosían o atontaban con narcóticos a los heridos. Los cocineros, calafates, carpinteros, grumetes, bocafraguas, siguieron al Secretario de Estado Mayor a popa. Por allí empezaron a anudar expertamente un aparejo de emergencia que moviera el timón a fuerza de brazos….
Carvajal inspeccionó el parejo de poleas. Dos filas de hombres tiraban los cabos. Corrió hacia el puente.
-¡Listo el timón!
Los chilenos habían desgarrado la bandera del “Huáscar”.
-Hizen pabellón y ¡al ataque! –
Grau calcula una doble maniobra para sorprender al, acorazado con su espolón.
-Máquina a toda fuerza!-
Subía la bandera.
– ¡Viva el Perú!- gritó la tripulación.
Las 9 y 55 de la mañana…….
El Almirante ordenó entrar al espolón…….una granada Pallisier demolió la torre de mando, desintegrando a Grau…..
Deshechos los guardines, el buque se movía sin gobierno, describiendo círculos cada vez más cerrados, como si el espolón husmeara el rastro de Grau.
– Señor Carvajal… ¡Ha muerto el Almirante, señor Carvajal!…………………..
Las manos de Carvajal tantean entre la humareda del entrepuente….
-¡Miguel!… ¡Por Dios! …¡Responde Miguel!….
Sesenta proyectiles Pallisier, dieciséis de segmento, doce de shrapell, fuego de ametralladoras y rifles, han caído sobre el “Huascar”, más siete intentos de cortarlo en dos con el ariete, y el buque sigue a flote. La popa está incendiada, destruidos los pescantes de anclas y bitas, descuajado el blindaje, cabrestantes demolidos, pañoles de timones evaporados, flacas retorcidas y el monitor no se detiene. Sus cañones de 300 han retumbado hasta que las granadas enemigas han atascado ejes y cigüeñales de la colisa. La única ametralladora del “Huáscar” ha cortado a tiros toda la maniobra de babor del “Cochrane”…….
Las dos terceras partes de la oficialidad del Huáscar han muerto en combate, así como la mitad de sus oficiales de mar, artilleros y marineros. Igualmente han muerto la mitad de los rifleros de la Columna Constitución y los del Batallón Ayacucho..
…..
El teniente Garezón apareció en la cubierta, gritando que necesitaba más fuerza de hombres para mover el aparejo que reemplazaba al timón. Santillana le contestó: – Estás al mando del buque, los demás han muerto-
Garezón reúne en el entrepuente a los que quedan. Se ha inundado el pañol de popa inutilizando las municiones. No hay con que seguir peleando…..
El acuerdo es que el “Huáscar” se hunda. Los maquinistas abrieron las válvulas, mientras las lanchas de asalto del “Cochrane” cortan el agua rumbo al monitor.

Puntuación: 3.33 / Votos: 3

Un comentario

  • El tatarabuelo de mi padre, Manuel del Espiritu Santo Pejovés Gusman, estuvi a bordo de la Corbeta Unión aquel 8 de octubre y suscribió un memorial dirigido a Grau en el que le solicitan ejercer su derecho a inmolarse con el Huascar. El gran Grau ordenó el retiro de la Unión.

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