Moda china
Como sabemos, nuestro presidente estuvo hace poco por allá y regresó más que entusiasmado. Bien por él, pero mejor por el Perú, pues estamos hablando de una de las potencias económicas del mundo (12% de crecimiento anual desde hace veinticinco años), cuyo mayor acercamiento, según él, proporcionaría un mejor techo para nuestro país.
Conozco China y puedo comprender la atracción que ejerce ese país. Viajé becado para conocer, justamente, su modelo de desarrollo. Tradición, modernidad y alta tecnología se dan de la mano para mostrarnos un país que deslumbra por todos lados, externamente. Lo mismo no ocurre internamente, pues para nadie es un secreto que China tiene un record lamentable en violación de derechos humanos y en el cuidado del medio ambiente. La fascinación tecnomodernista de ese gigante se desploma, cuando sabemos que allá no hay libertad de prensa, elecciones libres o libertad de pensamiento (los problemas de el Tibet, han desnudado eso de manera obscena).
Parece que nada de eso importa. Ni siquiera a nuestro presidente que nos informa entusiasmado que en China hay 40 millones de millonarios que estarían dispuestos a visitar nuestro país y que para ello ya ha ordenado que las plazas, calles y avenidas del Perú también estén en el idioma chino(¿?). Recuerdo que Yamel Romero, ex alcalde mistiano, también tuvo esa idea, incluso “hermanó” Arequipa con una ciudad china con el objeto que ellos consideren en su paquete turístico, un paseíto por nuestra ciudad. El proyecto y la hermandad chino-arequipeña se diluyó cuando llegaron unos inspectores de ese país y constataron que ni siquiera el aeropuerto de la Ciudad Blanca estaba en condiciones para atender un solo Boeing 787 Dreamliner que transportaría 400 chinos con una especial particularidad: ser millonarios.
12% de crecimiento sostenido, 40 millones de millonarios son cifras por demás seductoras para muchos. Sin embargo, lo que no se dice es cómo ha funcionado eso. No se dice, por ejemplo, de los millones de dagongmei, jóvenes campesinas que trabajan en las peores condiciones laborales,
con turnos que van de 14 a 18 horas, con salarios misérrimos, y a quienes se les permite descansar sólo cuatro o cinco horas, en la misma fabrica, hasta recomenzar el ciclo. ¿Estabilidad laboral, seguro de salud, vacaciones? Eso ni siquiera se menciona. En palabras de Aníbal Quijano, la nueva esclavitud del s. XXI.
Lo más curioso es que esto ocurre en un país que sigue proclamándose comunista, pero que en el fondo repite la misma fórmula que antaño mostró la primera revolución industrial inglesa y luego la americana, los otros dos grandes modelos de desarrollo capitalista. Una pena, pues creo
que muchos esperaban que un modelo amparado por las ideas marxistas, maoístas y todos los istas que generó esa ideología y proyecto societal, iba a enseñarle al mundo y a la historia que existe otro modo de crecer y desarrollarse. Pero no, los chinos han confirmado la siguiente receta: inmolar sistemáticamente a una o dos generaciones produciendo la riqueza que la tercera generación tendrá que cuidar, disfrutar o disputar. Todo, en medio de la más insultante pérdida de dignidad humana. Así de simple y tétrico.
¿Ese modelo codicioso es el que ahora tan entusiasmadamente nos venden? ¿A eso queremos llegar? Particularmente lo rechazo, quizá porque no me gusta trabajar, y mucho menos como chino.